versiones, versiones y versiones...Director, editor y operador: Diego Martínez Lora
Diego Martínez Lora(*)
Foquito
El asesino se dedicó silenciosamente a exterminar a todos aquellos fulanos que molestaban a su querida y bonita sobrina. No soportaba que aquellos cretinos se creyeran con todo el derecho de poder ser irrespetuosos con las mujeres que pasaban por la calle. No se limitaban a mirar a las señoras bonitas o con buen cuerpo sino que las insultaban o hasta les hacían propuestas deshonestas sin ningún escrúpulo. La primera vez que el asesino encontró a un tipo que trabajaba como mecánico fastidiando “in fraganti” a su sobrina, no dijo nada. Se fijó al detalle en la cara del tipo y en muy poco tiempo esa misma cara vulgar e insolente aparecía con los ojos muy abiertos flotando en una acequia maloliente por las afueras de la ciudad. Así, el asesino limpiaba la sociedad de aquellos elementos que eran delincuentes sin castigo y que se pasaban la vida molestando y amedrentando a cada mujer que tuviese que andar inevitablemente por la calle.
La policía fue encontrando muchas caras de diversos individuos que sin razón aparente fueran asesinados sin que el asesino dejase rastro alguno. Las víctimas de muy diferentes procedencias, pobres, ricos, analfabetos, universitarios, obreros, empleados y hasta mismo policías, todos sin ningún antecedente criminal y muchos padres cumplidores y responsables con sus propias familias.
Para este caso entró a trabajar el Teniente Carlos Osorio, más conocido como el Capo de la Inteligencia policial, y por eso apodado Foquito, por las excelentes ideas que siempre daba para poder resolver los inmensos y difíciles casos que día a día trataba la policía.
Foquito era muy alto y su bigote ralo le daba cierta imagen de fragilidad, que ni bien hablaba se rompía, porque su voz era tan sonora y grave que el que menos se sentía chocado al oír las frases breves, pero oportunas que su grande boca pronunciaba. Además su contextura delgada estaba protegida por una fibra muscular bien disciplinada y lista para actuar con brutalidad si lo fuera necesario.
El teniente Foquito, ni bien se encargó del caso, lo primero que hizo fue escribir en una hoja de papel los nombres de las victimas, junto con sus respectivas edades, direcciones tanto de su vivienda como de su trabajo, y el lugar exacto donde fueran encontrados sus cadáveres. El modo como fueron asesinados siempre fue diferente, no había ninguna constante, por ningún lado hallaba una posibilidad de asociar un caso a otro. Las armas de los crímenes habían sido variadas, desde un cuchillo de cocina hasta una botella rota, una sierra eléctrica, una piedra, un ladrillo, una cuerda, dinamita. Sin embargo el cerebro de Foquito comenzó a funcionar iluminándose y fue lanzando sus sucesivas hipótesis, el asesino está a vivir en esta ciudad, dijo. Algunas de las víctimas vivían o trabajaban en una misma calle como siguiendo una trayectoria. El dueño de una verdulería de barrio, un mecánico de autos que solía revisar los vehículos en la calle, varios obreros de construcción civil, un repartidor de balones de gas, un jardinero, un policía que solía estar en la puerta de su comisaría.
Foquito se iluminó más y dijo: el asesino se pasea por la ciudad siguiendo la misma trayectoria diaria y que yo sepa que si bien algunos de los asesinados vivían o trabajaban en lugares más apartados, había una zona que coincidía con las viviendas de unos y los trabajos de otros, y en ese camino hay una escuela y un hospital. O sería un alumno, un padre de familia, un profesor, o un empleado de esa escuela, o un paciente asiduo, una enfermera o un médico o empleado de ese hospital.
Las nuevas víctimas iban correspondiendo al mapa trazado por el teniente Foquito y con la paciencia de una tortuga o de un caracol, después de un par de largos años repleto de asesinatos dijo: el asesino o es un alumno o profesor o empleado universitario porque en el trayecto que se dirigía a la escuela desde hace dos años no hubo más víctimas. Es alguien que estudió o que tiene algo que ver con la escuela y ahora ya pasó a la universidad. Foquito pidió la lista de alumnos o empleados que de la escuela pasaron a la universidad aquella y se encontró con una lista de 100 nombres, de los cuales 80 eran alumnos, pero de esos solo cinco vivían dentro de la zona de vivienda o trabajo de las víctimas. Investigó a los cinco alumnos y cuatro eran mujeres, el hombre era un deficiente físico. De las cuatro mujeres una era muy guapa y solía ir acompañada por un tío.
Foquito se dijo a sí propio, ya está resuelto el caso, ese tío es el asesino. Todo aquel que se mete con su sobrina acaba muerto. Con esta hipótesis final, el teniente Foquito sin informar a ningún otro colega, se puso en una esquina por donde solía pasar el tío con su sobrina y comenzó a piropear a la sobrina y cuando le iba a decir alguna obscenidad la sobrina paró de caminar en seco y se le acercó, lo miró para insultarlo, pero no lo hizo, le sonrió y le dijo que nunca lo había visto por esos lugares. Foquito preso de la hermosa mirada de la escultural muchacha se quedó sin palabras y su corazón traicionó al policía. Se enamoró de ella a primera vista y el tío también le sonrió guiñándole un ojo. Los tres conversaron amenamente y desde ese entonces, el teniente Foquito sale siempre con la agraciada sobrina y no solo la visita todos los días a las 7 de la noche, sino que la acompaña a diario a la universidad. Los que se atreven a fastidiar a la guapa de su enamorada se la ven con él. Cada paliza que les propinó les quitó las ganas de siquiera mirar a una mujer en la calle. Los asesinatos sin razón han acabado. Foquito tiene ganas de hacer lo mismo que el tío hacía con cada energúmeno que transita por la calle, pero se limita a golpearlos o a amenazarlos. Se hizo tan grande amigo del tío como que se desentendió del caso que jamás se resolviera oficialmente.
(*)Diego Martínez Lora, peruano-portugués.