Diego Martínez Lora(*):
Susana y yo
En
este preciso momento Susana, mi hija, está saliendo de la ducha. No está, como
sería obvio, desnuda. Le dio un arranque de locura y se metió en la ducha con
ropa y todo, zapatos, sombrero, reloj, cartera y hasta portafolio. Yo no he
querido contrariarla y le he dicho en tono de broma, que caramba, que el agua
ha debido de estar realmente fría, para haber tenido que bañarse vestida. La he
dejado mojándose. Alguna necesidad tendrá para hacerlo. Me he ido a mi cuarto
cerrando la puerta con llave. Claro, que estoy muy ansioso por saber qué es lo
que le ha pasado a Susana para comportarse de ese modo o qué es lo que le
estará pasando por la cabeza ahora mismo, pero no he hecho el escándalo que
debería haber armado para imponer la autoridad. No sé qué hacer, con mi mujer
casi ni nos hablamos, no sé si echarme a leer el periódico de hoy o dormir
hasta que sea la hora de cenar e irremediablemente todos nos tengamos que ver,
salvo que Susana quisiera cenar en su cuarto o no cenar, por último. Debe de
estar furibunda porque yo no le he dicho nada, porque no le he prestado
atención, porque he ignorado su actitud extrema. Me gustaría saber, claro, es
obvio, soy su padre, pero no quisiera preguntarle ni forzar nada para poder
enterarme del por qué se ha metido en la ducha vestida y sin importarle en
mojar hasta sus propios documentos y posibles billetes que llevara en sus
bolsillos. No tengo la conciencia muy limpia, que digamos. Si ella me
preguntase por mis andanzas callejeras, no sé si le pudiera responder. No le
voy a interrogar absolutamente nada, si es que ella misma no comienza con la
historia de su problema, no insistiré. Ahora voy a dormir. Estoy cansado. No
quiero pensar más. Me duele un poco la cabeza. La vida podría ser un poco más
fácil. No sé en que lío me he metido. Me saco los anteojos y me meto debajo de
la colcha. Hace frío, mis manos están heladas, mis pies. Me saco los zapatos. Mis
medias huelen mal. Me adormezco más rápido.
Así
mojada, Susana, todavía se ha sentado a la mesa y está tomando su sopa como si
nada hubiera ocurrido. Tengo mucho hambre, ha dicho y practicamente se ha
comido todos los panes, siete u ocho. Nosotros la miramos sin decirle nada. Mi
mujer ya sospecha hace tiempo de mí. Tampoco se atreve a preguntarme nada. Yo
también creo que ella tiene un caso con uno de sus colegas. Sin embargo no
dejamos de mirar sorprendidos a Susana. Cuando ella levanta la cara, nosotros
miramos nuestro propio plato de sopa, que nos sabe un poco desabrido o
insípido, difícil de tragar. Un estornudo suyo nos ha hecho reaccionar
súbitamente, mi mujer y yo hemos corrido junto a Susana y no sólo para abrazarla,
sino para llevarla a su cuarto y cambiarle de ropa y secarla.
Nadie
habla. Le damos una bata para que se ponga y yo le seco el pelo con la secadora
de mano. Mi mujer ha comenzado a llorar y a resondrarla suavemente por la
locura de haberse mojado. Yo no puedo evitar que se me salgan las lágrimas. Respiro
profundo y salgo de su cuarto.
Susana
no ha parado de llorar, pero no por eso ha dejado de comer un pan tras de otro.
(***)
Susana
ha engordado en las últimas semanas unos diez quilos. No está obesa, pero ya le
falta poco. Come y come, aunque nosotros le hemos quitado el pan en el
almuerzo. De nada vale, ella en la calle come pasteles y todo tipo de
chocolates y de helados. Le han salido unos granos purulentos en la cara y en
la espalda.
Desde
que se metió con ropa en la ducha ya no nos habló nunca más como antes. No nos
cuenta nada. No sabemos nada acerca de ella. Se encierra en su cuarto y escucha
música de la radio. Tampoco me he atrevido a entrar a su cuarto cuando ella
está ausente para investigar en qué anda metida. tal vez en alguna carta, o
algún apunte que haya escrito, una idea, un pensamiento. Ella solía hacerlo.
Hoy
Susana desapareció bastante temprano y no ha vuelto a dormir. Muy tarde nos ha
llamado por teléfono y nos ha dicho que se ha quedado a dormir en la casa
de una amiga que nosotros no conocemos, que no nos preocupemos.
(***)
A
partir del día siguiente que no durmiera en casa, volvió muy locuaz y habla de
su amiga en la hora de la cena. La ama dice y lo repite.
(***)
Una
tarde conocimos a su amiga. Se llama Verónica. Es horrible. Parece un hombre. Fuma
y bebe como un adulto y no nos gusta nada su modo de hablar ni de vestir.
(***)
Las
apariencias engañan. Es una chica muy dulce. Tiene un enamorado del cual hablan
todo el día. Se llama Guido. Si hacemos un poco de memoria este chico resulta
ser el el hijo de una antigua amiga nuestra. Respiramos aliviados.
Ahora
Susana está haciendo una dieta estricta. Ya en dos semanas ha bajado 8 quilos. Recuperó
su figura anterior. Habla mucho por teléfono con un muchacho que tiene el mismo
nombre que el enamorado de su amiga Verónica. Lo invita a casa y nos pide que
los dejemos solos. Nosotros, cada uno por su lado, nos damos cuenta que el
muchacho es Guido, el mismo hijo de nuestra amiga. Tiene una pinta horrorosa,
viste como un espantapájaros. Los dejamos solos, pero inmediatamente llamo a
nuestra amiga. Ella está divorciada y su hijo vive con su ex-marido, que por
problemas de drogas se había divorciado de él. Mierda, digo, mordiéndome el
labio inferior. Voy a la sala y los veo besándose. Mi mujer ya los vio también.
Ya enamoran. (¿Cómo? No entiendo. ¿Acaso este muchacho no era el
enamorado de Verónica, su mejor amiga?)
(***)
Hablamos
con Guido. Contra nuestros prejuicios, él es muy simpático y amoroso y es el
número uno en su clase, le falta un año para terminar el Liceo.
(***)
Hace
poco acabo de llegar del trabajo, Susana ha entrado al baño y está llorando. Su
mamá me ha dicho que el enamorado de Susana ha vuelto con la que era hasta
hacía poco su mejor amiga. Susana se ha vuelto a duchar con ropa y todo. No han
pasado ni dos días que pidiera un duplicado de sus documentos personales que se
habían deshecho por el agua de la ducha. Yo no le digo nada. Me gustaría poder
bañarme con ella. No lo dudo mucho y también me meto con ropa y todo a la
ducha. Le digo hazte a un lado. El agua fría me cae sobre la cabeza, moja mis
lentes, mi saco, mi corbata, mi camisa, mi ropa interior, mis pantalones, mis
medias, mis zapatos y sin demora estoy completamente mojado. No sé cómo le voy
a decir a Susana, Susanita, que me iré de la casa esa misma noche. Mi amante me
lo ha exigido para poder continuar con ella y yo no quiero perderla. Abrazo a
mi hija y así mojado salgo a la calle. Susana se ha quedado muda mirando
perpleja a su mamá.
(*)Diego Martínez Lora, peruano-portugués. Vive en Vila Nova de Gaia.