Versiones 47

Diciembre 2002 - Enero 2003

Director: Diego Martínez Lora

la aventura de compartir las vidas, las lecturas, las expresiones...


Eira Stenberg(*):

La libido de la tierra y otros poemas

(traducción de Inka Korhonen y Renato Sandoval)


 

La libido de la tierra

 

La libido de la tierra te hace más pesado, la gravedad de la tierra.

Es una balanza cuyo contrapeso es una lápida,

y en el fondo de cada sed se asienta un desdentado

y habla el idioma de la leche, balbucea liebe lobe.

Es un duende de azúcar, un dulce misterio en lo profundo

donde una piedra de sal desata un hilo punzante,

no lo recuerdas.

Te ha empujado desde lo oscuro hasta un deseo tan vasto como tu historia,

te aferra entre sus garras.

Duermes la mitad de la vida y corres lo que falta,

te cepillas los dientes, te cortas las uñas, te portas bien.

A veces los huesos crujen contra la carne, la piel se consume

y algo asciende a la superficie.

Perfora la piel y huye.

Se oye el grave flujo de la vena cava, los días se hunden hasta el fondo,

lamen la piedra y sienten la succión de la tierra.



Nostalgia

 

El idioma de la leche se justifica a sí misma,

corre caliente hasta que se enfría, uff

no es agradable.

Se forman charcos, un poco melosos.

Nutre.

Había una vez un jardín, érase una vez un manantial,

ahora todo es agrio, así es la nostalgia.


 

En Benín (África occidental)

(fragmento)

 

1.

Una noche de Cotonou en un hotel destartalado.

La habitación es un cubo sin ventanas,

la cara inferior, verde clara; la superior, blanca,

una figura donde el sueño es callado y profundo.

En el techo el ventilador gira tan rápido

como para elevar un avión hasta las nubes,

abajo una cama desvalida y sin mallas.

La frágil sombra de un mosquito pasa por la pared,

un acompañante, el miedo cede a la compasión:

su papel es pues nacer

en un cuerpo tan pequeño y miserable

sin que nadie le pida permiso

ni el mío para huir,

para protegerme de su deseo,

que sin preguntarle ni explicarle a nadie

lo conduce hacia el murmurante lecho de mi cuerpo,

sin contar por qué la sangre es el objeto del deseo,

la fiebre y la fecundación.


 

2.

Las ruinosas casas coloniales,

improvisadas chozas de cemento y arcilla, techos de calamina

retenidos por bloques de piedra.

Y en la nube azul de los escapes, las mototaxis atascadas,

los habitantes de la Costa de los Esclavos pasan en el trono de sus bicicletas

con sus trajes recién planchados como si fuesen a una fiesta,

sonriendo como si el mundo les perteneciera.

Así es.

 


 

3.

El ecuador corta en dos las veinticuatro horas,

las parte como una fruta.

El sol aparece a las siete y se oculta a las siete,

un niño corre por la orilla del amanecer

con su mochila en la espalda

cuando al mar aún lo cubre la niebla

y parece ligero

y solo el fragor de la olas traiciona el peso del agua

en la playa donde la última nave portuguesa de esclavos partió

al Brasil en 1885, tal como lo cuenta un libro

escrito en el idioma de los conquistadores.


 

4.

El Atlántico suda por debajo de su peso, se impacienta y enfurece.

La mesa está húmeda, las hojas de la agenda se han ablandado

y envejecido.

El lapicero se hunde en ellas como si tatuase una piel.

En la noche las hormigas se deslizan entre las páginas,

pequeños milímetros amarillentos,

corriendo por las redes del escrito.

Así se encuentran aquí la palabra y la realidad.


 

5.

Al amanecer ocho lagartijas aguardan bajo la ventana

cuando tiro hacia afuera un pesado postigo de madera,

sin moverse, ocho pares de ojos redondos

me miran.

Cómo podría resistir esa mirada,

cuando esos pecho inflándose vigorosamente se ponen a hacer planchas

para exhibir la fuerza de sus patas delanteras, machos ágiles y pequeños

esperando el desayuno, pedazos de manzana

que son un raro manjar importado.

Han aprendido esta costumbre mía, esperan en fila,

no dejan de mirarme cuando sus hocicos rosados mastican

la cáscara verde de la fruta.

He aprendido su costumbre, engaño al líder

arrojo comida al más débil.

Este engaña a todos cuando puede.


 

6.

Las campanas de una iglesia católica truenan

llamando a la misa de las seis y media,

al amanecer las aves empiezan a trinar

como un cesto de luz bajando del cielo.

Yvette llega a su trabajo por un rojo camino de arena

y seduce a su público:

los árboles y los nidos se mecen al compás

de sus miembros,

en la escuela un coro de niños entona una canción

y un gallo canta apasionadamente por el nuevo peinado de Ivette,

que ágiles dedos urdieron ayer durante cinco horas.

El abanico de negras trenzas danza

en torno al rostro de la muchacha,

cuando llega con el gorro coquetamente ladeado

para preparar el desayuno

con sus diecisiete años y en la flor de su juventud.


 

7.

Dicen que los africanos son flojos: bailan

mientras barren el suelo.

Mi amigo trabaja en un hotel, en la mañana el trabajo

se inicia a las siete,

hoy se trabajó doce horas,

mañana serán nueve.

El lunes es día libre.

 

Ahora está cansado y hambriento,

pero mañana el trabajo recién es a las diez,

entonces podrá pasar para dejarme

un coco de regalo.

 

En la noche estalla una tormenta y no se puede subir a la palmera.

Pero al día siguiente todo es posible.


 

8.

El tiempo del ecuador pasa lentamente,

sus piernas son negras y delgadas; su paso, tranquilo.

En un acceso de ternura Dios moldeó

una catedral de miembros frente al azul del Atlántico,

imprimió en sus labios una sonrisa con la yema de los dedos.

 

Cada vez que lo veo me espanto de su belleza,

su manera de moverse sin prisa

como si cada milímetro de su cuerpo esperase una caricia.

 

El encanto se condice con la ternura, la poesía con los sentimientos amenazados.

El tiempo se desconcierta pensando en su misión

próxima a él.


 

9.

El clima es cálido y húmedo como la piel,

durante la siesta un mosquito descansa en la red de la cama

y espera.

En alguna parte se abre una tumba, la cierran, se abre

y los ancestros ascienden

y tocándose el cráneo preguntan:

¿Qué piensas, niña?

 

Pienso lo que pienso.

Afuera llaman los tambores del vudú,

unas mujeres van de blanco por el rojo sendero

hacia la fiesta,

las cabras y las ovejas avanzan a tropezones,

en un arbusto un chivo berrea por su madre, las gallinas corretean,

todos los sagrados animales

libres felices ofrendas que comparten

el ágape con los ancestros y vecinos.

 

En un restaurante un europeo niega la idea de un sacrificio

en su plato coq au vin

come su regalo sin compartirlo ni agradecerlo,

 

ni dedica una idea

a lo que se quiere decir cuando aquí se habla de

que en el trance todo el cuerpo reza.

 


 

10.

Gildas está en la orilla y habla del futuro,

sus ojos resplandecen como si cada aliento

la llenara de alegría.

Tiene once años y está por acabar la escuela,

juega al voleibol, quiere estudiar y viajar.

Hablamos de idiomas y deportes, de religión

así como se habla aquí, todo es importante.

Contempla el mar, explica y señala con las manos

cómo Dios está

en todas partes, allá, aquí

en el mar, en el cielo y en la tierra,

y yo no sé muy bien a cuál de los dioses se refiere.

Hay tantos dioses como idiomas, es un alivio,

aquí nadie insiste en que es el único.

La cola de Mami Wata se menea.

Con dos idiomas europeos es un poco complicado

penetrar en el secreto.


 (*)Eira Stenberg, (1943)poeta finlandesa.

(**)Poemas de Siksi seurustelen varkaiden kanssa (“Por eso trato con ladrones”) (2002), de próxima aparición en la Editorial Nido de Cuervos.


ir al índice de Versiones 47

Versiones