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La investigación especializada que ha tratado los temas relacionados con la muerte en la sociedad tradicional gallega, se ha ocupado preferentemente de los aspectos etnográficos, es decir, acerca de lo que las gentes pensaban sobre el tránsito al Más Allá, y de cómo sería la existencia de ultratumba. En consecuencia estamos bien informados en materia de creencias, ritos y costumbres peculiares relativas a este asunto. Sin embargo, ha quedado un tanto en un segundo plano el aspecto material inherente a la muerte, esto es, los enterramientos. Desconocemos si por obvio, o por ser escasamente atrayente, pero a fin de cuentas, el resultado es que quien esté poco familiarizada con las usanzas de antaño, forzosamente se le escapa toda la faceta artística y/o monumental asociada, y en suma, el tema no se puede comprender en su plenitud si se prescinde del estudio de las elaboraciones materiales concretizadas en los cementerios parroquiales. De momento, es aún pronto para emprender una tarea de sistematización en este capítulo tan importante, pero tan desconocido a efectos bibliográficos, por lo que en los siguientes párrafos nos vamos a limitar al esbozo de una serie de líneas de trabajo que en el futuro habrán de ser comprobadas y ampliadas con mayor precisión. En la imagen que acompaña a este texto podemos contemplar como era, y aún sigue siendo, un cementerio parroquial en Galicia. Se trata de la iglesia de Xunqueiras (Pazos de Borbén, Pontevedra), en cuyo atrio, en torno al edificio eclesial se disponían las tumbas de los vecinos fallecidos. Por desgracia, esta fotografía representa actualmente un importante documento histórico pues fue tomada hace ya algunos años, y cuando recientemente volvimos al lugar para estudiar con más detalle el cementerio, nos topamos con que se había tomado la decisión de pavimentar todo el atrio con losas de piedra. Se puede observar como ante la fachada de la iglesia se agolpan apretadamente un elevado número de sepulturas bajo tierra, distribuidas sin orden ni concierto, esto es, sin planficación alguna previa. En Galicia, la Iglesia, y también a veces ciertas áreas de su entorno, eran prácticamente el eje alrededor del cual giraban los aspectos más importantes de la vida pública de los vecinos. El solar gallego se divide en varias miles de parroquias. Cada parroquia posee un territorio concreto, debidamente acotado respecto de las parroquias limítrofes. Los habitantes vivían agrupados en aldeas, y éstos poseían generalmente dentro de la parroquia donde residían el grueso de su patrimonio, por no decir casi todo. Asimismo cuentan con espacios incultos de aprovechamiento comunal, vedado al disfrute de personas ajenas a la feligresía, aunque fuesen de la parroquia colindante. El estatus de las parroquias gallegas es muy peculiar, pues si bien su entidad es de base religiosa, de hecho, fue y sigue siendo aprovechada por la administración civil para facilitar el gobierno local. No contiene, sin embargo, personalidad jurídica. Lo que liga a todos los habitantes de una misma parroquia, más que su vecindad, es la vida religiosa centralizada en la Iglesia parroquial. La idea de la pertenencia a una comunidad diferenciada se fundamenta en que al nacer todos son bautizados en la misma pila bautismal, y al morir, todos son enterrados en el mismo atrio de la iglesia. Además, los oficios religiosos regulares reúnen a los moradores de las distintas aldeas de la parroquia, las cuales a veces distan bastante unas de otras, por lo que de otro modo, los vecinos difícilmente superarían los contactos esporádicos y casuales. La iglesia parroquial gallega dispone de un recinto a su alrededor de trazado tendente al óvalo o rectángulo irregular que es el atrio. Este atrio es de pequeñas dimensiones, siendo lo común que no supere los diez metros de anchura por cada lado de la iglesia. Los atrios siempre aparecen cercados, bien por muretes bajos de mampostería, o también, tampoco son raras pequeñas paredes de sillería a las que se adosa por su interior un banco corrido. En estos reducidos recintos es donde se emplazaban los cementerios parroquiales del mundo rural, tal como nos ha llegado en la actualidad a nosotros. De todos modos, como hemos tenido la oportunidad de comprobar en artículos anteriores (a este respecto véanse los estudios sobre la capilla de Santa Cristina de Ribadavia, y sobre el Monte das Cruces de Chandebrito (Nigrán)), en ocasiones existían cementerios atípicos. La forma de inhumar a los muertos en los cementerios gallegos no fue siempre la misma. Sin embargo, no es fácil por el momento ordenar en un discurso coherente la variabilidad de costumbres, ni cronológicamente en ciclos, ni geográficamente por áreas concretas. Por ejemplo, la sepultura bajo tierra, lo más normal antiguamente, en la práctica no desapareció totalmente hasta hace algunas décadas; y en otro sentido, respecto a las costumbres ornamentales de las tumbas, aunque se podrían enunciar directrices generales, de todos modos, se aprecian ostensibles divergencias según qué zona consideremos, e incluso, de una parroquia respecto a su vecina. Mientras no haya estudios más precisos, no se puede avanzar por este derrotero. Sea como fuere, desde el siglo XIX, alcanzando la tendencia hasta al menos los años cincuenta y sesenta del siglo XX, insistimos nuevamente, en que lo más normal fue la inhumación en tierra, o por lo menos bajo el suelo, como se aprecia en la fotografía del atrio de Xunqueiras. No obstante, dentro de esta constante, sí debemos comentar ciertas particularidades más o menos generalizadas.
En fin, a muy grandes rasgos, éstos son los rasgos comunes visibles en un gran número de cementerios parroquiales de Galicia, si bien las excepciones son enormes. Por ejemplo, entre los años 1870 y 1910, aproximadamente, se levantaron en algunos cementerios monumentales panteones familiares con esculturas y mucha parafernalia decorativa de corte fúnebre, signo de distinción social de ciertos colectivos. A partir de 1880 comienzan a levantarse panteones de nichos, generalmente de una o dos calles y varios niveles. El tipo de inhumación en nicho no parece difundirse de un modo ya claro hasta cuando menos los años cincuenta del siglo XX, cuando se amplían lo atrios y se construyen largos y altos bloques de nichos. Asimismo, entre más o menos 1880, y hasta 1925, en algunas parroquias la tumba bajo tierra se acompaña de una estela conmemorativa, a veces muy ricamente decorada. Por último, desde los años veinte del pasado siglo se aplica un poco por todas partes el mármol en tumbas y estelas, resultando una complejidad de formas inabarcable en una simple descripción. Es obligatorio indicar que éstas normas ahora enunciadas se basan en la observación directa de múltiples cementerios del sur de la provincia de Pontevedra, Evidentemente, se necesita un estudio más amplio, de mayor número de atrios de otras comarcas, para disponer algún día de una extensa base de datos que permita ensayos de mayor rigor. Veamos ahora como evolucionó el cementerio de Xunqueiras (Pazos de Borbén), a lo largo de los siglos XIX y XX:
A la vista de esta riqueza tipológica podría desprenderse una conclusión evolutiva equivocada si no se sopesan detenidamente los datos aportados. La existencia de panteones no debe ocultar que lo más normal, hasta hace medio siglo fue la inhumación bajo tierra. Así por lo menos lo hicieron la mayoría de los habitantes de Xunqueiras. La presencia de ostentosos panteones familiares nos remite a la presencia de vecinos adinerados que invierten en arte funerario para distinguirse de sus congéneres, pero a fin de cuentas, aquéllos son los menos. Sí es cierto, y esto puede constatarse en otros cementerios parroquiales, es que el tipo de gusto artístico fúnebre materializado en los decorados panteones, sí evolucionó a lo largo de la primera mitad del siglo XX. En otro sentido, estas informaciones cronológicas relativas a Xunqueiras habrán de ser tenidas como un referente, pero muy difícilmente las podemos aplicar a otros cementerios, pues como se verá en futuros estudios, las diferencias son también muy abultadas. No es gratuíto preguntarse cómo y cuándo se originaron estos cementerios en los atrios. Recordemos que lo normal hasta el siglo XVIII era la inhumación en el interior de los templos, y sólamente en casos de necesidad se habilitaba el atrio (véase el comentario relativo a Ponteareas en el artículo dedicado a la capilla de Santa Cristina de Ribadavia). Que la cuestión no es una preocupación baladí se deriva sobre todo de la simple observación del patrimonio inmueble fúnbre legado: en las laudas. cuando hay alguna inscripción conmemorativa legible, las dataciones rara vez van más allá de las últimas décadas del siglo XIX, y estas fechas como las más antiguas. La costumbre de inhumar dentro de las iglesias se consolidó evidentemente por motivos religiosos a lo largo de los siglos en toda la cristiandad, pero en ocasiones se alzaron voces que pedían la erradicación de este uso. Los precedentes se remontan ya a los siglos V y VI (Concilios de Vaison, 442, y Braga, 563; capitularias de Teodulfo, 790). Pero esta costumbre no desaparecerá hasta bien entrado el siglo XIX. En la diócesis de Huesca la lucha de las autoridades eclesiásticas contra este tipo de enterramientos se aprecia desde los comienzos del siglo XVIII, inicialmente poniendo trabas a ciertas pretensiones. Pero para entonces será la administración civil quien persiga su abolición. En 1797, mediante Real Cédula, Carlos III prohibirá expresamente la inhumación en el interior de las iglesias, ordenando que los cementerios se edifiquen lejos de los núcleos de población y en lugares bien ventilados. Pero para la aplicación efectiva de esta norma se tendrían que sortear muchos obstáculos, a parte de que parece más dirigida a las ciudades que al mundo rural. En efecto, primero para cumplir la ley habría que comenzar por construir nuevos cementerios, pero aún así era necesario vencer una ancestral costumbre de entidad profundamente religiosa. Está claro que para el cumplimiento de la normativa habría de pasar algún tiempo. De hecho, así lo sugiere una nueva orden del 28 de Junio de 1801 del ministro Godoy en la misma dirección. Volviendo a la diócesis de Huesca, todavía en 1832 se prohibirá tajantemente en Sabiñánigo. En conclusión, nos da la impresión de que los enterramientos en los atrios de las iglesias gallegas del rural no se desarrollará efectivamente hasta al menos pasada la primera mitad del siglo XIX. La cuestión exige ser estudiada detenidamente, pues por ejemplo, sabemos que muchos de esos enlosados situados ante la puerta principal de las iglesias son muy antiguas, pudiendo remontarse en algunos casos al siglo XVIII. Conocemos incluso un testamento de un hidalgo de Coruxo (Vigo) donde expresa su voluntad de ser inhumado en ese lugar en tal época. Sin embargo, hay un hecho incontestable: a partir de 1869 comenzarán a proliferar grandes panteones familiares en los atrios, y no antes, y esta circunstancia, probablemente debamos entenderla como la manifestación material de un cambio de mentalidad. |
La Laguna, a 25 de Abril del 2002
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