Versiones 36
Febrero/Marzo 2001 - Año de la serpiente
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Director: Diego Martínez Lora


la aventura de compartir la vida, las lecturas, la expresión...


Ana María Trelancia(*):

Este San Juan Sí Que Es de Dios


El Hogar Clínica San Juan de Dios fue fundado el 11 de Febrero de 1952 y es -según sus estatutos- una institución dee carácter social, no gubernamental, con duración ilimitada y sin fines de lucro. Su misión es "contribuir a la integración de niños y jóvenes discapacitados de escasos recursos económicos". El Hogar está dirigido por los hermanos de la orden de San Juan de Dios, quienes conforman un grupo sólido y solidario que trabaja incansablemente, siempre con una sonrisa en los labios. La orden nació en España, pero, felizmente, la buena fe se diseminó y ahora es "internacional". Aquí, en Lima, hay -además de los hermanos peruanos- hermanos brasileños, españoles, norteamericanos, y venezolanos. Junto a los hermanos, trabajan en el Hogar, médicos, enfermeras, cocineros, religiosas, empleados de limpieza y muchísimos voluntarios que dedican su tiempo a servir a los demás.

Yo participo, junto con 5 voluntarias más, del taller de arte y cerámica, uno de los tantos "talleres externos" dirigidos por voluntarios sin la participación directa del personal del Hogar. Todos los lunes, vamos al Hogar, desde las 9 de la mañana, hasta el medio día. Los chicos nos esperan con mucho entusiasmo pues el taller es para ellos, un escape, una distracción del dolor y de la nostalgia por sus seres queridos  y ambiente familiar.

La mayoría de los pacientes está ahí por alguna discapacidad motora, pero algunos son discapacitados mentales o quemados. El tiempo de permanencia es muy variado, quedándose algunos chicos por unos meses y otros, por años. Unos pocos, son abandonados por sus padres y se quedan en el Hogar hasta la mayoría de edad.

En el Hogar, los pacientes se someten a cirugía, rehabilitación y tratamientos de todo tipo. En la ciudad de Lima, el Hogar cuenta con 240 camas para hospitalización y realiza 15 operaciones y 1,300 atenciones diarias en sus consultorios externos. Entre los pacientes, hay desde bebés de meses de nacidos hasta adolescentes de 18 años. Están separados en un pabellón para varones y otro para mujeres y tienen salas comunes de rehabilitación, biblioteca, música y de talleres diversos.

 Los niños que viven en el Hogar, provienen de la ciudad de Lima y de muchas provincias y pueblos del interior del país. Su lugar de origen salta a la vista en el momento en que, pincel en mano, plasman paisajes policromáticos que contrastan con las tonalidades grises del invierno limeño. Entonces, escuchamos extasiados sus historias sobre animales amazónicos o parajes altoandinos.

Los chicos de San Juan de Dios no asisten a la escuela durante el tiempo que dura su tratamiento, pues no se ha podido implementar una escuela formal dentro del Hogar. La heterogeneidad de los pacientes en cuanto a edad, grado de discapacidad y tiempo de permanencia en el Hogar, hace difícil organizar su escolaridad. Es cierto que participan de talleres donde aprenden un poco de geografía, educación cívica y reciben charlas de nutrición, ciencias naturales, historia, etc., pero éstas difícilmente suplen una educación formal.

También están expuestos a distintas disciplinas artísticas a través de los talleres y otras actividades. Por ejemplo, la afición a la música de los hermanos de San Juan de Dios, se hace evidente a través de los conciertos de música clásica (y rock, también) que se escuchan por todos los rincones del Hogar mientras los chicos están comiendo o realizando alguna labor manual. Del mismo modo, en los televisores de las salas comunes, se pasa videos de ballet, de visitas a los más importantes museos de arte del mundo y de diferentes obras de teatro. Hace pocos días, la Banda "Unitas" de E.E.U.U., llegó al hogar para ofrecer un concierto a los 50 niños que están alojados actualmente ahí.

Los dormitorios son muy acogedores y de una pulcritud sorprendente. En cada cuarto, las  ocho o diez camas están perfectamente tendidas, con sábanas y frazadas limpias y confortables y un televisor eternamente prendido instalado en la pared central de la habitación. La comodidad del Hogar hace que muchos niños no quieran volver a su casa cuando son dados de alta, porque  generalmente, las condiciones de vida en su ambiente original son tan humildes, que el Hogar les parece un palacio, en comparación. Pero, más que otra cosa, el cariño y la atención de los hermanos, médicos y enfermeras, hace que la separación sea muy dolorosa a pesar de las ansias que puedan sentir por regresar a casa.

Uno de mis lugares preferidos en San Juan de Dios es la cocina.

Este lugar inmenso y lleno de gente atareada removiendo enormes ollas es un mundo de humos y olores de todo tipo, donde más que comida, se cocina milagros. Y es que el Hogar depende de la caridad de instituciones y personas particulares y hoy en día, la caridad no está precisamente "de moda"... La globalización nos ayuda a "enterarnos" de lo que sucede en los lugares más remotos del mundo, pero, paradójicamente, nos desensibiliza, también. Tanta guerra, tanta sangre, tantos muertos anónimos, se convierten en una suerte de "escenografía" que nuestra conciencia filtra hacia rincones alejados del corazón para que sigamos durmiendo en paz...

 

Yo llegué al Hogar por caminos sinuosos, como todo en mi vida. Resulta que, como trabajo en la edición del diario de mi barrio, me encargaron entrevistar a una vecina y ella es una antigua voluntaria del Hogar. Una vez en su casa, Sabine me mostró fotos, me contó un poco del trabajo y me dijo: "¿Por qué no pruebas el próximo lunes?". En ese instante, surgieron mil excusas en mi mente. Yo no tengo tiempo ni ganas de ver niños sufriendo. Tengo dos hijos chicos, felizmente normales y no quiero hacerme problemas por los hijos discapacitados de otros. ¡Ya tengo suficiente con mis propios problemas!. Pero, finalmente, el dichoso lunes le toqué el timbre a mi vecina, fuimos al Hogar, y quedé "enganchada" para siempre.

Y es que uno siempre se cree más "malo" y más "inútil" de lo que es. O quizás, quiere convencerse de eso para no involucrarse, para no "firmar otro compromiso" con alguien más. Como si el corazón no fuese todo lo elástico que es... Uno cree que ya no le alcanza ni el cariño ni la paciencia para nadie más, pero siempre aparece un espacio para crecer en el amor. Nunca se ama "en exceso", como no se puede recibir "demasiado" amor, tampoco.

Pero a pesar de todo lo dicho, cada domingo por la noche, me pregunto "quién me mandó meterme en este voluntariado"... E invariablemente, todos los lunes por la tarde, regreso, con el corazón hinchado de cariño y sangre nueva. Y es que esto del "servicio" es una cosa extraña. Nunca entenderé realmente quién sirve a quién...

Hay lunes más fáciles que otros, pero no hay un solo lunes en que me arrepienta de haber ido al Hogar. Los niños son un ejemplo de valentía, de tenacidad, de fuerza y esperanza ante la adversidad. Los que vienen del interior del Perú deben soportar el dolor del tratamiento sin el apoyo de su familia, pues, generalmente, los traen a Lima y luego regresan a sus pueblos. Es imposible para los padres, mantenerse en Lima por meses o a veces años, hasta que sus hijos terminen el tratamiento. Con mucho sacrificio, tratan de visitar a sus niños varias veces al año, pero difícilmente pueden abandonar su trabajo y a sus otros hijos con tanta frecuencia.

 Aún con todo este viento en contra, los chicos trabajan en el taller y ponen todo su amor en cada pintura, en cada adorno de cerámica que hacen. No sienten rencor hacia sus padres, aunque no los vean hace tiempo o aunque no estén ahí para acompañarlos en la adaptación a su nueva prótesis o durante los tratamientos de injertos para las quemaduras. Soportan todo, toleran todo y aún les quedan ganas de jugar, de reírse, de hacer una que otra travesura. Algunos chicos están en el Hogar debido al maltrato físico sufrido de manos de sus propios padres o familiares. Niños con brazos y piernas rotos a punta de golpes y que, sin embargo, no dudan en grabar los nombres de sus padres en los jarrones y vasijas que crean con sus manos en el taller. Ellos olvidan  y perdonan maltratos de este calibre y nosotros queremos matar al primero que nos mira mal...

En fin, sólo quería contarles un poquito sobre cómo es esto del "voluntariado" que, muchas veces, no comienza siendo tan "voluntario" que digamos. Pero como dice una amiga mía: sólo se aprende a hacer, haciendo y, entonces, yo agregaría... y a amar, amando.


(*)Ana María Trelancia, escritora peruana. Vive en Lima.   


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