Versiones 34

Octubre/Noviembre 2000 - Año del Dragón

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Director: Diego Martínez Lora


la aventura de compartir la vida, las lecturas, la expresión...


 

Diego Martínez Lora(*):

Alivio de fin


Juan se enamoró de Liliana. No sabe cómo. No le importa eso, sólo quiere estar cerca de ella y si es posible ya estar metido en una cama expresándole que la ama con todos sus argumentos amatorios.

Demostrarle que la ama es otra cosa, es todo un proyecto que espera cumplir al pie de la letra. Por ahora quiere sentir intensamente esa atracción que lo ha vuelto permeable a cualquier proximidad de Liliana. Como si todas sus células se hubieran puesto de acuerdo para estar atentas y no dejar desaprovechar la mínima manifestación de amor hacia ella. Amor palpable. Concreto. Quiere pesar con su cuerpo entero los cincuenta quilos de Liliana. Quiere, en otras palabras, exprimir sus testículos hasta quedarse dormido con la convicción de que Liliana también haya gozado como él cada movimiento corpóreo y espiritual. Cree que la ama.

Ella también lo ama. Su deseo se ha cumplido. Está satisfecha. Ya piensa en otras cosas. No se puede sólo hablar de amor. Hay que practicarlo como Dios, en todos lados y en cualquier momento. Liliana lo haría, pero no quiere que Juan la malinterprete y todavía se siente muy tímida para ese papel. Juan no se apartaría de ella nunca y estaría sin limites atado a ella por el sexo, pero ni lo dice, ni se atrevería a decirlo.

De un momento a otro no saben cómo, pero se están diciendo las cosas más íntimas, y cada uno hace interminable su placer, por decirlo. Ya lo dijeron todo. Nombraron todo. Están más excitados. Hacen el amor una vez más. Lo pueden hacer más desinhibidos. Dentro de su menú sexual aprovechan bien la oportunidad y esta vez no culminaron juntos, pero se preocuparon en culminar por lo menos los dos, aunque en tiempos diferentes. Ahora yacen uno al lado del otro. Liliana no puede creer en la euforia que vive. Suspira como si se hubiera cumplido un viejo deseo de romper sus tabúes sexuales.

Liliana está más cómoda y relajada y se le ha escapado un ruidoso pedo. ¡Qué pedo!, piensa Juan, pero se hace el desentendido. No aguanta más y se ríe, a carcajadas. Ella está rojísima de vergüenza y se separa sin saber si molestarse o hacerse la molesta. Él no sabe si pedirle disculpas o abrazarla y decir cualquier comentario cómico. Todo es tan rápido y él, dejándose llevar no sabe por qué, se tira un pedo tan fuerte como el de ella. Liliana se siente ofendidísima, ella no lo había hecho a propósito y odia las vulgaridades. Juan tiene tanto sueño que ya no le importa nada lo que Liliana le diga o haga en esos momentos. Ella no dijo una sola palabra. Lo oye roncar. Se viste y se va. Se aleja un kilómetro en su viejo carro, pero tiene una cuerda invisible que la une a Juan y que le ha crecido sin darse cuenta. Poco después regresa. Ya no sabe vivir sin él. Abre la puerta de la habitación, se desviste, se ríe y se echa a su lado. Está segura que nadie hablará más sobre el tema. Liliana se siente mejor. Duerme encostada a Juan, le levanta un brazo y se acurruca más.

Juan se despierta y el olor del cuerpo desnudo de Liliana le acaricia todo su sistema respiratorio. Tiene una mujer en su cama. Le gusta el calorcito femenino y no se atreve a moverse para no despertarla. Liliana duerme plácidamente. Juan no quiere pensar en que la situación podría cambiar en cualquier momento. Los cuerpos están ávidos de extender todas sus armas y trampas para cautivarse mutuamente y sentirse poseedores y triunfadores.

Liliana mañana le dirá que tiene celos de su hermana y que por favor que no se atreva a mostrarle ningún tipo de atención, porque su hermana es muy coqueta y ella no podría resistir ningún tipo de inseguridad y desconfianza en estos momentos tan buenos de su vida. Liliana sabe que tiene un sentimiento de inferioridad muy pronunciado, pero que nunca se lo diría a su hermana para que no le tuviera pena. Ella quiere ser normal para los demás o que la vean hasta un poco más liberal que el resto de su familia. No le confesará sus traumas a Juan. Ya lo había hecho antes con otro enamorado y el resultado fue un tremendo desastre.

Mañana cuando vuelvan al mundo de cada día aparecerán los problemas con que tendrán que lidiar para mantenerse como una pareja estable. A Liliana le gustaría no salir nunca de allí y vivir sin ninguna otra persona además de ellos dos para tener la atención absoluta de Juan, pero ella sabe que Juan tiene muchos recuerdos y eso la pondrá inquieta. A veces le vienen ideas negras y quisiera morirse en medio de la oscuridad de la noche al lado de su enamorado que dice que la ama y que todavía sus palabras suenan en el ambiente. Ella quiere que él sólo le dé afecto, que no le haga preguntas y que no piense en otra persona que no sea ella. Tendrá que estar a su lado pegado como un perro de invidente y desapercibido para que nadie se dé cuenta de su existencia.

Juan no resistirá mucho tiempo tanta presión. A él no le gusta que lo controlen, ni tampoco le gusta ocultar sentimientos.

Juan hace un ligero esfuerzo para rascarse la planta del pie que le está picando y Liliana se despierta. Ella abre los ojos y los cierra nuevamente. Los vuelve a abrir y pone sus labios en forma para recibir un jugoso beso de Juan. Él la besa y la abraza, y lo primero que se le ocurre hacer después, es rascarse mejor la planta del pie. Al meter un poco más su nariz debajo de las sábanas le provoca abrazar libidinosamente a Liliana y ella sucumbe ante su ímpetu. Allí están los dos haciendo el amor una vez más, remeciendo fluidos antiguos como derritiendo un metal imposible, difícil de volver a su estado natural.

Liliana no quiere hablar y está llorando. Le ha pedido a Juan que la deje en paz. Ella ya se está imaginando cosas. Él está un poco desconcertado. Trata de abrazarla por la espalda, pero ella se separa y se pone la almohada sobre la cabeza. Juan se levanta y mira por la ventana. Está lloviendo. Su cuerpo satisfecho de todo placer sexual le dice que se vista y que se vaya, que no pierda tiempo, que Liliana será así y peor en el futuro. Juan no quiere continuar con esos pensamientos. Hay algo en Liliana que lo atrae y que le da la fuerza para insistir e intentar primero en ayudarla a calmarse con todo el cariño posible. Juan se le acerca y comienza a acariciarla por el cuello. Ella lo rechaza violentamente y no sólo se tapa la cabeza, sino que se cubre todo el cuerpo. Juan se queda echado a su lado y sin mucho esfuerzo se queda dormido.

Juan se despierta ya de mañana y no encuentra a Liliana. Ella se ha ido sin dejar rastros. Mira por la ventana para ver si está todavía el carro de ella. No está. La lluvia lavó la calle durante toda la noche.

Juan se baña, se viste y sale tan aliviado de haber usado preservativos. Se sentía liberado de una pesadilla. El amor le había jugado una mala pasada. No intentaría después ni siquiera llamarla por teléfono. Ya había aprendido que en esas situaciones, lo mejor era nunca más volver a hablar sobre el asunto. Ni siquiera para presumir de haberse comido a aquella hembrita, así como solían hablar entre amigos de sus diferentes conquistas.


(*)Diego Martínez Lora, peruano-portugués. Vive en Vila Nova de Gaia, Portugal. 


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