versiones, versiones y versiones...renovar la aventura de compartir la vida con textos, imágenes y sonidosDirector, editor y operador: Diego Martínez Lora    Número: 50 junho/julho 2003


Franz Kafka:

Un viejo escrito
(Traducción de Renato Sandoval)


Es como si se hubiera descuidado bastante el sistema de defensa de nuestra patria. Hasta el momento no nos hemos preocupado del asunto y sí de nuestros quehaceres; sin embargo, los acontecimientos de los últimos tiempos hacen que nos inquietemos.

            Tengo un taller de zapatería en la plaza frente al palacio imperial. Tan pronto como al amanecer abro las ventanas, veo que todas las bocacalles están ya ocupadas por hombres armados. Pero no son soldados nuestros; son, evidentemente, nómadas del Norte. De alguna manera que no alcanzo a entender, han llegado a penetrar hasta el corazón mismo de la ciudad, que no obstante se encuentra muy lejos de las fronteras. Como quiera que sea, ahí están ellos; cada día parecen ser más.

            Como corresponde a su naturaleza, acampan al aire libre, pues aborrecen las viviendas. Se entretienen afilando las espadas, sacando punta a las flechas, entrenándose con los caballos. De esta plaza tranquila y siempre escrupulosamente limpia han hecho un verdadero establo. En ocasiones intentamos darnos una escapada de nuestros negocios para limpiar por lo menos la inmundicia más gruesa, pero ello ocurre cada vez con menor frecuencia ya que el esfuerzo resulta inútil y corremos, además, el peligro de ser aplastados por los caballos salvajes o de ser heridos por los látigos.

            No se puede hablar con los nómadas. No conocen nuestro idioma y casi si no tienen uno propio. Entre ellos se entienden como lo hacen los grajos. Todo el tiempo se oye ese graznido de grajos. Nuestras costumbres, nuestras instituciones, les resultan tan incomprensibles como indiferentes. En consecuencia, se muestran también reacios a nuestro lenguaje de señas. Tú puedes dislocarte la mandíbula y las muñecas y no te entenderán nada ni te entenderán nunca. A menudo hacen muecas; entonces muestran el blanco de los ojos y les sale espuma por la boca, pero con eso no quieren decir nada ni tampoco causar terror; lo hacen porque así es su manera de ser. Lo que necesitan, lo toman. No se puede decir que usan la violencia. Ante su acometida, uno se hace a un lado y les cede todo.

            También de entre mis pertenencias se han llevado buenas cosas. Pero no puedo quejarme cuando veo, por ejemplo, lo que sucede con el carnicero. Apenas llega su mercadería, los nómadas se la arrebatan y se lo tragan todo. También sus caballos devoran carne; a menudo se ve a un jinete colocándose junto a su caballo para alimentarse ambos del mismo trozo de carne, un extremo para cada uno. El carnicero tiene miedo y no se atreve a suspender los pedidos de carne. Pero nosotros comprendemos la situación y hacemos colectas de dinero para mantenerlo. Si los nómadas se vieran sin carne, quién sabe lo que se les ocurriría hacer; quién sabe en realidad lo que se les ocurriría hacer, aun cuando tuvieran carne todos los días.

            Hace poco el carnicero pensó que por lo menos se podría ahorrar el trabajo de matarife, y una mañana trajo un buey vivo. Eso ya no deberá repetirlo. Me pasé una hora entera tendido en el suelo, en el fondo de mi taller, cubierto con toda mi ropa, mantas y almohadas, para no oír los mugidos del buey, mientras los nómadas se abalanzaban por todos lados sobre él y le arrancaban con los dientes trozos de carne viva. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que me atreviera a salir; como ebrios en torno a un tonel de vino, allí estaban ellos, fatigados, alrededor de los restos del buey.

            Justo en ese momento creí ver al mismo emperador asomado a una de las ventanas del palacio; casi nunca llega hasta los salones exteriores y vive siempre en el jardín más recóndito; pero esta vez lo vi, o al menos eso me pareció, ante una de las ventanas, contemplando cabizbajo lo que sucedía frente a su castillo.

            “¿En qué terminará esto?”, nos preguntábamos todos. “¿Hasta cuándo soportaremos esta carga y este tormento? El palacio imperial ha seducido a los nómadas, pero no se ve cómo se puede hacer para expulsarlos. El portal permanece cerrado; los guardias, que antes solían entrar y salir marchando festivamente, ahora están detrás de ventanas enrejadas. A nosotros, artesanos y comerciantes, se nos encomienda la salvación de la patria; solo que no estamos preparados para semejante empresa; tampoco nos hemos vanagloriado de ser capaces de acometerla. Se trata de un malentendido, y eso nos llevará a la ruina”.


(*)Este texto de Franz Kafka aparece en El médico rural . La traducción pertenece a Renato Sandoval, quien prepara una nueva traducción y antología de F.K.


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