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El panteón de la Familia Candeira del cementerio parroquial de Celeiros (Ponteareas) es sin lugar a dudas, una de los monumentos más importantes del ámbito rural gallego, no sólo en materia de arte funerario, sino también, en lo que supone para la cantería tradicional. Construído en 1871, en apariencia no se distingue mucho de los ya estudiados de Forzáns o de Anceu. Sin embargo, de un detenido análisis se desprende con suma facilidad que tras el sencillo cantero que lo realizó se oculta un verdadero artista, en cuyo trabajo no cuesta mucho rastrear en su estilo el paso por algún tipo de academia, así como el ser un consumado técnico, capaz de labrar la piedra granítica como jamás se hizo en la cantería galaica. Arquitectónicamente el panteón de Celeiros se compone de dos cuerpos superiores croronados por una imagen. Todo él se levanta sobre un bajo zócalo escalonado y está ceñido por una reja de fundición. La altura total es aproximadamente de unos 4 m.
El panteón se encuentra en el cementerio parroquial, parcela adyacente al atrio de la iglesia, al que se accede desde este lugar. Nada más franquear la entrada el visitante se lo topa alzándose ante él. En consecuencia, su ubicación topográfica dentro del recinto funerario no puede ser más elocuente. A falta de otras informaciones más veraces, se recuerda en la parroquia que la familia Candeira había donado en su momento este solar para la construcción del cementerio, así como otros bienes raíces en favor de la parroquia o de colectivos locales desfavorecidos. Con ello se entiende la privilegiada ubicación del monumento. Como es normal en este tipo de obras funerarias (véanse los anteriores análisis sobre panteones), la primacía de la estructura arquitectónica es muy evidente. Incluso el pesado féretro pétreo, meramente decorativo, contribuye a acentuar este aspecto. Sin embargo, es indiscutible que la imagen de coronación del monumento, al estar en pie, y con un brazo extendido hacia los Cielos le otorga al conjunto cierto movimiento visual ascendente. En líneas generales las esculturas fueron talladas con relativa corrección. Los cuerpos están dentro de lo que cabe bien proporcionados, obteniendo cierto aspecto de verosimilitud. No obstante hay algunas insuficiencias en la labra. Por ejemplo, se aprecian casos de rostros en los que las mejillas ganan excesivo protagonismo, haciendo perder espacio a la cara. En los angelotes las piernas son desproporcionadamente gruesas, y los pies excesivamente grandes, e incluso de distintos tamaños. También se observa una deficiente composición en el trazado de los cuerpos de los ángeles. Hay otras aparentes incorrecciones, pero en verdad no lo son tanto, debiéndose mejor a los condicionamientos del soporte material sobre el que se trabaja, esto es, el granito. Nos referimos a la tendencia a acusar algunos rasgos a base de profundas escotaduras e incisiones, produciendo un potente efecto de claroscuro, pues de otro modo ciertas partes del cuerpo no obtendrían la debida plasticidad. Recuérdese que la talla del granito exige una técnica diferente a la que se emplea en el trabajo del mármol o de la imaginería sobre madera. Como se ha podido comprobar por estudios de panteones anteriores, no solemos hacer uso de un análisis exhaustivo de la calidad técnica de las imágenes plásticas, pues no debemos olvidar que nos movemos en el ámbito del arte popular, y evidentemente, por norma, dentro de este marco, no cabe esperar mucho alarde pericial de los artistas. Sin embargo, al enfrentarnos con el panteón de Celeiros, al igual que ocurre con otras obras de esta época, no podemos hablar ya estrictamente de arte popular, aunque en el fondo estos monumentos difícilmente se escapan a esta categoría. En efecto, al examinar los grandes ángeles orantes de este panteón observamos dos detalles de sumo interés:
A no ser el célebre Cristo da Luz del Hío (Cangas do Morrazo), en realidad no conocemos otro monumento con semejante despliegue técnico. Es por ello, por la labra de esas alas, y por el tipo de rostros clasicistas, que ya se hace impropio hablar de cantero para referirse al ejecutor del panteón de Celeiros. Pero, como se ha visto por la crítica estilística, tampoco se nos presenta fácil elevarlo al rango de artista de primera línea. Asimismo no podemos olvidar que quizás, la participación de varios operarios de menor preparación en la realización del monumento sea la causa de la existencia de deficiencias. Sostenemos esta hipótesis en base a que si un cantero es capaz de tallar unos rostros tan perfectos que demuestran además algún tipo de estudio académico, y puede labrar unas alas tan finas sin que se hayan producido roturas, no acabamos de entender por qué le costó más elaborar la configuración de las anatomías. Evidentemente, también es posible la existencia de otros ponderables, como por ejemplo, la relación entre precio y tiempo de realización de la obra. Respecto a la autoría del panteón, de momento no se tuvo la oportunidad de localizar ningún documento directo que aclarase este tema. En diversas publicaciones, recogiendo tradiciones orales locales muy extendidas y antiguas, se ha aludido a la paternidad artística del llamado en contextos populares y bibliográficos el Mestre Cerviño, al cual se le atribuyen en el área de Ponteareas un buen número de producciones. Pero al analizar las obras legadas por el Maestro Cerviño, simplificando las cosas un poco, hemos percibido la existencia de dos estilos muy diferentes que remiten a la actuación de dos profesionales trabajando independientemente el uno del otro. En la actualidad estamos en condiciones de afirmar que bajo la denominación popular de Mestre Cerviño se ocultan dos artistas de gran importancia en su época: José Cerviño García (1843-1922) e Ignacio Cerviño Quinteiro (1839-post1901). De José Cerviño ya hemos hablado algo al estudiar los panteones de Antas, Valongo, Lantaño y Lois. La cuestión, que ha llevado a arduas polémicas, parte de que la tradición oral ha fundido en una sola persona la vida y obra de estos dos artistas, dando como resultado el ya citado Mestre Cerviño. Los estudiosos del tema adoptaron posturas radicales, y así, mientras unos atribuyeron todas las obras relacionadas con el vulgar Mestre Cerviño a José, otros prefirieron a Ignacio Cerviño. El tema es mucho más profundo de lo que algunos autores pensaron como para solucionarlo de un plumazo: a falta de otro tipo de documentación, es totalmente necesario el análisis artístico de cada monumento para tratar de averiguar cuáles obras pertenecen a uno, y cuáles son del otro. Sea como fuere, y así quedará demostrado en próximos artículos, hoy sabemos que el autor del presente panteón fue José Cerviño García, del cual no sólo consta haber realizado estudios en alguna escuela de bellas artes, sino que además, en su estilo abunda la influencia de la estética clasicista. De todos modos, a cerca del panteón de Celeiros se han conservado otras tradiciones orales que no queremos omitir. Una vecina del lugar de ochenta años nos relató que un tío suyo, nacido hacia 1860, esto es, contemporáneo de la construcción del panteón, recordaba que su autor fuera un cantero de nombre Fontán, y que el monumento había costado 7.000 rs. Por otras fuentes, pero siempre de carácter oral, se citaba otro cantero local como su autor, pero estas informaciones se revelaron inviables, pues se referían a una persona nacida con posterioridad a la erección del panteón. Asimismo, otro vecino nos confirmó que este cantero, en realidad se había limitado a la apertura de varias habitaciones funerarias inmediatas al monumento. En lo que atañe al citado Fontán, difícilmente puede tratarse del célebre Manuel Fontán Armiñán (1877-1943), personaje con un importante legado artístico en la zona de Ponteareas, por razones cronológicas obvias. Sin embargo, sería conveniente no perder de vista al padre de este último, Juan Fontán Casal (1852-1908), originario de Xeve, pero instalado en Ponteareas, donde casó y estuvo trabajando, según se dice en varias obras públicas y edificios particulares de la villa. De todos modos, de este Juan Fontán no conocemos obras artísticas concretas, o al menos que se le atribuya alguna popularmente, aparte de las mencionadas. Sea como fuere, en este tipo de monumentos como el panteón de Celeiros, probablemente trabajaba un equipo de canteros, bajo las órdenes de un contratista, el cual no dejaba de ser otro cantero, pero que era el que marcaba las directrices, y cuya identidad cae bajo la denominación popular de Mestre Cerviño. Llegados a este punto, si queremos algún día discernir quién se oculta tras los cinceles de Celeiros, si José o Ignacio Cerviño, no hay otra alternativa que el estudio artistico del panteón, y aguardar que datos suministrados por otras producciones aclaren la cuestión. Hablemos ahora de los comitentes del panteón: la familia Candeira. Los Candeira eran una de las principales familias de la parroquia. De ellos se conserva una lúcida memoria en los actuales vecinos de Celeiros. No obstante, se debe considerar que las varias ramas de esta familia mantuvieron un relevante papel social en el área en épocas más recientes. Pero remontándonos en el tiempo hasta fines del siglo pasado, nos encontramos con una inportante familia por su poderío económico (sus propiedades eran inmensas), posiblemente sin comparación en la misma parroquia, en la que tal vez ejerciesen algún tipo de jefatura social, como era frecuente en la Galicia rural de la época al disponer de una posición social preeminente. Desde luego, lo que se recuerda hoy acerca de esta familia son dos cosas: su potencial económico traducido en la posesión de numerosos solares, y su gran munificencia por los considerables donativos otorgados a la parroquia. En efecto, promoción de uno de sus vástagos, Manuel A. Candeira, fue el retablo del Cristo de la Salud, realizado en 1874 e instalado todavía tras el altar mayor de la iglesia parroquial. Donativos de recuerdo perenne fueron, además del terreno para la construcción del cementerio, una amplia parcela cercana a la iglesia para que fuese arrendada, y cuyas rentas iban destinadas a auxilio de los pobres de la parroquia. Sin lugar a dudas, los Candeira constituían una élite social, y parece ser que parte de sus beneficios fueron utilizados para preservación de la memoria del linaje, bien a través de sonadas donaciones, bien financiando obras religiosas como el retablo y el panteón. Y no cabe la menor duda, que al menos por el momento lo consiguieron sobradamente. De ello son prueba estas líneas. Si los Candeira integraban una élite social, lo habían de demostrar también a la hora de planificar su última morada, tratando de marcar diferencias con sus convecinos. Sin lugar a dudas, el monumento es todo un panteón, colocado justamente en el centro del cementerio, y ante el portalón de entrada: un completo privilegio para la familia donante del terreno. Desde luego alguna ventaja habría de obtener después de tanto altruísmo, además de ser totalmente necesario subrayar inequívocamente su indudable relevancia social. De las pretensiones de afirmar su preeminencia social no caben muchas dudas al abordar el estudio de la concepción artística del monumento. Es éste una construcción arquitectónica, pero fue decorado con tantas aplicaciones plásticas, sobre todo con esculturas de bulto redondo, que el aspecto arquitectónico casi pasa a un segundo plano en beneficio de la imagen, alcanzándose el grado de amalgama escultórica. Además se debe tener presente el desarrollo en altura, que aún no pasando de unas modestas proporciones, constituye todo una simbología de afirmación de magnificencia y grandeza; de mal disimulado deseo de corroborar con la erección de la última morada la más elevada categoría social de la familia, frente a sus convecinos labriegos. Tanto en el aspecto arquitectónico como en el plástico, este panteón supera con mucho a los otros dos de Forzáns y Anceu, tan sólo éste último dos años anterior. Además en el panteón de Celeiros el sentido familiar de la obra es más acusado al construirse un verdadero bloque de nichos que dieran alojamiento a multiples miembros de la familia. También iconográficamente el de Celeiros tiene muy pocos puntos comunes con los anteriormente citados. La base plástica teórica es muy diferente. Aquí no constan más abstracciones personificadas que la imagen sedente de la Fe, muy semejante a la de Anceu. También se evitó el abuso de motivos fúnebres explícitos que con tanta contundencia se aplicaron en Anceu. En este sentido, el panteón de Celeiros gira claramente en la órbita de la piedad popular, sin emplear especulaciones teóricas ajenas a la práctica religiosa tradicional. Pero tampoco se aproxima a la piedad vulgar expresada por las esculturas de Forzáns. Ahora el punto de mayor relieve del monumento lo ocupa la efigie de la Inmaculada, la Madre de Cristo, que ascendió y reside en los Cielos, pero que del mismo modo que está en los altares de las iglesias, en este caso se instaló piadosamente en un catafalco para que ruegue en las más altas instancias del Cielo a Dios y a su Hijo, por la salvación de los miembros de la familia allí inhumados. Para asegurar la salvación de su alma cualquier católico dirigiría sus oraciones bien directamente a Dios, o a Cristo, o a alguno de sus intermediarios, los santos o la Virgen. Pero en el caso del panteón de los Candeira, la Virgen no se plasmó concretamente como una imagen protectora, inmóvil, sujeto pasivo de ruegos y oraciones, sino como agente activo, dirigiéndose a los Cielos para interceder por la salvación de los Candeira. Allí está para siempre con el brazo extendido y el rostro levantado mirando a los Cielos en demanda de compasión para aquellos pecadores mortales. En cierto modo es una iconografía relativamente rara, pero en otros panteones y obras de la época también se puede observar concrecciones plásticas de estilo semejante. En Celeiros la imagen católica de la Fe sigue ocupando un lugar importante, bien visible, y bien elevado, pero ya de menor relevancia, en favor de la Virgen. En este caso pudo más la piedad popular que la mera abstracción teológica, probablemente no bien entendida por todo el mundo. De todos modos, sigue apareciendo con el semblante serio, y con los ojos vendados, testimonio pétreo de las firmes convicciones religiosas de los promotores de la obra. Una aportación muy interesante es la de los dos ángeles que hay ambos lados del sarcófago. Están arrodillados y captados en plena y perenne oración: incluso uno de ellos dirige el rostro hacia el Cielo, probablemente orando por la salvación de los difuntos. En fin, nuevos actores que se suman a la agitada acción de la Virgen, todo ello para garantizar la benevolencia divina. Los motivos decorativos estrictamente funerarios son realmente escasos. Destacan los paños de alivio colgados en los laterales, así como los querubines de las esquinas frontales portadores de antorchas. Tampoco se puede olvidar de la representación de la fugacidad de la vida terrena y la inexorabilidad de la muerte (las guadañas cruzadas y el reloj de arena), junto con la imagen del buho que como ya hemos comentado al hablar del panteón de Anceu, es el animal agorero por excelencia dentro de las creencias populares. De todos modos, a medio camino entre lo arquitectónico y lo decorativo destaca el gran sarcófago pétreo del segundo cuerpo. Es éste elemento, de formas macizas, rotundas, de líneas mucho más pesadas que el de Forzáns, y desde luego en nada se aproxima a los más estéticamente esbeltos de Antas, Valongo, Lantaño y Lois. En conclusión, se aprecia en Celeiros una combinación plástica de piedad popular oficial y extraoficial, y teología. No obstante, el predominio de la primera es indiscutible. Si en Anceu todo era especulación sobre el sentido intrínseco de la vida y la terribilidad de la muerte, en Celeiros no hay lugar para reflexiones tan profundas y abstractas; el monumento funerario se concibe pragmáticamente como una morada para los difuntos, y una oración permanente y petrificada por ellos. Los comitentes expresaban así de un modo definitivo su indudable piedad, apreciadísima virtud en las altas clases sociales de la época, aúnque en la vida cotidiana se comportasen como verdaderas aves rapaces.
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