ACERCA DE LA COMPETENCIA SEMIÓTICA

 

Eduardo SERRANO OREJUELA

 

1. Umberto Eco nos recuerda que Charles Morris afirmaba:

Algo es un signo si, y sólo si, algún intérprete lo considera signo de algo. La semiótica, por tanto, no se ocupa del estudio de un tipo de objeto particular, sino del estudio de los objetos ordinarios en la medida en que (y sólo en la medida en que) participan en la semiosis (Eco, 1990: 285).

        Convengamos en llamar hacer interpretativo a la operación mediante la cual el intérprete convierte un objeto en signo de algo. El punto de partida de dicha operación es la percepción del objeto por parte del intérprete, que asume el rol cognitivo de observador, cualquiera sea el registro sensorial en que se realice. Al respecto, Eco ha precisado:

Cualquier fenómeno, para poder ser entendido como signo de otra cosa, y desde un cierto punto de vista, ante todo debe ser percibido. El hecho de que la percepción pueda tener éxito precisamente porque uno está orientado por la hipótesis de que el fenómeno puede ser entendido como signo (de otro modo no se prestaría atención a un cierto campo de estímulos) no elimina el problema de su percepción (Eco, 1997: 148).

        Parece razonable afirmar que la interpretación semiótica comienza cuando el observador convierte los perceptos resultantes del acto perceptivo en significantes de determinados significados. Eco ilustra esta conversión en los siguientes términos:

Cuando se dice que el humo es signo del fuego, ese humo que se divisa no es todavía un signo; incluso si se acepta la perspectiva estoica, el humo se convierte en signo del fuego no en el momento en que se percibe, sino en el momento en que se decide que está en lugar de otra cosa. Para pasar a este momento se debe salir de la inmediatez de la percepción y traducir nuestra experiencia en términos proposicionales, haciendo que se convierta en el antecedente de una inferencia semiósica: (i) hay humo, (ii) si hay humo, (iii) entonces hay fuego. El paso de (ii) a (iii) es materia de inferencia expresada proposicionalmente, mientras que (i) es materia de percepción (Eco, 1997: 146-147).

        Ahora bien, para que dicho hacer interpretativo sea actualizado y realizado, el intérprete tiene que poseer una determinada competencia, que llamaríamos consecuentemente competencia interpretativa: un saber/poder interpretar.

        Convengamos también que los signos resultantes de la percepción de dichos objetos gracias al hacer interpretativo, se distribuyen en el interior de lo que Greimas llama macrosemióticas: la lengua natural y el mundo natural, que constituyen el domino de las semióticas naturales (Cf. Greimas y Courtès, 1979: 219). Llamemos ahora competencia semiolingüística a dicha competencia interpretativa, en la medida en que la interpretación se ejerce sobre expresiones no verbales (mundo natural) y verbales (lengua natural). Zadig, el personaje de la novela homónima de Voltaire, es un buen ejemplo de intérprete competente de expresiones pertenecientes a las dos macrosemióticas (Cf. Eco, 1990: 254-282; Serrano Orejuela, 2000).

        ¿Se reduce la competencia interpretativa a la competencia semiolingüística (icónica, gestual, proxémica, cromática, vestimentaria, etc., verbal oral, verbal escrita, etc.)? Creo razonable postular también la existencia de una competencia textual. Gracias a ella, interpretamos expresiones semiológicas y expresiones verbales como textos pertenecientes a tipos (o géneros) textuales.

        Esto es más fácil de ejemplificar en el caso de los textos verbales: los periodistas, por ejemplo, distinguen tipos textuales como noticia, crónica, reportaje, entrevista, editorial, artículo de opinión, etc. Los literatos también manejan un amplio repertorio de tipos textuales, y si son al mismo tiempo periodistas pueden amalgamar dichos tipos textuales en textos literarios que se presentan como textos periodísticos. Gabriel García Márquez escribe una novela, Crónica de una muerte anunciada, que tiene la forma de un reportaje. También pueden escribir un texto periodístico y reescribirlo posteriormente como literario. Hemingway-periodista escribe una crónica sobre un viejo pescador cubano que luchó solitario durante varios días con un gran pez espada en las aguas del Golfo. Años después, Hemingway-literato escribió una novela breve, El viejo y el mar, en la que ya sabemos qué les pasa al viejo y al pez. Asimismo, un texto inicialmente periodístico puede ser leído como literario. Relato de un náufrago, un reportaje escrito por García Márquez cuando era feliz e indocumentado, fue publicado en Francia como novela, indicación paratextual que determina de manera específica la relación architextual (Cf. Genette 1979 y 1982) del lector francés con este texto periodístico. En efecto, interpretamos un texto verbal de modo diferente si lo leemos como crónica o como cuento, como reportaje o como novela, y nuestra competencia textual tiene que ver en ello.

        Con relación a los textos semiológicos, las consideraciones de Eco sobre los universos y los textos podrían darnos alguna orientación:

Por «universo» entiendo, intuitivamente, los mundos cuyas leyes suelen explicar los científicos; por «texto», una serie coherente de proposiciones vinculadas entre sí por un topic o tema común. En este sentido, incluso la secuencia de acontecimientos investigada por un detective puede definirse texto: no sólo porque puede reducirse a una secuencia de proposiciones (una novela policiaca o el informe policial de una investigación auténtica no son otra cosa), sino también porque los textos verbales o pictóricos, al igual que los casos criminales, requieren, a fin de ser reconocidos como un todo coherente y autoexplicativo, una regla idiolectal, un código propio, una explicación que pueda funcionar para ellos y dentro de ellos y que no puede transplantarse a otros textos. (Eco, 1990: 261).

        Al ser concebido el texto como «serie coherente de proposiciones», y por tanto sin referencia necesaria y específica a un sistema significante en particular, se entiende que un universo dado pueda ser textualizado por el intérprete: un caso criminal, por ejemplo, es un tipo particular de texto narrativo que pone en escena actores que realizan acciones, cogniciones y evaluaciones y experimentan pasiones en un contexto espacial y temporal determinado.

        Analizando el comportamiento de los usuarios del metro de París, Jean-Marie Floch considera el trayecto del viajero desde que entra a una estación hasta que sale en otra como un texto susceptible de ser descrito semióticamente:

¿Por qué se puede abordar el trayecto como si se tratara de un texto susceptible, por tanto, de un análisis semiótico? En primer lugar, porque el trayecto, al igual que cualquier otro tipo de texto, posee un final que lo individualiza en cuanto totalidad relativamente autónoma y hace posible que su organización se estructure. Todo trayecto realizado por un viajero posee un final: una salida que implica simétricamente una entrada. Otra razón: al igual que un texto, el trayecto puede ser objeto de una segmentación, es decir, de una división en un número limitado de unidades, de etapas, de «momentos» que se relacionan entre ellos según ciertas reglas. [...] Tercera razón: al igual que un texto, el trayecto tiene una orientación; es por esto por lo que se puede considerar que es una sucesión finalizada. [...] Finalmente, y sobre todo, abordar el trayecto como si se tratara de un texto implica postular que significa. Un trayecto no es una continuidad gratuita de movimientos y de estacionamientos, una pura gesticulación. Elegir el analizar semióticamente los trayectos de los viajeros es postular que tienen sentido, incluso si aún no se sabe cómo articularlo, cómo construir la significación (Floch, 1991: 39-40).

        Como en el caso criminal, es el intérprete el que textualiza el trayecto del viajero dotándolo de un comienzo y un final, de secuencias interrelacionadas según reglas sintácticas, de una orientación o sucesión finalizada, es decir, de una intencionalidad, y de una significación sociocultural.

        Según lo expuesto, en consecuencia, la competencia interpretativa articula una competencia semiolingüística (semiológica y lingüística) y una competencia textual.

        Pero es objeto de amplio consenso en la comunidad semiótica actual la idea de que los tipos textuales se distribuyen en tipos (o géneros) discursivos. François Rastier, por ejemplo, dice:

El uso de una lengua es por excelencia una actividad social, hasta el punto de que toda situación de comunicación está determinada por una práctica social que la instaura y la constriñe. [...] A cada tipo de práctica social se asocia un tipo de uso lingüístico que podemos llamar discurso: hablamos así de discurso jurídico, político, médico, etc. Así entendidos, los discursos corresponden a esas formaciones paradigmáticas que son los dominios semánticos. [...] Todo locutor participa en varias prácticas sociales y debe por consiguiente poseer varias competencias discursivas. Cada una supone el dominio de uno o varios géneros. [...] En suma, un discurso se articula en diversos géneros, que corresponden a otras tantas prácticas sociales diferenciadas en el interior de un mismo campo, hasta el punto de que un género es lo que relaciona a un texto con un discurso (Rastier, 1989: 39-40).

        De acuerdo con esta formulación, podemos afirmar que cada competencia discursiva incluye varias competencias textuales, de modo que un texto verbal concreto es un tejido de formas lingüísticas, textuales y discursivas. Lo mismo podría decirse en principio de un texto semiológico concreto como tejido de formas significantes icónicas, gestuales, proxémicas, cinésicas, etc., y además textuales y discursivas. Como decía Marx (¿Karl? ¿Groucho?): «Lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones» (¡Karl!).

        En consecuencia, el concepto de competencia interpretativa se ha enriquecido: articula las competencias semiolingüística, textual y discursiva.

        Por último, se me ocurre que es necesario postular de manera distintiva, aunque ha estado implícita en todo lo dicho, la existencia de una competencia semántica. Me valgo de dos ejemplos para argumentar un poco en su favor.

        Borges ha enunciado el tópico semántico del "dios detrás de Dios" en ensayos, cuentos y poemas escritos en español, es decir, en textos concretos pertenecientes a dichos tipos textuales propios del discurso literario occidental. Nada impide, y creo que ha sido hecho, que dicho tópico sea enunciado en una película, o en una obra de teatro, o en una historieta. O en textos verbales escritos en una lengua diferente al español (basta pensar en las traducciones a otras lenguas de la propia obra de Borges).

        Camus, por su parte, exploró el tópico semántico del absurdo en ensayos (El mito de Sísifo), novelas (El extranjero), piezas (Calígula) escritos en francés. Sus piezas fueron llevadas a las tablas, entre otros por él mismo, y se han hecho películas a partir de sus obras, y en todos estos textos verbales y semiológicos el tópico semántico del absurdo está presente.

        Pues bien, si lo que he formulado es razonable, la competencia interpretativa resulta de la articulación de la competencia semiolingüística, textual, discursiva y semántica. Yo postulo, a título de hipótesis, un predomino de la competencia discursiva sobre las otras, de modo que ésta subordina y pone a su servicio a las competencias semiolingüística, textual y semántica. Por su parte, la competencia textual funciona como una interfaz que pone en relación la competencia semiolingüística con la competencia semántica.

        Como es de presumir que este complejo competencial no es exclusivo del intérprete, generalmente llamado enunciatario, tenemos que atribuirlo también al enunciador. Denomino, ahora sí, competencia semiótica a la articulación jerarquizada de las competencias discursiva, semiolingüística, textual y semántica, operante durante la generación y la interpretación (que es, ella también, generación) de textos concretos verbales y no verbales. Figuro esta articulación mediante el siguiente grafo:

 

2. En lo que concierne a los textos verbales, las formas poéticas tradicionales ponen de relieve de manera privilegiada esta compleja articulación, debido al carácter constrictivo de las reglas que las constituyen. Una de dichas formas, ampliamente difundida en la literatura occidental, es el soneto. He aquí el texto de uno de los dos que Borges tituló "Ajedrez":

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
Reina, torre directa y peón ladino
Sobre lo negro y blanco del camino
Buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
Del jugador gobierna su destino,
No saben que un rigor adamantino
Sujeta su albedrío y jornada.

También el jugador es prisionero
(La sentencia es de Omar) de otro tablero
De negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
De polvo y tiempo y sueño y agonías?

        La forma soneto, de origen italiano, consta de catorce versos de arte mayor, normalmente dos cuartetos y dos tercetos en endecasílabos, con rima consonante. En éste de Borges, el esquema de la rima es: ABBA ABBA CCD EED.

        Es obvio, en este poema, que la forma lingüística, constituida por una secuencia cohesiva de frases y oraciones españolas sintácticamente bien formadas, está sobredeterminada por la forma textual soneto, que le impone a la primera, de manera constrictiva, esquemas métricos, rítmicos y rímicos específicos. No puede decirse que el enunciador genera primero la forma lingüística y después la forma textual: las genera de manera concomitante, pero sobredeterminando la primera con la segunda. Igualmente de manera concomitante, el enunciador genera la forma semántica del texto, constituida por una articulación isotópica de tópicos figurativos y temáticos que le da coherencia semántica a la forma lingüística por mediación de la forma textual.

        Como tópico figurativo, Borges ha utilizado en su poema el motivo de la partida de ajedrez; como tópico temático, la relación contraria entre autonomía y heteronomía, modalizada veridictoriamente: la autonomía es ilusoria pero considerada verdadera, la heteronomía es verdadera pero secreta y, por ello, desconocida por los participantes. Las piezas creen que su hacer en el tablero es autónomo, pero no saben que son movidas por los jugadores, quienes creen que su hacer es autónomo pero ignoran que son movidos por Dios, quien posiblemente es movido a su vez por un dios detrás del cual hay otro dios detrás del cual... Sólo el enunciador sabe, y hace saber al enunciatario, lo que verdaderamente les sucede a los actores del enunciado sin saberlo (he aquí el secreto) pero creyendo saberlo (he aquí la ilusión).

        Finalmente, la forma textual soneto, que funciona como una interfaz entre la forma lingüística y la forma semántica, es una entre muchas formas pertenecientes a una forma discursiva poética. En consecuencia, al decidir llevar a cabo una enunciación discursivo-poética, el enunciador procede a elegir la forma textual que tendrá su texto, la forma lingüística que configurará su expresión y la forma semántica que configurará su contenido, prenunciando el enunciatario a quien se dirige. La enunciación del texto, que es una forma de formas, presupone en el enunciador y en el enunciatario una competencia semiótica compleja.

        De otro lado, obsérvese que la forma textual no es una forma lingüística, sino translingüística (en el sentido de Bajtín, 1979: 253-258): los primeros sonetos se escribieron en italiano; después, en las principales lenguas occidentales. Sin embargo, la forma soneto no cambia al cambiar la forma lingüística: un soneto sigue siendo soneto en italiano, español, francés, inglés, portugués... Asimismo, la forma soneto no está ligada restrictivamente a alguna forma semántica especial: todos los tópicos, tanto figurativos como temáticos, le están permitidos, como se puede comprobar fácilmente haciendo un recorrido por una antología multilingüe de sonetos.

 

Cali, I-2001

 

BIBLIOGRAFÍA

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1997 Kant y el ornitorrinco. Barcelona: Lumen, 1999.

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1991 Semiótica, marketing y comunicación. Bajo los signos, las estrategias. Barcelona: Paidós, 1993.

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1979 Introduction à l’architexte. Paris: Seuil.
1982 Palimpsestes. La littérature au second degré. Paris: Seuil (Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Madrid: Taurus, 1989)

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1979 Sémiotique. Dictionnaire raisonné de la théorie du langage I. Paris: Hachette (Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje. Madrid: Gredos, 1990).

RASTIER, François
1989 Sens et textualité. Paris: Hachette.

SERRANO OREJUELA, Eduardo
2000 «Significación y comunicación», en Semiótica Discursiva: http://www.oocities.org/semiotico, enlace Ensayos.