37. El peto de ánimas de Rexenxo (Petelos, Mos).


En artículos anteriores nos hemos ocupado en realizar una introducción teórica del tema de los petos de ánimas, tan abundantes en Galicia (véanse a este respecto los trabajos sobre el peto de Cortellas (Padróns, Ponteareas) y de Famelga (Aguasantas, Cotobade)). En estos estudios ya se dejó indicado que las conclusiones allí obtenidas se referían más bien a la concepción teológica católica que impulsó su proliferación a nivel de arte popular y devocional. Pero también se señaló la probable dificultad con que las clases más populares debían encontrarse para comprender en su plenitud las formulaciones teóricas subyacentes a la apariencia de la doctrina oficial referente al Purgatorio y al culto a las ánimas de los difuntos. De hecho las relaciones etnográficas publicadas a lo largo del siglo XX revelan cómo el pueblo elaboró una peculiar visión de aquéllos temas al margen de las enseñanzas de la Iglesia.

El análisis del dogma oficial católico, común a los pueblos europeos, y los resultados de las investigaciones etnográficas, nos permiten ahora reconstruir ampliamente este aspecto del mundo de las creencias populares. Pero en realidad necesitamos saber más acerca de cómo se imaginaban las mentes de aquellas gentes de antaño los sufrimientos padecidos por los penantes en el Purgatorio, hace varios siglos. No basta con suponer que debía de ser para ellos preocupante el pasar por ese antro donde uno ardía sin consumirse entre llamas. Ciertamente, el Purgatorio no era el Infierno; el castigo podía ser prolongado pero siempre sería limitado; había fuego, pero no demonios atormentando aún más los sufrimientos de los pecadores. ¿Qué era más terrible: estar privado de la visión de Dios, o los padecimientos inherentes a la acción directa del fuego?. ¿Por qué se mostraba tanto pánico a la caída en el Purgatorio: por causa del fuego, o por el hecho de no haber sido un buen cristiano en vida, y morir sin saldar las cuentas pendientes?.

Podría pensarse que probablemente el dolor físico era lo más temido, pero los otros temas arriba enunciados, aunque seguramente se sopesaban en un discreto segundo plano, también debían tener cierta consideración. Quizás así era para individuos cultivados, pero para extrapolar esta aseveración a las mentes de la clase llana, mejor será disponer de argumentos que superen la mera especulación.

Sin lugar a dudas, las advertencias sobre esta expectativa proferidas desde los púlpitos, adornadas con minuciosas descripciones eran muy tenidas en cuenta. De todos modos, las palabras no solían tener el mismo peso que el reflejo plástico de la vida en el Purgatorio. En los paneles de los petos de ánimas las gentes contaban con la posibilidad de examinar con sus propios ojos lo que les aguardaba si morían con alguna mancha, por muy leve que ésta fuese. Recordemos las palabras de J. Caro Baroja respecto a la imaginería religiosa: la plástica religiosa en algunas mentes cultivadas produce un fuerte rechazo, pero para el pueblo sencillo mueve a la más ferviente devoción. Se produce una realimentación: la imaginería religiosa concretiza las ideas, y éstas serán modificadas y/o matizadas por aquélla.

En suma, para profundizar en las creencias relativas al Purgatorio y el culto a las almas de los difuntos, dado que no disponemos de otro tipo de documentación, porque nos estamos moviendo en un terreno de elevada subjetividad, no vemos otra solución que el recurso a los testimonios plásticos legados. Con su contemplación y estudio contaremos con la oportunidad de acercarnos mucho mejor al universo de las creencias populares, pues en efecto no dejan éstas de ser el reflejo material precisamente de esas ideas, y esos sentimientos, que por haber sido elaborados y preservados en ambientes populares son más difíciles de captar en la actualidad.

Peto de ánimas de Rexenxo (Petelos, Mos) El peto de ánimas de Rexenxo (Petelos, Mos) se encuentra embutido en la pared del cementerio parroquial, situado junto a la iglesia parroquial, todo ello, en la misma carretera que comunica Vigo con Porriño. Toda esta área está sumamente muy modificada en la actualidad a causa de las innumerables obras de construcción de carreteras que en los últimos tiempos se llevaron a cabo en esta zona. Por esto, no es hoy sencillo determinar si el emplazamiento del peto de ánimas fue siempre el mismo. Al menos, sí podemos decir, que gracias a una fotografía antigua publicada por V. Risco, vemos como antiguamente el monumento estaba exento, y en un lugar semejante al actual.

Aproximadamente mide unos 4 m. de altura, por 1,5 m. de anchura máxima. El peto consta de un alto pedestal con una hucha encastrada para la recogida de limosnas, seguido de un panel donde se plasma una escena religiosa del Purgatorio que comentaremos más abajo. Esta unidad está delimitada en su parte superior por una cornisa ondulante. El monumento concluye por una esbelta cruz con nudos clavada en un globo, y ante éste vemos una pequeña imagen de Nuestra Señora de las Angustias. Según comprobamos por la fotografía de V. Risco, y por los restos que aún son apreciables, el peto estaba policromado. En general, según se deduce de las aplicaciones decorativas, el modelado de las imágenes, y la pátina del conjunto, es sin dudas obra antigua, muy probablemente de fines del siglo XVIII.

Peto de ánimas de Rexenxo (Petelos,Mos)

En una aproximación inicial, lo que ahora nos interesa es la escena del retablo central: un monje franciscano entra por la parte superior en el mar de llamas del Purgatorio, por entre las cuales en el nivel inferior asoman las cabezas de siete pecadores, y asiendo a dos de ellos por manos y brazos, está en trance de salvarlos de su condena provisional. De todos modos, obsérvese el lance del personaje de la izquierda de la imagen, el cual alarga su brazo hasta agarrar el cordón del monje. Tras esta descripción contamos ya con dos argumentos temáticos muy utilizados en los retablos de ánimas gallegos: los penitentes en el Purgatorio pueden salir gracias a la ayuda de almas de monjes franciscanos (o bien gracias a la intervención directa de San Francisco), que o bien se dignan a asirlos por brazos o manos, o bien extienden el cordón del hábito, el llamado cordón de San Francisco, al que se agarran deseseperadamente.

Examinemos ahora a los sufridos protagonistas. De éstos sólamente se labró la cabeza, o mejor dicho, el rostro. No se percibe en ellos otros datos físicos que remitan a su inserción en vida a clases o estados sociales, e incluso, si se nos apura, tampoco hay referencias nítidas a su sexo, ni asimismo parece vislumbrase su encuadre cronológico en colectivos de edad senil, infantil, o juvenil. Parece que en este peto de Mos a diferencia de de lo que se ve en otros muchos monumentos similares, se evitó cuidadosamente concretas referencias sociales y/o de edad. Las ánimas de estos difuntos semejan referirse a una edad de plenitud vital, pero no excesivamente entrada en años, cuando los individuos luchan más denodadamente por labrarse un porvenir, y cuando es más fácil, en aras de su propio provecho, la transgresión de normas sociales de convivencia, y en suma, cuando es más sencillo pecar. Es ésta una hipótesis interpretativa, que no por rebuscada, habremos de despreciar, y que en el futuro habrá de contrastarse con otros ejemplos.

Tratándose de una obra de arte popular, la expresividad de los rostros es muy deficiente, pero no tanto como para no apreciar que aún el artista no superando sus limitaciones periciales, sí al menos consiguió reflejar en sus rostros los duros padecimientos vividos en el Purgatorio. El individuo más expresivo es el que está en el centro del panel. En apariencia semeja gritar, o lamentarse ruidosamente, o suplicar a vivas voces al espectador. Tal vez sea un poco de cada cosa, pero nosotros preferimos decantarnos por entender su gesto como una angustiosa reclamación a los devotos en la realización de un esfuerzo más decidido en obras pías para de este modo aliviar sus penas o las de otros condenados. Por el contrario, los que están siendo sujetados por el fraile, se diría que respiran con alivio al ser ya salvados, pero incluso en sus rostros es posible comprender, por su expresión, que el feliz desenlace no ha borrado aún las penalidades padecidas

Pero al incremento dramático de la escena contribuyen asimismo las efigies de los purgantes localizados en ambos extremos del panel en el plano inferior, y los cuales vuelven su rostro hacia arriba, hacia el monje. Éstos no ven al espectador para transmitirle su penalidad; mejor, tan calamitoso estado queda perfectamente expresado por su gesto, solicitando al fraile su auxilio.

En consecuencia, el sufrimiento de estos desdichados seres era tremendo, y aún a sabiendas de que sus padecimientos tendrían más pronto o más tarde un satisfactorio fin. En otros petos, la imagen de los condenados del Purgatorio se acompaña de una inscripción muy elocuente donde dicen estarse abrasando en vivas llamas de fuego permanente, y recuerdan a los vivos la urgente necesidad de obras piadosas para alivio de su penalidad.

Pero a diferencia de otros petos de ánimas, en el de Mos figura un auténtico mar de fuego de largas y densas llamas, las cuales envuelven por completo a aquellos infortunados pecadores. ¿Cómo interpretaban las gentes sencillas de la sociedad tradicional gallega la estancia en el inflamado Purgatorio?. Si como suponemos, los individuos imaginaban tal lugar de un modo real, acaso entendieran que las llamas producían el mismo efecto en los espíritus de las almas como en la piel de los vivos, con la única diferencia de que aquel fuego no causaba quemaduras. Pero si una simple quemadura generaba un gran y prolongado dolor, qué no ocasionaría tan imponente hoguera, que todo lo envolvía, y de la que no era posible escapar. Sin lugar a dudas, los antepasados debían imaginarse la estancia en el Purgatorio como una horrible situación donde el sufrimiento era atroz e indescriptible, sobre todo por ser prolongado

Cuando hemos estudiado el cruceiro de Fontenla (Ponteareas) aportamos suficientes testimonios que nos mostraban claramente cómo el miedo a ser arrojados al Purgatorio después de la muerte revestía tintes dramáticos, al margen de cualquier clase social. Este peto de ánimas de Mos, gracias a su explícita iconografía, parece confirmar que ese pavor estaba más relacionado con los terribles sufrimientos producidos por los efectos de la exposición permanente y total al fuego que por otras consideraciones de carácter social, doctrinal o teológico, como las enunciadas más arriba. Sin embargo, en el seno de una sociedad fanáticamente católica, quizás aún en las mentes más sencillas, también debia considerarse con angustia el rechazo de Cristo a quien moría sin haber limpiado completamente todas las faltas hechas a sus prescripciones. El miedo al fuego, pero también simplemente a ser castigado debía provocar una gran inquietud, sobre todo en personas próximas a la muerte, o con familiares ya fallecidos.


La Laguna, a 19 de Abril del 2002






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© Julio Fernández Pintos, 2002