Versiones 40 Octubre - Noviembre 2001 - Año de la Serpiente
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la aventura de compartir la vida, las lecturas, la expresión...


Georg Trakl(*):

El corazón y otros textos
Traducción de Renato Sandoval Bacigalupo(**)


El corazón

 

Blanco se hizo en el bosque el corazón salvaje;

oh sombría angustia

de la muerte, así el oro

murió en gris nube.

Noche de noviembre.

Junto al pelado portón del matadero

el grupo de pobres mujeres;

En cada canasta

caía carne podrida y entrañas;

¡maldito alimento!

 

La paloma azul de la noche

no trajo reconciliación.

Un sombrío llamado de trompetas

atravesó el húmedo y dorado

ramaje de los olmos,

una desgarrada bandera

humea sangre,

con salvaje melancolía

un hombre escucha.

Oh edades de bronce

Sepultadas en el rubor de la noche.

 

Del oscuro zaguán surgió

la dorada figura

de la joven

rodeada de pálidas lunas,

cortejo otoñal,

negros abetos se quebraron

en la tormenta nocturna,

la fortaleza escarpada.

Oh corazón

que pasa brillando hacia un frescor de nieve.


 

Grodek

 

Al atardecer retumban las letales armas

en los bosques otoñales, en las áureas llanuras

y en los lagos azules por donde

rueda un sol siniestro: la noche envuelve

a los guerreros moribundos, el salvaje lamento

de sus bocas destrozadas.

Pero en silencio se congregan en la pradera

la roja nube donde mora un dios colérico,

la sangre derramada, el frío lunar;

todos los caminos desembocan en negra podredumbre.

Bajo el áureo ramaje de la noche y las estrellas

la sombra de la hermana se tambalea por la callada floresta:

va a saludar a las almas de los héroes, a las sangrantes cabezas,

mientras en los juncos tañen quedamente las sombrías flautas del otoño.

¡Oh, altiva tristeza! ¡Oh, altares de bronce!,

la ardiente llama del espíritu hoy se nutre de un inmenso dolor:

los nietos no nacidos.


 

Revelación y ruina

 

Extrañas son las nocturnas sendas del hombre. Cuando de noche deambulaba por pétreos aposentos y ardía una quieta lamparilla en cada uno de ellos, un candelabro de cobre, y cuando me desplomé tiritando en el lecho, otra vez estaba sobre mí la negra sombra de la forastera, y silenciosamente escondí el rostro en las tardas manos. También el jacinto había florecido azul en la ventana y la antigua plegaria se posó sobre los púrpuros labios del que respiraba; de los párpados cayeron cristalinas lágrimas vertidas por el amargo mundo. En esa hora, a la muerte de mi padre, yo era el hijo blanco. Con aguaceros azules llegó el viento nocturno, la oscura queja de la madre otra vez muriendo, y vi el negro averno en mi corazón; minuto de luminosa quietud. Quedamente surgió desde la pared encalada un rostro inefable –un adolescente moribundo–, la belleza de una estirpe que regresa al hogar. La frescura de la piedra abrazó a la sien vigilante con blancura lunar; extinguiéronse los pasos de las sombras en los derruidos peldaños, una rosada ronda en el jardincillo.

 

*

 

            Estaba sentado en silencio en una taberna abandonada, bajo un ahumado maderamen y a solas con mi vino; un cadáver resplandeciente inclinado sobre algo oscuro y a mis pies yacía un cordero muerto. Desde un pútrido azul surgió la pálida figura de la hermana y así habló su sangrante boca: “Hiere, negra espina”. Ah, aún resuenan en mí los argénteos brazos de salvajes tempestades. Fluya la sangre de los pies lunares y florezca en la nocturna senda por donde la rata chillando se escabulle. Refuljan, estrellas, en mis abovedadas cejas, mientras en la noche apenas tañe el corazón. Una sombra roja irrumpió en la casa con ardiente espada y huyó con nívea frente. Oh amarga muerte.

Y una oscura voz habló desde mí: En nocturno bosque a mi caballo negro le rompí la cerviz cuando de sus púrpuros ojos brotó la locura; la sombra de los olmos, la risa azul del manantial y la negra frescura de la noche se abatieron sobre mí, al tiempo que yo, salvaje cazador, perseguía a un venado de nieve; en pétreo averno mi rostro se extinguió.

Y una gota de sangre cayó radiante en el vino del solitario, y cuando bebí de él sabía más amargo que la amapola. Y una nube negruzca envolvió mi cabeza, las cristalinas lágrimas de ángeles malditos; y quedamente manó la sangre de la argéntea herida de la hermana y una lluvia de fuego cayó sobre mí.

 

*

 

            Por los linderos del bosque quiero ir yo, taciturno como soy, a quien el híspido sol se le ha caído de las manos mudas; un forastero en la colina crepuscular que llorando alza los párpados sobre la pétrea ciudad; un venado que inmóvil permanece en la paz del viejo saúco; oh, inquieta escucha la testuz crepuscular, o son los titubeantes pasos que siguen a la nube azul por la colina, y también a las adustas estrellas. A un lado la callada escolta de los verdes sembríos; por las mohosas sendas del bosque acompaña el tímido corzo. Se han cerrado mudas las chozas de los aldeanos y en la negra quietud del viento se vuelve angustiante la azul queja del arroyo.

Pero cuando descendía por el rocoso sendero, me acometió la locura y di fuertes gritos en la noche; y cuando con argénteos dedos me incliné sobre las silenciosas aguas, vi que mi rostro me había abandonado. Y la blanca voz me dijo: “¡Mátate!” Gimiendo surgió en mí la sombra de un muchacho, y me miró brillante con sus ojos cristalinos; fue entonces que llorando me desplomé bajo los árboles, bajo la imponente bóveda estrellada.

 

*

 

            Peregrinaje sin sosiego por salvajes rocas lejos del caserío crepuscular, de los rebaños que regresan; en lontananza pace el sol poniente sobre un prado cristalino con salvaje canto que estremece, el solitario grito del ave agonizando en la calma azul. Pero en silencio llegas tú en la noche, cuando hacía guardia en la colina o me enfurecía en la tormenta primaveral; y cada vez más negra la melancolía anubla la cabeza separada, relámpagos horribles espantan al alma nocturna, tus manos desgarran mi exhausto pecho.

 

*

 

            Cuando penetré en el jardín crepuscular y la negra figura del mal se apartó de mí, la noche me envolvió con su calma de jacinto; y entonces navegué en la encorvada barca sobre el estanque tranquilo y una dulce paz tocó mi pétrea frente; atónito yacía bajo los viejos sauces y sobre mí se hallaba el alto cielo azul, henchido de estrellas; y como al contemplarlo me iba muriendo, murieron el miedo y el dolor en lo más hondo de mí, y brillando en la oscuridad ascendió la sombra azul del muchacho, dulce canto; y con alas de luna, por sobre verdes cumbres y peñas cristalinas, ascendió el blanco rostro de la hermana.

 

*

 

            Con sandalias de plata descendí los espinosos peldaños y entré en el encalado aposento. Allí un candelabro ardía suavemente y en silencio oculté la cabeza en púrpuros lienzos; y la tierra arrojó el cadáver de un niño, una imagen lunar que poco a poco se separó de mi sombra; con quebrados brazos cayó por pétreo despeñadero, nieve en copos.


(*) Georg Trakl, poeta austríaco (1887 - 1914)

(**)Renato Sandoval Bacigalupo, poeta, traductor y profesor universitario. Actualmente vive en Lima. 


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