De Rodríguez Juliá a Daniel Torres: dos textos porno-eróticos
Prof.
Mario R. Cancel
Recinto
Universitario de Mayagüez-U.P.R.
Dos textos fronterizos sería, tal vez, la mejor
manera de definir la Cámara secreta
(1994) de Edgardo Rodríguez Juliá y Cabronerías
o Historias de tres cuerpos (1995) de Daniel Torres. Fronterizos entre dos
mundos que han sido tabú en las letras insulares a pesar de todo el interés que
despiertan en las tertulias cerradas. Erotismo, pornografía, homosexismo,
trípticos amatorios, el mundo de las meretrices y los alcahuetes,
exhibicionismo, qué sé yo. Estos libros representan una particular parodia de
la frágil moral de una sociedad y de un país que tiene, necesariamente, que
mirarse en el espejo de sus historias para inventar ese proceso de
autocomprensión al cual, al parecer, no ha arribado a pesar de todos los discursos dispares que se ha
dictado. Es el fin de siglo y la palabra escrita trata de romper otra de sus
limitaciones: la que impone la desnudez.
El hecho de que el primero haya visto la luz pública
en Caracas, bajo el sello Monte Ávila, y el segundo en San Juan de
Puerto Rico, con la editorial Isla Negra, es demostrativo de que la
literatura puertorriqueña cambia aceleradamente. El silencio respecto a las dos
colecciones de relatos deja demostrado, por otro lado, que todavía hay mucho
que hacer en este territorio de la palabra impresa.
Emparentados por la temática, los énfasis de ambos
libros difieren. Por un lado Rodríguez Juliá pone todo su empeño en la
dilucidación de un heterosexismo mágicamente dibujado a través de las figuras
de Carmen, Teresa y Mónica, tiñéndolo de un obsceno espíritu caribeñista a fin
de confrontar al lector con toda la realidad de las falsas moralidades que se
ha creado la mentalidad occidental. El texto parte de una premisa inventada desde afuera. La hipersexualidad
caribeña fue hija pródiga de los devaneos paradisíacos de los conquistadores
europeos que no comprendían la desnudez de la naturaleza americana.
Daniel Torres trabaja cuidadosa y a veces
violentamente una realidad totalmente sorprendente. En Cabronerías... el homosexismo se reitera como el eje de cada uno de
los relatos. Una condición histórico-social radicalmente opuesta a la de los
años cincuenta, y una tradición crítica que ha encontrado en Juan Gelpí y
Dionisio Cañas verdaderos modelos libertadores, hacen posible un libro de la
factura del de Torres.
Cámara secreta es un complejo conjunto de textos a través de los
cuales Rodríguez Juliá, en la misma medida en que recorre la historia de la
fotografía desde su popularización a partir del año 1888, redescubre la
intrahistoria de la fotografía erótica. El universo del daguerrotipo, sin
embargo, apenas se insinúa. Rodríguez Juliá quiere sembrarnos en un momento
particular de la historia europea. La impresión que nos deja este libro es una
que se había recuperado mediante la revisión de los procesos históricos
finiseculares: la fotografía es una de las grandes marcas de la modernidad
madura que, incluso, está tomando conciencia de que llega a sus propios
límites.
En cierta medida el perfeccionamiento de la
fotografía puede explicar muchas de las rupturas que se ofrecen dentro del
conjunto de las artes plásticas de una Europa una vez agotados los cánones que
su misma tradición le había impuesto. Por eso no resulta sorprendente que un
envejecido Emilio Zolá sea una de las primeras figuras que se enamore del
género fotográfico tan fatalmente como se enamoró de su Jeanne Rozerot.
Cámara secreta está selectivamente ilustrado con toda una serie de
imágenes que hablan su propia historia y callan también algún severo secreto.
Lo que yo me pregunto es por qué Tina Modotti me resulta tan tierna en una
desnudez que se supone despierte en mi la promesa de la “inmortalidad erótica”.
Texto y pretexto erótico hacen en este libro el perfecto juego que, sin perder
la personalidad caribeña, demuestra la capacidad del autor para aproximarse a
uno de los temas humanos por excelencia: la sexualidad.
Daniel Torres depende, por su parte de otro tipo de
ilustración o pretexto para despertar sensaciones extrañas a la mayoría de los
lectores. La lectura del dibujo-relato tipo comic comercial, atrevidos y
sugerentes trabajos de Javier Rosas, sintetizan el episodio que el autor
trabaja en detalle de inmediato. Con un lenguaje cercano al del noticiario de
medianoche con su lenguaje gráfico y sin eufemismos, el relato aparece con
todas sus sorpresas. Tres cuerpos ¿vacíos? van entretejiendo sus traiciones
como las tres meretrices de Rodríguez Juliá abonan las suyas. De hecho,
imaginar estos relatos desde la posición del homosexista puede representar un
problema para el lector tradicional.
Isla Negra editores ha publicado en su
colección “El cuerpo sin delito” un verdadero manifiesto político del
homosexismo en la postmodernidad. Si la crisis de los grandes motivos y relatos
es uno de los rasgos de los tiempos nuevos, esta colección puede servir de
vehículo para aclarar uno de los asuntos más controversiales de Occidente en
todos los tiempos: la libertad sexual. La imagen que se retiene del mundo
homosexista es aparatosa. A fin de cuentas todos los relatos están armados
sobre el aparato de la traición y el triángulo o, como se diría vulgarmente,
sobre el principio de la cabronería. Pero la traición amorosa ha roto aquí los esquemas
machistas típicos del Heptamerón de
Margarita de Valois o del Decamerón
de Giovanni Bocaccio para ofrecer una perspectiva no trabajada en Puerto Rico:
el de la transgresión del sexismo socialmente aceptado.
Ambos autores tocan estos temas con una libertad
lingüística sorprendente. El discurso corriente, la palabra usual de la salsa
de los años ochenta, la virtual “mala palabra” con todos los contenidos y la
riqueza que le hemos dado a través de los tiempos, concurre con una estructura
sencilla dándonos un producto de fácil lectura en donde la complejidad reside
en el hecho de que no es asunto de todos los días enfrentarse a la discusión de
estos fenómenos tan habituales. La pregunta que me hago después de leer estos
dos libros es hasta cuándo se continuará evadiendo la responsabilidad que tiene
la academia con esta producción literaria que intenta enfrentarse y enfrentar
al lector con libertad con aquello que Michel Foucault identificaba como su
mayor “prohibición.”
Daniel Torres y Edgardo Rodríguez Juliá siembran una
semilla en un territorio tabú. Sólo espero que fructifique por el bien de la
literatura nacional puertorriqueña.