Comunicado de Mons. Bernard Fellay  sobre

 “La Jornada de Oración Interreligiosa

de Asís del 24 de enero de 2002”

                              

 El Papa Juan Pablo II convoca a las grandes religiones del mundo y en particular a los musulmanes a una gran reunión de oración en Asís, dentro del espíritu de la primera reunión que se realizó allí en 1986 por la paz. Este hecho provoca nuestra profunda indignación y nuestra reprobación.

Porque esto ofende a Dios en su primer mandamiento.

Porque esto niega la unicidad de la Iglesia y su misión salvadora.

Porque esto conduce a los fieles directamente al error del indiferentismo.

Porque esto engaña a los desgraciados fieles y a los adeptos de otras religiones.

El problema no proviene del objeto de la oración, la paz. Rezar por la paz por un lado, y procurar por otro establecer y reafirmar la paz entre los pueblos y las naciones es algo bueno. La liturgia católica está llena de hermosas oraciones por la paz. Y de todo corazón las hacemos nuestras. Además, habiendo anunciado los ángeles al nacer Nuestro Señor Jesucristo la paz para los hombres de buena voluntad, es muy conveniente invitar a los fieles a implorar del verdadero Dios un bien tan grande en esta época del año.

La razón de nuestra indignación proviene de la confusión, del escándalo, de la blasfemia ligada a la invitación hecha a otras religiones por el Vicario de Nuestro Señor Jesucristo, único mediador establecido entre Dios y los hombres, a venir a rezar a Asís para obtener la paz. 

Se ha afirmado que para evitar todo sincretismo no rezarían “juntos”, sino que cada religión rezará en salas distintas del convento franciscano de la ciudad de Asís. El Cardenal Kasper incluso afirmó con toda razón que “los cristianos no pueden rezar con los miembros de otras religiones” (Osservatore Romano, 5 de enero de 2002). Pero esto no basta para disipar el horrible malestar y la confusión; porque serán toda clase de religiones las que rezarán “cada uno por su lado” para obtener mediante estas oraciones pronunciadas al mismo tiempo desde lugares diferentes un mismo objeto: la paz. El hecho de que todas hayan sido invitadas a la misma ciudad a rezar al mismo tiempo con un mismo fin muestra claramente una voluntad de unidad, el hecho de tener que separarse muestra sin embargo la contradicción y la imposiblidad del proyecto. La distinción es facticia en este caso, aunque impide, gracias a Dios, una “communicatio in sacris” directa. No obstante, el carácter sincrético de la operación no pasa inadvertido para nadie. Se llega, mediante palabras engañosas, a negar lo que es una verdad a gritos: iremos a Asís no para rezar juntos, iremos juntos a rezar... nada de sincretismo... etc.

Una cosa es el establecimiento de la paz civil (política) entre las naciones por medio del progreso, de las negociaciones, de las medidas diplomáticas con intervención de personas influyentes de las diversas naciones y religiones, otra cosa es la pretensión de obtener de Dios el bien de la paz mediante la oración de todas las (falsas) religiones. Esta iniciativa golpea de lleno la fe católica y el primer mandamiento.

Porque no se trata aquí de la oración individual, del hombre en su relación personal con Dios, ya como creador, ya como santificador, sino de la oración de diversas religiones en tanto tales, con su propio rito dirigido a su divinidad propia. Y la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, nos enseña que Dios sólo halla agradable la oración de Aquel que Él ha establecido como único mediador entre Él y los hombres, y que esta oración sólo se encuentra en la verdadera religión. A las otras, en particular a la idolatría, summum de todas las supersticiones, las abomina. 

¿Cómo pretender, por otro lado, que religiones que ignoran al verdadero Dios, obtengan de Él alguna cosa? San Pablo nos asegura que estos falsos dioses son ángeles caídos. “Lo que sacrifican los gentiles, a los demonios y no a Dios lo sacrifican. Y no quiero yo que vosotros tengáis parte con los demonios. No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No podéis tener parte en la mesa del Señor y en la mesa de los demonios.” (1 Co 10, 20-21)

Invitar a estas religiones a rezar, es invitarlas a realizar un acto que Dios reprueba, que condena en el primer mandamiento: a un solo Dios adorarás. Es inducir en error a los adeptos de estas religiones y confortarlos en su ignorancia y su desgracia.

Más grave aún: esta invitación hace creer que su oración podría ser útil, hasta necesaria para obtener la paz. El Dios Todopoderoso también ha expresado, mediante la boca de su Apóstol San Pablo, lo que piensa de ello: “No os unáis en yunta desigual con los infieles. ¿Qué consorcio hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué comunidad entre la luz y las tinieblas? ¿Qué concordia entre Cristo y Belial? ¿Qué parte del creyente con el infiel? ¿Qué concierto entre el templo de Dios y los ídolos?” (2 Co 6, 14-16)

“Nunca tendremos la clave de la lucha entre los buenos y los malos a través de los sucesos de la historia, mientras no la refiramos a la lucha personal e irreductible por siempre jamás entre Satanás y Jesucristo”, escribía muy acertadamente Monseñor Lefebvre.  (Itinirario espiritual, Tradifussion, Bulle, 1991, p.54). Esta verdad fundamental acerca de la guerra y de la paz parece haberse olvidado por completo en la perspectiva del espíritu de Asís. 

En cierto momento del día, todos se hallarán reunidos. ¿Cuándo resonará en los oídos de los participantes el llamado del primer Papa, San Pedro: “Ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo por el cual podamos ser salvos”? (Act 4, 12). El mismo Jesucristo único Salvador es también el único pacificador. Pero, ¿alguien se atreverá a recordar estas verdades elementales a los huéspedes ajenos al cristianismo? El temor a ofenderlos hará omitir o reducir a una simple fe subjetiva (“para nosotros cristianos, Jesucristo es Dios”, etc.) esta necesidad absoluta de la verdadera paz.

Acabamos de decirlo:

No solamente hay un único verdadero Dios, y “son inexcusables los que lo ignoran” (Rom 1, 20), sino que también hay un solo mediador (1 Tim 2, 5), un solo embajador acreditado ante Dios, y que intercede sin cesar por nosotros (Heb 7, 25). Las religiones que rechazan Su divinidad explícitamente, como el judaísmo y el islam, están destinadas a fracasar en sus pedidos a causa de un error tan fundamental. “¿Quién es el mentiroso, sino aquel que niega que Jesús es el Cristo? ¡Ése es el Anticristo! Niega al Padre y al Hijo. Quien niega al Hijo no posee tampoco al Padre.”

Pese a las apariencias monoteístas, no tenemos el mismo Dios, no tenemos el mismo mediador. Y solo la Esposa mística de Cristo (Ef 5, 32) tiene las prerrogativas para obtener de Dios, en el nombre y por Nuestro Señor Jesucristo, todo bien y en particular el bien de la paz. Esa es la fe de la Iglesia, enseñada y creída en todas las edades y en todos los tiempos. No se trata de ninguna manera de una cuestión de intolerancia o de desprecio hacia el prójimo, se trata del rigor de la verdad. “Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14, 6)

Realizar actos y hacer realizar actos que ya no expresan esto, es engañar. Es ofender a Dios, a Aquel en quien ha puesto todas sus complacencias (Mc 9,7), Nuestro Señor Jesucristo, y a Su Iglesia santa (Mt. 16,18).

¿Cómo podrían aquellos que rechazan esta mediación, como los judíos y los musulmanes lo hacen explícitamente negando su divinidad, ser complacidos en sus pedidos? Y lo mismo hay que decir sobre los que niegan esta función mediadora a la Iglesia.

En varias ocasiones la jornada de Asís fue justificada por Juan Pablo II.

Un argumento proviene justamente de la oración. “Toda oración auténtica proviene del Espíritu Santo que habita misteriosamente en cada alma”. Mientras se conceda un sentido auténtico a la palabra “auténtica”, se puede admitir la primera parte de la frase. Pero es evidente entonces que no podemos llamar “auténtica” la oración del budista ante el ídolo de Buda, ni la del brujo fumando la pipa de la paz o de la amnistía.

Sólo es auténtica la verdadera oración dirigida al verdadero Dios. Es un abuso calificar de auténtica la oración dirigida a un demonio. Y la oración del terrorista fanático antes de estrellarse contra la torre de Manhattan: “Alá es grande”, ¿también debe ser declarada auténtica? ¿Acaso no estaba convencido de obrar bien? ¿No era sincero? Es evidente que la visión puramente subjetiva no basta para que una oración se vuelva auténtica.

En cuanto a la segunda parte de la oración: “el Espíritu Santo habita misteriosamente en cada alma”, o en todo hombre, es ciertamente falsa. La palabra “misteriosamente” puede ser engañosa: en la teología católica, como en la Sagrada Escritura, la inhabitación del Espiritu Santo está directamente ligada a la recepción de la gracia santificante. Una de las primeras palabras del bautismo intima la orden al demonio de abandonar el alma para dejar el lugar al Espíritu Santo. Eso indica claramente que el Espíritu Santo no habitaba en esa alma.

Una falsa proposición es por lo tanto la justificación de la jornada interreligiosa de Asís.

En la línea del diálogo, que intima mirar al interlocutor muy positivamente, se pregona que hay muchas cosas buenas en las otras religiones y que, visto y considerando que el bien sólo puede proceder de Dios, Dios actúa en las otras religiones. Es un sofisma que se apoya en la no-distinción entre el orden natural y el orden sobrenatural. Porque es evidente que cuando se habla de una acción de Dios en una religión, se entiende una obra de salvación. Es decir Dios que salva mediante su gracia. Su gracia sobrenatural. Cuando en realidad, el bien del cual se hace mención en las otras religiones (al menos no cristianas), no es más que un bien natural; Dios actúa en tanto creador que da el ser a todas las cosas, y no en tanto salvador. La voluntad del Concilio Vaticano II de superar la distinción entre el orden de la gracia y el orden natural da aquí sus frutos más desastrosos. Se arriba a la peor de las confusiones, la que hace pensar que cualquier religión puede obtener finalmente de Dios los más grandes bienes. Es un inmenso engaño, un error grotesco.

Coincide con el plan masónico que pretende establecer un gran templo de fraternidad universal por encima de las religiones y de las creencias, “la unidad en la diversidad” tan apreciada por la New Age y el mundialismo. “Nuestro interconfesionalismo nos valió la excomunión recibida en 1738 de Clemente XI. Pero la Iglesia estaba seguramente en el error, si es verdad que el 27 de octubre de 1986 el actual Pontífice ha reunido en Asís a hombres de todas las confesiones religiosas para rezar juntos por la paz. ¿Qué otra cosa buscaban nuestros hermanos cuando se reunían en los templos, sino el amor entre los hombres, la tolerancia, la solidaridad, la defensa de la dignidad de la persona humana, considerándose iguales, por encima de los credos políticos, de los credos religiosos y de los colores de piel? (El Gran Maestre Armando Corona, de la Gran Logia del Equinoccio de Primavera, Hiram - órgano del Gran Oriente de Italia - Abril 1987)

Una cosa es segura: no hay más adecuado para provocar la cólera de Dios.

Es por lo que, pese a desear ardientemente la paz del Señor, no tendremos parte alguna en esta jornada del 24 de enero en Asís. Nullam Partem.

+Mons. Bernard Fellay 

             22 de enero de 2002