Versiones 45
Agosto - Setiembre 2002
Director: Diego Martínez Lora
Hilario Barrero(*):
De tan ángel bestia
De tan ángel como era se convirtió en bestia. Fue despojado de sus alas y desnudo arrojado del paraíso. Sentenciado a mirarse en un espejo y a velar durmiendo en un lecho de sábanas de seda y plumas, provocaba a jóvenes de soledad y fuego, enseñando su espalda, su raja de oscuridad en brasas, su bellísimo culo, estrecho y prohibido, sus curvas de demonio y su perfil de tigre y de ángel. Los que se atrevieron a mirarse al espejo que, aparentemente parecía vacío, fueron anillados con el veneno de su aliento y los que pretendieron ver su sexo, dicen que el más bello de todos los sexos, murieron en la madrugada ahogados de resplandor. Nadie, ni los de Nicea, supieron del sexo de un ángel, menos el de un demonio.
El Bosco le dibuja escondido debajo de un carro de heno, Dante lo pone en el purgatorio, Velázquez le da un cuerpo de mujer desnuda mirándose en un espejo y Miguel Ángel Buonnaroti le pone de pie en el David y cuando le vio tan hermoso como un dios escribió: “Me gustaría que mi cuerpo fuera un ojo único”. Un ojo para ver y un ojo para sentir. Un ojo que le dejara ver la Belleza y le diera fuego a su corazón y a su verga. Pero Miguel Ángel sabía que el corazón necesita dos ojos para la visión, tres ojos para el amor, miles de ojos para la emboscada y que el corazón ama despacio cuando el ojo no ve. .
Era una estatua de carne que podría ser de piedra, un modigliani de humo que confesaba al fuego, un caravaggio que convertía la sangre en agua, un greco perturbado lleno de serenidad por las calles de Toledo. Era la peste negra, la que mató a tantos cuerpos en flor, la vida que mataba a la muerte, era el primer amor y el último, la noche más clara y el día más turbio. Mitad monje con cogolla de maitines y mitad guerrero con coraza de saliva.
Serpiente venenosa e insinuante siempre atenta al silbido del viento. Androgina cenefa, travestí de la aurora, pechos llenos de hormigas, dos pezones de hierro listo para morder. Bestia arcangélica reposando su cabeza en un cojin de plumas, frágil cristal donde beber la vida, temblor de madrugada.
Tan bestia que era un ángel expulsado del paraíso donde le cortaron las alas y le dieron un espejo donde siempre estaba reflejada la cara de la muerte.
Mirarle era salvarse. Adentrase en su trampa, condenarse.
(*)Hilario Barrero, escritor y profesor universitario español. Vive en Nueva York. El dibujo que forma parte de este texto fue realizado también por él.