Diez laminas de Hermenegildo Sábat
con textos de Roy Bartholomew
Notas sobre la mitología de Buenos Aires
Una felicidad, una lenta y notoria felicidad
trabaja la noche de Buenos Aires. Hay el vals vienés, pero también
el alemán y el francés, los nobles y los sentimentales, el de
Juventino Rosas y el peruano, de gracia admirable. Podemos tener
nuestras preferencias, podemos gozar de todos por modo parejo, de
ninguna manera podemos dejar de reconocer la "personalidad" de cada
uno. En el jazz, fenómeno esencial en la música del siglo, hay el de
Nueva Orleans, pero también el de Nueva York y el de Chicago.
No podemos hablar, en cambio, del "tango de Montevideo" o del "tango
de Rosario". En el hemisferio norte como en el sur, bajo el cielo
que perfuman los cerezos en flor o en Ciudad del Cabo, a orillas del
Sena o en las pobladas alturas cordilleranas de Santiago de Chile,
el tango es Buenos Aires, dice Buenos Aires, suena Buenos Aires, sin
que importen la nacionalidad del que lo componga, interprete,
escuche o silbe, ni el tema de su letra, si es que la tiene. No hay
ciudad en el mundo que goce de privilegio igual ni exclusividad tan
absorbente. Un fenómeno cultural de singulares características:
personas tengo conocidas un español de México, un libanés de
Arequipa, un armenio de Teherán, un africano de Madrid, que, a
través del tango, "saben" su Buenos Aires, y no lo saben mal, porque
algo del espíritu de la ciudad han atrapado.
En cambio, la rica música brasileña que todos reconocen y a todos
seduce, no logra esa identificación ciudadana, sino la nacional: el
samba es música del Brasil, se afirma, confundiendo una delgada zona
costera con un país inabarcable. Nadie dice "el tango de la
Argentina", todos dicen "el tango de Buenos Aires", canción de
Buenos Aires. Aparte de los innumerables autores de tango que
provienen del interior del país -Entre Ríos podría reclamar
procerato-, el aporte montevideano, como en tantos otros aspectos de
la vida espiritual Argentina, es generoso. No se requiere el
tutelaje de don Marcelino para insistir en la unidad rioplatense, y
siempre me han parecido nimias las supuestas o reales diferencias de
matiz, entre ellas la nada significativa del tuteo y el voseo,
orillas de un mismo río divergentes sólo en el mapa. ¿De qué lado
quedan ciertos cuadros de Figari, tales cuentos de Borges,
determinados sonetos de Lugones o de Herrera y Reissig, la
inteligencia de Pettoruti, la de Torres García. Por lo demás, nadie
ignora que personas de la noche porteña llegaron de Brasil, de
Francia, de Nápoles, de Sicilia, para enriquecerla o glosarla,
adhiriendo a su sustantividad.
La explicación no está en la pródiga corriente
inmigratorio de hace más de medio siglo sino en la intimidad
aglutinante de una ciudad de vida múltiple, cuyo crecimiento es de
dentro hacia fuera, no por acumulación receptiva; a la manera del
árbol que recibe gozoso la lluvia porque sabe que el beneficio le
subirá desde las raíces. Buenos Aires: dos palabras que son una;
para muchos, esa palabra es "tango". Dejémoslo así.
(Nada digo del negro spiritual. Digno del rostro de Dios, vasto como
la potencia de la fe, también alude a una región más que a una
ciudad; o, si se quiere -uso el término con desagrado, porque nada
explica y mucho confunde, a una raza.)
Oculto el tinglado, bajas las luces, lejana la mirada, impostado el
aire, demos paso a la tristeza de calle Corrientes, encendamos un
hilo de gas en cualquier farol de un arrabal refutable; o,
inversamente, libres de nostalgias superfluas, aceptemos los días
que corren, de computadoras y estabilizadores. Como sea: Aníbal
Troilo, angelote mayor de la mitología porteña, gordo piramidal de
la noche "bajo la Cruz del Sur".
Arte de adivinación creadora, pulso que se afirmó y afinó hasta dar
la impresión de lo inmodificable aunque sucesivo de sí y en sí, un
fuelle comprado por pocos pesos se transformó, de rezongo en rezongo,
en objeto legendario. Los ritos tienen sus leyes y no es la menos
alarmante la que pretende imponernos veneraciones pueriles. ¿No se
detiene el viajero ante la ballesta de Carlos V que se exhibe en el
alcázar de Segovia?
Así, el bandoneón de Troilo, ahora en manos colegas, posiblemente
termine, para pasmo de las generaciones, en el Museo de la Ciudad.
El registro magnetofónico asegurará una consideración justa.
Para carta de ciudadanía tanguera, de creador de tangos, vivir,
haber vivido en Buenos Aires.
Cualquiera sea nuestra estima del tango, fuerza es reconocer la
coherencia de su mundo así como su exigencia "iniciática". Cuando
Igor Stravinsky, año de 1917, junto al lago de Lausana, convino con
su amigo Ernest Ansermet en la oportunidad de incluir Tango en
Historia del soldado (la primera obra donde queda enterrado todo
vestigio wagneriano, al decir de Juan Carlos Paz), posiblemente
tenía una imagen parisina del tango, pero lo que escribió entronca en
Albéniz. Durante su última visita a Buenos Aires, en 1960, atento al
compás de dos por cuatro, sentenció: no hay salida.
Ocho años antes, también en Buenos Aires y por las mismas razones,
otro Igor, el gran director Markievich, llegó a idéntica conclusión.
Entre nosotros, la oposición es enconada: el tango no debe salir de
lo suyo, el tango puede y debe acceder a tratamiento culto, de
conjunto de cámara o de orquesta sinfónica. La verdad, experiencias
cumplidas permiten enrolarse en uno y otro bando. Troilo no desdeñó
cierta ambición en el tratamiento orquestas, pero atinó a quedarse
en Troilo. No se limitó en añoranzas ni pretendió futuros: vivió el
paso de sus días y sus noches, seguro de sí. Formó distintos
conjuntos orquestales, tuvo colaboradores de muy distinta pluma, fue
siempre Troilo, decantándose. Un gran músico de la música porteña.
Sur, nacido de la letra de Homero Manzi, es tango que enriqueció a
la ciudad.
4 - El lápiz cotidiano e
incisivo de Hermenegildo Sábat cala en el revés de la trama, trae a
superficie versiones ocultas del rostro interior, sabe ver lo que
otros no ven. Permítaseme una referencia personal: hace algunos años
llevé un cuento a Clarin y el director del suplemento cultural,
Albino Gómez, me pidió una fotografía. Semanas después, un jueves
entre los jueves, me encontré con el cuento y una caricatura, quiero
decir, con una radiografía de Sábat, poco menos que a toda página.
Quedé desconcertado: ese dibujo miraba el mundo como yo miraba
entonces el mundo, tras una experiencia con la adversidad y la
muerte. La fotografía (una simple -foto de carnet, tomada ese mismo
año) no reflejaba, no obstante el colodión, tanta veracidad interior
como supo hacerlo el lápiz del agudo uruguayo. Nos conocimos muchos
meses después.
Uno tras otro pasan a su grafito personas y personajes. Cientos,
miles. A quienes les reconoce talento, o algo más (digamos, genio),
les pone alas. Si no me equivoco, Troilo las calzó siempre en Sábat.
Los enfoques van desde lo despiadado hasta la ternura, reflejan las
simpatías y diferencias, dan idea de diversas categorías de desván.
Las diez láminas que se reúnen en este álbum son "Troilo diez veces
Troilo" por "Sábat diez veces Sábat"
Manchas a tinta con líneas y esfumaturas, resumen un homenaje que
Hermenegildo viene realizando desde largo tiempo y que está disperso
aquí y allá, en blanco y negro y a color.
Troilo con Gardel, Troilo desgranando su tango en pájaros, alas y
hojas, Troilo con Manzi y Discépolo, Troilo abrazando a. - Troilo
con Troilo (tema de "el otro" en el tiempo), Troilo con la fama o la
noche en forma de mujer desnuda, sentada a sus rodillas, Troilo con
otra forma, mitad angélica, mitad mujer, mitad pájaro o ilusión,
apretando los dientes en una sonrisa no precisamente angélica,
Troilo fatigado, estragado por excesos, los ojos con resaca y el
cuerpo en abandono, Troilo monumento nacional, tal vez en Palermo,
buda distante e inmóvil, Troilo ya sin alas pe -o en el cielo, con
aureola en el celeste de la eternidad, que sus amigos, seguro, no
han de escatimarle.
Así este álbum se agrega a esa lenta y notoria felicidad que trabaja
la noche de Buenos Aires.
Roy Bartholomew
Esta Edición
Unamuno repetía que su método preferido era el de la pasión. Pocas
cosas se consiguen sin ella. Y creo que bien podría aplicarse el
elogio de dicho método al homenaje que Hermenegildo Sábat realiza a
Aníbal Troilo y a la afortunada circunstancia que lo rodeó, es decir,
el aporte de otros hombres de pasión: los amigos de la Sociedad de
Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines. Durante una
conversación que mantuve con Sábat para ultimar los detalles de una
exposición de sus obras en los salones de SDDRA, me mostró algunos
de los dibujos que ahora integran esta serie y me confió su
intención de reunirlos en una carpeta. Los directivos de SDDRA, a
quienes transmití la idea, se sintieron identificados de inmediato
con el proyecto de edición. Aníbal Troilo había estado siempre muy
cerca de ellos, y en esta casa tuvo entrañables amigos. Así se
concretó Dogor, un álbum que por su riqueza y calidad de
presentación, constituye un testimonio que será grato a los
interesados en el arte y la vida de una de las grandes figuras que
enriquecieron a esta ciudad. Se agregan las Notas sobre la mitología
de Buenos Aires, que Roy Bartholomew escribió especialmente.
Dogor da culminación a un año -1979- de actividades culturales en la
Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines: exposición
de grabadores argentinos, mes de deporte, mes de las letras (homenaje
a Jorge Luis Borges en sus ochenta años), mes de las artes plásticas,
el mundo de Oski, mes de la música en la ciudad, exposición de
Hermenegildo Sábat. Dos diarios porteños dieron su apoyo y
colaboración: La Razón al mes de las letras, y Clarín al de la
música en la ciudad. Además, se editó en agosto Las cuatro
estaciones de Goya, de Julio Payró.
Roberto Alifano
Este álbum, Dogor,
diez dibujos de Hermenegildo Sábat, con un texto de Roy Bartholomew
y una justificación de Roberto Alifano, fue editada por la SDDRA. (
Sindicato de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines) se
termino de imprimir el 10 de diciembre de 1978, en los Talleres
Gráficos Publigraf, Matorras 353, Buenos Aires, Se editaron
quinientos ejemplares.
El ejemplar aquí mostrado fue firmado y regalado por Hermenegildo
Sabat y Raoy Bartholomew a Eduardo Marino, (desaparecido por la
dictadura militar argentina en el año 1977).
El Dogor que esta en
mi poder me fue regalado por Ariel Marino, hijo de Eduardo Marino.
Con Roberto Alifano
compartí la administración artística de la Galería de Arte Aleph en
el Barrio de Belgrano, en los años 1976 y 1977.
Miguel Angel Diel
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