Versiones 35
Diciembre 2000 / Enero 2001 - Año del Dragón
Director: Diego
Martínez Lora
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Iván Ruiz Ayala:
Carta a una minnesotana
No,
no y no. ¿Cómo voy a decirte que lo nuestro no tiene futuro, que hay
alguien además de nosotros que enturbia nuestras mañanas y tardes de deseo?
¿Cómo quieres que no te recuerde a los inocentes, tus niños, a los que ves
cada tarde que regresas a casa? No puedo entender cómo puedes verles
directamente a la cara. Yo te he amado, te amo todavía, pero no puedo darme
totalmente a ti en estas circunstancias. Si hubieras sido libre, si te
hubiera conocido diez años atrás. Si... el desideratum de los imposibles.
Pero la vida no es sólo deseo; es amor, hecho, facto. Es el juego abierto
de posibilidades al que entramos cada mañana y cada noche. ¿Y cuántos
tiempos tenemos ya jugados? ¿Cuántas veces me has ganado ya la partida,
sin que tenga la oportunidad de contestarte, de decirte que no, que ya no
quiero jugar, que es, de entrada, un juego perdido?
Don't
stop, don't stop! Follow ahead, follow ahead! Solías
repetirme en
esas tardes encendidas de fuego y silencio. ¿Y cuántas horas permanecíamos
echados, desnudos, amándonos, oh permisiva y
dulce minnesotana? ¿Cuántas horas nuestros cuerpos no eran dos, sino uno e
infinito? ¿Cuántas veces gemías con alegría o dolor, con satisfacción o
indiferencia, en esas eternas tardes?
Y pasabas luego a contarme de tu infancia, la madre que te abandonó de
niña, a la que seguiste con su nuevo marido, y también os volvió a dejar a
ambos para marcharse con un tercero, al que también dejó. Y sólo después
de años de búsqueda con tus hermanas pudisteis volver a ubicarla en una
granja perdida de la perdida Georgia, entre el tabaco y el algodón, ahora
convertida en madrastra de los hijos que nunca tuvo?
Qué dolor, qué angustia la tuya, lavar tu ropa o ir al supermercado, a los
10, 12 años, para proveerte de tu propio alimento! Qué lástima no haber
tenido a la amiga en los años cuando más necesaria es aquella a quien se
puede confiar las confidencias de una vida que recién comienza. Qué pena y
qué indiferencia!
Pero para entonces tu piel tan blanca había adquirido el oro de los rayos
que declinan y que a través de las delgadas líneas de la persiana se
proyectaban en la habitación. Inclinada sobre mi rostro callabas tus ojos
verde-azules en ese antiguo silencio de soledad nórdica. Nada podía más que
el silencio. Los libros sobre mi escritorio nos envolvían con su
volumétrica geometría. Callados, conversaban Facundo con María, y las Aves
sin Nido con Doña Bárbara. Más allí estaban las mujeres de América Latina y
sus luchas, con los temas de religión, las intervenciones de los Estados
Unidos y los barbados revolucionarios de Cuba; más allá se aglomeraban los
negros del Caribe con los indígenas de Ecuador, Perú y Bolivia, y, más allá
aún aparecían los desaparecidos de Argentina y Chile.
Oh, mi dulce sirena noruega, cuando las horas de la agonía arriben a tu
pelo, habré abandonado la cubierta del rocío. Tus labios habrán besado mis
labios, y no habrá ninguna soledad ni quebrantamiento de destino. Sólo el
esplendente y mortecino mar de la indiferencia a donde iré a dormir cuando
cierre esta carta.
Iván Ruiz, poeta y profesor universitario peruano. Vive actualmente en USA.