Versiones 29

Diciembre 1999 – Enero 2000

Año de la liebre

Director: Diego Martínez Lora


La aventura de compartir la vida, las lecturas, la expresión...


Cuento Africano:

La historia de Ngurangurane,

el Hombre-Cocodrilo(*)


 

Hace mucho tiempo vivía un gran hechicero, Ngurangurane, llamado el Hombre-Cocodrilo. Aquí se cuenta cómo nació, esa es la primera parte. Lo que hizo y cómo murió, es la segunda. Contar todos sus hechos sería imposible, y también ¿quién podría acordarse de todos ellos?

 

En ese entonces vivían los Fang en la orilla de un gran río, tan ancho, que no se podía ver la orilla del otro lado. Ellos pescaban desde la orilla. No se metían en el río. Nadie había aprendido a atravesarlo, ni siquiera en bote. El único que podía hacerlo era Ngurangurane.

 

En el río vivía un monstruoso cocodrilo. El poder de este animal era fabuloso. Su cabeza era más ancha que una cabaña, sus ojos más grandes que un cabrito. Sus dientes cortaban a un hombre en dos pedazos. Sus escamas lo hacían invulnerable contra las lanzas más fuertes de los hombres. Era un animal horroroso que les había exigido a los Fang:

 

-Cada día me tienen que traer de comida un esclavo. Un día, que sea un hombre, el otro, una mujer y en cada luna nueva quiero una doncella bien pintada de rojo, con el cuerpo brillante cubierto de grasa y bien empolvada de rojo. Si ustedes cumplen con lo que les estoy pidiendo podrán vivir en paz, si no lo hacen, les ocurrirá una desgracia.

 

La gente sintió miedo y se calló. Desde el día siguiente comenzaron a ofrecerle los sacrificios pedidos. Un día un hombre, otro, una mujer y en cada luna nueva una doncella bañada en aceite y bien empolvada en rojo. El nombre del cocodrilo era Ombure. El agua pertenecía a Ombure. Los bosques pertenecían a Ombure. Él era el señor de los bosques, el señor de las aguas.

 

Los Fang intentaron dos veces escapar del tributo impuesto por Ombure y abandonaron las tierras donde vivían. Un día el gran jefe reunió en su casa a todos los otros jefes y les habló mucho, después hablaron los otros. Cuando todos terminaron de hablar, el gran jefe dijo:

 

-Entonces si decidimos salir, tendremos que irnos lejos de aquí, al otro lado de la montaña y cuando estemos muy lejos del río, lo más apartados de aquí, Ombure ya no nos podrá alcanzar”.

Todos respondieron:

 

-Sí, queremos irnos muy lejos de aquí, tan lejos del río, donde Ombure no nos pueda encontrar y así podamos ser felices.

 

Todo estaba decidido. No sembrarían más y cuando llegase el fin de la época de las lluvias, toda la gente abandonaría la orilla del río.

 

Así lo hicieron. Al inicio de la época seca, cuando el río se secó y se podía viajar bien, la tribu entera se puso en marcha. El primer día se avanzó muy rápido, tan rápido como se podía. Cada hombre alentaba a sus mujeres. Ellas andaban de prisa en silencio, agachadas por el peso de las provisiones e utensilios. Cargaban todo, ollas, platos, canastas, todo, absolutamente todo. Cada mujer llevaba su carga. El gran jefe iba delante de todos, guiándolos. El primer día miraron siempre atrás creyendo oír los pasos del cocodrilo, pero no, no lo oyeron. El segundo día fue lo mismo y el tercero, igual. En el tercer día el cocodrilo emergió de las aguas del río y como siempre solía hacer fue directamente al lugar donde le ofrecían los sacrificios. Y nada. No encontró nada.

-¿Qué es esto?, se preguntó.

 

De inmediato fue al pueblo. Entró en él, pero no escuchó ni un solo ruido. Todas las chozas estaban abandonadas. Fue a sus chacras y también estaban abandonadas. Corrió a los otros poblados y también habían sido abandonados. Corrió a todas las otras chacras y también las encontró abandonadas.

 

Ombure se encolerizó terriblemente. Regresó al río para consultarle a sus fetiches y cantó:

 

-Eh, ustedes que comandan las aguas

ustedes, que comandan los bosques,

ustedes, que me pertenecen, los estoy llamando.

Vengan, vengan al llamado de su señor

Respóndanme ya.

Quiero mandar al rayo y al trueno para que gruñan

A la  lluvia que caiga de las nubes.

A la tormenta que destruya los bananos,

Todos responderán a la voz de su señor.

Ustedes, que me pertenecen, díganme de una vez

el camino que han tomado los fugitivos.

 

Después de haberle consultado a sus  fetiches, Ombure supo el camino que habían seguido los fugitivos. En vano ellos habían ocultado sus huellas. Ombure ya sabía el camino que habían seguido. ¿Quién se lo había enseñado? La lluvia, el viento, la tormenta se lo habían dicho; el trueno, el rayo, el bosque se lo habían hecho saber.

 

Los Fang continuaron su marcha muchísimo más. Atravesaron las montañas y el gran jefe le preguntó a su fetiche:

 

-¿Aquí debemos quedarnos?

 

El fetiche, que pertenecía a Ombure,  esto no lo sabía el gran jefe, le respondió:

 

- No aquí no se pueden quedar.

 

Cruzaron los valles y el gran jefe le preguntó a su fetiche:

 

-¿Aquí ya podremos quedarnos?

El fetiche, que pertenecía a Ombure, y que esto el gran jefe no lo sabía, le contestó:

 

-No, desde luego que no, éste no es un buen lugar para ustedes.

 

Atravesaron la planicie y luego que encontraron el bosque interminable, el gran jefe le volvió a preguntar a su fetiche:

 

-¿Aquí debemos quedarnos?.

 

Y el fetiche le respondió una vez más:

 

- No. Continúen.

 

Finalmente llegaron a una ancha planicie que quedaba ante un gran lago que le cerraba el paso y el gran jefe le preguntó a su fetiche:

 

-¿Aquí nos podremos quedar’

 

El fetiche, que pertenecía a Ombure, le respondió:

 

-Aquí sí. Aquí sí pueden quedarse.

 

Los Fang habían caminado muchísimos días y meses. Los niños habían crecido, los jóvenes se habían vuelto jóvenes guerreros y los jóvenes guerreros ya estaban hechos unos hombres maduros. Todos se quedaron en la orilla del lago. Construyeron nuevas casas y nuevas plantaciones. Cuando todo estaba listo, el gran jefe reunió a todos sus hombres para ponerle un nombre a su pueblo y se llamó: “Akurangan, libre del cocodrilo”.

En esa misma noche, a la medianoche escucharon un gran ruido. Todos salieron de sus casas. Ombure estaba en medio del pueblo. Estaba en frente de la cabaña del gran jefe. ¿Qué hacer? ¿A dónde huir y ocultarse? Nadie lo sabía, y el gran jefe salió de su cabaña para ver qué se pasaba., Yu, él era el primer Fang. Con un solo mordisco Ombure lo partió en dos:

 

-Aquí tienes tú, libre del cocodrilo.

 

Y regresó de vuelta al lago.

 

Los guerreros temblando eligieron otro jefe. Tomaron a un esclavo y lo pusieron como sacrificio en la orilla del lago. Ombure en la noche salió, se tragó a su víctima y se metió en el pueblo para pedir otra:

 

-Cada día, dijo él, me tendrán que ofrecer dos víctimas; un día dos hombres, otro día dos mujeres y en cada luna nueva dos doncellas. Si no lo hacen, los destruiré. Yo soy Ombure, el rey del bosque, yo soy Ombure, el rey de las aguas.

 

Y así fue por largo tiempo. Cada día Ombure recibía dos sacrificios, un día dos hombres, otro, dos mujeres y cada luna nueva, dos doncellas. Y para que los Fang pudieran siempre realizar sus sacrificios, los condujo a las guerras y los hizo vencedores con su protección. Ellos eran muy buenos guerreros.

Después de muchos años, los Fang se olvidaron de lo que era emigrar y de las calamidades que venían por eso. Cuando se cansaron de ofrecer los sacrificios que les había impuesto Ombure quisieron revoltarse y huir.

 

Mientras los Fang se escapaban por el bosque, éste se cerró ante una orden de Ombure.  Se vieron obligados a regresar al lago y Ombure les exigió a sacrificar cada día dos doncellas.

 

Cada día le ofrecían a Ombure dos doncellas pintadas de rojo y brillantes por el aceite que les ponían. Ellas lloraban y se lamentaban en las noches. Al día siguiente no se les escuchaba más. Ellas vivían en el fondo del lago, en la caverna de Ombure. Ellas lo servían y le preparaban su comida. Un día esto ocurrió:

 

La doncella, que por la noche había sido puesta en el lago para ser sacrificada, era la hija del jefe principal de los Fang. Ella era joven y hermosa. Por la noche había sido atada en la orilla del lago junto con su compañera. La compañera nunca más regresó, pero al día siguiente la hija del gran jefe estaba todavía allí. Ombure la había perdonado. Nueve meses después, la hija del gran jefe dio a luz un niño. Este niño era Ngurangurane. Ngurangurane, el hijo de Ombure, el jefe cocodrilo y esta fue la primera historia.

 

La muerte del cocodrilo

Ngurangurane, el hijo del cocodrilo y de la hija del gran jefe, fue creciendo cada día. De niño se convirtió en un adolescente, de adolescente en un hombre joven. Se hizo jefe de su pueblo. Él era un jefe poderoso y un sabio hechicero. En su corazón cargaba una misión: vengar la muerte del gran jefe, el padre de su madre, y liberar a su pueblo de los sacrificios que el cocodrilo exigía. Aquí se cuenta lo que ocurrió.

 

En el bosque se encuentra un árbol, que ustedes conocen; el árbol se llama palma, y produce mucho jugo. Cuando se pone el jugo en una vasija de barro cerrada y se le deja dentro dos o tres días, luego tienen el Dzang, la bebida que alegra el corazón. Eso nosotros ya lo sabemos, pero nuestro padre no lo sabía. Ngurangurane lo ha encontrado y bebió Dzang antes que el cocodrilo lo hiciera.

 

¿Quién le ha enseñado el Dzang? Ngonomane, el fetiche de piedra, que su madre le había dado. Ngurangurane hizo esto:

 

-Preparen, les habló a las mujeres, todas las vasijas que tengan y vayan al bosque, a buscar más arcilla para hacer otras más.

Las mujeres hicieron eso.

 

-Nosotros iremos al bosque, les habló a los hombres, para cortar los árboles que yo les indicaré.

 

Todos fueron con machetes y cuchillos. Cortaron los árboles que Ngurangurane les señaló. Eran palmas. Cuando todos los árboles estaban cortados, recogieron el jugo que salía fluentemente por los cortes que los machetes habían hecho. Las mujeres llevaron los recipientes, esto hicieron las mujeres, los cántaros viejos y nuevos. Los llenaron con Dzang. Las mujeres llevaron todo al pueblo. Ngurangurane probaba todos los días la bebida. Los hombres querían hacer lo mismo que él, pero él les había prohibido hacerlo, era un gran tabú. (Eki). Un hombre bebió en secreto a pesar de la prohibición y la cabeza le dio vueltas de inmediato. Ngurangurane lo mató de un golpe, pues él habría transgredido la prohibición y había despreciado el Eki.

 

Tres días más tarde Ngurangurane reunió a su gente, hombres y mujeres y les dijo:

 

-Ahora es el momento, carguen todos los cántaros y vengan conmigo a la orilla del lago.

 

Ellos tomaron los cantaros y lo siguieron. En la orilla del río, Ngurangurane les ordenó:

 

-Arrastren los cántaros hasta la orilla.

 

Eso hicieron todos.

 

-Y traigan cerca la tierra que yo les mande buscar.

 

Y se construyó con la tierra fresca dos fosas grandes. Se aplastaron cuidadosamente con los pies y se alisaron con los dedos pulgares de las manos. Luego todo el contenido de las vasijas y los cántaros fue vertido en ambas fosas, hasta la última gota. Los recipientes fueron destrozados y lanzados al fondo del lago. Las dos doncellas dadas en sacrificio fueron amarradas cerca de las fosas y todos regresaron al pueblo. Ngurangurane se quedó solo y se ocultó junto a las fosas.

 

A la hora de costumbre salió el cocodrilo del agua. Se dirigía hacia las víctimas que temblaban de miedo.

 

-¿Qué es esto?, dijo cuando se acercaba a las fosas.

 

-¿Qué es esto?

 

Probó un poco del líquido. La bebida le pareció buena y gritó con una fuerte voz:

 

-Esto es bueno. Mañana les ordenaré a los Fang que me abastezcan de esto cada día.

 

Cuando hubo terminado se puso a cantar:

 

-Bebo dzang, la bebida que alegra el corazón.

Bebo dzang, mi corazón se deleita, bebo dzang.

El jefe, que posee todo, ese soy yo, el gran jefe.

Soy Ngan, el señor de las aguas, el señor de los bosques.

El jefe, a quien todos obedecen, yo soy el gran jefe.

Bebo dzang, la bebida que alegra el corazón.

 

Cantó y se durmió muy contento sobre la playa. Se olvidó de las dos doncellas que le habían sido dadas como ofrendas.

 

Ngurangurane se acercó al monstruo que estaba dormido y apoyado por las prisioneras lo amarró a una estaca. Le lanzó violentamente su lanza y acertó en el inerte animal. La lanza rebotó en las gruesas escamas sin llegar a herirlo.

 

El cocodrilo se estremeció un poco y entre sueños dijo:

 

-Un mosquito me ha picado.

 

Ngurangurane tomó su machete de piedra y con un brutal golpe atacó al animal dormido. El machete rebotó sin herir al monstruo. Las dos prisioneras huyeron asustadas. Ngurangurane, el señor de los truenos, llamó a al rayo para que lo ayudase. El rayo desobedeció. Él lanzó su fetiche de piedra, la piedra de Ngurangurane, en su nombre ordenó la ayuda del rayo. Éste le obedeció. Alcanzó al cocodrilo en la cabeza y entre los ojos. El cocodrilo cayó abatido por el rayo.

 

Ngurangurane volvió de prisa a su pueblo:

 

-Que venga toda la gente del pueblo-, habló.

-Que vengan a la orilla del lago. El cocodrilo yace muerto allí. Yo he matado al cocodrilo. He vengado al jefe de nuestro pueblo. Yo, Ngurangurane, los he libertado.

 

Todos se pusieron contentos y se danzó sobre el cadáver la danza del cocodrilo.

 

 

El culto al cocodrilo

 

Sobre la orilla de lago quedó extendido el cocodrilo. Al día siguiente Ngurangurane hizo la siguiente: Tomó un cuchillo, el cuchillo de las ofrendas, que era de piedra y ordenó a sus hombres a que voltearan el cadáver. Ellos lo voltearon. Luego Ngurangurane le cortó la piel, desde la garganta hasta la cola. Lo cortó a todo lo largo y lo cortó dos veces a lo ancho. Lo cortó en cada lado. La carne fue extraída y se le puso en el fuego. Cada hombre tomó su parte, su pedazo. Para Ngurangurane fue el corazón y el cerebro, para los ancianos las partes blancas, para los guerreros la carne, para las mujeres y los niños las vísceras. Cada uno tenía su parte, su pedazo.

La piel fue secada y cuidadosamente cosida. Ngurangurane repartió ramas de árboles para que las deshojasen. Cuando todo estaba listo, el gran jefe dejó la piel sobre el lago. Ella flotó sobre la superficie. Ngurangurane utilizó las barbatanas como remos y la flexible cola del cocodrilo como timón. El fue de aquí para allí, de la derecha a la izquierda, para adelante para atrás. Hasta ese momento los Fang no habían sabido lo que era una piragua. Así como Ngurangurane hiciera con el cocodrilo, los Fang hicieron lo mismo con un tronco de árbol y lo ahuecaron. Ngurangurane les enseñó este oficio, y la primera piragua que fue hecha de un tronco de madera hueco, siguió el modelo que fue hecho con el cocodrilo. Desde ese momento los Fang se atrevieron a ir dentro del lago y comenzaron a capturar grandes peces, pues antes por el temor del cocodrilo sólo capturaban peces de río.

Eso no fue todo. Después de que Ngurangurane vengó a su pueblo, pensó que él era el hijo del cocodrilo y ordenó una gran fiesta fúnebre, la gran fiesta, para liberar el espíritu del muerto. Mientras treinta veces treinta días lloraron las mujeres al cocodrilo, mientras treinta veces treinta días cantaron noche y día la canción de luto, resonaron las lamentaciones. Mientras treinta veces treinta días estuvieron sueltos los cabellos y llenos de tierra, cara y pecho pintados de blanco, y cantaron los elogios al padre de Ngurangurane, mientras treinta períodos lunares recorrió irritado el espiritu del cocodrilo los pueblos, buscó venganza y acosó a los vivos.

 

Diariamente resuena el tan tan del muerto, las danzas continuan unas a otras. Ngurangurane conduce el servicio. En el último día están juntos hombres y mujeres. Cerca al pueblo, en el vecino Bosque, Ngurangurane tira abajo árboles y los coloca en un lugar circular. Las mujeres traen tierra y con sus propias manos el gran jefe molda el retrato de su antepasado. Formó un monstruoso cocodrilo, lo pintó de blanco y negro, con negro y rojo y cuando quedó listo comenzaron con la danza circular alrededor del antepasado. Ellos esperaron toda la noche hasta la mañana. El tan tan sonó. Luego se acercó solamente Ngurangurane. Ante la figura condujo dos prisioneros, sacrificó dos hombres ante la imagen. Ante la figura sacrifica dos mujeres. Los pedazos de carne fueron colocados para el cocodrilo, para su cabeza las cabezas, para su cuerpo los cuerpos. Luego todos regresaron. Ngurangurane dio las ofrendas al muerto. Cuando todo acabó ordenó:

 

-Cada año honraremos de igual modo al cocodrilo. Cada año celebraremos en su memoria. Su espíritu liberado va a la tierra de los muertos.

A partir de ese día los Fang quedaron libres del tributo y fueron fieles al nuevo servicio

 

 

La muerte de Ngurangurane.

 

Ngurangurane es un gran jefe. Lidera a los Fang en la guerra, ellos ganan siempre. Ngurangurane sabe cuando se avecina el enemigo. Eso lo sabe él.

Por las noches Ngurangurane busca hierbas en el bosque. Las hierbas que se tienen que conocer. La kela de tres hojas, los cardos con filudas espinas, el osim de fuertes zarcillos, el ka de amargo jugo y muchas otras. Luego tritura en su morteiro cada hierba y cada corteza, él canta y todo lo mezcla con un jugo especial.

 

Cuando todo se vuelve una masa consistente y está bien mezclada, Ngurangurane cubre con eso su cuerpo entero. Su cuerpo entero está cubierto y nadie lo puede mirar, ni contemplar, la muerte segura sería para los curiosos. Por largo tiempo entona canciones de hechicero, luego se transforma Ngurangurane, le crecen plumas en su cuerpo, él era hombre, él será halcón, será buitre, sus brazos serán alas, sus piernas serán patas, sus dedos serán garras. Él llegó como hombre, como pájaro vuela ahora, muy alto en el aire. Bajo las nubes vuela lentamente y su vuelo rasante lo lleva donde los pueblos enemigos. Invisible escucha las decisiones. Cuenta los guerreros, conoce los caminos donde ellos van, las puntas de las estacas que ellos clavarán. Él sigue su marcha nocturna y cuando regresa a su pueblo convertido nuevamente en hombre, conduce a sus guerreros, anula los embates de los enemigos y los vence. Ngurangurane es un gran jefe, el jefe de los Fang.

 

Abire es su esposa. Abire, la hija de Ndongue. Él la ama por sobre todas las otras mujeres. Abire es joven y Ngurangurane es viejo. Su pelo casi ha desaparecido, su barba está pálida por el paso de los  largos años, está perdiendo la fuerza. Ngurangurane ama a Abire, pero Abire no lo ama. Ella ama a Ava, el hijo de Nzogo, él es joven y hermoso, ella lo ama y quisiera ser suya.

 

Abiere huye con Ava, y Ngurangurane llama al espíritu de los bosques y del agua, y persigue a los fugitivos. Rápido los alcanza. Ava va al encuentro de él, pues él agarra a Abire. Los castiga de manera horrorosa y los perdona después de haberles cortado las orejas.

Abire tiene vergüenza y no se puede mezclar en las danzas de sus compañeras. Ella tiene que quedarse escondida en su cabaña y jura vengarse.

 

Mientras Ngurangurane duerme , ella le roba su fetiche de piedra, el que había recibido de su madre, el que siempre llevaba en una bolsita colgada en su cuello. Con astucia y con súplicas ha aprendido de Ngurangurane el maravilloso secreto de esa piedra. Sin ese fetiche Ngurangurane puede convertirse en un pájaro, pero sin él no podría luego recuperar la apariencia de un hombre. Abire le da el fetiche de piedra a Ava. Por ese tiempo los Ye-Kwa invaden la tierra de los Fang. Ngurangurane velozmente se transforma en un pájaro. Vuela lejos, observa los movimientos del enemigo, calcula su poderío y rápido vuela de regreso a su pueblo. Entra con prisa en su cabaña.

 

Ngurangurane, el buitre, ha regresado a su cabaña. Tiene prisa en convertirse en hombre y comandar a sus guerreros. En un rincón de la casa, sobre una estera, Abire está sentada moliendo almendras y canta. Ella está preparando la cena y canta:

 

-El pájaro vuela en el aire,.

Sus alas son para volar.

El pájaro no puede caminar,

Vuela pájaro en el aire,

¿Por qué te quedas aquí?

Vuela pájaro en el aire.

Mira, yo muelo almendras.

Nunca comí pájaro semejante.

Enojada esposa se venga,

Vuela en el aire, pájaro.

 

Ngurangurane siente que su corazón le está dando vueltas. Comienza con las palabras de su canto. Frota su cuerpo con aceite y hierbas molidas y canta:

 

-Que mis alas vuelvan a ser brazos.

Que mis patas sean  de nuevo piernas.

Que mis plumas desaparezcan.

Pájaro, quiero convertirme en hombre.

 

Sus plumas siguen siendo plumas, sus patas, patas. Sus garras y plumas no desaparecen. Una segunda vez hace lo mismo y por segunda vez todo se queda igual. El corazón le salta del pecho. Con el pico y las garras rompe la bolsa que contiene el fetiche de piedra. Ha desaparecido. Furioso se abalanza sobre Abire, él sabe bien quién es culpable de su desgracia. Él quiere arrancarle los ojos y  desgarrarle las vísceras, pero Abire ya ha huido, ella ha abierto la puerta y ha corrido donde Ava para contarle todo. Ava toma un arco y flechas. Corre rápidamente y entra en la cabaña de Ngurangurane. Allí ve volando al hombre pájaro. Vuela muy veloz, pero Ava ya ha tensado su arco y la flecha vuela más rápido que el pájaro y da en el blanco. Ngurangurane ha sido herido en el pecho y cae derribado sobre la tierra. Su sangre fluye gota a gota, la vida lo abandona. Así Ava lo derriba y acaba con él. Ngurangurane, el gran guerrero, ya es un cadáver.

 

Ava le corta la cabeza, le arranca las plumas, hace un ramo con eso y se lo coloca sobre la cabeza para el día de las danzas. Vuelve a su cabaña. Ya se ha vengado de su enemigo.

 

Mientras tanto los guerreros están esperando a Ngurangurane. Mucho tiempo lo esperan, mucho tiempo lo llaman. Le preguntan al fetiche y el fetiche les responde:

 

-Él está muerto

 

Le preguntan al fetiche quién fue el asesino:

 

-Beban jugo de elun-, esa es la respuesta.

 

Hombres, mujeres y niños, todos corren para beber jugo de elun, pero dos no se movieron, Ava y Abire. Ava y Abire son los culpables, ellos han matado a Ngurangurane. De inmediato los sacrifican, el muerto se ha vengado, y las fiestas fúnebres comienzan. El pueblo entero guarda luto, el tan tan suena cada día. El espíritu del muerto será calmado. Seis meses dura la fiesta. Después que todo ha terminado, después de las danzas fúnebres, eligen un nuevo jefe y Ngurangurane atraviesa el gran río de los muertos. ¿Qué es lo que queda de él?, es esto, lo que está aquí, el canto que yo les canté a ustedes. Esto es el fin.


(*)Este relato proviene de los fang (Camerún, Gabón, Guinea Ecuatorial ). Forma parte del libro La gorda que se derretía y otros cuentos del África Negra (Selección y traducción de Diego Martínez Lora)


 

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