De parte del Padre Ricardo Gallagher, el padre Ramón Velasco, Abel Magaña y todo el equipo de la parroquia, quisiera expresar nuestros deseos que todos tengan una muy Feliz Navidad, llena de las bendiciones de Dios.

Esta noche quisiera narrar algo que sucedió no el las tierras cubiertas de nieve, sino en una isla de Hawai. A pesar del clima bonito, la Isla de Molokai no era un paraíso. Al contrario, el gobierno mandó allá las personas afligidas con la lepra, una enfermedad horrible que consume primero las extremidades del cuerpo - los dedos de los pies y manos, el nariz y las orejas y finalmente todo el cuerpo.

En 1873 un joven padre de Bélgica llegó a Molokai. Su nombre era José Damián de Veuster. El padre Damián comenzó a servir a los leprosos de la isla, estableciendo una clínica y construyendo un templo. Mientras el padre cuidaba a sus feligreses, se dio cuenta que sufrían no solamente fisicamente, sino espiritual y moralmente. Muchos de los leprosos, en su desesperación, se dedicaron al trago y al sexo desordenado. El sacerdote trató de alcanzarlos, pero siempre ellos sabían que era diferente, que no compartía su condición.

El Padre Damián, cuando predicaba, siempre decía con mucho cariño, "mis hermanos queridos." Pero un día en 1885, a la edad de 45 años, todo cambió. En vez de decirles, "mis hermanos queridos," les dijo, "Soy como ustedes - tengo la lepra. Comparto tu misma condición." Y durante cuatro años más, el padre, como leproso, sirvió a ellos hasta su propia muerte el 15 de abril de 1889.

Después de un siglo, el 4 de junio de 1995, el Santo Padre Juan Pablo II beatificó a José Damián. El estado de Hawai lo ha honrado con una estatua en el edificio capitalino de Washington, D.C. Menciono al Beato Damián en Navidad porque lo que el hizo para los leprosos de Molokai, Jesús con su Encarnación y Nacimiento ha hecho por nosotros. Tomó en cima de él nuestra condición enferma para rescatarnos de la desesperación.

Recibe para Navidad un libro pequeño que me ayudó entender mejor la Encarnación de Jesús. Se llama Cinco Panes y Dos Pescados y fue escrito por el Arzobispo Francisco Javier Nguyen van Thuan. En 1975 los comunistas de Vietnam lo arrestaron y lo encarcelaron por nueve años. Cuando estaba en la prisión, consiguió una pequeña cantidad de vino y unas hostias. Como no tenía cáliz, para celebrar la misa diaria, puso tres gotas de vino y una gota de agua el su mano.

Así el arzobispo con mucha devoción tenía en sus manos el vino y el pan que se convirtieron en Jesús - su sangre y cuerpo. Al imaginar al Arzobispo Thuan elevando a Jesús, me hizo pensar en la Virgen con el Niño recién nacido en sus brazos. La misa, celebrada en una prisión de Hanoi o en un templo magnífico como el nuestro es Belén. Tiene su significado porque Jesús viene otra vez en una forma muy humilde, escondida.

Hay un canto que dice:

Venimos a adorarlo.
Venimos a adorarlo.
Venimos a adorarlo. Cristo el Señor.

Hermanos queridos, esta noche muchos de Ustedes han venido para adorar. Otros quizás están aquí con curiosidad. Y algunos pueden pensar no pertenecen, que no deben de estar aquí, a causa de sus errores y pecados. Quiero que sepan que Jesús nació precisamente por Ustedes. El propósito del Nacimiento de Jesús ha sido resumido en esta manera:

"Si nuestra necesidad más grande fuera para información, Dios nos hubiera enviado un profesor.
Si nuestra necesidad más grande fuera para tecnología, Dios nos hubiera enviado un científico.
Si nuestra necesidad más grande fuera para el placer, Dios nos hubiera enviado un actor.
Si nuestra necesidad más grande fuera para el dinero, Dios nos hubiera enviado un economista.
Pero como nuestra necesidad más grande es para el perdón, Dios nos ha envidado un Salvador...un Redentor."

Hoy reconocemos dos mil años desde el nacimiento de Jesucristo. Se puede decir que es su cumpleaños dos mil. Pero Jesús no tanto exige un regalo de nosotros, sino quiere darnos algo, el presente más grande, el perdón de todos los pecados. ¡Venimos a Adorarlo, Cristo el Señor!

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