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El presente peto de ánimas mide en conjunto unos 3,5 m. de altura. Está enteramente construido en piedra, y se descompone en tres partes superpuestas. Primero distinguimos una especie de basamenta con aspecto frontal de altar, en cuya superficie superior se aloja la hucha para la percepción de los donativos (pequeño orificio cúbico cerrado por una portezuela de hierro con una ranura). A continuación, sobre esta unidad se colocó un edículo que consta de una urna central flanqueada por dos columnillas y todo ello acabado por una cornisa moldurada. Alojado en el fondo de esta hornacina, se instaló un panel pétreo con imágenes en relieve y policromadas. Sobre este sector del monumento fue colocado un remate decorativo integrado por un poste central coronado por un crismón, y delimitado por sendos dobles róleos. La obra no dispone de una inscripción conmemorativa, pero por el estilo de las aplicaciones ornamentales estimamos su inserción en un barroco ya muy desarrollado, probablemente localizado en un momento avanzado del siglo XVIII.
El peto muestra en sí todas las características de un retablo, pero de planteamiento sobrio. Sin lugar a dudas, el elmento más importante lo constituye el panel del edículo central. Se representa en él a condenados pagando en el Más Allá los pecados no redimidos en este mundo. El campo escultórico se estructura en dos niveles. En la parte inferior vemos un amplio haz de largas llamas por entre las cuales asoman los bustos de tres personajes: en el centro, y ligeramente más elevado, está la efigie de un obispo, y a cada lado de este, pero sensiblemente más abajo asoman las cabezas tonsuradas de dos frailes. Por encima de este nivel constan otros tres personajes, asimismo dispuestos a diferentes alturas, estando acusadamente más elevado el central, configurados en este caso de cintura hacia arriba, y con las manos entrelazados sobre el vientre en actitud de rezo. Abajo se observa a la derecha un clérigo, y a su derecha una mujer, mientras en el vértice superior hay un varón. Desde el punto de vista artístico, es interesante destacar varios aspectos que nos pueden acercar con mayor precisión a la estética y gusto popular. Compositivamente el panel fue concebido, como es usual en estas producciones, siguiendo un criterio de horror vacui, no dejando libre ningún sector del campo relivario. Este planteamiento artístico se adecúa ajustadamente a la idea que se pretende ejecutar: un tenebroso lugar donde todo son llamas, y donde las almas de los pecadores se agolpan, pues se supone que a causa de la imperfección humana, son muchos los seres caídos en ese trance. Sin embargo, este recurso estético no impidió que el artista, sin lugar a dudas un simple cantero, distribuyese las figuras con cierta sabiduría, en dos niveles superpuestos, e internamente en éstos, utilizó un esquema de descripción triangular. El resultado de esta ordenación es el conocido efecto estético propiciado por la existencia de varios puntos clave en la superficie del panel (en este caso, las cabezas de los personajes), que producen en el observador un claro dinamismo de la contemplación, yendo la vista de un lugar a otro siguiendo una trayectoria periférica y cerrada. Este hecho se ve potenciado por la tentativa de individualización de los rostros, lamentablemente, sólo conseguido parcialmente al tratarse de un artista popular. Se destaca además un inequívoco uso de la policromía como vehículo básico en la comprensíon del significado de la obra. La pintura no sólo sirve para delimitar y concretar partes y elementos y caracterizar e individualizar a los personajes, sino también, se utiliza para incrementar el dramatismo de la escena. En efecto, las llamas fueron esculpidas vigorosamente en el arranque diluyéndose gradualmente, momento en el que interviene la polcromía prolongándolas hacia arriba por entre las cabezas de los personajes. En los individuos representados, apreciamos una cierta dicotomía del modelado, traducida en una clara divergencia expresiva. Los individuos del nivel inferior ofrecen rasgos faciales mejor modelados, y de sus rostros emana un sincero sufrimiento, en principio, de apariencia más espiritual que físico (al menos, no acusan el indecible tormento de estar sumergidos en un mar de llamas). Sin embargo, los personajes del sector superior presentan .una actitud más tranquila, desde luego también menos expresiva. Sin embargo, este doble planteamiento en la concrección de los semblantes tal vez no sea casual, y encierre un significado sólo desentrañable por quien fuese susceptible de dejarse impresionar por esta representación religiosa.
En la descripción de la escena hemos evitado deliberadamente indicar la ubicación espiritual de la escena. Generalmente, en los retablos de los petos de ánimas suele plasmarse la imagen del Purgatorio, bien con las ánimas penando, bien con éstas acompañadas por San Francisco, San Antonio, La Virgen del Carmen, etc. No obstante se conoce algún caso excepcional, donde se encarna una visión del Infierno, por lo que cualquier atribución debe ser meditada previamente como es este ejemplo. Efectivamente, llamas y penantes hay tanto en un lugar como en el otro, y la figuración de ambos sitios puede evidentemente mover al devoto a la obra piadosa, si bien entonces, con diferente objetivo. De todos modos, en esta obra de Cortellas creemos estar ante una caracterización del Purgatorio., por los motivos que aduciremos más abajo. Como se sabe, la religión católica admite la existencia de un lugar a donde van a parar las almas de los difuntos fallecidos, con todos los pecados perdonados, pero con un reato de culpabilidad sin depurar, o bien con faltas leves, inmerecedoras de un castigo eterno, pero a fin de cuentas, inadmisibles para entrar en el Cielo. La estancia en el Purgatorio es muy relativa, y depende de ciertas variables, estimadas siempre por Dios, el único que decide quién y cuánto tiempo han de permanecer purgándose. Las penas del Purgatorio son de dos tipos: una física (el sufirmiento producido por la acción de las llamas), y otra más de carácter espiritual, al verse privadas estas almas de la visión del Padre Celestial. La conclusión de esta fase transicional de purificación, como hemos dejado dicho, la establece Dios, pero se puede acortar desde la tierra de varias maneras. Muy útil era recurrir con rezos a los méritos de los santos, y para ello había algunos especializados en estas tareas, como San Francisco o San Antonio. Asimismo, o bien a otros intermediarios mejor cualificados como Jesús o la Virgen María. Las iniciativas personales de los vivos también servían a este mismo cometido al promocionar fundaciones piadosas (por ejemplo, la erección misma de este monumento), o sencillamente ofreciendo limosnas. Estos donativos tenían como fin el financiamiento de misas en sufragio de las benditas ánimas del Purgatorio, y precisamente era el sacrificio de la Santa Misa el modo más eficaz de mover a compasión al Ser Supremo, según se afirma contundentemente en el Concilio de Trento, y así lo estima la Iglesia y prácticamente todos los escritores católicos que se han ocupado de este tema. Por lo tanto. en torno a los petos de ánimas giraba toda una concepción sobre la salvación del hombre. En origen, obedecían a un interés espiritual particular: el fundador realizaba la promoción del peto como una inversión esperando que su actitud devota fuese tenida en cuenta por Dios con vistas a reducir o eludir las penas celestiales, de él o incluso, de alguno de sus familiares. Desde el punto de vista social, una vez ya erigido el monumento, el individuo que ofrecía limosna y rezaba devotamente ante el retablo, suponía que con su acción, no sólo contribuía a atenuar los sufrimientos del Purgatorio de familiares, convecinos, etc., sino también su devota actitud debía de ser considerada favorablemente por el Padre como un mérito personal en el momento de traspasar el umbral de esta vida terrenal. En consecuencia, el peto de ánimas cumplía la misión de recordar a los vivos una dramática realidad celestial, a la que además eran futuros candidatos. En efecto, como vemos en el ejemplo de Cortellas, del Purgatorrio no estaba exento ningún miembro de cualquier estrato o colectivo social, ni siquiera frailes, clérigos u obispos, es decir, los guardianes de la Fe. Sin embargo, al menos, a diferencia de lo acontecido con el Infierno, el paso por este lugar no era definitivo: algún día, más cercano o más lejano, Dios determinaría poner fin a este tormento, y el modo de acelerar esta decisión ya la hemos mencionado más arriba. Esta circunstancia creemos que es recogida en el retablo de Cortellas, pues la diferencia de actitudes (lamentándose los que están sumergidos entre las llamas, orando y con rostro sereno, los del nivel superior), parece querer darnos a entender que mientras unos se retuercen de dolor entre el fuego, otros salen de este lugar. Tal vez la actitud de rezo de estos personajes del nivel superior del retablo pretendiese indicar a los devotos que rezando les ayudarían en su ansiada partida hacia el Cielo. |
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