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Cuando nos acercamos a contemplar la capilla de San Cibrán (San Cipriano) de Tomeza (Pontevedra) rápidamente apreciamos un hecho común a otros santuarios gallegos: su ubicación en un lugar elevado, desde donde se alcanza un amplia panorámica de los valles cercanos. Este tema ha sido repetidamente tratado por la investigación etnográfica tradicional, y sobre su esencia hay una tácita unanimidad: estas capillas son sacralizaciones de antiguos lugares de culto paganos a númenes moradores de las alturas. En este breve artículo vamos a presentar los datos que hemos recogido en un trabajo de campo realizado hace ya muchos años, y trataremos de aproximarnos a esta problemática.
La ermita de San Cipriano se localiza en un paraje de naturaleza serrana, relativamente apartado de las aldeas de la parroquia. El lugar es la última terraza de la Serra da Fracha en su sector NO., elevada sobre el valle del Río Tomeza unos 100 m. Este espacio no es una cumbre, ni una prominente elevación rocosa, sino, como acabamos de indicar una amplia terraza de unos 200 m. de longitud por unos 50 m. de anchura, si se quiere, suavemente abombada. La ermita se sitúa sensiblemente en medio del paraje, el cual por otra parte, es su recinto de fiestas. La capilla no es visible desde el valle al no situarse en el borde de la terraza, sino, tal como hemos visto, hacia el centro. La panorámica que se puede disfrutar hacia poniente desde este sitio es espectacular: en general se ven todas las tierras que circundan la desembocadura del Léres en la Ensenada de Campelo.
La capilla es un modesto edificio de planta rectangular de 14 m. de longitud por 5 m. de anchura, poseyendo en el testero un altar mayor de diseño cuadrangular diferenciado en planta y escasamente desarrollado, de menor anchura que la nave. Longitudinalmente fue dispuesta orientada en el sentido E-O, con el altar mayor hacia naciente. La techumbre es a dos aguas. Dispone de una puerte principal bajo arco semicircular, y varios vanos para iluminación en el presbiterio, así como una sencilla espadaña sobre la entrada. Está construida en mampostería, y en su fábrica actual se observan varias fases constructivas, reparaciones o enmiendas, como suele ser habitual en los santuarios gallegos.
A unos 15 m. de la puerta encontramos un conjunto compuesto por un cruceiro de unos 3 m. de altura, con representación de Cristo crucificado y muerto en la parte anterior que mira hacia la capilla, y ante él un sencillo altar de piedra.
Este es el importante santuario de San Cibrán, de mucha devoción popular en la comarca de Pontevedra. Cuando visitamos por primera vez este lugar pudimos conversar largamente con una vecina octogenaria de la parroquia, la cual nos describió interesantes hechos y costumbres acaecidos en la ermita.
En los ambientes populares se tiene a San Cipriano como un santo que anteriormente había sido brujo (para una documentación más precisa sobre el santo véase cualquier santoral). De todos modos, a este santo se recurría tanto para remedio de males de hombres como de animales. El día de la fiesta se llevaba a cabo una costumbre muy curiosa: después de hacer la ofrenda ante la imagen del santo, con la correspondiente limosna, según fuese la entidad del mal, se daban nueve o más vueltas alrededor de la capilla, y al mismo tiempo, durante la circunvalación del santuario, el oferente recogía piedras del suelo y las lanzaba por encima del tejado, tratando de que cayesen por el otro lado. Pero muchas veces las piedras impactaban en otros concurrentes o en personas que estaban en las inmediaciones de la capilla, por lo que se impuso la norma de utilizar pequeños palos o terróns (porciones de hierbas arrancadas del suelo con tierra entre las raíces).
Dejándonos llevar por nuestra mentalidad moderna podemos suponer equivocadamente que antaño las ermitas, al igual que sucede hoy, tras los días dedicados al culto del titular, quedaban abandonadas durante el resto del año. Sin embargo, disponemos de informaciones relativas a varios santuarios en los que muy al contrario, existía cierta vida religiosa, al menos de proyección parroquial. En estos casos se trata de un culto a nivel particular, prácticamente sin conocimiento y sin concurso de la autoridad eclesiástica. Este uso de los santuarios fuera de los días de festividad va desde el desplazamiento al santuario para cumplir una promesa o formular una oferta, bien depositando una limosna, bien una vela encendida, o incluso la celebración de algún rito más complejo. No en vano, es norma general la existencia de un peto (hucha), usualmente una ranura practicada en la pared frontal o en la puerta, para la recolecta de limosnas. Esta circunstancia la hemos constatado en practicamente la totalidad de las ermitas que hemos visitado, por muy alejadas que se encontrase de las aldeas, lo cual es una prueba de que la devoción a sus titulares no se ceñía exclusivamente a los días de festividad establecidos.
Volviendo a la capilla de San Cibrán de Tomeza, nos contaron la costumbre de que antiguamente se acudía a la capilla, cualquier día del año para curar el meigallo. Es esta enfermedad una extraña dolencia de carácter psíquico-cultural, para la cual existen en Galicia santuarios de gran fama por sus curaciones milagrosas como por ejemplo O Corpiño, en Dosón (Lalín). El meigallo, como todas los padecimientos de carácter popular no es fácil de definir en términos científicos, pues tampoco alude a una única patología, sino más bien a estados morbosos de diversa índole, pero con manifestaciones externas muy similares. En general, el meigallo, al igual que el ramo cativo se relacionan con procesos vinculados a disfunciones nerviosas y/o psíquicas, con una sintomatología muy variable que abarca desde la caída en estados de ánimo de una repentina, inexplicable y prolongada apatía, desgana, inapetencia, etc., hasta casos con cuadros de grave enajenación mental. El pueblo relacionó siempre esta patología con la acción de las fuerzas negativas desencadenadas tanto por una mala mirada de un vecino (mal de ojo), como por el hechizo de una meiga (bruja), como incluso, por la intervención directa del mismísimo Demonio. De hecho los ritos seguidos en estos santuarios para curar este tipo de enfermedad son muy parecidos a los exorcismos.
Había en Tomeza un vecino que era famoso por curar el meigallo, llamado o Manso. A la capilla iba secretamente la comitiva por las noches. El Manso echaba mano para sus exorcismos de un libro, que para ser más efectivo lo abría al revés (se dice que este individuo en realidad, ¡no sabía leer!). Nuestra confidente no nos pudo precisar de que libro se trataba, pero a no ser un texto religioso, quizás se tratase del famoso Libro de San Cipriano muy usado tiempos atrás en Galicia, aunque más bien se aplicaba para localizar supuestos tesoros ocultos. No obstante sabemos de ocasiones en que para el hallazgo de los tesoros encerrados bajo peñas o en medio de cotos, además de acompñarse del Ciprianillo, se realizaban también conjuros complementarios. Nos contó aquella vecina que en el curso de uno de esos exorcismos practicado a una mujer, ésta acabó arrojando una especie de ovillo compuesto por cabellos, que según se dijo, se lo introdujo en el cuerpo una bruja mediante un maleficio. Este hecho tampoco era raro en los otros grandes santuarios gallegos especializados en curar a endiablados.
Vayamos ahora al asunto de la ubicación en un terreno elevado del santuario. La etnografía tradicional gallega, percibió que muchas capillas se emplazaban en puntos muy altos del territorio circundante, siendo posible desde éstos contemplar amplias panorámicas que podían abarcar lejanas comarcas. Este patrón de situación topográfica se interpretó invariablemente como el fruto de la inicial evangelización de Galicia, tendente a cristianizar estos lugares, los cuales desde tiempos ancestrales, incluso anteriores a la romanización, eran utilizados por los devotos de divinidades que poblaban las alturas para rendirles culto. Esta apreciación puede ser cierta, pero también habrá que admitir, que acaso eran también estos parajes más idóneos para comunicarse con los dioses. Esta especulación quedaría probada por varias circunstancias:
A todo esto habría que añadir para el presente santuario de Tomeza su titularidad. En efecto, San Cipriano es un santo que se estima introducido en Galicia muy tempranamente, durante la Tardoantigüedad o la transición a la Edad Media, es decir, en la época que fueron mayores los esfuerzos para difundir la fe de Cristo.
De todos modos, aún siendo esta línea de hipótesis muy viable, guardamos nuestras dudas, y creemos que lo más adecuado será analizar caso por caso, tratando de contar con un extenso conjunto de conocimientos objetivos. En efecto, son muchas las capillas situadas en alturas, pero no siempre estas elevaciones son especialmente prominentes, como por ejemplo montañas. En numerosas ocasiones más bien ocupan pequeñas terrazas de sierras, muy lejos de sus cumbres, como es esta ermita de Tomeza. En otros supuestos que conocemos, para su instalación se sirvieron de pequeños cotos, nada espectaculares, si bien exentos. Algunos santuarios edificados en altísimos outeiros saltan a la luz documental en épocas recientes, y como herederos de lugares donde durante la Edad Media hubo castillos, como por ejemplo la Virgen del Monte Alba (Valadares, Vigo), o La Virgen de la Peneda (Viso, Soutomaior). De estos dos montes se tiene cierta información procedente del siglo XVI, en la cual no se alude más que a la fortificación, pero no a ninguna capilla, quedando la duda de si se trata de una omisión, o verdaderamente allí no había más que castillos.
Sin ir más lejos, aproximadamente a unos mil metros en dirección NO. de esta ermita de San Cibrán, está la capilla de San Blas de Salcedo, de la que ya hemos hablado en otra ocasión (véase el artículo La Capilla de San Blas de Salcedo), la cual también fue erigida en un punto alto del terreno, asimismo con amplio dominio visual, y sin embargo, el entorno, ni es una sierra, ni nada parecido, sino una simple loma que ve favorecida su visibilidad por la acusada pendiente de la zona.
En otro sentido, esta circunstancia no es exclusiva de Galicia, y se puede comprobar en muchos puntos tanto de la Península como de toda Europa. Algunos investigadores extranjeros han recurrido también a la explicación de cristianización ya expresada más arriba. Pero asimismo, otros autores han preferido buscar los orígenes de esta norma en creencias religiosas de forja puramente medieval: los parajes elevados como los lugares más adecuados para comunicarse con el Altísimo, que reside en los Cielos. Queremos llamar además la atención sobre las descripciones de santuarios que nos relata Egeria en su viaje a Tierra Santa, peregrinación llevada a cabo a fines del siglo IV. Por el contexto emanado de su obra se observa claramente que Egeria presta mucha atención a las peculiaridades del cristianismo oriental, y entre diversas anotaciones, para el interés que ahora tenemos, destaca la existencia de santuarios situados en destacadas cumbres montañosas y desde las que se contempla estupendos paisajes. Nos preguntamos si en Occidente no se imitaría de algún modo estas tendencias del cristianismo de Tierra Santa, de igual manera como se hizo con otras cosas.
Otro tema que surge del estudio del santuario de San Cibrán de Tomeza es el relativo al cruceiro situado frente a la entrada de la ermita. Como ya examinamos en otros artículos (véanse los trabajos sobre los santuarios de Santo Antón de Cerdedo, o el de San Cibrán de Catoira, es muy frecuente en los santuarios gallegos que frente a la puerta principal de las capillas, o en sus inmediaciones se encuentre un cruceiro. La investigación etnográfica tradicional al estudiar los cruceiros, resalta con tanta intensidad su ubicación normal en encrucijadas que casi siempre se olvida, o apenas considera estas otras ubicaciones, y sin embargo, son más frecuentes de lo que a primera vista se podría pensar. Claro está que las encrucijadas son más fecundas para la gratuíta elucubración, y estos cruceiros de los santuarios en gran medida impiden o dificultan las aventuras especulativas sobre oscuros ritos, pertinaz pervivencia de ancestrales religiones que hunden sus raíces nada menos que en la prehistoria. Se llegó tan lejos explotando este tema que hemos leído como un autor tratando el santuario de Nuestra Señora de las Nieves de O Viso (Soutomaior), erigido en la cumbre de un alto monte, cuya capilla tiene una fábrica aparentemente barroca, y ante la cual se levantó un cruceiro, el cual, por su estilo no se labró más allá del siglo XIX, dice de este monumento que fue puesto allí, para ¡cristianizar esos viejos cultos a los picos montañosos!. Parece increíble que alguien haya podido llegar a pensar que el cruceiro cumplía esta función, cuando ya previamente existía una capilla en el mismo lugar. Parece muy obvio, que este tema sobre la instalación de cruceiros en santuarios necesita una aproximación seria y profunda que esclarezca su naturaleza. Esta tarea la dejaremos para un inminente artículo.
Vigo, a 9 de Abril del 2001
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© Julio Fernández Pintos, 2001