versiones, versiones y versiones...Director, editor y operador: Diego Martínez Lora
Renée Ferrer:
Aproximación al "Evangelio según Ioan Metáfora" del poeta Dumitru M. Ion
Aproximarse a la poesía de Dumitru M. Ion es colocarse en el fiel de la balanza del cual penden, por un lado, la metáfora y, por el otro, el símbolo, ambos inaugurando los caminos que se bifurcan hacia el esplendor de la belleza verbal y la profundidad del pensamiento. Es este binomio, eficazmente manejado, el que confiere al “Evangelio según Ioan Metáfora” su plenitud estética y su pluralidad de significados.
Es bien sabido que la poesía no se explica: se siente, se interpreta, se intuye, se vive como una experiencia intransferible cada vez que se la frecuenta, por eso ensayar una exégesis definitiva de un texto tan polisémico es limitar su territorio a un mínimo abarcable, que no condice con ni con su profundidad ni con su hermosura.
La diferencia de lenguas y cultura, las múltiples referencias históricas, religiosas y simbólicas impregnan la poesía de Dumitru M. Ioan de un halo de hermetismo, de un sentido ambiguo, que podría desorientar al lector foráneo, pero la riqueza de sus metáforas, la originalidad de las imágenes y la intensidad de la pasión con que el poeta se juega su destino, convierten el contacto con esta poesía en un viaje que se inicia en la inmensidad del cosmos, para luego adentrarse en los laberintos del mito y de la historia, los misterios de religiones ocultas, el contacto con héroes legendarios o reales, hasta llegar al encuentro con el emblemático Salvador cristiano, el Cristo, y finalmente el Io, el Ioan Metáfora, ese doble del vate, que propone su Evangelio, cantando a la humanidad, envuelta en las luces y sombras de su propia condición, desde su yo profundo.
Cuando se lee un texto poético lo importante no es desentrañar lo que el poeta quiso decir realmente, o cual ha sido la estructura matemática de todo el poemario, cuya precisión no nos ha pasado desapercibida, sino escuchar las resonancias que nos deja, paladeando el sabor que produce en el espíritu el descubrimiento de ese ser nuevo que habita en nosotros después del goce estético e intelectual de transitar sus versos. Belleza y pensamiento, he ahí los ingredientes de ese transporte emocional del que hablo.
Si exploramos con detenimiento encontramos que el poemario de Dumitru M. Ion se organiza sobre una estructura simétrica basada en el diálogo entre el Escriba, el poeta, y Ioan, Mefátora, metáfora del escriba, que nos remite al ser mágico, al ser-encantamiento, al salvador, al doble del poeta y de su conciencia creadora.
En el primer poema el poeta manifiesta claramente su intención, invita a las estrellas a un paseo cósmico desde donde pasar revista al transcurso del tiempo, del universo, de la historia y de la vida personal, convocando a Io, su correlato existencial.
“Pasen, pasen en los coches del cielo,
Estrellas, queridas volatineras”
…
“Yo soy el nuevo maestro”
…..
“Voy a crear
una función de gala”.
El poeta nos presenta su concepción del cosmos y de la vida asumiendo su misión de maestro. El diálogo entre él y su metáfora ha comenzado.
Ioan anima al Escriba en su búsqueda de la quimera – símbolo de creación y develamiento – lo alienta diciéndole:
“!Arriba!, ¡arriba! buen Escriba”
le habla con una cierta piedad por la ardua tarea que se ha impuesto. No obstante la dificultad existe una esperanza, porque el poeta ha aprendido a descifrar los signos del universo para vencer sus dudas:
“En sus signos has aprendido a leer”
….
“Los puntos cardinales
De la entrada y la salida
Del desierto de la duda”.
En el conocimiento del “otro” y en el propósito del conocimiento de sí mismo se cifra la esperanza:
“!El nombre secreto de la Poesía
Podría ser tu mismo nombre”
Pero la duda sobre su propia misión persiste, como en todo poeta que se cuestiona sobre su verdadero destino:
“Oh escriba, qué prueba
Que no existes sólo en el mundo
En la misa del alba”.
En esa duda, sin embargo, percibe la certeza y los ejes de su poética:
“Sobre una bandeja la Metáfora nace –
En el otro, sobre la cuna de mis pies,
Llora el símbolo”.
Y ese conocimiento le proporciona la felicidad. El poeta inicia su proceso creativo, dichoso por la posibilidad de la comunicación con el “otro”, felicidad asumida también por Ioan Metáfora, su alter ego, que lo reconoce:
“Feliz porque tienes con quien compartir
“El monólogo de la quimera”.
Metáfora-Símbolo-Comunicación ¿no son acaso los soportes de la felicidad plena de todo poeta? La poesía se convierte de este modo en una tabla de salvación para sí mismo y para los demás. Pero el proceso de inventar el mundo a través de la palabra no se hace sin dolor:
“Cuánto te había añorado
Io, Ioan Metáfora, Io”
le dice el poeta, sabiendo que Ioan representa a ese ser mágico, santo, exiliado, déspota, héroe, salvador, “Jesucristo resucitado”, metáfora, en fin, de toda la condición humana con los anhelos y miedos propios de la estirpe.
El Io, el Ioan Metáfora, le enseña al poeta “Los caminos de la euritmia”, la música oculta que es también condición indispensable de la poesía; le propone la voluptuosidad, alabando al hombre que se deja tentar por el pecado, le propone ser humano hasta la raíz del ser, sabiendo, no obstante, que más allá hay algo más profund0, y le pregunta:
“Qué blanco pan comeremos los dos
Por los caminos de la Euritmia”.
Si el poeta se deja tentar no por eso deja de ver más hondo, reconociendo el valor de la disciplina moral;
[los ojos del poeta]
“Centellean tranquilos cuando murmura:
Sophrosyne”.
se identifica con los postulados del cristianismo:
“Oh, cuánto pan se partirá por nosotros
Y cuánto vino para nosotros correrá
Para el perdón del pecado”.
Pero, aunque los ángeles se lo llevan “hacia las tierras divinas”, el poeta opta por quedarse con su poder de confabulación, no quiere huir sino vencer la incomunicación.
Vemos que a lo largo de todo el poemario hay una identidad entre el
escriba y su metáfora Ioan, un juego de espejos donde se buscan y rechazan, se reconocen, se indagan y se cuestiona, sabiendo que en el fondo tienen un mismo rostro.
El poeta, discípulo del cosmos, es a la vez maestro, y va del espacio sideral a la naturaleza, a la complicidad con los seres humanos, al amor, a la confrontación con la vejez y la propia condición del hombre perecible. De centrífuga la poesía se ha vuelto centrípeta, con un movimiento de diástole y sístole, que representa el corazón del mundo y su propio corazón.
Ioan no deja de advertir al poeta sobre los peligros del éxito, de la frivolidad, de la vanagloria, y le reprocha el olvido de su misión en los momentos de vacilación, materialismo, superficialidad o cotilleo, instándole a preservarse de sucumbir:
“Cubre con cera tus oídos
Y debajo del escudo de la noche
Lanza al aire el cofre de la fantasía,
Y desde él se derramarán hacia ti
Enjambres de airadas palabras”.
Es que el verdadero poeta tiene que renunciar a las vanidades del mundo en honor a su destino de vate, de vaticinador, sabiendo que la palabra vale todos los sacrificios. Siempre habrá alguien que cante a la belleza, que una la tierra con el cosmos, sus propias raíces con los campos celestes, pero ese alguien tiene que ser valiente. El poeta genuino responde a los requerimientos y siempre se plantea si su misión se centra en ser un testigo de la vida o un soñador de estrellas, o ambas cosas a la vez. En el equilibrio, creo yo, se encuentra la respuesta.
El escriba intenta el descubrimiento. ¿Es un loco, es un vidente en contacto con el mundo, el amor, la tentación, el cosmos? Y Ioan Metáfora le recalca y asegura:
“Ay, tú eres el Escriba! Las tablas de tus manos son
Dos tablillas de barro”
y le recuerda los dos ejes en que se sustenta la poesía:
“En ti trabaja el topo
Cava su metáfora
En algún sitio se esconde el símbolo”.
Le señala el peligro de sucumbir a la fama olvidando la trascendencia de su sino, y le reitera las dificultades:
“Desde hace tiempo nadas entre escollos de coral
llevando tu cruz en la espalda
y cuando más te acercas
más lejos estás”.
Sin embargo, la identidad con el Cristo es manifiesta y la misión salvadora del poeta también. Éste se siente finalmente seguro de sí mismo, porque no ha traicionado su designio y se somete a la depuración de la palabra, se inclina ante la fea hermosura que entraña la existencia, arribando a la comprensión íntima del ser. Como un águila que todo lo envuelve desde las alturas Dumitru M. Ion ha escalado los picos más altos para llegar a la auténtica poesía de la cual ya no se puede regresar.
(*)Renée Ferrer, 1944, escritora y catedrática paraguaya. Actualmente vive en Asunción.