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LAS CRUCES DE PIEDRA DE SAN CRISTOVE DE MOURENTÁN (ARBO).
Si tomamos en consideración la bibliografá especializada sobre el arte popular gallego percibiremos una curiosa paradoja: aún siendo más abundantes las cruces monumentales de piedra, los estudios sobre las manifestaciones artísticas tradicionales prácticamente se centran en los cruceiros y los petos de ánimas. Se diría que los diversos autores apenas han tenido en cuenta, o desconocían esta realidad. Sin embargo, la razón de esta discriminación es mucho más profunda, radicando en la particular óptica con la que se ha tratado de entender el Arte. No es nuestro objetivo en este artículo polemizar sobre las teorías estéticas, pero al menos es importante señalar el conocido hecho de que en la cultura occidental el concepto de arte emana de premisas sentadas ya en el Renacimiento, según las cuales, la capacidad artística parece ser patrimonio de una élite profesional y de las capas sociales para las que aquellos trabajan, y se reduce a unas pocas categorías de entre la multiplicidad de la experiencia estética del hombre. Siguiendo estos criterios, tan sólo las obras arquitectónicas, escultóricas y pictóricas son debidamente ponderadas. Los estratos más bajos de la sociedad quedan así privados de la creatividad artística, y sin embargo, es innegable que también estas capas han dejado testimonios artísticos. Es el arte popular, producido por el pueblo, no siempre fácilmente diferenciable de la artesanía, generalmente imitaciones del arte culto, o que sigue sus directrices, concretado sin utilizar apenas criterios intelectuales. acusadamente inercial, y con frecuencia anónimo para las generaciones venideras.

Por desgracia, muchas veces tras semejante concepción no se disimula un cierto desprecio, y sin embargo, la realidad es mucho más compleja. Sin negar que para producir arte auténtico, además del control pericial del oficio, se exige una formación intelectual superior, lo cual permite captar las aspiraciones y preocupaciones sociales del momento y plasmarlas en la obra de arte, debemos asimismo admitir, que los artistas populares, aún no dominando sobradamente la técnica de ejecución, ni poseyendo una mínima educación, y asimismo, estando alejados y ajenos de los focos artísticos del momento, cumplen perfectamente las expectativas depositadas en ellos por los comitentes del pueblo llano. en efecto, se trata de una realidad social muy diferente a las de las élites, por lo que el menosprecio de sus creaciones artísticas constituye simplemente un gesto de desdén hacia los valores y la vida de la base productiva de la sociedad.

Es así como, tal vez inconscientemente, solamente cruceiros y petos de ánimas han sido considerados positivamente por los etnógrafos gallegos, por su semejanza con la escultura de bulto redondo y el relieve del arte culto. Las cruces monumentales de piedra, ciertamente muy numerosas, pero sin aparente definición estética (siguiendo los cánones cultos, evidentemente), no fueron motivo de análisis pormenorizados. Esta errónea metodología pasará pronto factura, cuando se ponga de relieve lo equivocado de las conclusiones antropológicas derivadas. Ya se ha podido comprobar en  estudios anteriores ( véanse los archivos dedicados a la cruz de O Cruceiro de Baiña y al Cruceiro de Santa Margarida de Freixo), como las diferencias sociológicas entre cruces y cruceiros, no siempre son tan acusadas como cabría esperar de su aparente divergencia formal. en próximos artículos iremos desgranando aquella desviada interpretación.

Ya ha quedado dicho: el número de cruces monumentales de piedra conservadas en caminos, encrucijadas, atrios, montes calvarios, y otros emplazamientos de nuestras parroquias rurales es por inmenso, incalculable, y antaño, aún debió ser mayor la cantidad existente. Para el observador sensibilizado por esta superabundancia, tan abultada cantidad se convierte en obsesiva, y no tarda en comprender que así debió ser  para cualquier miembro de la sociedad tradicional, fuertemente imbuidad de religiosidad cristiana. Prueba también esta circunstancia el mismo hecho de su promoción. Estamos ante un verdadero culto a la cruz, desprendido de su contenido simbólico intrínseco, y extendido hasta límites insospechados para nuestra mentalidad actual, una vez más, insistimos, de una profunda convicción católica.

La inmensa mayoría de estas cruces son muy similares, pero sería un gran error creer que su funcionalidad social es siempre la misma. Al tratar el caso de las cruces de Baiña (Baiona) ya tuvimos oportunidad de demostrar que muchas de estas cruces fueron hincadas para señalar lugares donde acaecieron sucesos desgraciados (generalmente el hallazago de un vecino muerto, o donde se produjo una muerte violenta), pero la de O Cruceiro de Baiña se levantó por motivos particulares de corte devocional, siendo utilizada socialmente para la realización de un ritual católico colectivo. En esta ocasión vamos a enriquecer nuestros conocimientos en relación con estas cruces de piedra, y para ello hemos elegido varios ejemplos que conocemos pertenecientes a la parroquia de San Cristove de Mourentán de Arbo (Pontevedra). Las cruces que se van a estudiar están en la carretera interior de la parroquia que pasa junto a la iglesia parroquial y atraviesa la aldea de O Vieiro.

Justo antes de llegar a la iglesia parroquial, sobre un pequño murete de cierre de fincas privadas hay dos cruces separada una de la otra una veintena de metros. Son de escaso tamaño, prácticamente reducidas a los brazos, no pudiendo precisarse si se trata de los restos de ejemplares de mayor envergadura. Aparentan mucha antigüedad. A pesar de las indagaciones que hemos realizado, nadie nos ha podido indicar el motivo de su erección en ese lugar. Tan sólo nos indicaron que eran muy viejas y que las recuerdan de siempre en sus ubicaciones actuales. Es muy difícil determinar si fueron trasladadas o si estas instalaciones son las originales. Se debe considerar que el siguiente conjunto de cruces que describiremos a continuación, tal vez fuese un monte calvario, y no sería raro que aquéllas cruces proveniesen de puntos situados en el itinerario procesional seguido en las funciones de Semana Santa desde la Iglesia hasta el supuesto calvario. De no ser así, las otras explicaciones que se nos ocurren se dirigen a que sean tenidas o bien por constituir señalizaciones de luagares de mala muerte, o también, quizás relacionadas con el vial parroquial, en el sentido de mover a la devoción a los transeúntes.

El siguiente conjunto se localiza en el borde de la misma carretera, pero ya una vez superada la iglesia aproximadamente un centenar de metros. La carretera serpentea ascendiendo por un acusado desnivel, encontrándose las cruces al final de la pendiente. Actualmente sólamente es visible completa una, y los restos de otra, pero se nos comentó que antes eran tres, siendo una de ellas destruida al excazvar la caja de ampliación y acondicionamiento del viejo camino (véase foto arriba). La conservada íntegramente mide 2,4 m. de altura, y cuenta con basamenta y calvario de un peldañ. De la otra sólo quedan los restos del palo, hincado en una basamenta de factura tosca, y de 0,85 m. de altura total. Este conjunto, si seguimos paralelos de otras parroquias, muestra grandes semejanzas con los típicos montes calvarios, a donde concurrían tradicionalmente las procesiones de Semana Santa. Sin embargo, a pesar de nuestra insistencia en este sentido, nadie recordaba tal uso, y sí nos refirieron otra costumbre desaparecida hacia los años sesenta o setenta del siglo XX. Era ésta que el 3 de Mayo salía una procesión diurna de la iglesia parroquial en rogativa a estas cruces. al llegar al lugar el cura bendecía los campos de cultivo parroquiales. En efecto, por su situación, en la cima de un lugar elevado, el sitio deja ver una cierta panorámica de uno de las vegas dedicadas a la agricultura perteneciente a la feligresía. Sin dudas, el acto debía ser simbólico, puesto que la parroquia de Mourentán es muy amplia y está integrada por otras muchas chans agrarias no visibles desde estas cruces.

La última cruz que vamos a examinar en este estudio se halla en el centro de la aldea de O Vieiro. Se llega a esta población, constituída por no más de una veintena de viendas relativamente concentradas, a unos 200 m. de distancia del anterior conjunto de cruces, y a la que se accede por la mencionada carretera. Enmedio de la aldea hay una encrucijada de cuatro brazos, y sobre un muro de una finca de una casa particular, hay una pequeña cruz pintada de blanco. También en este caso ignoramos si siempre tuvo este tamaño. Preguntados los vecinos por el sentido de esta ubicación, nada sabían de particular al respecto, y lo único que recordaban referente a las prácticas colectivas realizadas en esta encrucijada remiten a una curiosa costumbre muy conocida en la Galicia tradicional practicada durante los entierros. Cuando la comitiva de un sepelio llegaba a esta encrucijada se detenía, y entonces se ponía el féretro (cadaleito) sobre una silla portada para este servicio por uno de los asistentes. A continuación el cura, teniendo muy en cuenta el monto de los donativos de los deudos del difunto, rezaba un responso por su alma que podía ser más o menos largo en relación con la largueza de la  mencionada  aportación, y si se quería prolongar la oración, se le iba desembolsando más dinero en el sitio (sic), circunstancia que agradecían los encargados de trasladar la caja mortuoria al prolongarse el descanso. Sin embargo, los informantes no veían la práctica de tal rito en función de la presencia de esta cruz, pues de hecho, este mismo ceremonial era ejecutado en otras muchas encrucijadas, donde, en cambio, no había instalada ninguna cruz.
La apreciación de los informantes no es equivocada, pues esta solemnidad era obligada en los usos de los entierros en toda Galicia, cuando la comitiva llegba a una encrucijada. Era una costumbre que se mantuvo hasta fechas muy recientes, pues personalmente la pudimos observar en Matamá, parroquia del rural de Vigo aún en los años setenta del siglo XX en sus últimas manifestaciones. La detención y oración en las encrucijadas más importantes se realizaba independientemente de si allí se había instalado o no una cruz o un cruceiro, u otro elemento religioso.
LLegados a este punto nos percatamos que el estudio exige una bifurcación analítica que escapa a la esencia de este estudio, pero que al menos reclama alguna aportación. Por una parte nos encontramos con una cruz establecida en una encrucijada, y en otro sentido, habremos de relacionar los entierros con las encrucijadas. Los etnográfos tradicionales gallegos nos dejaron registradas en sus estudios como el pueblo gallego guardaba una serie de creencias religiosas, por lo demás  muy mal conciliadas con la doctrina oficial, acerca de las encrucijadas y cuyos orígenes culturales se hicieron remontar a épocas prerromanas. El sentido implícito de la costumbre de la detención de los entierros en estos lugares, nunca se pudo elucidar con total seguridad, por lo que sus orígenes debían de ser muy remotos y emanados de creencias posiblemente no cristianas. El asentamiento de cruces y cruceiros en las travesías de caminos incide sobre el mismo problema, pero sin embargo, en este aspecto el hecho se despachó generalmente aludiendo a que eran
cristianizaciones o sacralizaciones de lugares donde se realizaban ritos de ascendencia pagana, que por otra parte fueron inventariados, se les dedicó frecuentes síntesis, y en consecuencia, eran muy bien conocidos. Personalmente creemos que estas explicaciones son muy superficiales y probablemente injustas. Las creencias relativas a las encrucijadas no son privativas exclusivamente de Galicia, y además, la no admisión de ciertos aspectos y prácticas de la religiosidad popular por la Iglesia, en absoluto resta valor religioso a tales usos. El tema es muy controvertido y necesita un análisi más detenido.
Quizás la orientación que han de adoptar  las investigaciones futuras, deban mejor centrarse en un estudio profundo de la sociedad cristiana del occidente europeo en conjunto, y al menos provisionalmente de momento, deban dejar a un lado las tan socorridas alusiones al mundo castreño, a las
nacións celtas irmáns, así como a otras fantasías, más elucubraciones gratuitas de algunos escritores que exámenes objetivos del pasado. Por poner un ejemplo ilustrativo, sabemos que en Euskadi se conservan algunos monumentos parecidos a nuestros cruceiros, pero más antiguos, generalmente elaborados en el siglo XVI. Son las bide-gurutzeak, esdecir, cruces de término. Una costumbre muy curiosa acontecía en el curso de la conducción del cadáver de una persona fallecida en una de las barriadas: el sacerdote aguardaba a la comitiva al pie de la cruz, situada éstas en la callesque conducía a los citados sectores de la población. Reconocemos, que esta referencia a las cruces vascas no tiene mucho que ver con nuestra problemática relativa a las encrucijadas gallegas, pero al menos representa una seria advertencia de que el tema se ha de tomar con una especial seriedad.                                                                                                                              
Vigo, a 3 de Diciembre del 2000
                                                                                     ENLACES

Para más información sobre las cruces de término vascas pueden consultarse en las siguientes páginas web:
                                         
www.durangaldea.com/paginas_castellano/elorrio.htm
                                        
  www.oocities.org/Heartland/Hills/8224/cruces.htm



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