Caribeñismo /
canibalismo: la vuelta de la esquina y la narrativa breve en un libro
Mario R. Cancel
Recinto Universitario de Mayagüez
Marilyn Bobes, Pedro Antonio Valdez y Carlos Roberto
Gómez Beras han tenido la difícil responsabilidad de antologar estos
polifónicos textos. Cuando el lector se enfrenta a este tipo de muestra
colectiva, lo esencial es buscar las consonancias y las disonancias entre los
discursos múltiples de los autores. La tarea no es sencilla, pero vale la pena
intentarlo.
Varios elementos saltan a la vista de una lectura
cuidadosa de estos relatos. El lector se dará cuenta de inmediato de carácter
eminentemente urbano de las tensiones que reflejan. La etnicidad está fuera de
la discusión. La caribeñidad ha sido tomada por asalto y es asunto
resuelto. Sin caer en los abarrocamientos de cierta narrativa de la
magicalidad, tan sintomática de otro momento de la literatura hispanocaribeña,
estos narradores llevan la palabra escrita dentro de las rutas de una oralidad
transparente.
En los cuentos la aproximación monologada predomina. El
monólogo termina siendo una afirmación de la soledad radical. Es como si los
personajes se hubiesen quedado sin interlocutor y se viesen en la necesidad de
"insiliarse"para construir "estos no son gente que busca ni
descubre- respuestas probables. Si bien la tendencia es patente en la voces
dominicanas y cubanas, pienso en los textos profundamente reveladores de Pastor
de Moya y Aida Bahr como modelos; la muestra puertorriqueña no está carente de
ello. En el relato de Daniel Nina "Down in the lower deck", Charlie
se convierte en el centro emisor que todo lo enjuicia mientras todo
automáticamente lo victimiza.
En ese juego de la voz sola, los silencios, las soledades, cierta
voluntad de huir se hace evidente. Y en el caso del relato de José
"Pepe" Liboy, es obvio cuando el personaje en su monólogo interior
insiste: "Era martes y estaba escapando, eso lo notaba todo el
mundo". Esta no es una huida cobarde. Se trata de la única salida ante una
realidad que no deja de ser mucho más fuerte que el personaje. La huida es una
forma de la supervivencia y una forma de la conspiración.
La pregunta es de qué se huye, qué cosas tratan de
evadir estos personajes. Y las respuestas son tan variadas como las voces. En
ocasiones, en muchas ocasiones, se evade el rutinarismo de un orden ritualizado
por el capital y la racionalización: el personaje femenino de "Hansel y
Gretel" de Máximo Vega con sus sorpresivos afanes necrofílicos es un
ejemplo. En otras se intenta quebrar un orden vital que no se desea porque
nadie podría ajustarse al mismo. Ese es el caso de "Ni la muerte lo
quería" de Miguel Ángel Gómez; y de ciertos personajes de "Los
malvados" de Santiago Gutiérrez-Campo especialmente el del joven que
observa el espectáculo de Hog dejándose golpear por dinero.
Esa realidad, dura como una espina, produce personajes
compulsivos. La figura del escritor, en el relato de Luis Martín Gómez titulado
"Ninguna huella" quien pretende borrar toda señal de poesía con su
piromanía es un buen ejemplo. Este es un ser sicológicamente enfermo de una
personalidad quebradiza que no puede tolerar la realidad del olvido de todos.
En "El señor de los relojes" de Rafael García Romero, el proceso es
doble. Si endeble es el personaje del observador, otro homúnculo de poeta, nada
le envidia el coleccionista de relojes, el Cronos que ha inventado dentro de su
habitación de manecillas. Olvidado de que el tiempo no es el reloj que lo marca
sino otra cosa ficticia, estalla la crisis cuando la máquina de hacer tic tac
cae al suelo.
Una natural resistencia al orden y a toda estructura
temporal es la que marca a los protagonistas de Liboy y Nina y la que, de un
modo u de otro, caracteriza muchos de los personajes que pululan por este libro
manufacturado a la medida de los olvidos y las transgresiones. Yo me temo que
las circunstancias en que se han ido construyendo estos relatos, las décadas de
1980 en adelante, han marcado de una manera definitiva la narrativa antillana
del mismo modo que ya lo habían hecho con su poesía.
La mirada que se echa sobre el tiempo parece producto de
una pesadilla. El retorno ritual -impuesto sobre una cotidianidad horrorosa- se
manifiesta como una mácula. Parece que la idea de que siempre se encuentra el
ser humano en el mismo lugar, condenado a dar vuelta sobre su propio eje,
se hubiese impuesto en la preocupación de estos cuenteros. En Ángela López
Borrero, la temática de "Dios con nosotros" le permite jugar con la
idea del sexo ritual -sexo mágico con la divinidad lúdica o humana
masturbación- ante el mito de Abram y Agar. En "Love story" de Abel
Prieto, barrio y derrota -entendida como pérdida del poder- dentro de una
sociedad jerárquica fuerzan la vuelta al origen. Leonardo Padura traduce una
cotidianidad poco común en "La muerte feliz de Alborada Almanza"para
darle el matiz de liberación y sublimidad erótica a ese viaje último. El mulato
y el aroma del café que ofrece el cielo, casi cielo coránico, justifica el
desprendimiento de una materialidad lastimosa.
Una sensación de náusea se siente detrás de buena parte
de estos relatos. En "Dedos en forma de cáliz de flor"de Eduardo
Pérez Chang, la alusión al mito de Jacob, al mundo del sueño y al asco
predomina. Lo mismo puede decirse de la historia de Julio Adames, "Unos gatos
empujan la pared". Aquí necesidad y desmoronamiento moral van de la mano.
El anuncio es concreto desde la embocadura cuando el autor sostiene: "Tal
parece que todo está podrido, muerto, sucio de sombra". No hay
transparencia en aquel mundo donde el simbólico bestialismo y el mundo ficticio
de la pornografía se entrelazan.
L@s nuev@s caníbales es un panorama excepcional de la cuentística caribeña
reciente. Estos autores de las Antillas hispanas apalabrados sin saberlo,
demuestran que la semilla de una literatura nueva ha germinado,
definitivamente, en la Islas.