Versiones 31
Director: Diego Martínez Lora
Vila Nova de Gaia - Portugal
Página principal - Índice de Versiones 31
Diego Martínez Lora(*)
Pago en especies (**)
Hace cuatro años que le soy infiel a mi compañera, pero creo que no tengo la culpa. Por una deuda que tenía me siento bien pagado.
Necesitábamos urgentemente un departamento para vivir. En último caso hasta podría ser un cuarto. Teníamos que salir de donde estábamos y el plazo ya se vencía. No podíamos quedarnos en la calle o regresar a la casa de nuestros padres. Nuestro grado de desesperación aumentaba y los amigos no estaban en condiciones de ayudarnos. Compramos un periódico y el primer aviso que leímos sobre el alquiler de un cuarto lo recortamos y de inmediato nos subimos al carro y fuimos a verlo. Una mujer nos abrió la puerta y nos enseñó un cuarto relativamente grande. Los servicios higiénicos tendríamos que compartirlos con otras personas, pero para el mes que queríamos vivir allí eso no nos importaba. Aceptamos las condiciones de pago. Les dimos por adelantado los dólares que había pedido, casi para cubrir cinco meses y nos prometió que dentro de dos días ya tendría listo el cuarto para ser habitado. Salimos contentos por tener un lugar para dormir mientras continuábamos buscando un departamento barato y decente. Como no nos faltaban motivos para festejar escogimos el descubrimiento del cuarto para bebernos una buena botella de ron mezclada con coca cola y mucho limón. Bailamos los dos últimos días que nos quedaban en nuestra pequeño depa que por tres años habíamos habitado sin problema alguno. Arreglamos nuestras maletas. Los pocos muebles que teníamos se irían a quedar en la casa de un tío. Lo que llevaríamos al cuarto alquilado estaba metido en la maletera del carro. No era mucho. Un poco de ropa, un televisor, un lector de cds y un reloj despertador. Ya con la vivienda vacía sobre el piso de madera hicimos por última vez el amor. Nos bañamos en la tina con muchísima espuma y comimos nuestro último pollo a la brasa. Extendimos una manta de lana y sobre ella dormimos muy abrazados. Por la mañana, temprano, terminamos de limpiar la casa. Nos duchamos. Y salimos finalmente, algo melancólicos por tener que dejar el huequito que nos había abrigado con tanto amor. Cerramos con llave la puerta. Nos dimos un beso y fuimos a desayunar en una panadería. Dos cafés con leche y dos sándwiches mixtos para cada uno. Subimos al carro y nos dirigimos lentamente hacia el cuarto que nos esperaba. Pusimos música y aumentamos el volumen en una canción que nos gustaba y que había sido nuestra canción con la que comenzáramos a enamorar. Muy acaramelados pasamos los veinte minutos de viaje y llegamos a la casa en la que nos iríamos a quedar por lo menos un mes o dos hasta que se resolvieran nuestros problemas económicos. Estacionamos en frente de la puerta. Bajé yo primero. Mi compañera ordenaba algunas bolsas que teníamos que bajar. Toqué el timbre preparando una sonrisa para la persona que me abriera la puerta, pero nadie se acercó a mi llamado. Volví a tocar. Insistí con el timbre. Hasta que una señora abrió diciéndome que allí no vivía nadie con el nombre que yo le decía y que además allí no se alquilaba ningún cuarto, que era una casa de familia decente. Yo me iba poniendo cada vez más rojo. Me llené de coraje y antes de que la mujer cerrara totalmente la puerta puse mi zapato impidiéndoselo. Empuje con fuerza y me metí en la casa. Me dirigí al cuarto que nos iban a alquilar y no estaba preparado, ni nada. Ni siquiera lo habían limpiado. Pregunté una vez más por la mujer que había recibido nuestro dinero y una vieja salió y me dijo que me había equivocado de puerta, que llamarían a la policía. Sin saber qué hacer. Me quedé parado en silencio en el patio de la casa. Dos niños jugaban con una pelota. Ni se inmutaron por la conversación alta. Otra mujer apareció y me dijo en voz baja:
-La que usted busca está en ese cuarto, y me señaló una habitación al lado de la cocina.
-Oye tú, cállate el pico, le dijeron las otras.
Yo corrí y me metí en el cuarto señalado. La puerta estaba abierta. Adentro estaba sobre una cama de dos plazas y media totalmente desnuda tendida boca abajo la mujer que nos había estafado. El cuarto olía a alcohol. Había una botella de vodka sobre la mesa de noche. Ella volteó la cara y me miró.
-Discúlpame, flaquito. Otro día te atiendo. Estoy borrachísima.
-¿Y mi dinero?
-Por favor, abre ese cajón, allí tienes una parte. Te prometo que ésta o la próxima semana te pagaré el resto.
Me dieron ganas de agarrar algo de la casa que costase lo que le había pagado, pero no había absolutamente nada de importancia. Tomé el dinero y no me quedó más remedio que creerle. Salí de su cuarto. Afuera ya no estaba nadie, ni los chiquillos que jugaban en el patio. Abrí la puerta de la casa y salí aliviado por respirar el aire de la calle. Mi compañera ya había bajado todo del carro. Antes que me mirase a la cara le dije que tendríamos que colocar todo otra vez de vuelta en la maletera. Que el lugar era simplemente una mierda. Ella me miró como diciéndome ¿y ahora qué haremos? Nos fuimos ese día a un hotel barato y por la tarde, para nuestra gran suerte, como si nos hubiéramos ganado la lotería sin haberla comprado, un amigo nos llamó diciéndonos que se iría de viaje por algunos años y que nos quería dejar su departamento y que no tendríamos que pagarle nada a cambio de que se lo cuidésemos. Así pasamos dos semanas en el hotelucho, pero fueron las dos mejores de nuestras vidas con nuestro futuro cercano ya asegurado. Una semana después llamé por teléfono a la mujer que nos había estafado y ella me dijo que ya tenía el dinero que faltaba pagarnos para entregármelo. Mi compañera me acompañó hasta la casa de la estafadora. Me esperó en el carro. Yo bajé y toqué la puerta. La mujer me recibió con mucha amabilidad y una gran sonrisa. Me hizo sentar en la sala. Un niñito, mi hijito, dijo, correteaba alrededor de ella. Tendría sus tres o cuatro años. Ella me pidió disculpas, que se había visto precisada a hacer tal cochinada porque necesitaba pagar una cuenta, pero que ya la había pagado, gracias a dios, (gracias a mí, pensé yo, so delincuente). Su hijo le abrió la bata que vestía y se agarró a una teta enorme y comenzó a mamar. La mujer con las dos tetas al aire me hablaba de que en realidad no me podría pagar todo ya, pero que si yo no me negaba podía pagarme en especies. Se rió. Me puse rojo otra vez.
-No se altere, me dijo. Me refería a darle una plancha, una radio, y un ventilador.
Su hijito dejó de mamar, pero ella igual se quedó con el busto desnudo.
-Espéreme un momento, me dijo.
Se fue a su cuarto y regresó con las tres cosas que había mencionado. Tenía unas tetas tan grandes y bien levantadas. Se agachó a recoger un cigarrillo que se le había caído, se puso de espaladas y a propósito me mostró su imponente trasero. Me preguntó si estaba seguro en recibir las tres cosas.
-¿Qué tres cosas?, le respondí.
-Ya le dije, la plancha, la radio y el ventilador.
-Está bien. (De pronto me vino la idea de lo que mi compañera podría pensar en verme en tal situación).
Agarré el dinero y las tres cosas.
-Venga cuando quiera, me dijo la mujer.
Me abrió la puerta. Sus ojos y sus dos enormes pezones también parecían que me miraban como un par de armas efectivas. Llegué al carro. Le di las tres cosas a mi compañera que me preguntó algo enojada por la demora.
-Vámonos de aquí, le dije. No podemos recuperar más nada.
Mi compañera me insistió en volver otro día para pedirle lo que faltaba de dinero, porque los tres objetos no eran suficientes, no valían casi nada. Ante tanta persistencia está bien, le dije.
Y así fue como desde hace cuatro años vengo visitando a esa mujer que me sigue pagando en especies una deuda que fue aumentando indefinidamente por los intereses y con el consentimiento de mi compañera que continúa preguntándome si la mujer ya me pagó todo...
(*)Diego Martínez Lora, peruano-portugués. Vive en Vila Nova de Gaia. Portugal. (**)Este cuento forma parte del libro inédito Si acaso te ofendí...