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40 Octubre
- Noviembre 2001 - >Año de la
Serpiente
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Director:
Diego Martínez Lora
Diego Martínez Lora (*)
Yo
sé que te gusto. Eso se puede sentir claramente. Me tratas tan bien. Te
diviertes mucho conmigo. Soy generosa y espontánea. Tú te das cuenta de que me
caes bien, de que me encanta estar contigo. Tienes algo que me pone loca. (...)
Por
momentos te veo medio perdido. Estamos entre paréntesis. Vienes aquí, donde mí,
seguro porque has peleado con tu enamorada. Necesitas un poco de afecto, yo
también. Quieres cariñitos y que no te resondren ni te digan tus defectos.
(...)
No
tuve una buena semana con mi enamorado. Apareciste milagrosamente. Te invito lo
que quieras.
Ven,
vamos a bailar. Esta música brasileña es insuperable. ¿No sabes bailar samba?
Ven, te enseño. No te hagas el tieso. Mueve así los pies. No, así no. Sí, así
está mejor. ¿Ya ves? Qué bueno, ¿no? Te agrada acercarte a mí. Soy suave.
Cuando me divierto no quiero pensar en nada. Por ahora la música está lenta.
Nuestras miradas perdidas se han evaporado. Nos brillan los ojos. Bailamos
apretaditos. No te puedo negar que a mí me agrade también tu compañía,
parece como si siempre hubiera estado contigo. No te pregunto nada acerca de tu
enamorada. No quiero echar a perder esta noche tan especial. Tampoco quiero
hablar de mí. Quizá nos esté ocurriendo lo mismo a los dos. Todo el primer
piso de la casa está hecho para divertirnos. Nadie está para controlarnos.
Subo el volumen de la música. Nos liberamos más. Mis padres continúan
viajando. Mis hermanos no llegarán hasta el próximo año. Estoy solita
contigo. Te abrazo como tú me abrazas. Cualquiera diría que somos enamorados y
que nos queremos mucho. Elis Regina acaricia nuestros oídos con una canción
que sólo se podría bailar con la persona indicada. No me he equivocado en
abrirte los brazos hoy, tú me correspondes de la misma manera con idéntica
intensidad. Eso es lo que quería, toneladas de afecto, mucha ternura. Junto mis
labios a tu boca y nos besamos. Los labios están dulces. Qué bien nos hace
pasarla juntos. Demasiado bonita está la noche. Mañana probablemente te verás
con tu enamorada, te olvidarás de mí, sin embargo, siempre seré una inquietud
en tu vida. Qué creída que soy,
pero temo no equivocarme. Será que me guardas en la memoria para tener
recuerdos agradables en qué pensar y por eso no me propones ninguna cosa. No me
dices que me quieres. Sólo bailas tan románticamente, agarraste bien el ritmo
y yo apoyo mi cabeza sobre tu hombro. Me abrazas más fuerte. Te correspondo.
Tal vez mañana también me vea con mi enamorado, como obedeciendo a un
masoquismo igual que el tuyo. Queremos estar muy metidos en la mierda de la
contradicción del amor, para demostrarnos a nosotros mismos que lo que queremos
y lo que buscamos son, justamente, otras personas que no sean tan conflictivas.
Si me dijeras alguna palabra o si yo te la dijera, quizá romperíamos este
hechizo. El silencio es mágico. Bebemos. Reímos como locos. Te digo que ya no
podría beber más. Estoy borrachita. Te beso. Juego con tu lengua. Algo te
impide ir más lejos conmigo. Me abrazas, me besas. Estamos bastante lentos. Nos
separamos. Cambio de música. Te sirvo un café superfuerte, con la receta
turca. Lo bebes sin decir que el café te cae indigesto. Te pones tan mal. Dices
que tienes retortijones. No quieres ir al baño. Estás pálido. Sudas frío por
evitar ir al baño. Los besos se acabaron. Qué penita, estaban tan ricos. Te
levantas, te sientas en el sofá. Te agarras el vientre. Cómo se puede acabar
una noche tan bonita de esta manera. Me dices que te tienes que ir, que te
disculpe. Ni me das un beso de despedida. Tomas tu bicicleta de carrera y te
alejas pedaleando como loco. Para mí que te dieron nervios. No querías asumir
que te sentías lleno de felicidad conmigo. (...)
Te
besaba como si nunca hubiera besado a nadie anteriormente y tú me besabas sin
poder creer que nuestros besos existían. Hechos de labios que se atraían, de
lenguas exploradoras que encontraban la mejor recepción. Caíste como un ángel
y te fuiste igual. Te permití partir. Tú me dejaste tomar otro destino. Como
si hubiéramos formado parte de nuestro nivel onírico, nos redujimos a un sueño,
a un paraíso perdido, a un tiempo remoto de pura felicidad. (...)
Después
de diez años, me ha vuelto a llamar por teléfono. Yo misma he respondido. No
podía creerlo. Me ha convidado a comer a un buen restaurante. Me sorprende. Me
llama como si nos hubiéramos visto todos los días, con una naturalidad que yo
misma comparto, caídos entre paréntesis fuera del tiempo y del espacio. Es
medio adivino, ayer pelee con mi amigo, no definitivamente, claro, lo suficiente
como para no querer saber nada de él por esta noche. Me llama en un momento en
que me encuentro muy débil y con mucha falta de afecto. Me temo que a él le
deba de estar ocurriendo lo mismo. He
salido tantas veces de casa, semanas enteras y él justo me llama cuando acabo
de regresar. Tiene una intuición para encontrarme y en este estado de necesidad
de alguien como él y precisamente él me tiene que llamar ahora. ¿Cómo me
podría negar, si él me trae aire puro, caricias desinteresadas, ternura,
sensualidad amorosa, sensibilidad, todo eso que necesito con tanta urgencia a
gritos.(...)
Ha venido con un carro
muy bonito, pero antiguo. Funciona bien, es lo más importante. Comemos de
maravilla. Conversamos muy entretenidos. El vino nos ayuda a ponernos más
alegres. Nos halagamos. Nos hacemos sentir bien en cada detalle. No necesitamos
seducirnos. No hablamos de aquella vez en que nos besamos escuchando música
brasileña. Lo tenemos muy presente. Él paga la cuenta y caminamos un poco.
Cualquier cosa que me propusiera se la aceptaría. Sé que se muere por darme un
beso como yo, pero sigue siendo lento. Cuando guardamos silencio se pone muy
nervioso conmigo. Por fin recobra el habla y me invita para ir a una discoteca.
Yo acepto. Me encanta la idea de bailar. La música acaricia una parte del alma
que el baile se encarga de complementar. (...)
Llegamos. Nos recibe
un portero negro muy amable. Buscamos una mesa más o menos escondida, nunca está
demás protegernos de cualquier encuentro que nos haga perder tiempo. Pedimos
dos cócteles con nombres graciosos y atrevidos. No es importante lo que
bebamos. Hay que sentirnos bien. Hay que divertirnos. Hacemos bromas acerca del
lugar. Nos sentimos con dieciocho años. El mozo nos trae una bandeja con dos
vasos grandes y panzones. Nos reímos de los colores de la mezcla de licores que
nos han servido. Deben de ser bombas incendiarias. Igual bebemos con mucho
gusto, saben bien. Buscamos con una cuchara larga la fruta que se ha depositado
en el fondo de los vasos. Él me convida un poco de su naranja y yo le doy un
pedazo de mi piña. Miramos a la gente bailar. No son tan locos como antes. La
juventud se ha calmado. Hay bastantes colegiales. Somos los mayores de la
discoteca. Nos decidimos ir a la pista de baile. Rogamos que pongan una música
más lenta y melódica. Satisfacen nuestro pedido. Lo abrazo, me es muy natural
hacerlo, es mi debilidad. Nos movemos lentamente. Hay mucha sensualidad. Apoyo
mi cabeza en su hombro derecho. Huele bien. Está usando un perfume muy suave.
Él me levanta el rostro y me besa. Estoy feliz. No pienso para nada en mi
enamorado. Me derrito en sus brazos. No puedo hacer lo mismo con las palabras.
No puedo decir nada para no comprometerme y echar a perder este gran momento.
Bailamos todas las canciones que ponen. Sudamos tanto. Hemos pedido dos cócteles
más, cada uno diferente a otro. Los bebimos velozmente. Estamos en cerveza. No
dejamos de abrazarnos. Me atrevo a decirle:
-Llévame adonde tú
quieras.(...)
Ha pedido la cuenta de
inmediato y ha puesto su saco sobre mis hombros. Estoy feliz. Salimos sin sentir
el suelo debajo de nuestros pies.
Hemos subido al carro
y ha puesto música brasileña en su toca-casetes, Elis.
-Ah, eras tú quien
tenía mi cinta...- le digo abrazándolo.
-Claro, si tú me la
habías prestado. ¿Ya no te acuerdas?
Hemos viajado
agarrados de la mano. Yo me apoyo en su hombro. Valoro tanto su cariño. Es mi
pata del alma (...)
Ha detenido el carro
en un motel. La cosa está difícil. Por lo menos hay veinte carros con la misma
intención que la nuestra. Se pone dentro de la fila y esperamos. Saca una lata
de coca cola que tiene en la guantera. Pareciera que sólo hombres sin compañía
estuvieran esperando su turno dentro de los carros. Las mujeres están
agachadas. Tienen miedo de ser descubiertas por sus hermanos, padres, colegas,
profesores, esposos, enamorados, qué sé yo, por ellas mismas tal vez. (...)
Ha pasado una hora y
todavía no entramos en el motel. Otras veces he venido con mi enamorado y nunca
hemos tenido que esperar tanto. No tengo miedo de que nadie me vea aquí. Es
absurdo. Es machismo. Cucufatería barata. (...)
Unos empleados de
limpieza nos dicen que ya podemos entrar. Un lugar se acaba de desocupar. Él
enciende el carro y entramos en el pequeño garaje. Nos cierran la puerta por
fuera. Huele a desinfectante. Uno de los limpiadores nos ve y se ríe. Subo para
ver el cuarto. Él paga y pide un par de cervezas. Creo que es el mismo cuarto
que utilizamos mi enamorado y yo la última vez que vinimos. Qué coincidencia.
No se lo voy a decir.
Me
voy un rato al baño y cuando salgo él ya está metido en la cama. Me sonrío.
Corro desnuda hasta la cama y me echo a su lado. Sus piernas están calientes.
Tocan la puerta.
-Uy, caramba. Me olvidé
del empleado. Viene con las cervezas.
Se me ha cortado la
libido de golpe. Él viene y me ofrece una botella de cerveza. Ninguno de los
dos quiere empezar a hacer algo. Me siento cohibida. Él se entretiene bebiendo
y jugando con la espuma. De repente me abraza y me carga sentado. Me dice que
tiene un manjar delicioso en sus brazos.
-No lo puedo creer. No
sé por dónde empezar. Tu piel es tan sedosa. Eres una delicia.
Me besa el cuello, el
vientre. Me acaricia todo el cuerpo. Está nervioso. Yo podría ayudarlo. Se lo
pregunto, no estoy muy segura de intervenir. Él no me responde nada, se hace el
loco. Tiene miedo de avanzar. Continúa besándome el pecho. No sé qué ideas
tendrá en su mente.(...)
Han pasado casi las
dos horas que tenemos derecho para permanecer en el motel. No salgo de mi
pasividad. Él se levanta y habla:
-Debemos de vestirnos
ya. Creo que me voy a dedicar a ser un sacerdote contigo.
Se ríe repitiendo sus
palabras. Parece que no se ha hecho ningún trauma por no haber podido hacer el
amor conmigo. Tiene mucho humor. Yo sé que tampoco ayudé. Me dio un poco de
miedo. Tal vez si nos hubiéramos relajado un poco más, lo hubiéramos
conseguido y nos hubiéramos quedado más involucrados, creándonos problemas
para nuestra obligatoria e inminente separación. Tanto que esperamos para
entrar en este lugar, la anterior vez fue su estómago, ahora su repentino
sacerdocio. Creo que para la próxima será la vencida.
-Vámonos, fraile, le
digo.
Él sabía que no tenía
ningún problema sexual. Yo, también. A veces suele suceder. Al día siguiente
volvimos a integrarnos en nuestras rutinas. Se vengaría por partida doble con
su enamorada lo que no había podido hacer conmigo, como yo lo hice con mi
amigo. Sé que si lo hubiera ayudado un poco, sólo un poco, ahora estaría
extrañándolo más. Estaría en crisis.
(*)Diego Martínez Lora, Vive en Portugal.
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