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Cruceiro y peto de ánimas de Porto (Salvaterra do Miño) |
En este artículo nos vamos a ocupar de la presentación y estudio de dos obras de arte popular localizadas en la parroquia de Porto (Salvaterra do Miño. Concretamente se trata de un cruceiro emplazado en el lugar de A Igrexa, y un peto de ánimas en el barrio de A Praza.
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El cruceiro en cuestión se sitúa en medio de la amplia encrucijada existente en el camino principal que atraviesa la parroquia, y a escasos 20 m. de la iglesia parroquial. En total, el monumento mide unos 5,5 m. de altura, y está cubierto por un baldaquino confeccionado en hierro. Se compone de un calvariño de tres gradas; basamenta troncocónica decorada; columna de sección cilíndrica con ranuras de media caña rellenas en su tercio inferior, y con dos santiños (efigies de la Dolorosa en el anverso, y Nª. Sª. de la Asunción en el reverso); capitel corintio; y, crucifijo con Cristo ya muerto, acompañado de un ángel volador recogiéndole en un cáliz la sangre que mana de la herida. En las caras de la basamenta hay incrustadas placas de mármol con las siguientes leyendas:
Al estudiar este cruceiro hemos tenido la oportunidad de recoger de boca de una vecina una serie de tradiciones relacionadas con sus promotores. Cuando se examinen, el lector debe considerar que no son otra cosa que simples rememoraciones, no tratándose por lo tanto de una fuente de información directa. El grado de veracidad, o incluso, de ser estrictamente objetivas, al margen de una supuesta certidumbre (tampoco hay razones para rechazarlas), no es fácil de evaluar al no disponerse de otro material contrastable. Decimos esto porque a la hora de emitir hipótesis interpretativas, no debemos olvidar la debilidad informativa de la que partimos.
Según nos ha comentado Dª Purificación Troncoso, vecina del lugar de 86 años (hacia 1994), que regentaba la tienda situada delante mismo de este cruceiro, los promotores del monumento eran un matrimonio sin hijos, campesinos normales, pues no recordaba la informante que fueran especialmente acaudalados. Eso sí, eran personas muy devotas, que ya habían realizado diversas donaciones a la Iglesia parroquial, como por ejemplo, según parece, ciertos pendones. A su muerte, los bienes inmuebles los legaron a una sobrina, al tiempo que instituyeron una fundación pía consistente en una misa anual a Sn. José, y al Santo Cristo. La misa a Sn. José se financiaba con los intereses bancarios de una determinada cantidad de dinero depositada en una cuenta corriente, y que en origen libraba unas 50 pesetas. Sin embargo, con el paso de los años, debido a la creciente inflacción, los intereses rendidos fueron progresivamente siendo insuficientes, por lo que el párroco de turno decidió suspender esta conmemoración definitivamente. No obstante, al principio, en el día de Sn. José se celebraba una misa con gran magnificiencia.
Según nos siguió relatando la mencionada anciana, José Garrido falleció hacia 1924 ó 1925. Pocos años después moriría su esposa. El cobertizo que cubre el cruceiro fue mandado hacer por la donante al poco de enviudar. Se dice que encargó el alboi porque le daba pena ver como el cruceiro quedaba expuesto a las inclemencias atmosféricas los días de lluvia.
Antiguamente, en la reja que circunda el cruceiro había un peto de ánimas destinado a recaudar limosnas. Las aportaciones eran en realidad muy escasas, pero aún así lo robaron, por lo que se dejó de depositar dinero allí, y más tarde acabó por desaparecer. Las ofrendas particulares realizadas por los devotos al cruceiro estribaban en el alumbramiento nocturno con un farol que se guardaba en la tienda, y el cual se suspendía de una cadena. Pero también esta costumbre terminó por desaparecer, hecho que se materializó al hacer presencia la iluminación eléctrica, usando a partir de entonces esta nueva fuente de energía para realizar las ofrendas.
Primero hablemos de la cronología. Se trata de un cruceiro construido en 1924. Desde luego no será el último cruceiro que se levante en Galicia, pero es uno de los más tardíos, y pocos más se van a construir ya. Evidentemente, como ocurre con todo hecho cultural traducido plásticamente, no es fácil fijar límites cronológicos para los cruceiros. Los más antiguos aparecen desde mediados del siglo XVI, y después de una fase de apogeo a fines del siglo XVIII, comienzan a escasear las promociones, pero se sigue erigiendo alguno que otro hasta mediados del siglo XX.
Este cruceiro de Porto es un buen ejemplo del estilo aplicado a estas obras religiosas a partir de fines del siglo XIX. El avance detectado estriba en que desde esta época, los canteros encargados de su realización poseen ya formación académica. En efecto, en su trabajo van a aplicar técnicas, iconografías y planteamientos estéticos muy distintos a los transmitidos artesanalmente. En estas producciones, aún respetando la estructuración arquitectónica heredada, se aprecia con facilidad que sus autores no son ya simples canteros, sino verdaderos escultores, eso sí, trabajando para un público popular, lo cual constituía un insuperable condicionante temático, pero no estilístico. Y todo ello se aprecia en el cruceiro de Porto. Esta nueva dinámica, constatable desde los años setenta del siglo XIX, es la misma que hemos examinado al estudiar los panteones de Anceu y Celeiros.
Cuando se contempla este cruceiro, lo primero que salta a la vista es el gran tamaño de las imágenes en relación con la longitud total del monumento. En principio, sus dimensiones son las normales, pero al habérsele complementado con esculturas de gran formato, el aspecto arquitectónico del cruceiro queda disipado visualmente. Por ejemplo, los santiños de la columna, ocupan la mitad de su altura, y el crucifijo debe alcanzar los 1,5 m. Centrándonos ahora en la observación del crucifijo, se aprecia que Cristo fue concebido con un cuerpo extremadamente alargado y delgado, por lo que el efecto de transparencia y esbeltez de este elemento le otorga mucha ligereza al monumento.
Por lo demás, y excluyendo la efigie un tanto estirada de Cristo, las imágenes de la columna son toda una obra de arte. Físicamente están bien proporcionadas, y su modelado es exquisito, sobre todo en Nª. Sª. de la Ascensión. Destaca la suavidad del tratamiento de los pliegues de los ropajes, y de los remolinos de las nubes, que denotan perfectamente el trabajo de un escultor que trató de aplicar al granito las técnicas aprendidas en la talla del mármol. Pero además, ambas imágenes han sido dotadas de la adecuada expresividad facial y corporal que exige la plasmación del tema que interpretan.
El autor de este cruceiro, tal como recordaba la informadora más arriba citada, y como además consta en una de las lápidas de la basamenta fue Benjamín Quinteiro Martínez (1884-1955), natural y residente en Ponteareas. Recientemente, con motivo del homenaje rendido a su hijo, D. Alfonso Quinteiro, por lo demás, excelente escultor, se editó un folleto donde se aportan algunos datos sobre la persona de Benjamín Quinteiro, y asimismo, hemos tenido la oportunidad de conversar con el mencionado artista y algún que otro hermano suyo. Por ellos sabemos que Benjamín Quinteiro había vivido toda su vida en Ponteareas, donde asimismo, tenía abierto un taller. Se ignora como se formó profesionalemente, pero tal vez no sea exacto la insistencia en decir que no recibió ningún tipo de enseñanza académica. De todos modos, suena haber estado al servicio de un famoso cantero de nombre Solla. A comienzos del siglo XX, se casaría con Dª. Aurora Alonso Chao (fallecida en 1974), de la cual tuvo nueve hijos. Hacia esta época fue cuando se independizó laboralmente, estableciendo un taller en la Plaza Mayor de Ponteareas, donde daba trabajo a unos 6 empleados. En general, se dedicaba a cumplir encargos de cantería y mármol.
Pero la figura de Benjamín Quinteiro no se agota con su faceta profesional. En efecto, también se dedicó a la actividad política, sobre todo durante los turbulentos tiempos de la Segunda República, como representante del Partido Radical Republicano. Llegó a ser concejal de su pueblo, e incluso diputado provincial. Parece ser que dejó un importante legado de realizaciones en favor de su municipio, como fueron la gestión de las carreteras de Guláns, Guillade y Ribadetea. Pero por encima de todo ello, se le recordaría por ser una persona muy querida de sus convecinos por su buena disposición en ayudar a los demás en la resolución de sus problemas. Incluso se cuenta que algunas veces llegó a pagar de su bolsillo el importe de los taxis para trasladar a vecinos pobres al Hospital Provincial de Pontevedra, y a no descansar hasta que el convaleciente quedase internado.
A partir de la información oral recogida, nos encontramos con unos donantes especialmente devotos en materia religiosa. A juzgar por estos datos, no parece que aquel matrimonio estuviese integrado en la élite social de la parroquia. Tal vez al no contar con descendencia directa, disponía de más posibilidades económicas para preocuparse mejor en asegurar la salvación de sus almas. De todos modos, y ya en un plano más subjetivo, también es cierto que en este tipo de sociedad rural, abundaban personas y matrimonios muy devotos caracterizados por no contar con familia o descendencia. La relación entre ambos extremos no siempre es fácil de establecer, pues como ya acabamos de indicar, nos movemos en la esfera de los planteamientos vitales personales. De todos modos, no debemos perder de vista esta posibilidad como móvil para la promoción de obras pías, pues si para el común, el complejo de culpabilidad con el que se planteaba el paso por este mundo era ya de por sí exacerbado, nos preguntamos, qué grado de cargos de conciencia soportaban los individuos a los que la naturaleza (Dios, en su mentalidad), les negaba descendencia.
Ahora bien, lo que más llama la atención son las inscripciones de la basamenta. La de la placa lateral izquierda, leída reflexivamente acongoja por el desgarrrador ruego emitido: se suplica a Cristo encarecidamente la salvación del alma de todos los vecinos de la parroquia, pues se le recuerda que a Él lo adoran, bendicen y veneran, nada menos. Es curiosa la filantropía de este matrimonio, pues aún financiando con su dinero la obra, no olvidan a sus congéneres de la feligresía, no al resto de los mortales. Esta invocación nos remite a las formulaciones sociales centrípetas de las parroquias gallegas, esbozadas en artículos anteriores (a este respecto véanse los trabajos sobre diversos aspectos culturales de Moraña, y de Xunqueiras en Pazos de Borbén).
De no menor interés es el contenido de la placa lateral derecha. Allí se suplica una oración por el alma de los donantes del cruceiro a todos los que ante él pasaren. El enunciado del ruego está muy claro y no deja resquicios para dudar de las intenciones del matrimonio al plantear la erección del monumento. Sobre los motivos socialmente objetivos subyacentes en la promoción de cruceiros ya hemos hablado al tratar del cruceiro de Fontenla (Ponteareas). Veíamos en esta ocasión que tras la construcción de un cruceiro además de una preocupación de fomento de la piedad popular, en realidad se escondía una actitud religiosa más interesadamente personal. Este cruceiro de Porto fue levantado en 1924, pero el motivo básico no se diferencia mucho del fundado en 1501 en el barrio de O Calvario de Sárdoma (Vigo), ya que en este caso también se solicita una oración a Dios por el alma del donante. Ambos monumentos distan cronológicamente más de cuatrocientos años, y sin embargo, la mentalidad que los ampara prácticamente es la misma. No es de extrañar que numerosos etnógrafos hablen permanentemente del tenaz conservadurismo gallego.
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El peto de ánimas de A Praza se encuentra en el margen de una encrucijada de este barrio. Consiste el monumento en un edículo instalado sobre una baja basamenta y coronado por una gran cruz de piedra. En total, la obra alcanza los 3,5 m. de altura. Está también dotado de una especie de cubierta de chapa de hierro para protección del retablo que puediera existir en la hornacina del edículo. Esta unidad está rematada por una cornisa moldurada a dos aguas, y como decoración en su frente presenta varias placas de segmento de círculo. En líneas generales el peto debe remontarse como mucho a un momento temprano del siglo XIX, pero la gran cruz debe de ser más antigua, quizás cuando menos, del siglo XVIII, siendo seguramente reaprovechada cuando se confeccionó el mencionado peto. Por último, indicar que este monumento, como suele ser normal en la mayoría de los petos de ánimas, tiene ante el edículo una repisa para ofrendas, donde hay alojados dos limosneros, uno de ellos, ya desaparecido.
El retablo actual de la hornacina es reciente, pues se trata de un plafón de madera del frente de una especie de caja de 35 por 26 cms., ocupando sólamente la parte baja del habitáculo. Lo más seguro es que éste supla a otro anterior ya perdido. La composición es muy sencilla: todo el campo figurativo está ocupado por un mar de largas llamas de fuego, sin dejar espacios libres, dispuestas en profundidad en dos planos, y tan sólo en la parte superior del panel asoman los rostros de los penantes del Purgatorio, a saber, en el centro un clérigo, a su izquierda un monje, a la derecha un varón, y en cada lado lo que parecen ser figuraciones femeninas. Por entre las llamas algunos de ellos dejan ver sus manos entrelazadas en actitud de oración, o súplica. Muy curiosa es la disposición estética de los individuos: el clérigo, con los ojos muy abiertos, viendo hacia el frente, el varón y el monje, con la vista clavada en el clérigo, y las dos mujeres, con las caras vueltas hacia el exterior. Con total precisión, ignoramos si con esta llamativa ordenación de los personajes se nos quiere transmitir algún tipo de contenido moral o religioso, pero desde luego, una detenida observación de las imágenes parece sugerir algún mensaje subliminar. Sea como fuere, aunque el artista que elaboró este plafón dominaba hasta cierto punto la talla figurativa, no alcanzó plenamente a darle vida expresiva a las Benditas Ánimas, aunque de todos modos, ciertamente, sí están sufriendo.
El tema iconográfico de presentar el Purgatorio como un mar de llamas ya lo hemos visto al examinar el peto de ánimas de Rexenxo (Mos). Sin embargo, en este monumento, aún había lugar para un plano superior donde actuaba un franciscano. Sin embargo en el peto de Porto, el Purgatorio y sus habitantes acaparan la descripción plástica. En este caso no se alude a un salvador; la vida en el Purgatorio se presenta con toda su crudeza, y sin paliativos. La talla en madera y la conservación de la policromía hablan muy claramente de ello. Es una lástima que el artista no consiguiese transmitir más sufrimiento a sus personajes. La contemplación del panel permite suponer que se pretendió evitar conscientemente menciones plásticas a los típicos rescatadores de almas (Sn. Francisco, franciscanos, la Virgen María, etc.), y se centrase estrictamente en recordar a los vivos cómo es la vida en el Purgatorio.
Este panel tal vez no sea muy antiguo, probablemente de un momento relativamente avanzado del siglo XX, por lo que habremos de estar atentos a la iconografía de los petos de ánimas más recientes, por si iconográficamente se aprecia un cambio temático, consecuencia quizás de una evolución en la creencias religiosas respecto del Purgatorio. Sea como fuere, aún tratándose de una realización reciente, temáticamente, el panel es deudor de los tópicos iconográficos de la tradición de este tipo de monumentos, como se aprecia por la introducción de clérigos y monjes entre los condenados a purgar sus faltas.
En anteriores artículos hemos hecho alguna alusión al tema de la tradicional instalación de cruceiros en encrucijadas. Sinceramente es una cuestión que no queríamos tratar en esta ocasión, pues desde nuestro punto de vista, es éste un aspecto secundario de estas manifestaciones artísticas populares. Es cierto que para muchos investigadores, el núcleo principal de su discurso gira en torno a este tipo de ubicación. O mejor, se pretende con regularidad extraer conclusiones mágico-religiosas a partir de conjeturaciones poco menos que atrevidas. El problema, es que al estudiar estos monumentos de Porto, dado que los dos están situados en encrucijadas, al menos nos vemos obligados a ensayar algún tipo de consideraciones acerca de la relación entre cruceiros y petos de ánimas y encrucijadas.
Es muy cierto que un elevado número de este tipo de expresión plástica popular se localiza en encrucijadas. Sin embargo, también es cierto que ignoramos con exactitud en qué proporción este categoría de situación mantiene ventaja sobre otras clases de emplazamientos. Por ejemplo, son muchísimos los casos que conocemos de instalación original en atrios de iglesias parroquiales, ermitas y capillas. Desde otro punto de vista, encrucijadas, por haber, hay un sinfín, y no obstante la mayoría no cuenta con ninguna muestra de arte religioso. Es más, hemos podido comprobar que son raros los ejemplos de cruceiros o petos de ánimas emplazados en encrucijadas alejadas de los núcleos de población. En realidad, los cruceiros y sus congéneres, las cruces y los petos de ánimas, suelen encontrarse más bien en el interior, o en los aledaños de las aldeas, o al menos en recintos religiosos.
Cuando hemos estudiado los posibles motivos que llevaban a promover la erección de cruceiros (véase el artículo sobre el cruceiro de Fontenla). a partir de las inscripciones de las basamentas deducíamos que lo pretendido era fundamentalmente recabar de los vivos la ayuda de sus oraciones en favor del alma del comitente, si es que éste tenía la desgracia de verse obligado a pasar transitoriamente por el Purgatorio. Esta misma idea volvía a surgir ahora al examinar el cruceiro de Porto. No hay ni un sólo documento directo o indirecto que sugiera que cruces, cruceiros y petos de ánimas se hayan instalado en las encrucijadas para sacralizar ritos paganos que en este tipo de lugares se practicaban regularmente. Por lo menos, no vemos cómo hacer encajar la mentalidad intrínseca subyacente a los cruceiros con esta hipótesis, que para nosotros, por falta de pruebas palapables es completamente insostenible, si las cosas se toman con rigor.
Si lo que pretendía el promotor de un cruceiro era obtener en su provecho la mayor cantidad posible de oraciones por su alma, lo mejor que podía hacer a la hora de elegir el emplazamiento de un cruceiro era una vía pública, o como mínimo, un lugar concurrido. Las encrucijadas no dejan de ser los arranques de caminos que llevan a otros lugares poblados, y por lo tanto, por ser más utilizadas que los caminos en sí mismos, evidentemente, son los sitios más idóneos para erigir un cruceiro. Pero además, en el contexto viario gallego tradicional, donde los de caminos no dejaban de ser espaciosos senderos de unos cuantos metro de anchura, solamente las bifurcaciones caminos, esto es, las encrucijadas, son las áreas más aptas para levantar un cruceiro en su centro sin dificultar el tránsito de carros. Para el caso de Porto, observamos que tanto el cruceiro como el peto de ánimas se encuentran en puntos del trazado del principal vial que cruza la parroquia. Pero además, no están en cualquier paraje, sino en núcleos habitados, y más concretamente respecto al cruceiro, en las inmediaciones de la iglesia parroquial, en una especie de amplia plaza.
Vigo a 26 de Junio del 2002
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