Versiones 47
Diciembre 2002 - Enero 2003
Director: Diego Martínez Lora
Juan Carlos Farah (*):
Carta en blanco
No sé si te acordarás,
No sé si es un sueño, una fantasía… una mentira en la que no estás y sólo de lejos, así, puedo estar contigo. Te quiero abrazar, pero mis brazos nunca llegan a tocarte, sólo te tendré así… apartada. Será mejor, porque como tú dices, nos da más libertad. No te parece bello poder ser libres… libres de todo aquello que nos encadena a seguir un patrón de conducta tradicional. Puedo hacer lo que quiero, tu lo que quieras… aun así, lo que realmente deseo sobretodo es que todo sea como antes. A dónde, dime, se fue la espontaneidad, la tranquilidad, la insensatez, la imprudencia, la hermosura de no tener que pensar. Dime qué pasó con todo lo que éramos, todo lo que fuimos en un segundo… en treinta minutos de alcohol, locura y perfección. Todo fue tan verdadero, tan real… y sin embargo no lo pude ver. Ahora, cuando te tengo más pero a distancia, ahora sé lo que fue. Y estamos…teniéndonos como idiotizados… muertos. Te deseo tanto.
Lo que más me acuerdo de esa noche, de aquel día diferente en una vida normal, era la risa que te acompañaba casi cada instante. Hoy resuena en mi mente y me hace acordar que todo era tan relajado, como si una mano divina hubiese arreglado la situación… ¿sería la casualidad de nuestro destino? Pero así no fue como comenzó todo. Si es que todo es mentira, no me importa, pues las imágenes están en mi mente como parte de la misma realidad. Una verdad que me afecta hasta el día de hoy, aunque esta sea la primera vez que hablamos seriamente. Y en la risa en la que nos encontrábamos, todo el mundo, la realidad alrededor, parecía pintada, abstracta y me sedaba. El calor de la arena me llegaba a todo el cuerpo y el sol y el mar tan oscuros, como sí fuese una noche sin luna… pero si estaban las estrellas. Todo era silencio, todo era tranquilo, nadie pasaba y éramos sólo dos, y veíamos como pasaba el tiempo con las olas, y la arena y el sol y tu risa. Sí, tu risa.
Si me hubiese imaginado o no que algo pasaría no sé… ¿queríamos? Es muy raro pensar que las cosas empiezan y terminan por una razón, más bien, somos parte de simplemente un desorden ilógico, que nos lleva a donde quiere, donde nosotros no podemos elegir. Piensa en ahora, piensa en cómo estamos, o más bien, cómo no estamos. ¿Es acaso lo que pensabas aquél día? Es que yo sé. No pensábamos, solamente seguíamos el más innato de nuestros sentidos, el simple deseo de poder hacer lo que queríamos. Nadie nos iba a decir que no. Y si es así como ocurren las cosas, si es así como se marca el futuro de una noche, un día, una vida, una eternidad, ¿no es acaso lo mejor? Solo sé que te quería, pero lo sé por el simple hecho que pasó. Y fui tan ciego si nunca vi que todo llevaría a esto. A nada.
Me acuerdo que pensé en el pasado, en algo que parecía nunca haber estado ahí, pero que mi mente me pintaba con las más vívidas imágenes. Todo cambiaría y yo lo sabía… ¿pero qué podía hacer? Nosotros ya no forjábamos nuestro propio destino; una fuerza intangible, un factor desconocido nos había traído al mismo lugar, en la presencia de todo lo que había estado ahí, y el tiempo simplemente transcurría mientras el frío nos juntaba aun más.
Las nubes no parecían tomar ninguna forma especial. No me sentía ni mal ni bien, ni tranquilo ni nervioso… pero ahora mientras escribo, todo toma forma. Cada palabra incita un sentimiento y cada memoria va adquiriendo color… como si el pensar en esto afectara lo que pasó hace tanto tiempo. Y es que la perfección no puede ser captada por nuestras mentes. Es la primera vez que recuerdo.
No sé a qué hora ni en qué estado ocurrió lo nuestro… ni cuándo nos vimos por primera vez… ni cuándo nos despedimos. De qué sirve saber, si el tiempo lo crearon gente como nosotros, pero ellos tenían miedo… miedo de ser libres. Para los nosotros de antes, esto no era necesario. Una mirada, un suspiro, un beso, todo dura por siempre... vive en todo lo que afecta después. Lo tuyo vivirá por siempre en mi propia vida.
La noche pasaba, como pintura negra caía la oscuridad y todavía te sentía cerca, aun más en mí. La arena estaba hirviendo y el sol. Las olas parecían congeladas y los colores a nuestro alrededor se derretían. No tuvimos que decir una sola palabra.
Tu risa… y éramos inmortales.
Más difícil me resulta pensar por qué los momentos más perfectos son los que duran poco y nos acechan por siempre. En una vida uno se puede mantener inactivo, pero el momento en que se sale de la raya, ese momento quedará en todos sus sueños… o pesadillas. Para mí, estaba en ambos.
No entendía lo que había, ni lo que podía encontrar. Tal vez llovió, pero eso sólo hubiese hecho que lo que pasó quedase aun más resaltado. Me sentía tan cómodo, tan relajado… creo que dormí un poco. No soñé.
Nunca fuimos amigos, nunca fuimos enamorados, nunca fuimos nada, pero a la vez siento que tú fuiste todo… todo para mí. Al ver caer el mundo que nos rodeaba en ese instante, nos quedamos solos, completamente. Y en la tranquila oscuridad, por un segundo que me es imposible explicar, fui libre… completamente. Es así. Libertad no es algo que perdura, es algo que se siente… una sola vez. A mí, ella me sintió.
Despertar de ese instante, de ese éxtasis inexplicable, es como volver a nacer, con una resaca inhumana. Al verte, por primera vez bien, sentí que eras parte de mí… mía. Pero ahí ya no había perfección. La arena estaba fría, el sol, las olas volvían a caer con un monótono ritmo. El tiempo se volvía a sentir. ¿Qué había pasado con esa cadena que había roto? Creí haber abierto los ojos, y ya no podía ver. Me habían quitado el privilegio. Me habían dejado en un abismo y lo único que tenía eras tú… pero todo era diferente. Estaba ciego.
Tenía miedo, sentía un frío tremendo dentro de mí, mientras que tú seguías durmiendo tranquila, serena, callada. El cielo por el cual había estado volando días antes se convirtió en un infierno. Ya no era inmortal y los sentimientos humanos que había dejado atrás, regresaron a mí… criticándome. El pasado me cayó como una canción triste y aunque no podía llorar, te di un beso. Te quería tanto. Entonces, ¿por qué? Las nubes comenzaban a formar figuras extrañas, demonios, azules fieras en busca de mí. Yo era su presa. Y es que la naturaleza se puso celosa de nosotros… habíamos roto toda ley, toda restricción, y éramos culpables, culpables por ser libres. Y ahí echado en mi libertad, decidí encadenarme de nuevo. Tenía miedo.
Estaba frágil y no pude resistir, me rompí. La arena era hielo y el sol, comencé a escuchar gritos, animales, las olas que rompían… me comencé a escuchar a mí mismo respirar. Tú estabas callada. Todo había regresado en un solo pincelazo; los colores ya no era mágicos, todo era parte de la cuadrada realidad. Y en esa realidad, nosotros no cabíamos. Éramos la antítesis de todo lo que nos rodeaba, tan perfectos en un lugar así. Nuestro mundo había sido desbaratado. Los pedazos que quedaban flotaban lejos, como diciéndome adiós… como si quisiesen burlarse. ¿Quiénes éramos sin nuestro mundo? Como pez fuera del agua, muriéndonos lentamente. Debí abrazarte fuerte… lograr tenerte sin decir nada, sin ser humano. Hubiésemos podido calentar la arena, deshacer las nubes, silencio, el sol, todo. Pero así como pasó, sin saber por qué, terminó. Caí al suelo.
Nunca oí tu voz, sin embargo es lo que más perdura en mi memoria. No me acuerdo que pasó exactamente, pero me sentí solo. No podía enfrentarme a este mundo, a este enemigo sin ti. Los golpes de la realidad me debilitaban, me quitaban lentamente todo lo que había sido, pero a ti te guardé muy adentro… nunca te tocaron. Por años traté de encontrarte y te buscaba en cada rincón. Tal vez podríamos armar nuestro mundo una vez más, llegando a ser lo que fuimos en ese instante. Pero fue imposible. Nos dimos todo, y de nuestra libertad no queda más que el recuerdo… una distorsión. Ahora que sé dónde estás, que te puedo sentir, solo quiero que sepas que me acuerdo. He logrado encontrarte en mí mismo, en ese pequeño lugar donde te guarde celosamente por todos estos años. El poder escuchar tu risa… revivir esa embriaguez de la existencia, me ha iluminado. Tantos años estuve ciego y mientras te volvía a sentir, abrí los ojos. Estoy listo. Quiero que vengas y que luchemos juntos contra eso que más nos condena… la realidad. Siento como se calienta la arena, como el sonido queda lejos y los colores se deshacen y el sol. Sí, el sol.
Vamos.
(*)Juan Carlos Farah Martínez, escritor peruano. Vive actualmente en Lima, Perú.