Diciembre
1999 – Enero 2000
Año de
la liebre
Director: Diego
Martínez Lora
La aventura de compartir
la vida, las lecturas, la expresión...
Cuento
Africano:
La historia de Ngurangurane,
el Hombre-Cocodrilo(*)
Hace mucho tiempo vivía un gran hechicero,
Ngurangurane, llamado el Hombre-Cocodrilo. Aquí se cuenta cómo nació, esa es la
primera parte. Lo que hizo y cómo murió, es la segunda. Contar todos sus hechos
sería imposible, y también ¿quién podría acordarse de todos ellos?
En ese entonces vivían
los Fang en la orilla de un gran río, tan ancho, que no se podía ver la orilla
del otro lado. Ellos pescaban desde la orilla. No se metían en el río. Nadie
había aprendido a atravesarlo, ni siquiera en bote. El único que podía hacerlo
era Ngurangurane.
En el río vivía un
monstruoso cocodrilo. El poder de este animal era fabuloso. Su cabeza era más
ancha que una cabaña, sus ojos más grandes que un cabrito. Sus dientes cortaban
a un hombre en dos pedazos. Sus escamas lo hacían invulnerable contra las
lanzas más fuertes de los hombres. Era un animal horroroso que les había
exigido a los Fang:
-Cada día me tienen que
traer de comida un esclavo. Un día, que sea un hombre, el otro, una mujer y en
cada luna nueva quiero una doncella bien pintada de rojo, con el cuerpo
brillante cubierto de grasa y bien empolvada de rojo. Si ustedes cumplen con lo
que les estoy pidiendo podrán vivir en paz, si no lo hacen, les ocurrirá una
desgracia.
La gente sintió miedo y
se calló. Desde el día siguiente comenzaron a ofrecerle los sacrificios
pedidos. Un día un hombre, otro, una mujer y en cada luna nueva una doncella
bañada en aceite y bien empolvada en rojo. El nombre del cocodrilo era Ombure.
El agua pertenecía a Ombure. Los bosques pertenecían a Ombure. Él era el señor
de los bosques, el señor de las aguas.
Los Fang intentaron dos
veces escapar del tributo impuesto por Ombure y abandonaron las tierras donde
vivían. Un día el gran jefe reunió en su casa a todos los otros jefes y les
habló mucho, después hablaron los otros. Cuando todos terminaron de hablar, el
gran jefe dijo:
-Entonces si decidimos
salir, tendremos que irnos lejos de aquí, al otro lado de la montaña y cuando
estemos muy lejos del río, lo más apartados de aquí, Ombure ya no nos podrá
alcanzar”.
Todos respondieron:
-Sí, queremos irnos muy
lejos de aquí, tan lejos del río, donde Ombure no nos pueda encontrar y así
podamos ser felices.
Todo estaba decidido. No
sembrarían más y cuando llegase el fin de la época de las lluvias, toda la
gente abandonaría la orilla del río.
Así lo hicieron. Al
inicio de la época seca, cuando el río se secó y se podía viajar bien, la tribu
entera se puso en marcha. El primer día se avanzó muy rápido, tan rápido como
se podía. Cada hombre alentaba a sus mujeres. Ellas andaban de prisa en
silencio, agachadas por el peso de las provisiones e utensilios. Cargaban todo,
ollas, platos, canastas, todo, absolutamente todo. Cada mujer llevaba su carga.
El gran jefe iba delante de todos, guiándolos. El primer día miraron siempre
atrás creyendo oír los pasos del cocodrilo, pero no, no lo oyeron. El segundo
día fue lo mismo y el tercero, igual. En el tercer día el cocodrilo emergió de
las aguas del río y como siempre solía hacer fue directamente al lugar donde le
ofrecían los sacrificios. Y nada. No encontró nada.
-¿Qué es esto?, se
preguntó.
De inmediato fue al
pueblo. Entró en él, pero no escuchó ni un solo ruido. Todas las chozas estaban
abandonadas. Fue a sus chacras y también estaban abandonadas. Corrió a los
otros poblados y también habían sido abandonados. Corrió a todas las otras
chacras y también las encontró abandonadas.
Ombure se encolerizó
terriblemente. Regresó al río para consultarle a sus fetiches y cantó:
-Eh, ustedes que comandan
las aguas
ustedes, que comandan los
bosques,
ustedes, que me
pertenecen, los estoy llamando.
Vengan, vengan al llamado
de su señor
Respóndanme ya.
Quiero mandar al rayo y
al trueno para que gruñan
A la lluvia que caiga de las nubes.
A la tormenta que
destruya los bananos,
Todos responderán a la
voz de su señor.
Ustedes, que me
pertenecen, díganme de una vez
el camino que han tomado los
fugitivos.
Después de haberle
consultado a sus fetiches, Ombure supo
el camino que habían seguido los fugitivos. En vano ellos habían ocultado sus
huellas. Ombure ya sabía el camino que habían seguido. ¿Quién se lo había enseñado?
La lluvia, el viento, la tormenta se lo habían dicho; el trueno, el rayo, el
bosque se lo habían hecho saber.
Los Fang continuaron su
marcha muchísimo más. Atravesaron las montañas y el gran jefe le preguntó a su
fetiche:
-¿Aquí debemos quedarnos?
El fetiche, que pertenecía
a Ombure, esto no lo sabía el gran
jefe, le respondió:
- No aquí no se pueden
quedar.
Cruzaron los valles y el
gran jefe le preguntó a su fetiche:
-¿Aquí ya podremos
quedarnos?
El fetiche, que
pertenecía a Ombure, y que esto el gran jefe no lo sabía, le contestó:
-No, desde luego que no,
éste no es un buen lugar para ustedes.
Atravesaron la planicie y
luego que encontraron el bosque interminable, el gran jefe le volvió a
preguntar a su fetiche:
-¿Aquí debemos
quedarnos?.
Y el fetiche le respondió
una vez más:
- No. Continúen.
Finalmente llegaron a una
ancha planicie que quedaba ante un gran lago que le cerraba el paso y el gran
jefe le preguntó a su fetiche:
-¿Aquí nos podremos
quedar’
El fetiche, que
pertenecía a Ombure, le respondió:
-Aquí sí. Aquí sí pueden
quedarse.
Los Fang habían caminado
muchísimos días y meses. Los niños habían crecido, los jóvenes se habían vuelto
jóvenes guerreros y los jóvenes guerreros ya estaban hechos unos hombres
maduros. Todos se quedaron en la orilla del lago. Construyeron nuevas casas y
nuevas plantaciones. Cuando todo estaba listo, el gran jefe reunió a todos sus
hombres para ponerle un nombre a su pueblo y se llamó: “Akurangan, libre del
cocodrilo”.
En esa misma noche, a la
medianoche escucharon un gran ruido. Todos salieron de sus casas. Ombure estaba
en medio del pueblo. Estaba en frente de la cabaña del gran jefe. ¿Qué hacer?
¿A dónde huir y ocultarse? Nadie lo sabía, y el gran jefe salió de su cabaña
para ver qué se pasaba., Yu, él era el primer Fang. Con un solo mordisco Ombure
lo partió en dos:
-Aquí tienes tú, libre
del cocodrilo.
Y regresó de vuelta al
lago.
Los guerreros temblando
eligieron otro jefe. Tomaron a un esclavo y lo pusieron como sacrificio en la
orilla del lago. Ombure en la noche salió, se tragó a su víctima y se metió en
el pueblo para pedir otra:
-Cada día, dijo él, me
tendrán que ofrecer dos víctimas; un día dos hombres, otro día dos mujeres y en
cada luna nueva dos doncellas. Si no lo hacen, los destruiré. Yo soy Ombure, el
rey del bosque, yo soy Ombure, el rey de las aguas.
Y así fue por largo
tiempo. Cada día Ombure recibía dos sacrificios, un día dos hombres, otro, dos
mujeres y cada luna nueva, dos doncellas. Y para que los Fang pudieran siempre
realizar sus sacrificios, los condujo a las guerras y los hizo vencedores con
su protección. Ellos eran muy buenos guerreros.
Después de muchos años,
los Fang se olvidaron de lo que era emigrar y de las calamidades que venían por
eso. Cuando se cansaron de ofrecer los sacrificios que les había impuesto
Ombure quisieron revoltarse y huir.
Mientras los Fang se
escapaban por el bosque, éste se cerró ante una orden de Ombure. Se vieron obligados a regresar al lago y
Ombure les exigió a sacrificar cada día dos doncellas.
Cada día le ofrecían a
Ombure dos doncellas pintadas de rojo y brillantes por el aceite que les
ponían. Ellas lloraban y se lamentaban en las noches. Al día siguiente no se
les escuchaba más. Ellas vivían en el fondo del lago, en la caverna de Ombure.
Ellas lo servían y le preparaban su comida. Un día esto ocurrió:
La doncella, que por la
noche había sido puesta en el lago para ser sacrificada, era la hija del jefe
principal de los Fang. Ella era joven y hermosa. Por la noche había sido atada
en la orilla del lago junto con su compañera. La compañera nunca más regresó,
pero al día siguiente la hija del gran jefe estaba todavía allí. Ombure la
había perdonado. Nueve meses después, la hija del gran jefe dio a luz un niño.
Este niño era Ngurangurane. Ngurangurane, el hijo de Ombure, el jefe cocodrilo
y esta fue la primera historia.
La muerte del cocodrilo
Ngurangurane, el hijo del
cocodrilo y de la hija del gran jefe, fue creciendo cada día. De niño se
convirtió en un adolescente, de adolescente en un hombre joven. Se hizo jefe de
su pueblo. Él era un jefe poderoso y un sabio hechicero. En su corazón cargaba
una misión: vengar la muerte del gran jefe, el padre de su madre, y liberar a
su pueblo de los sacrificios que el cocodrilo exigía. Aquí se cuenta lo que ocurrió.
En el bosque se encuentra
un árbol, que ustedes conocen; el árbol se llama palma, y produce mucho jugo.
Cuando se pone el jugo en una vasija de barro cerrada y se le deja dentro dos o
tres días, luego tienen el Dzang, la bebida que alegra el corazón. Eso nosotros
ya lo sabemos, pero nuestro padre no lo sabía. Ngurangurane lo ha encontrado y
bebió Dzang antes que el cocodrilo lo hiciera.
¿Quién le ha enseñado el
Dzang? Ngonomane, el fetiche de piedra, que su madre le había dado.
Ngurangurane hizo esto:
-Preparen, les habló a
las mujeres, todas las vasijas que tengan y vayan al bosque, a buscar más
arcilla para hacer otras más.
Las mujeres hicieron eso.
-Nosotros iremos al
bosque, les habló a los hombres, para cortar los árboles que yo les indicaré.
Todos fueron con machetes
y cuchillos. Cortaron los árboles que Ngurangurane les señaló. Eran palmas.
Cuando todos los árboles estaban cortados, recogieron el jugo que salía
fluentemente por los cortes que los machetes habían hecho. Las mujeres llevaron
los recipientes, esto hicieron las mujeres, los cántaros viejos y nuevos. Los
llenaron con Dzang. Las mujeres llevaron todo al pueblo. Ngurangurane probaba
todos los días la bebida. Los hombres querían hacer lo mismo que él, pero él
les había prohibido hacerlo, era un gran tabú. (Eki). Un hombre bebió en
secreto a pesar de la prohibición y la cabeza le dio vueltas de inmediato.
Ngurangurane lo mató de un golpe, pues él habría transgredido la prohibición y
había despreciado el Eki.
Tres días más tarde Ngurangurane
reunió a su gente, hombres y mujeres y les dijo:
-Ahora es el momento,
carguen todos los cántaros y vengan conmigo a la orilla del lago.
Ellos tomaron los
cantaros y lo siguieron. En la orilla del río, Ngurangurane les ordenó:
-Arrastren los cántaros
hasta la orilla.
Eso hicieron todos.
-Y traigan cerca la
tierra que yo les mande buscar.
Y se construyó con la
tierra fresca dos fosas grandes. Se aplastaron cuidadosamente con los pies y se
alisaron con los dedos pulgares de las manos. Luego todo el contenido de las
vasijas y los cántaros fue vertido en ambas fosas, hasta la última gota. Los
recipientes fueron destrozados y lanzados al fondo del lago. Las dos doncellas
dadas en sacrificio fueron amarradas cerca de las fosas y todos regresaron al
pueblo. Ngurangurane se quedó solo y se ocultó junto a las fosas.
A la hora de costumbre
salió el cocodrilo del agua. Se dirigía hacia las víctimas que temblaban de
miedo.
-¿Qué es esto?, dijo
cuando se acercaba a las fosas.
-¿Qué es esto?
Probó un poco del
líquido. La bebida le pareció buena y gritó con una fuerte voz:
-Esto es bueno. Mañana
les ordenaré a los Fang que me abastezcan de esto cada día.
Cuando hubo terminado se
puso a cantar:
-Bebo dzang, la bebida
que alegra el corazón.
Bebo dzang, mi corazón se
deleita, bebo dzang.
El jefe, que posee todo,
ese soy yo, el gran jefe.
Soy Ngan, el señor de las
aguas, el señor de los bosques.
El jefe, a quien todos
obedecen, yo soy el gran jefe.
Bebo dzang, la bebida que
alegra el corazón.
Cantó y se durmió muy
contento sobre la playa. Se olvidó de las dos doncellas que le habían sido
dadas como ofrendas.
Ngurangurane se acercó al
monstruo que estaba dormido y apoyado por las prisioneras lo amarró a una
estaca. Le lanzó violentamente su lanza y acertó en el inerte animal. La lanza
rebotó en las gruesas escamas sin llegar a herirlo.
El cocodrilo se
estremeció un poco y entre sueños dijo:
-Un mosquito me ha
picado.
Ngurangurane tomó su
machete de piedra y con un brutal golpe atacó al animal dormido. El machete
rebotó sin herir al monstruo. Las dos prisioneras huyeron asustadas.
Ngurangurane, el señor de los truenos, llamó a al rayo para que lo ayudase. El
rayo desobedeció. Él lanzó su fetiche de piedra, la piedra de Ngurangurane, en
su nombre ordenó la ayuda del rayo. Éste le obedeció. Alcanzó al cocodrilo en
la cabeza y entre los ojos. El cocodrilo cayó abatido por el rayo.
Ngurangurane volvió de
prisa a su pueblo:
-Que venga toda la gente
del pueblo-, habló.
-Que vengan a la orilla
del lago. El cocodrilo yace muerto allí. Yo he matado al cocodrilo. He vengado
al jefe de nuestro pueblo. Yo, Ngurangurane, los he libertado.
Todos se pusieron
contentos y se danzó sobre el cadáver la danza del cocodrilo.
El culto al cocodrilo
Sobre la orilla de lago
quedó extendido el cocodrilo. Al día siguiente Ngurangurane hizo la siguiente:
Tomó un cuchillo, el cuchillo de las ofrendas, que era de piedra y ordenó a sus
hombres a que voltearan el cadáver. Ellos lo voltearon. Luego Ngurangurane le
cortó la piel, desde la garganta hasta la cola. Lo cortó a todo lo largo y lo
cortó dos veces a lo ancho. Lo cortó en cada lado. La carne fue extraída y se
le puso en el fuego. Cada hombre tomó su parte, su pedazo. Para Ngurangurane
fue el corazón y el cerebro, para los ancianos las partes blancas, para los
guerreros la carne, para las mujeres y los niños las vísceras. Cada uno tenía
su parte, su pedazo.
La piel fue secada y
cuidadosamente cosida. Ngurangurane repartió ramas de árboles para que las
deshojasen. Cuando todo estaba listo, el gran jefe dejó la piel sobre el lago.
Ella flotó sobre la superficie. Ngurangurane utilizó las barbatanas como remos
y la flexible cola del cocodrilo como timón. El fue de aquí para allí, de la
derecha a la izquierda, para adelante para atrás. Hasta ese momento los Fang no
habían sabido lo que era una piragua. Así como Ngurangurane hiciera con el
cocodrilo, los Fang hicieron lo mismo con un tronco de árbol y lo ahuecaron.
Ngurangurane les enseñó este oficio, y la primera piragua que fue hecha de un
tronco de madera hueco, siguió el modelo que fue hecho con el cocodrilo. Desde
ese momento los Fang se atrevieron a ir dentro del lago y comenzaron a capturar
grandes peces, pues antes por el temor del cocodrilo sólo capturaban peces de
río.
Eso no fue todo. Después
de que Ngurangurane vengó a su pueblo, pensó que él era el hijo del cocodrilo y
ordenó una gran fiesta fúnebre, la gran fiesta, para liberar el espíritu del
muerto. Mientras treinta veces treinta días lloraron las mujeres al cocodrilo,
mientras treinta veces treinta días cantaron noche y día la canción de luto,
resonaron las lamentaciones. Mientras treinta veces treinta días estuvieron
sueltos los cabellos y llenos de tierra, cara y pecho pintados de blanco, y
cantaron los elogios al padre de Ngurangurane, mientras treinta períodos
lunares recorrió irritado el espiritu del cocodrilo los pueblos, buscó venganza
y acosó a los vivos.
Diariamente resuena el
tan tan del muerto, las danzas continuan unas a otras. Ngurangurane conduce el
servicio. En el último día están juntos hombres y mujeres. Cerca al pueblo, en
el vecino Bosque, Ngurangurane tira abajo árboles y los coloca en un lugar
circular. Las mujeres traen tierra y con sus propias manos el gran jefe molda
el retrato de su antepasado. Formó un monstruoso cocodrilo, lo pintó de blanco
y negro, con negro y rojo y cuando quedó listo comenzaron con la danza circular
alrededor del antepasado. Ellos esperaron toda la noche hasta la mañana. El tan
tan sonó. Luego se acercó solamente Ngurangurane. Ante la figura condujo dos
prisioneros, sacrificó dos hombres ante la imagen. Ante la figura sacrifica dos
mujeres. Los pedazos de carne fueron colocados para el cocodrilo, para su
cabeza las cabezas, para su cuerpo los cuerpos. Luego todos regresaron.
Ngurangurane dio las ofrendas al muerto. Cuando todo acabó ordenó:
-Cada año honraremos de
igual modo al cocodrilo. Cada año celebraremos en su memoria. Su espíritu
liberado va a la tierra de los muertos.
A partir de ese día los
Fang quedaron libres del tributo y fueron fieles al nuevo servicio
La muerte de
Ngurangurane.
Ngurangurane es un gran jefe.
Lidera a los Fang en la guerra, ellos ganan siempre. Ngurangurane sabe cuando
se avecina el enemigo. Eso lo sabe él.
Por las noches
Ngurangurane busca hierbas en el bosque. Las hierbas que se tienen que conocer.
La kela de tres hojas, los cardos con filudas espinas, el osim de fuertes
zarcillos, el ka de amargo jugo y muchas otras. Luego tritura en su morteiro
cada hierba y cada corteza, él canta y todo lo mezcla con un jugo especial.
Cuando todo se vuelve una
masa consistente y está bien mezclada, Ngurangurane cubre con eso su cuerpo
entero. Su cuerpo entero está cubierto y nadie lo puede mirar, ni contemplar,
la muerte segura sería para los curiosos. Por largo tiempo entona canciones de
hechicero, luego se transforma Ngurangurane, le crecen plumas en su cuerpo, él
era hombre, él será halcón, será buitre, sus brazos serán alas, sus piernas
serán patas, sus dedos serán garras. Él llegó como hombre, como pájaro vuela
ahora, muy alto en el aire. Bajo las nubes vuela lentamente y su vuelo rasante
lo lleva donde los pueblos enemigos. Invisible escucha las decisiones. Cuenta
los guerreros, conoce los caminos donde ellos van, las puntas de las estacas
que ellos clavarán. Él sigue su marcha nocturna y cuando regresa a su pueblo
convertido nuevamente en hombre, conduce a sus guerreros, anula los embates de
los enemigos y los vence. Ngurangurane es un gran jefe, el jefe de los Fang.
Abire es su esposa.
Abire, la hija de Ndongue. Él la ama por sobre todas las otras mujeres. Abire
es joven y Ngurangurane es viejo. Su pelo casi ha desaparecido, su barba está
pálida por el paso de los largos años,
está perdiendo la fuerza. Ngurangurane ama a Abire, pero Abire no lo ama. Ella
ama a Ava, el hijo de Nzogo, él es joven y hermoso, ella lo ama y quisiera ser
suya.
Abiere huye con Ava, y
Ngurangurane llama al espíritu de los bosques y del agua, y persigue a los
fugitivos. Rápido los alcanza. Ava va al encuentro de él, pues él agarra a
Abire. Los castiga de manera horrorosa y los perdona después de haberles
cortado las orejas.
Abire tiene vergüenza y
no se puede mezclar en las danzas de sus compañeras. Ella tiene que quedarse
escondida en su cabaña y jura vengarse.
Mientras Ngurangurane
duerme , ella le roba su fetiche de piedra, el que había recibido de su madre,
el que siempre llevaba en una bolsita colgada en su cuello. Con astucia y con
súplicas ha aprendido de Ngurangurane el maravilloso secreto de esa piedra. Sin
ese fetiche Ngurangurane puede convertirse en un pájaro, pero sin él no podría
luego recuperar la apariencia de un hombre. Abire le da el fetiche de piedra a
Ava. Por ese tiempo los Ye-Kwa invaden la tierra de los Fang. Ngurangurane
velozmente se transforma en un pájaro. Vuela lejos, observa los movimientos del
enemigo, calcula su poderío y rápido vuela de regreso a su pueblo. Entra con
prisa en su cabaña.
Ngurangurane, el buitre,
ha regresado a su cabaña. Tiene prisa en convertirse en hombre y comandar a sus
guerreros. En un rincón de la casa, sobre una estera, Abire está sentada
moliendo almendras y canta. Ella está preparando la cena y canta:
-El pájaro vuela en el
aire,.
Sus alas son para volar.
El pájaro no puede
caminar,
Vuela pájaro en el aire,
¿Por qué te quedas aquí?
Vuela pájaro en el aire.
Mira, yo muelo almendras.
Nunca comí pájaro
semejante.
Enojada esposa se venga,
Vuela en el aire, pájaro.
Ngurangurane siente que
su corazón le está dando vueltas. Comienza con las palabras de su canto. Frota
su cuerpo con aceite y hierbas molidas y canta:
-Que mis alas vuelvan a
ser brazos.
Que mis patas sean de nuevo piernas.
Que mis plumas
desaparezcan.
Pájaro, quiero
convertirme en hombre.
Sus plumas siguen siendo
plumas, sus patas, patas. Sus garras y plumas no desaparecen. Una segunda vez
hace lo mismo y por segunda vez todo se queda igual. El corazón le salta del
pecho. Con el pico y las garras rompe la bolsa que contiene el fetiche de
piedra. Ha desaparecido. Furioso se abalanza sobre Abire, él sabe bien quién es
culpable de su desgracia. Él quiere arrancarle los ojos y desgarrarle las vísceras, pero Abire ya ha
huido, ella ha abierto la puerta y ha corrido donde Ava para contarle todo. Ava
toma un arco y flechas. Corre rápidamente y entra en la cabaña de Ngurangurane.
Allí ve volando al hombre pájaro. Vuela muy veloz, pero Ava ya ha tensado su
arco y la flecha vuela más rápido que el pájaro y da en el blanco. Ngurangurane
ha sido herido en el pecho y cae derribado sobre la tierra. Su sangre fluye
gota a gota, la vida lo abandona. Así Ava lo derriba y acaba con él.
Ngurangurane, el gran guerrero, ya es un cadáver.
Ava le corta la cabeza,
le arranca las plumas, hace un ramo con eso y se lo coloca sobre la cabeza para
el día de las danzas. Vuelve a su cabaña. Ya se ha vengado de su enemigo.
Mientras tanto los
guerreros están esperando a Ngurangurane. Mucho tiempo lo esperan, mucho tiempo
lo llaman. Le preguntan al fetiche y el fetiche les responde:
-Él está muerto
Le preguntan al fetiche
quién fue el asesino:
-Beban jugo de elun-, esa
es la respuesta.
Hombres, mujeres y niños, todos corren para beber jugo de elun, pero dos no se movieron, Ava y Abire. Ava y Abire son los culpables, ellos han matado a Ngurangurane. De inmediato los sacrifican, el muerto se ha vengado, y las fiestas fúnebres comienzan. El pueblo entero guarda luto, el tan tan suena cada día. El espíritu del muerto será calmado. Seis meses dura la fiesta. Después que todo ha terminado, después de las danzas fúnebres, eligen un nuevo jefe y Ngurangurane atraviesa el gran río de los muertos. ¿Qué es lo que queda de él?, es esto, lo que está aquí, el canto que yo les canté a ustedes. Esto es el fin.
(*)Este relato proviene de los
fang (Camerún, Gabón, Guinea Ecuatorial ). Forma parte del libro La gorda
que se derretía y otros cuentos del África Negra (Selección y traducción de
Diego Martínez Lora)
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