Versiones 31

Director: Diego Martínez Lora

Vila Nova de Gaia - Portugal

La aventura de compartir la vida, las lecturas, la expresión...

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Diego Martínez Lora(*)


El figurante desesperado que hizo de policía por cinco segundos

Un amigo le había dicho a otro amigo que me avisara que había leído un anuncio en un periódico en que se pedían figurantes peruanos para una película llamada Pasos de baile. Que el director era John Malkovich. ¿Quién diablos será le respondí? ¡Cómo! ¿No sabes quién es John Malkovich? Yo le dije con sinceridad que no tenía la mínima idea. Me insistió, ¿No has visto Relaciones peligrosas? Sí, claro. Esa película sí la vi y me acuerdo de Glenn Close, pero de John Malkovich, nada. Bueno, no importa, me dijo y me dio un número telefónico. Yo lo apunté en un papelito que después me costó mucho tiempo encontrarlo. Le dije que ya llamaría. Él me advirtió que no podía pasarme de ese fin de semana. Ese misma noche entré en la Internet y me puse a investigar sobre ese actor y sobre el filme. Resultaba que sí lo conocía, pero no por su nombre, y que además la película Pasos de Baile, se basaba en una novela sobre el terrorismo de Sendero Luminoso en el Perú. Me puse rojo, y qué papel me encargarían para representar, me pregunté. Ah, eso no importa, debe de ser una gringada y como tal, siempre con una imprecisión histórica tremenda. Continué investigando navegando por diferentes sites y encontré una noticia referente a la película en un periódico portugués y allí se mencionaba que no se iría a citar para nada el Perú, y que Malkovich había escogido como lugares para la filmación, Oporto, Vila Nova de Gaia, Espinho, en Portugal así como Quito y otros lugares más, nada parecidos con Lima. Trabajaba en Pasos de Baile un buen actor español, ese mismo que había actuado en varios filmes de Almodóvar, ese tal Javier Bardem. La productora española se había encargado de producir uno de las más hermosas películas de todos los tiempos: Belle Epoque. Me dije, aprenderé a ver de cerca cómo es que se hace una filmación. Y con ese estímulo llamé el lunes al número que me habían dado y me respondió una máquina pidiéndome que dejase un mensaje. Yo no dejé nada y así pasó toda la semana hasta que me acordé otra vez de llamar. Llamé y me respondió una voz muy simpática. Que era verdad que estaban necesitando peruanos para el filme Pasos de baile. Que me presentara de inmediato y que llevara una foto de mi cara y otra de cuerpo entero. Las llevé y me dijo para ser filmado probablemente el jueves siguiente, que necesitaban a alguien para hacer el papel de un policía y que tenía que conducir un carro. Bueno, respondí, debe de ser divertido y si me llaman durante la noche, perfecto, porque tengo disponibilidad de tiempo. Me llamaron para presentarme con urgencia el miércoles e hice todo lo posible para poder estar libre y así ese miércoles a las siete de la tarde me fui a la oficina de una productora portuguesa y un muchacho muy amable me llevó hasta el lugar de la filmación de ese día. Era la Avenida de los Aliados, en la ciudad de Oporto. Parecido con Lima: cero. Me dieron un traje de policía en que se me caían los pantalones, pero con un impresionante imperdible me los ajustaron. La chica encargada del vestuario me hizo quitarme la camiseta interior y me dio una camisa de mangas cortas, me dijo que así sería más realista. Me puse una gorra, me acomodé el cinturón y salí a la calle asumiendo muy en serio mi papel de policía. Algunos espectadores se acercaron a mí como si yo realmente hubiera sido un actor famoso. Pensaban que estaba bromeando cuando les respondía que sólo iría a conducir un carro.

-¿Se debe de ganar muy bien, eh...?, me exclamaban.

- Por supuesto, claro, les decía yo.

Después de esperar una hora y media sin saber dónde diablos debía de estar y con quién debía de hablar, un tipo me dijo que era hora de cenar y me juntaron a un grupo de soldados verdaderos que también harían el papel de figurantes. Cenamos divertidamente un menú ya prefijado, y como yo estaba vestido de policía y ellos de soldados, nos sentimos rápidamente en familia. Cada uno provenía de una parte diferente de Portugal. En realidad estaba cenando con todo Portugal representado en ese simpático grupo de soldados, unos de profesión y otros cumpliendo con su servicio militar. Tres de ellos en breve irían en servicio a Timor, para juntarse a la Misión de Paz, blanco todavía de algunos mercenarios. Después de otras conversaciones más serias, por allí se mencionó que en Estados Unidos, mirar más de siete segundos a una colega de trabajo ya era considerado asedio sexual, así que los soldados comenzaron a bromear, y unos decían que todo dependía de cómo interpretar aquel dispositivo, que tal vez se podía mirar seis segundos a un buen lote, y después de una pausa de un segundo, nuevamente se podía volver a mirar a la misma mujer, o quizá se podía mirar sólo con un ojo siete segundos y con el otro siete segundos más. Terminada la amena cena, nos fuimos nuevamente para el lugar de la filmación. Pasaron por nuestro lado un par de muchachas portuguesas muy guapas y todos los soldados miraron sin ningún tapujo.

- Eh, cuidado-, les dije, -no se olviden que después de siete segundos hay asedio...

-Aquí no, felizmente, respondieron todos aliviados.

No sé por qué nos dijeron que a las diez en punto ya debíamos de estar allí, en una esquina, en cualquier lado. Los soldados tuvieron que esperar hasta las cuatro y media de la mañana para comenzar con su trabajo. Desde las diez de la noche, luego de la cena, hasta esa hora no nos pasaron ni un solo bocadito y ni siquiera un vaso de agua. Los diez o doce soldados tenían que distribuirse en dos camiones y en un jeep, y pasar rápidamente sirviendo de fondo a una escena en que aparecían Javier Bardem y una actriz muy bonita caminando por la Avenida dos Aliados. Repitieron la escena como diez veces, los camiones no paraban de dejar todos sus humos tóxicos ante los pocos atónitos espectadores que quedaban. A las seis y media, ya cansado de todo, me llamaron para cumplir con mi papel de conductor - policía. Un tipo me mostró un carro policía de la época de los ochenta. El carro con las justas podía andar. No respondía del todo ni al acelerador ni a los cambios. Sin probarlo nunca antes, me subí al carro, mientras otra gente trataba de instalar unas luces de patrullero. Las luces no funcionaban y para evitar perder más tiempo dijeron que podía andar sin luces y así arranqué el carro con un muchacho oculto en el asiento trasero que me contaba que había estado en la Argentina y que se había enamorado locamente de una bonaerense al punto de haber querido quedarse a vivir por allá, pero que la chica lo había mandado al diablo... Pobre chico le dije y volví a mi breve trabajo. Mi misión consistía en seguir a los camiones militares que estaban estacionados en fila india delante mío y en lugar de voltear con ellos hacia la izquierda, debía voltear hacia la derecha y más nada, sanseacabó. Todo eso servía de fondo para otra escena de los actores principales. En total ni cinco segundos de actuación. Con el enorme imperdible de los pantalones salido a punto de pincharme la cintura y muerto de frío por la mujer del vestuario que me había dicho que era mejor estar vestido sin camiseta interior, me la pasé esperando casi doce horas, toda la noche, la madrugada entera hasta que amaneciera. Estuve a punto de largarme de la filmación con la ropa de policía en el carro que apenas andaba, pero un deber profesional me detuvo. Lo que me había propuesto cumplir, lo tenía que cumplir. Y lo que debía haber sido una broma divertida, el estar presente en un film, (y unos hasta pagan por salir en una película) se convirtió en una pesadilla, más aún cuando supe que lo que me irían a pagar por todo ese tiempo de tortura era de cinco "contos", es decir, casi 25 dólares.

Lo más interesante de todo fue haber podido conversar con otros policías verdaderos que al verme disfrazado de policía entablaron conversación conmigo con mucha facilidad. ¿Y, colegas? Así me enteré de sus problemas gremiales y de la marcha que habían organizado no hacía mucho en protesta por el castigo injusto que habían recibido dos de sus colegas y por eso en un acto simbólico habían entregado sus armas de servicio. Del mismo modo conocí a un bombero profesional que estaba haciendo servicio durante la filmación para cuidar una ambulancia que habían alquilado. Por la ambulancia pagaban casi 100 dólares la hora, pero por un ser humano que trabajaba de figurante, por las once o doce horas de espera y los cinco segundos de filmación, que podían repetirse muchas veces, sólo pagaban 25 dólares, es decir, casi dos dólares por hora. El bombero cuidaba que no malograsen la puerta de la ambulancia que otros figurantes se encargaban de cerrar con fuerza, y a cada golpe de la puerta el bombero se lamentaba:

-Uy, y ahora sí que la malograron...

Y por más que se quejase, igual continuaban a cerrarla con mucha brusquedad.

 

John Malkovich, vestido con una ropa de muy mal gusto, aprovechaba una de las acostumbradas pausas entre escena y escena y se retiraba con su novia a su remolque privado. La caravana se movía rítmicamente, un señor que estaba a mi lado comentaba, mire, allí sí que está ocurriendo algo, y yo le respondía, no, no sea malpensado son los pasos que hacen moverse al remolque. Luego de unos diez minutos volvían a salir, la chica más abrigada, igual que John Malkovich, mientras yo, estúpidamente, me moría de frío con la camisa de manga corta, muy próximo a pescar una pulmonía. Me quejé por tener que esperar tanto.

-Así es el cine-, me respondió uno de los ayudantes de la productora española, y me insistió con sus gestos afeminados. -Así es el cine, hay que tener mucha paciencia. Para eso nos pagan.

-¿Así?-, le dije yo. -A ti te deben de pagar muy bien, porque a mí y a toda esa tropa de soldados que ya están que se duermen y que mañana tienen que ir a trabajar muy temprano, sólo nos pagan 25 dólares por estas doce horas de espera.

-Oh-, hizo otro gesto el tipillo y se fue.

Y lo más increíble de todo, fue que ya cuando había terminado de cumplir mi papel por segunda vez conduciendo ese carro policía, me fui corriendo a cambiar de ropa en un camión, cosa que recién me lo había permitido hacer la encargada del vestuario y me subí a un taxi para irme a mi casa, lo increíble era, decía, que tuve que pagar con mi propio dinero al taxista. Después me lo devolverían en el día de los pagos, es decir, que hasta les tuve que prestar dinero, como un favor. Llegué a mi casa con mis ojeras cinematográficas para tirarme rendido a mi cama.

Ahora, por favor, no se olviden que en el filme Pasos de Baile, cuando lo pasen en los cinemas y vean un carro patrullero voltear a la derecha en el fondo de una de las centenas de escenas, allí, dentro de ese vehículo con un imperdible a punto de hincarme y hacerme una profunda herida, allí estoy yo, cinco segundos o menos, o tal vez esa escena ya haya sido cortada y no forme parte de la película. Pero de todos modos, acuérdense de mí. Ya llegaré para firmar autógrafos.

Me llamaron de la productora portuguesa otro día para volver a hacer el papel de policía, pero ya fuera del carro, yo les dije que muchas gracias, pero que como figurante ya había tenido suficiente experiencia. Nunca me olvidaré de estas doce horas kafkianas de figurante, pero muy agradecido, porque como policía disfrazado pude enterarme más de la realidad de Oporto.


(*)Diego Martínez Lora, peruano-portugués. Vive en Vila Nova de Gaia. Portugal.


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