versiones, versiones y versiones...renovar la aventura de compartir la vida con textos, imágenes y sonidosDirector, editor y operador: Diego Martínez Lora    Número: 48 / febrero - marzo 2003


Carlos Amézaga:      Extraña sensación


Ya vas a llegar. Ya entraste ¿No?, si corres para entrar es que ya estás adentro, tus pasos rápidos son sólo una forma de mentirte, de decirte que todavía no estás donde estás. La clase está igual, llena de todos ellos que, como tú, creen que cuando salen rompen el vínculo, desaparecen.

“El grado de internalización de un hombre medio...”. Las palabras te llegan de algún sitio, las presientes más que sentirlas, quizás las paredes que te rodean las puedan entender mejor que tú, cansadas como están por el tiempo de oír los mismos esfuerzos todos los días.

Pretendes prestar atención, luego escribes algo, sigues estando a medias alerta con el mundo, que a tu lado se mueve y actúa, pero no sabes como seguir, tu estar y su implicancia de permanencia empiezan a hurgar el límite de la resistencia pasiva que en algún sitio opones a esa formalidad, ya asfixiante, que te compromete.

Esa voz que presientes delante de ti va pausadamente atrayéndote, te cautiva, la sigues sólo como voz, sin palabras, sin contenidos, es sólo la voz,  que ahora ya no es voz, es arrullo, ya no hay nadie, es música informe que se desborda sin parar, ya no la presientes,  está contigo y te empieza dar paz, tranquilidad y calma y dicha de poder oírla sin escucharla, de poder estar sin estar, ¿Sueño?.

El ruido del mundo, la clase, vuelve a interrumpirte y finges prestar atención a la voz que aun permanece dominando el espacio. ¿Cuánto durará esta vez?, no mucho, pues tu mano empieza a expresar fantasías con el lapicero, el cual –dócil- se deja llevar y dibuja sin parar, hasta que es sólo la pluma la que se mueve y decide por ti sus propios trazos. Sólo te detendrá el darte cuenta que tu silla es casi parte de ti, dejaste de sentirla, tus piernas, casi patas, están inmóviles hace rato, te preocupan, has vuelto y todavía falta mucho para tu pretendida libertad, la que el reloj de un cualquiera, en otro lugar, se encargará de darte.

Pero, total, cuando llegue esa hora sabes que no podrás moverte, todos se irán, menos tú, pues tus manos y tus pies están ahora en el piso y sostienen tu cuerpo de roble y tornillos, apoyado en uno de esos muros manchados de ideas que siempre aborreciste y que ahora no podrás dejar. Alguien vendrá luego a sentarse encima de ti y serás feliz en ese momento, ya te sabrás cumpliendo un rol, tendrás un motivo de supervivencia infinita y tu destino ya no te preocupará, habrás alcanzado lo que quieres ¿No?.


(*)Carlos Amézaga, escritor, abogado y diplomático peruano. Actualmente vive entre Praga y Viena.  Ganó el concurso de las 2000 palabras de la Revista Caretas, Lima - Perú. 2002/3


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