Versiones 30

Director: Diego Martínez Lora

Vila Nova de Gaia - Portugal

La aventura de compartir la vida, las lecturas, la expresión...

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Cuento africano:

¿De quién es la culpa?(*)


 

Un día el mosquito fue a visitar a la familia de su novia; el padre y la madre de su futura esposa lo habían invitado a cenar. Después de haber comido y bebido hasta hartarse, el mosquito quiso volver a su casa. La novia lo fue a acompañar hasta la puerta.

-Yo, realmente, deseo casarme contigo- le dijo ella. -Pero, ¿es verdad que tú eres fuerte? ¿Qué cosa eres capaz de hacer?

Luego de un largo silencio, el mosquito le respondió:

-Hace ya mucho tiempo, mi abuelo era un verdadero guerrero: en un minuto, él solo era capaz de picar y de matar a más de cincuenta personas. Antes de morir, él me dejó su poder mágico; pero yo sólo lo utilizo muy raramente, pues lo guardo para ocasiones especialmente difíciles.

Terminada la conversación, la novia volvió a reunirse con sus padres; estaba muy contenta y muy orgullosa porque se iría a casar brevemente con un mosquito bastante poderoso.

Mientras tanto, en lo alto de una palmera, un ratón-de-las-palmas, que estaba comiendo nueces, escuchó toda la conversación. Al oír las últimas palabras que el mosquito había dicho, se quedó tan asombrado que dejó caer una nuez que tenía en las manos y esta cayó sobre la cabeza de una serpiente que dormía tranquilamente debajo del árbol.

Sorprendida por el golpe, y sin siquiera buscar la razón de lo que estaba pasando, la serpiente, asustada, huyó.

En su fuga, la serpiente tumbó a algunas hormigas que volvían del mercado y éstas, a su vez, sin saber por qué se pusieron a correr en todas las direcciones.

En sus esfuerzos por conseguir un abrigo, las hormigas entraron en el túnel de un gran ratón que dormía la siesta. Como éste obstruía todo el paso, impidiéndolas de ir más lejos, la hormigas le mordieron la nariz. El ratón, despertándose bruscamente, y sin saber qué cosa le había provocado tal dolor, salió rápidamente de su hueco para buscar un lugar donde protegerse.

Un mono, que jugaba sobre un árbol cercano, lo vio y se dijo a sí mismo:

-¡Oh, Dios! ¡Un ratón en plena luz del día! Pero por qué habrá salido de su hueco, sino para traerme desgracias. ¡Pero qué falta de suerte la mía!

Y, para alejarse de cualquier peligro, el mono saltó de árbol en árbol hasta conseguir que el ratón se escapara de su vista.

Junto a un árbol, había una gallina salvaje que se había separado un poco de sus huevos para ir en busca de comida y en ese mismo momento el mono llegó corriendo y sin querer pisó los huevos que se encontraban en su camino y los destruyó todos.

Muy furiosa, la gallina salvaje decidió quejarse ante el palacio del rey. Llorando sin parar contó su historia. Luego de haber escuchado sus quejas, el rey León, rodeado por sus ministros, el elefante, la pantera, la tortuga, y por su secretario, el papagayo, tuvo mucha pena por la gallina salvaje. El mono fue llamado. Cinco minutos después, apareció delante de todos, con los ojos rojos y la frente bañada en sudor por su reciente correría.

Lo interrogaron: el mono les explicó que la culpa había sido del ratón que había visto en pleno día. Ver un ratón en plena luz del día era señal de mala suerte y por eso él había huido lo más rápido posible.

El rey y sus ministros aprobaron la conducta del mono y tuvieron que confesar que habrían hecho exactamente lo mismo si hubieran visto también al ratón. Por lo tanto, esperaron que anocheciera para poder llamar al ratón e interrogarlo:

-¿Por qué razón saliste en pleno día?- le preguntó el rey León. -¿No sabes, acaso, que das mala suerte? ¿Por qué es que le quisiste dar miedo al mono?

El ratón explicó que había sido por causa de las hormigas que le habían invadido su toca y le habían mordido la nariz.

El rey León envió un mensaje a las hormigas para comparecer ante el mismo tribunal:

-¡Hicimos eso porque la serpiente nos derrumbó cuando volvíamos del mercado!

El rey, muy molesto, juró castigar con severidad a la serpiente si se le reconocía su culpabilidad. La serpiente para defenderse y calmar la cólera del rey, le dijo simplemente:

-¡Oh, rey! ¿Pero será que yo tengo la culpa? Yo dormía tranquilamente bajo la sombra de una palmera cuando alguien me tiró una nuez en la cabeza. Tuve mucho miedo y, al huir, derrumbé a esas pobres hormigas.

-¿Y quién fue que te tiró la nuez en la cabeza?-, preguntó el rey.

-Creo que fue el ratón-de-las-palmeras-, respondió la serpiente.

Sin perder un minuto, el rey ordenó que le trajesen ante su presencia al ratón-de-las-palmeras. Poco después, el ratón se presentó ante el tribunal. Agitaba su larga cola felpuda y le parecía chistosa la hinchazón que le había salido en la cabeza a la serpiente por el golpe de la nuez. Todos lo miraban muy severos y la serpiente lo mostraba su desprecio.

Cuando el rey interrogó al ratón-de las-palmeras, su voz temblaba de cólera:

-¿Así que, ratón-de las-palmeras, te diviertes tirando nueces en las cabezas de los otros?

-Oh, rey, yo no lo hice a propósito. Fue por escuchar las mentiras del mosquito, que se jactaba ante su novia. Por eso sin querer se me cayó la nuez.

El ratón se acercó a la culebra para pedirle disculpas. Mientras tanto fueron a buscar al mosquito. Ahora se conocía al verdadero culpable. Pero, antes de acusarlo, era necesario escuchar lo que tenía para decir.

Finalmente, llegó el mosquito, con sus alas transparentes y las patas largas y finas. Cantaba su musiquita habitual, aquella con la que los acostumbra despertar varias veces durante la noche.

-¿Entonces, mosquito -gritó el rey-, tú andas contando mentiras a tu novia, ocasionando por eso accidentes? ¡Me veo obligado a castigarte!

-Perdón-, dijo el mosquito. -A mi novia, como a todas las mujeres, es difícil de ponerla contenta. No está prohibido decir cosas bonitas a quien se ama. Eso Ud. mismo lo sabe muy bien. ¿No es verdad? ¿Y yo acaso tengo la culpa de que el ratón-de-las-palmeras haya oído aquello que yo dijera?

El rey bajó la cabeza en señal de desesperación. Ni él, ni ninguno de sus ministros podía decir de quién era la culpa y la gallina salvaje volvió muy triste a su casa.

¿Y ustedes podrán apuntar al culpable de toda esta historia?


(*)Este cuento proviene de Nigeria. Y forma parte del libro: La gorda que se derretía y otros cuentos del África Negra. (Selección y traducción de Diego Martínez Lora)


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