versiones, versiones y versiones...renovar la aventura de compartir la vida con textos, imágenes y sonidosDirector, editor y operador: Diego Martínez Lora    Número 56 - Junho - Julho 2004


Carlos Amézaga(*)

1977 - 1978: Un poco más de lo mismo


Durante estos dos años se mantuvieron las tendencias observadas en los dos anteriores, es decir, se intentó una mejor selección de las películas en base a la crítica especializada y a los conocimientos que ya veníamos adquiriendo sobre directores y estilos. Esto no quiere decir, por supuesto, que no buscáramos también la diversión, así lo fue en muchos casos, pero, en general, la idea de ver un cine “serio”, para pensar y reflexionar, fue la que se impuso.

 

1977 (31 películas)

 

Si comparamos 1977 con los precedentes, especialmente 1974, se puede notar una disminución del número de frecuentaciones a las salas. Esto se debió principalmente a tres factores: en primer lugar, los requerimientos de la vida universitaria recién iniciada, la cual demandaba un mayor tiempo dedicado al estudio, más que a otras actividades de expansión; por otro lado, estaba el hecho de habernos impuesto frecuentar un cine de calidad, lo cual nos hizo dejar de lado muchas películas que antes hubiéramos visto sin ningún remordimiento; y, finalmente, el conocimiento de nuevos amigos y camaradas de estudios hizo que nuestros ratos de ocio fueran dirigidos a otras actividades, a veces muy distintas a las visitas a la sala oscura.

 

Con estos parámetros,  el año empezó con un filme del cual guardo muchos y muy buenos recuerdos: Barry Lyndon. Otra vez el genio de Kubrick, a quien habíamos conocido por la Naranja Mecánica. En esta ocasión la acción se remontaba a la Inglaterra del siglo XVIII, con la historia de un joven ambicioso que busca adquirir cartas de nobleza a toda costa, y lo consigue, aunque al final le cueste la vida. Recuerdo sobre todo el colorido de los trajes de época, la impecable actuación de Ryan O’Neil, así como la dramática escena de un duelo y algunas batallas muy bien filmadas.

 

No dejamos de frecuentar los cine clubes y este año vimos tres filmes en ellos: Perdidos en la Noche (Midnight Cowboy), Jon Voight y Dustin Hoffman conformando una de las parejas más extrañas que nos ha brindado la maquinaria de hollywood, entrañable el personaje de Hoffman, el cual nos hizo entristecer como a otros millones de espectadores. Otra de ellas fue una francesa, nada menos que de Francois Truffaut: Farenheit 451, basada en libro homónimo de Ray Bradbury. En un mundo del futuro el gobierno ordena quemar todos los libros y los ciudadanos reciben múltiples instrucciones por televisión, todo parece muy bien hasta que uno de los encargados de quemar los libros decide leer algunos de ellos antes de destruirlos. Una visión descarnada de un futuro que por el momento, casi 40 años después de producido el filme,  no parece aun tener lugar. Nashville, fue la tercera película que vimos en cine club. No fue muy comercial en el Perú, por eso pasó a cine clubes muy pronto y se volvió un film de culto. Nos encantó la música y los enredos de los personajes, todos relacionados con el famoso festival de “country music”, mientras que un candidato invisible realiza una campaña desesperada por los votos locales.

 

Otra película inolvidable fue Taxidriver. Robert de Niro ha hecho muchos papeles en el cine, pero quizás uno de los más emblemáticos y por el cual ya está en la gran historia del séptimo arte es por el de este chofer de taxi un poco desquiciado y vengador. Importante también la aparición de una jovencísima Jodie Foster. El director, Martin Scorsese, pasaría después de esta película a convertirse en uno de nuestros favoritos.

 

Conocimos a otros dos realizadores importantes: Brian de Palma, en Fantasma en el Paraíso (Phanthom of the Paradise), y Extraño Presentimiento (Carrie). La primera, una recreación del mito de Fausto, con algo del Fantasma de la Opera en clave de rock, absolutamente impresionante e imprescindible para los amantes del género. La segunda, una de las mejores muestras de lo que puede ser el cine de suspenso, sólo comparable a Hitchcock. La escena antológica es aquella de la premiación de Carrie, cuando sus malvados compañeros le van a echar encima un barril de sangre de cerdo. El final, una tomadura de pelo del director, nos hizo salir temblando de la sala.

 

En un registro totalmente distinto, el otro director que conocimos fue Lucino Visconti con su Muerte en Venecia, el drama de Thomas Mann filmado con mucha sensibilidad y sobre la base de un gran reparto de actores. Recuerdo la escena en que von Aschenbach, interpretado por Dirk Bogarde, observa en la playa a su amado Tadzio mientras suda gotas de color negro que se escapan debajo de su sombrero panamá. Lina Wertmuller y sus Siete Bellezas, fue otra de nuestras favoritas y también El Inquilino (Le Locataire) de Roman Polansky, con Isabelle Adjani, actriz de la que hablaremos más adelante.

 

Como vemos, hasta acá, fue un año pródigo en magníficos directores y muy buenas películas, de aquellas que queríamos ver y conocer para discutirlas después en la cafetería de la universidad con los amigos. Pero hubo también de las otras, como decíamos, aquellas que ponían la cuota de diversión y que tampoco podíamos evitar. Entre ellas destacan: Rocky, la primera de la saga, Sexo Loco (Sessomatto) y Dios Mío que Pecado (Mio Dio como sono caduta in basso!), cuyos principales méritos fueron continuar nuestra peregrinación hacia Laura Antonelli. Bruce Lee nos volvió a impresionar en Cinco Dedos de Furia (Fists of Fury), James Caan,  en un mundo del futuro también nos hizo pensar y sufrir un poco en Rollerball, finalmente, conocimos a una actriz francesa que nos gustó muchísimo en Cama en Sociedad (Catherine et Cie), nada menos que Jane Birkin, y Gracias Abuela (Grazie Nona), con Edwige Fenech, puso la cuota sensual para acabar el año.

 

Ese fue 1977 y el año siguiente creo que sería un poco más de lo mismo.

 

1978 (43 películas)

 

La primera gran sensación del año llegó con La Guerra de las Galaxias (Star Wars), la cual, como a casi todo el mundo, nos trajo la fuerza y ésta nos ha venido acompañando a todo lo largo de la saga de estos héroes galácticos. Hasta ahora, pese a los adelantos increíbles en efectos especiales de nuestros tiempos, aun nos sorprenden algunas de las escenas de este filme, como aquella en que aceleran la nave a una velocidad mayor que la de la luz y todo se desvanece.

 

También hicimos nuestro primer contacto serio con Woody Allen, pues ya habíamos visto una de él anteriormente. La primera que vimos ese año fue Dos Extraños Amantes (Annie Hall), luego fue La Ultima Noche de Boris Grushenko (Love and Dead) y más adelante Sueños de Seductor (Play it Again, Sam). Que podemos decir sino que gracias a estas películas empezamos a soñar con Nueva York y quedamos rendidos ante el humor, a ratos desopilante, de Woody Allen y su personaje, que prácticamente es el mismo en todos los filmes.

 

Tampoco dejamos de asistir a los cine clubes y  este año nos trajeron algunas cosas nuevas como El Extranjero, de Luchino Visconti,  con Marcelo Mastroianni en el papel de Meursault, el atormentado personaje de Camus que es condenado a muerte por no llorar la muerte de su madre. Conocimos la belleza de Elizabeth Taylor en Una Venus en Visón, sólo recuerdo que era la amante de hombre rico y un día al visitarlo en su casa se roba el abrigo de visón de su mujer, lo cual trae muchos problemas. En otro registro, Los Hermanos Marx en el Oeste, pusieron la cuota de genialidad por el lado de las comedias. Finalmente, La Inglesa Romántica (The Romantic Englishwoman), nos trasladó hasta las islas británicas de la mano de la genial Glenda Jackson.

 

Fue el año también de Lo que el Viento se llevó (Gone with the Wind). Recuerdo haber oído hablar a mi madre, prácticamente desde que nací, sobre esta película. Quizás por eso tardé tanto en verla, era como si ya la hubiera visto de tanto que me la habían contado. Cuando finalmente me decidí, no me impresionó mucho, aunque reconozco que tiene una historia fuera de serie y un elenco de actores magníficos.

 

La música estuvo presente en tres películas legendarias: Fiebre de Sábado por la Noche (Saturday Night Fever) y Grease, ambas protagonizadas por John Travolta, bailando al ritmo de los Bee Gees y sus pegajosas melodías disco, en la primera, y con la bella Olivia Newton John, en la segunda. Cuando las vemos ahora nos sentimos un poco avergonzados de haber intentado imitar a Travolta en su época, creo que han envejecido mal ambos filmes. La tercera fue de Led Zepellin, La Canción es la Misma (The Song Remains the Same), todo un clásico del rock que aun se escucha con devoción.

 

Apareció otro mito: Sonia Braga, en una de sus películas más espectaculares Doña Flor y sus Dos Maridos, basada en la obra de Jorge Amado. Recuerdo haber disfrutado mucho con las venturas y desventuras de esta bella brasileña que logra traer de nuevo a la vida a su marido muerto. Cuentos Inmorales, por su parte, reunió a cuatro directores peruanos quienes contaron cada uno una historia a su manera, reflejando un poco de la idiosincrasia nacional.

 

Hubo más. Atrapado sin Salida (One Flew Over the Cuckoo’s Nest) inició la consagración de Jack Nicholson como uno de los más grandes actores de su generación; mientras Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (Close Encounters of the Third Kind) nos recordó que probablemente no estamos solos en el universo y Steven Spielberg continuó en la senda que lo llevaría a ser uno de los más grandes directores de todos los tiempos.

 

Finalmente, de nuevo, Francois Truffaut nos trajo un film memorable: El Amante del Amor (L’Homme qui Amait les Femmes), historia de un hombre que no puede vivir sin el amor de las mujeres, muchas mujeres, hasta que su pasión lo lleva a perder la vida. Algo tiene Truffaut que condensa en sí toda la esencia del cine francés de calidad, sus películas se disfrutan como un buen perfume, francés.

Se estaba acabando la década de los setenta, memorable por todas las cosas que pasaron en esos tiempos y que cambiaron el mundo y sus costumbres, quizás para siempre. El cine no se había quedado atrás y ya se notaban las tendencias que se desarrollarían con mayor fuerza en los 80 y marcarían el final del siglo XX.

 

En lo personal, ya no había dudas, nos encontrábamos perfectamente instalados en el cine de nuestro tiempo, esperábamos con ansia las películas que se anunciaban en los medios antes de su estreno y no encontrábamos una mejor forma de divertirnos, solos o en compañía, que al interior de una sala oscura frente a la pantalla. Así era y así siguió siendo.


(*)Carlos Amézaga, escritor, abogado y diplomático peruano. Actualmente vive entre Lima y Viena.  Ganó el concurso de las 2000 palabras de la Revista Caretas, Lima - Perú. 2002/3


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