Versiones 33
Agosto - Setiembre 2000 - Año del Dragón
Director: Diego Martínez Lora
Ana María Trelancia(*):
Los Visionarios: Extraterrestres en su Propia Tierra
Siempre ha habido gente
que “ve más allá” de los límites del mundo concreto. Los artistas, ven a
través de su sensibilidad y perciben melodías, luces, movimientos y formas que
muchos no alcanzamos a notar siquiera. Marco Polo, “veía” otros mundos
antes incluso de abordar un barco. Igualmente, Colón, Humboldt, Raimondi, y
otros grandes descubridores, “hicieron visibles”, mundos que no conocíamos.
Pero pocas veces
pensamos en otros visionarios. Hombres que -guiados por su intuición y las
lentes de un microscopio- “veían”
seres y cosas invisibles para el resto del mundo. Muchos de ellos, soportaron
burlas y persecución, vivieron en buhardillas y murieron en calabozos. No se
atrevían a firmar sus libros ni a divulgar sus conclusiones por miedo a la
represalia de las autoridades. Debían guardar para si mismos las grandes
aventuras que vivían cada día en sus precarios laboratorios.
Y
es que el microscopio abrió, ante los ojos precursores de estos hombres,
continentes oscuros e inexplorados. Las grandes travesías habían requerido de
un enorme capital, esfuerzo logístico y reyes condescendientes, mientras que
unos pocos hombres solitarios frente a un microscopio, iniciaron una de las
travesías más fructíferas y exitosas que se conocen, cambiando para siempre
el rumbo de la historia.
No sabemos quién
inventó el microscopio, pero sí sabemos quienes fueron los primeros
investigadores que trataron de “presentarnos” ese mundo antes invisible.
Esos seres que siempre estuvieron ahí pero que recién existían, gracias a un
objeto que los había hecho finalmente accesibles al análisis. El microscopio
fue un producto de la misma era que hizo al telescopio. Pero mientras Copérnico
y Galileo fueron finalmente elevados a la categoría de profetas de la
modernidad, a Hooke y Leeuwenhoek –su contraparte en el mundo del microscopio-
sólo los recuerdan los especialistas.
Como jugando, se empezó
a utilizar el telescopio para observar también objetos cercanos. El mismo
Galileo dijo en 1614 que había “visto moscas tan grandes como corderos...y
apreciado que su cuerpo está cubierto de cerdas...”. También descubrió una
aparente paradoja: para ver las estrellas, le bastaba un telescopio de dos pies
de longitud, mientras que para aumentar un objeto cercano, necesitaba un tubo
dos o tres veces más largo.
Muchos años después,
los “visionarios” seguían tratando de convencer a sus semejantes de la
existencia de otros seres y otros mundos. El alemán Roberto Koch (1843–1910),
fue el primer “bacteriólogo” que logró hacer visibles los microbios.
Mediante técnicas de teñido “pintó” los microorganismos transparentes,
haciéndolos “aparecer” ante los atónitos ojos de los incrédulos. Luego,
cultivó gérmenes en placas con gelatina, para aislar microbios con los que
fabricó las primeras vacunas. Así, comprobó
algo que hoy para la mayoría de nosotros es obvio: las enfermedades infecciosas
están causadas por microorganismos.
Al igual que Koch, el
francés Luis Pasteur (1822-1895), tenía “extrañas visiones”. Trabajando
en la industria del vino en el sur de Francia, Pasteur “presentía” que
cuando la cosecha de vinos de determinados años se echaba a perder, esto no se
debía a la posición de los planetas o los malos deseos de los competidores,
como opinaba su jefe. Donde todos los demás veían causas astrales, él veía a
unos pequeños seres microscópicos que luego se llamarían bacterias y les
echaba toda la culpa del desastre. Pasteur sabía que los microbios existían,
el problema era que, por el momento, no
podía probarlo.
Conozco una anécdota
de Pasteur que nos contó un profesor en la universidad y creo que pinta de
cuerpo entero la desazón de estos visionarios cuando eran tildados de locos
porque no poseían los medios para comprobar que sus hipótesis eran
completamente válidas. No sé cuánto de cierto hay en esta historia, pero la
atesoro como uno de los mejores ejemplos que tengo sobre
la humildad de un hombre de ciencia.
Cuentan que a la hija
de Pasteur se le iba a practicar una operación cesárea pues había estado días
en infructuoso trabajo de parto y su vida y la del niño peligraban. En ese
tiempo, por supuesto, “los microbios no existían”, por lo que no había
necesidad de “esterilizar” (tampoco existía este término) el instrumental
quirúrgico. Miles de parturientas morían de fiebre puerperal, problema que se
achacaba simplemente a la fatalidad... Pasteur sabía que la falta de higiene en
la sala de operaciones y el instrumental que pasaba de paciente en paciente sin
ser desinfectado eran los culpables. Así, ante el peligro que corría su hija,
el científico imploró de rodillas a los médicos que se lavaran las manos con
jabón antes de la operación y que le permitieran hervir el instrumental que
utilizarían para operar a su hija. Les dijo que lo tomaran como la locura de un
padre preocupado, que él se responsabilizaría por cualquier inconveniente, que
sí, que estaba completamente equivocado, pero que por favor... Y así fue que
los grandes doctores, entre burlas y carcajadas, cumplieron con el pedido de
Pasteur. Por supuesto que “la fatalidad” no se ensañó con la hija del
visionario y ella y el niño salieron bien de la operación. En la fiesta de
Bautismo, todos agradecían a Dios por el milagro, mientras el abuelo cargaba en
sus brazos al primer beneficiario de sus “locas visiones”.
Hoy en día, escuchamos
estas historias con cierta incredulidad. A nuestras “mentes Siglo XXI” les
parece inadmisible un mundo científico regido por la censura y la ignorancia de
conceptos ahora tácitamente
aceptados. Nos parece increíble que los científicos hayan tenido que batallar
durante siglos para demostrar la existencia de los microbios o la evolución de
los seres vivos...
Sin embargo, los
visionarios de nuestro tiempo siguen luchando, desde las infinitas trincheras
del saber humano, por demostrarnos que estamos equivocados. Y nosotros, seguimos
“educándolos” en colegios y universidades donde maestros de mente estrecha,
los tildan de locos o desadaptados porque no se conforman con el loado status
quo.
Y cada noche, quizás
frente a una PC, un visionario
tiembla de horror y frustración ante los mil mundos que descubre y analiza.
Esos mismos mundos a los que nosotros, los “normales”, llamamos FUTURO.
(*)Ana María Trelancia, escritora y bióloga peruana. Vive en Lima.