LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de Nuestro
Señor
James Stuart Russell
(1816-1895)
Tomado de The
Berean Bible Church
PARTE I
LA PARUSÍA EN LOS EVANGELIOS
La enseñanza de Nuestro
Señor sobre la parusía en los evangelios sinópticos
Predicción de la ira venidera
sobre aquella generación
Alusiones adicionales a la ira venidera
Destino inminente de la nación
judía
El fin del siglo, o el término
de la dispensación judía
La venida del Hijo del
Hombre (la parusía) durante la vida de los apóstoles
La parusía ha de tener lugar durante
la vida de los discípulos
La venida del Hijo del Hombre, segura
y pronta
La recompensa de los discípulos
en la era venidera, es decir, la parusía
LA
ENSEÑANZA DE NUESTRO SEÑOR SOBRE
LA PARUSÍA EN LOS EVANGELIOS
SINÓPTICOS
A consecuencia de haber sido encarcelado
por Herodes Antipas, el fin del ministerio de Juan el Bautista marca una
nueva orientación en el ministerio de nuestro Señor. En verdad,
antes de ese tiempo, había enseñado al pueblo, efectuado
milagros, ganado adherentes, y obtenido amplia popularidad; pero, después
de ese suceso, que puede considerarse como una indicación del fracaso
de la misión de Juan, nuestro Señor se retiró a Galilea,
y allí entró en una nueva fase de su ministerio público.
Se nos dice que "desde entonces comenzó Jesús a predicar,
y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado"
(Mat. 4:17). Éstos son los términos precisos con los que
se describe la predicación de Juan el Bautista (Mat. 3:2). Tanto
nuestro Señor como su precursor llamaron "a la nación al
arrepentimiento", y anunciaron el acercamiento del "reino de los cielos".
Se deduce que, con la frase "el reino de los cielos se ha acercado", Juan
no podría significar meramente que el Mesías estaba a punto
de aparecer, porque, cuando Cristo en efecto apareció, hizo el mismo
anuncio. "El reino de los cielos se ha acercado". De manera semejante,
cuando los doce discípulos fueron enviados en su primera misión
evangelística, se les ordenó predicar, no que el reino de
los cielos había venido, sino que se había acercado
(Mat. 10:7). Además, que el reino no vino en el tiempo de nuestro
Señor, ni en el día de Pentecostés, es evidente por
el hecho de que, en su discurso profético en el Monte de los Olivos,
nuestro Señor dio a sus discípulos ciertas señales
por medio de las cuales podían saber que el reino de los cielos
estaba cerca (Lucas 21:31).
Por lo tanto, arribamos a ciertas
conclusiones claramente deducibles de las enseñanzas de nuestro
Señor:
- Que Él proclamó
que una gran crisis, o consumación, llamada "el reino de los cielos",
se había acercado.
- Que esta consumación,
aunque cercana, no habría de tener lugar durante el curso de su
vida, ni durante algunos años después de su muerte.
- Que sus discípulos, o
por lo menos algunos de ellos, podían esperar presenciar la llegada
de esta consumación.
Pero el tema entero de "el reino de
los cielos" debe ser reservado para una discusión más completa
en un tiempo futuro.
PREDICCIÓN
DE LA IRA VENIDERA SOBRE
AQUELLA GENERACIÓN
Hay otro punto de semejanza entre
la predicación de nuestro Señor y la de Juan el Bautista.
Ambos dieron las más claras indicaciones de la estrecha cercanía
de un tiempo de un tiempo de juicio que debía abatirse sobre la
generación existente, a causa de su rechazo de las amonestaciones
e invitaciones de la misericordia divina. Así como el Bautista habló
de la "ira venidera", así también nuestro Señor, con
igual claridad, advirtió al pueblo del "juicio venidero". Jesús
reconvino a "las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus
milagros, porque no se habían arrepentido", y predijo que les sobrevendría
un infortunio mayor que el que había caído sobre Tiro y Sidón,
Sodoma y Gomorra (Mat. 11:20-24). Que todo esto apunta a una catástrofe
que no era remota, sino cercana, y que realmente se abatiría sobre
aquella generación actual, es evidente por las expresas afirmaciones
de Jesús.
Mat. 12:38-46 (compárese
con Lucas 11:16, 24-36): "Entonces respondieron algunos de los escribas
y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de tí señal.
Él respondió y les dijo: La
generación mala y adúltera demanda señal; pero señal
no le será dada, sino la señal del profeta Jonás.
Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días
y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón
de la tierra tres días y tres noches. Los hombres de Nínive
se levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán;
porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás,
y he aquí más que Jonás en este lugar. La reina del
sur se levantará en el juicio con esta generación, y la condenará;
porque ella vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría
de Salomón, y he aquí más que Salomón en este
lugar. Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares
secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a
mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida,
y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores
que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel
hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá
a esta mala generación".
Este pasaje es de gran importancia
para establecer el verdadero significado de la frase "esta generación"
[genea]. En este lugar, sólo puede referirse al pueblo de Israel
que entonces vivía - la generación entonces actual. Ningún
comentarista ha propuesto jamás llamar "genea" aquí a la
raza judía de todos los tiempos. Nuestro Señor acostumbraba
referirse a sus contemporáneos como a esta generación:
"Mas, ¿a qué compararé
esta generación?" - esto es, a los hombres de ese tiempo que no
escuchaban ni a su precursor ni a Él mismo (Mat. 11:16; Luc. 7:31).
Hasta comentaristas como Stier, que sostiene la interpretación de
"genea" como raza o linaje en otros pasajes, admite que la
referencia en estas palabras es "a la generación que estaba viva
en ese entonces y en esa época, que era de lo más importante".
(1)
Así que, en el pasaje que tenemos delante, no puede haber controversia
con respecto a la aplicación de las palabras exclusivamente a la
generación que existía entonces, los contemporáneos
de Cristo. Nuestro Señor da aquí testimonio de la exacerbada
y enorme maldad de ese período. Jesús se acaba de dirigir
a aquella generación con las mismas palabras del Bautista: "¡Generación
de víboras!". Se declara que su culpa supera a la de los paganos;
se la compara con un endemoniado, de quien el espíritu inmundo se
ha apartado por un tiempo, pero ha regresado con mayor fuerza que antes,
acompañado por otros siete espíritus peores que él,
de manera que "el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el
primero". En el testimonio de Josefo tenemos una impresionante confirmación
de la descripción que hace nuestro Señor de la condición
moral de aquella generación. "Como sería imposible relatar
en detalle sus enormidades, diré brevemente que ninguna otra ciudad
sufrió jamás calamidades similares, y que ninguna generación
existió jamás que fuese más prolífica en el
crimen. Confesaban que eran esclavos - y lo eran - la escoria misma de
la sociedad, los engendros espurios y contaminados de la nación".
(2)
"Y aquí no puedo contenerme, y debo expresar lo que mis sentimientos
me indican. Soy de la opinión de que, si los Romanos hubiesen diferido
el castigo de estos miserables, o la tierra se hubiese abierto y se hubiese
tragado la ciudad, o ésta habría sido barrida por un diluvio,
o compartido el destino de Sodoma. Porque produjo una raza mucho más
impía que la de los que fueron así visitados. Porque, por
medio de la locura desesperada de estos hombres, la nación entera
se vio envuelta en la ruina de ellos".
(3) "De alguna
manera, aquel período se había vuelto tan prolífico
en iniquidad de todo tipo entre los judíos, que ninguna obra mala
quedó sin ser perpetrada; ... tan universal era el contagio, tanto
en público como en privado, y tal la emulación para superarse
los unos a los otros en actos de impiedad hacia Dios e injusticia hacia
sus prójimos". (4)
Tal era la terrible condición
hacia la que la nación se apresuraba cuando nuestro Señor
pronunció estas palabras proféticas. El clímax todavía
no había llegado, pero ya estaba plenamente a la vista. El espíritu
inmundo no había regresado a su casa todavía, pero estaba
en camino. Como observa Stier: "En el período entre la ascensión
de Cristo y la destrucción de Jerusalén, especialmente hacia
el fin de ella, podríamos decir que esta nación aparece como
poseída por siete mil demonios". (5) ¿No
es éste un cumplimiento adecuado y completo de la predicción
del Salvador? ¿Tenemos la más ligera justificación
para, o la más ligera necesidad de, decir que significa alguna otra
cosa, o algo más que esto? ¿Qué razón hay para
suponer un cumplimiento adicional y futuro de sus palabras? ¿No
es un virtual descrédito de la profecía buscar algo más
que el sentido obvio que apunta tan claramente a una catástrofe
inminente que estaba a punto de acontecerle a aquella generación?
Seguramente mostramos la mayor reverencia a la palabra de Dios cuando aceptamos
implícitamente sus obvias enseñanzas, y rehusamos las especulaciones
injustificadas y meramente humanas que los críticos y los teólogos
han extraído de su propia fantasía. Concluimos, entonces,
que, en el escandaloso libertinaje de la época, y las señaladas
calamidades que, antes de que terminara, destruirían al pueblo judío,
tenemos el testimonio histórico del exhaustivo cumplimiento de esta
profecía.
ALUSIONES
ADICIONALES
A LA IRA VENIDERA
Lucas 13:1-9: "En este
mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los
galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de
ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis
que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores
que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís,
todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales
cayó la torre de Siloé, y los mató, ¿pensáis
que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén?
Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis
igualmente".
Cuán vívidamente percibió
nuestro Señor las inminentes calamidades de la nación, y
cuán claras y distintas fueron sus advertencias, puede inferirse
de este pasaje. La matanza de algunos galileos que habían subido
a Jerusalén a la fiesta de la Pascua, ya fuera por orden o con la
confabulación del gobernador romano, y la súbita destrucción
de dieciocho personas mediante la caída de la torre cerca del estanque
de Siloé, eran incidentes que formaban los temas de conversación
del pueblo en ese tiempo. Nuestro Señor declara que las víctimas
de estas calamidades no eran excepcionalmente impías, sino que una
suerte
semejante alcanzaría a las mismas personas que ahora hablaban
de ellas, a menos que se arrepintieran. El punto de su obervación,
que a menudo se pasa por alto, reside en la similitud de la amenaza
de la destrucción. No es "todos vosotros pereceréis también",
sino "todos vosotros pereceréis del mismo modo". Que nuestro
Señor tenía a la vista la ruina final que estaba a punto
de alcanzar a Jerusalén y a la nación difícilmente
puede dudarse. La analogía entre los casos es real e impresionante.
Fue en la fiesta de la Pascua cuando la población de Judea se había
agolpado en Jerusalén, y allí fue encerrada por las legiones
de Tito. Josefo nos cuenta cómo, en la agonía final del sitio,
la sangre de los sacerdotes que oficiaban fue derramada al pie del
altar de los sacrificios. Los soldados romanos fueron los ejecutores del
juicio divino; y al caer al suelo el templo y la torre, sepultaron en sus
ruinas muchas víctimas de la impenitencia y la incredulidad. Es
satisfactorio descubrir que tanto Alford como Stier reconocen la alusión
histórica en este pasaje. El primero observa: la fuerza se pierde
en la versión inglesa "likewise", [parecida], que debería
traducirse "in like manner" [de la misma manera], como de hecho
pereció el pueblo judío por la espada de los romanos". (6)
EL DESTINO
INMINENTE DE LA NACIÓN JUDÍA
Parábola de la higuera
estéril
Lucas 13:6-9: "Dijo
también esta parábola: Tenía
un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto
en ella, y no lo halló. Y dijo al viñador: He aquí,
hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo
hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también
la tierra? Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala
todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y
la abone. Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después".
El mismo significado profético
se pone de manifiesto en esta parábola, que es casi la contraparte
de la que aparece en Isaías 5, tanto en forma como en significado.
La verdadera interpretación es tan obvia que apenas es necesaria
alguna explicación. Su aplicación al pueblo judío
es de lo más clara y directa, más especialmente cuando se
la considera en relación con las advertencias que anteceden. Israel
es la higuera inútil, cultivada por mucho tiempo, pero sin producir
fruto para su dueño. Ahora se encuentra en su última prueba:
el hacha, como había declarado Juan el Bautista, estaba puesta a
la raíz del árbol; pero el golpe fatal fue aplazado por la
intercesión de la misericordia. Aún en ese momento, el Salvador
estaba ocupado en su obra de gracia de alimentarla y cultivarla; un poco
más, y saldría el decreto: "Córtala. ¿Para
qué inutiliza también la tierra?"
No hay duda de que, en ésta
como en otras parábolas, hay principios generales aplicables a todas
las naciones y todos los tiempos; pero no debemos perder de vista su referencia
original y primaria al pueblo judío. Stier y Alford parecen perderse
en la búsqueda de significados recónditos y místicos
en los detalles menores de las imágenes; pero Neander da una luminosa
explicación de su verdadera importancia: "Como la higuera inútil,
que no reconoció el propósito de su existencia, fue destruida,
así también la nación teocrática, por la misma
razón, después de habérsele tenido mucha paciencia,
habría de ser alcanzada por los juicios de Dios, y cortada de su
reino". (7)
EL
FIN DEL SIGLO, O EL TÉRMINO
DE LA DISPENSACIÓN JUDÍA
Parábolas de la cizaña
y la red
Mat. 13:36-50: Entonces,
despedida la gente, entró Jesús en la casa; y acercándose
a él sus discípulos, le dijeron: Explícanos la parábola
de la cizaña del campo. Respondiendo él, les dijo: El
que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo;
la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos
del malo. El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el
fin del siglo; y los segadores son los ángeles. De manera que como
se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será
en el fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles,
y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a
los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; alí
será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán
como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír,
oiga. ... Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada
en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la
orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera.
Así será al final del siglo; saldrán los ángeles,
y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán
en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes".
En los pasajes aquí citados,
encontramos un ejemplo de una de esas interpretaciones que han hecho mucho
para confundir y desorientar a los lectores ordinarios de nuestra versión
inglesa. Es probable que, con la frase "el fin del mundo", noventa y nueve
de cada cien lectores entienden el fin de la historia humana y la destrucción
de la tierra material. No se imaginarían que "el mundo" del versículo
38 y el "mundo" de los versículos 39, 40 [en la versión inglesa
KJV] son palabras totalmente diferentes, con significados totalmente diferentes.
Pero así es. En el versículo 38, koinos es traducido
correctamente como mundo, y se refiere al mundo de los hombres, pero aeon
en los versículos 39, 40 se refiere a un período de tiempo,
y debería ser traducida como era o época. Lange
la traduce como eón. Es de la mayor importancia entender
correctamente los dos significados de esta palabra, y de la frase "el fin
del eón", o de la "era". Aion es, como hemos dicho,
un período de tiempo, o época. Es exactamente equivalente
a la palabra latina aevum, que es meramente aion con ropaje
latino; y la frase (griego - venida), traducida a nuestra versión
inglesa, "el fin del mundo", debería ser "el fin de esta época".
Tittman observa: (griego - venida), como ocurre en el Nuevo Testamento,
no denota el fin, sino más bien la consumación del eón,
que ha de ser seguida por una nueva era. Así ocurre en Mateo 13:39,
40, 49; 24:3; es de temer que este último pasaje se malentienda
al aplicarlo a la destrucción del mundo". (8)
Era creencia de los judíos que el Mesías entronizaría
un nuevo eón, o una nueva era: y a este nuevo eón, o a esta
era, la llamban "el reino de los cielos". Por lo tanto, el eón existente
era la dispensación judía, que ahora se acercaba a su fin;
y el Señor muestra en estas parábolas de manera impresionante
cómo terminaría. Es en verdad sorprendente que los expositores
hayan dejado de reconocer en estas solemnes predicciones la reproducción
y la reiteración de las palabras de Malaquías y de Juan el
Bautista. Aquí encontramos la misma separación final entre
los justos y los impíos; la misma purificación de la tierra;
el mismo recoger el trigo en el granero; el mismo quemar de la paja [la
cizaña, el rastrojo] en el fuego. ¿Puede haber alguna duda
de que es al mismo acto de juicio, al mismo período de tiempo, al
mismo suceso histórico, al que se refieren Malaquías, Juan
y nuestro Señor?
Pero hemos visto que Juan el Bautista
predijo un juicio que entonces era inminente - una catástrofe tan
cercana que ya el hacha estaba puesta a la raíz de los árboles
- de acuerdo con la profecía de MMalaquías, de que "el día
grande y terrible de Jehová" habría de seguir a la venida
del segundo Elías. Llegamos, por lo tanto, a la conclusión
de que esta discriminación entre justos e impíos, este recoger
el trigo en el granero, y quemar la cizaña en el horno de fuego,
se refieren a la misma catástrofe, es decir, a la ira que vino sobre
aquella misma generación, cuando Jerusalén se convirtió,
literalmente, en un "horno de fuego", y la era del judaísmo terminó
en "el día grande y terrible de Jehová".
Esta conclusión está
apoyada por el hecho de que hay una estrecha relación entre esta
gran época judicial y la venida del "reino de los cielos". Nuestro
Señor representa la separación entre los justos y los impíos
como la característica de la gran consumación que se llama
"el reino de Dios". Pero se había declarado que el reino estaba
a
las puertas. Se sigue, por lo tanto, que las parábolas que tenemos
delante de nosotros se refieren, no a un remoto suceso todavía en
el futuro, sino a uno que, en el tiempo de nuestro Salvador, estaba cerca.
Un argumento adicional a favor de
este punto de vista se deriva de la consideración de que nuestro
Señor, en su explicación de la parábola de la cizaña,
habla de sí mismo como el sembrador de la buena semilla:
"El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre". Es a su
propio ministerio personal y sus resultados a lo que Él se refiere,
y por lo tanto, nosotros debemos considerar la parábola como que
tiene una relación especial con sus contemporáneos. Esto
está en perfecta armonía con su solemne advertencia de Lucas
13:26 [-28], donde Él describe la condenación de los que
tuvieron el privilegio de disfrutar de su presencia personal y de su
ministerio, los que pretendían el discipulado, que eran cizaña
y no trigo. "Entonces comenzaréis a decir: Delante de tí
hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste. Pero os dirá:
Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos
vosotros, hacedores de maldad. Allí será el lloro y el crujir
de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob, y a todos
los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos".
Por aplicable que sea este lenguaje a los hombres en general bajo el evangelio,
es claro que tenía una aplicación directa y específica
a los contemporáneos de nuestro Señor - la generación
que presenció sus milagros y oyó sus parábolas; y
que tiene una relación con ellos como no la puede tener con nadie
más.
Al final de la parábola de
la cizaña, encontramos una impresionante nota bene, que llama
la atención de manera especial a la instrucción contenida
en ella: "El que tiene oídos para oír, oiga". Podemos tomar
ocasión de esto para hacer una observación acerca de la vasta
importancia de tener un verdadero concepto del período en el que
nuestro Señor y los apóstoles enseñaron. Esto es indispensable
para entender correctamente la doctrina del Nuevo Testamento con respecto
al "reino de Dios", el "fin de la era", y la "era venidera" o mundo por
venir. Ese período estaba cerca del fin de la dispensación
judía. La economía mosaica - como se le llama - el sistema
de leyes e instituciones dadas a la nación por Dios mismo, y que
había existido por más de cuarenta generaciones,- estaba
a punto de ser reemplazada y desaparecer. La última generación
que habría de poseer la tierra, - la última y también
la peor, la hija y heredera de sus predecesoras - ya estaba en escena.
El largo período durante el cual Jehová había agotado
todos los métodos que la divina sabiduría y el divino amor
podían idear para cultivar y reformar a Israel estaba a punto de
terminar. Habría de terminar desastrosamente. La ira, por largo
tiempo contenida y reprimida, habría de estallar y destruir a aquella
generación. Su "útimo día" habría de ser
un "dies irae", "el día grande y terrible de Jehová".
Este es "el fin del siglo" al que a menudo se refería nuestro Señor,
y que sus apóstoles constantemente predecían. Ya estaban
dentro de la penumbra de aquella tremenda crisis, que cada día se
acercaba más y más, y que por fin habría de llegar
repentinamente "como ladrón en la noche". Esta es la verdadera explicación
de aquellas constantes exhortaciones a vigilar, ser pacientes, y esperar,
que abundan en las epístolas apostólicas. Vivían esperando
una consumación que habría de llegar en su propio tiempo,
y que podrían presenciar con sus propios ojos. Este hecho es evidente
en los escritos del Nuevo Testamento; es la clave para interpretar gran
parte de lo que, de otro modo, sería oscuro e ininteligible, y veremos
durante esta investigación cuán consistentemente es sostenido
este punto de vista durante todas las Escrituras del Nuevo Testamento.
LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE
(LA PARUSÍA)
DURANTE
LA VIDA DE LOS APÓSTOLES
Mateo 10:23: "Cuando
os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto os digo, que
no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que
venga el Hijo del Hombre".
En este pasaje encontramos la primera
mención clara de aquel gran suceso al cual veremos que aluden con
tanta frecuencia de aquí en adelante nuestro Señor y sus
apóstoles, es decir, su segunda venida, o parusía. En realidad,
se puede preguntar, como lo veremos, si este pasaje pertenece correctamente
a esta porción de la historia del evangelio. (9)
Pero, dejando de lado la pregunta por el momento, preguntémosnos
qué es realmente la venida de la que se habla aquí.
¿Puede ser, como sugiere Lange, que Jesús habría de
seguir tan rápidamente a sus mensajeros en su circuito evangelístico
como para alcanzarles antes de que se terminara? ¿Se refiere, como
piensan Stier y Alford, a dos diferentes venidas, separadas entre sí
por millares de años: la una comparativamente cercana, la otra indefinidamente
remota? ¿O debemos aceptar, con Michaelis y Mayor, el significado
claro y obvio que indican las palabras mismas? La interpretación
de Lange es ciertamente inaceptable. ¿Quién puede dudar de
lo que significa aquí "la venida del Hijo", lo que significa en
todo otro lugar, y que esta es la fórmula mediante la cual se expresa
la parusía, la segunda venida de Cristo? Esta frase tiene un significado
definido y constante, tanto como su crucifixión, o su resurrección,
y no admite ninguna otra interpretación en este lugar. Pero, ¿no
puede tener una doble referencia: primera, al juicio inminente de Jerusalén,
y segunda, a la destrucción final del mundo, siendo la primera considerada
como simbólica de la segunda? Alford sostiene el doble significado,
y es severo con los que vacilan en aceptarlo. Nos dice lo que él
cree que Cristo quiso decir; pero, por otra parte, tenemos que considerar
lo que Él dijo. ¿Están seguros los defensores
del doble sentido de que Él quiso decir más de lo que dijo?
Miremos sus palabras. ¿Puede algo ser más específico
y más definido en cuanto a personas, el lugar, el tiempo, y las
circunstancias que esta predicción de nuestro Señor? Es a
los doce que él habla; son las ciudades de Israel
las que han de evangelizar; el tema es su pronta venida; y el tiempo
está tan cerca que antes de que la obra de ellos esté terminada
Su venida tendrá lugar. Pero si se nos ha de decir que éste
no es el significado, ni siquiera la mitad de él, y que esto incluye
otra venida, a otros evangelistas, a otras épocas, y otras tierras
- una venida que, después de diecciocho siglos, todavía es
futura, y quizás remota - entonces surge la pregunta: ¿Qué
no puede significar la Escritura? El sentido gramatical de las palabras
ya no es suficiente para la interpretación; la Escritura es un acertijo
que debe advininarse, un oráculo que pronuncia respuestas ambiguas;
y nadie puede estar seguro, sin una revelación especial, de que
entiende lo que lee. Por lo tanto, estamos a dispuestos a concordar con
Meyer en que esta doble referencia "no es sino una evasión forzada
y antinatural", y que las palabras significan simplemente lo que dicen,
que antes de que los apóstoles completaran la obra de su vida de
evangelizar el país de Israel, la venida del Señor tendría
lugar.
Este es el punto de vista del pasaje
que asume el Dr. E. Robinson. (10). "La venida a la
que se alude es la destrucción de Jerusalén y la dispersión
de la nación judía; y el significado es, que los apóstoles
apenas tendrían tiempo, antes de que sobreviniera la catástrofe,
de ir por el país advirtiendo al pueblo que se salvara de la destrucción
de una generación desgraciada; de modo que no podían darse
el lujo de demorarse en ninguna localidad después de que sus habitantes
hubiesen escuchado y rechazado el mensaje".
LA PARUSÍA
HA DE TENER LUGAR DURANTE
LA VIDA DE ALGUNOS DISCÍPULOS
Mat. 16:27, 28
"Porque el Hijo del Hombre vendrá
en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará
a cada uno conforme a sus obras".
"De cierto os digo que hay algunos
de los que están aquí, que no gustarán la muerte,
hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino". |
Mar. 8:38; 9:1
"Porque el que se avergonzare de
mí y de mis palabras en esta generación adúltera y
pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él,
cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles".
"También les dijo: De cierto
os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán
la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder". |
Luc. 9:26, 27
"Porque el que se avergonzare de
mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo
del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos
ángeles".
"Pero os digo en verdad, que hay
algunos de los que están aquí, que no gustarán la
muerte hasta que vean el reino de Dios". |
Esta notable declaración es de la mayor importancia
en esta discusión, y puede considerarse como la clave para interpretar
correctamente la doctrina de la parusía en el Nuevo Testamento.
Aunque no puede decirse que haya ninguna dificultad especial con el idioma,
ha causado gran perplejidad entre los comentaristas, que están muy
divididos en sus explicaciones. Ciertamente es innecesario preguntar qué
es la venida del Hijo del Hombre que se predice aquí. Suponer
que se refiere meramente a la gloriosa manifestación de Jesús
en el monte de la transfiguración, aunque ésta es una hipótesis
apoyada por grandes nombres, es tan palpablemente inadecuado como interpretación
que apenas si requiere ser refutado. La misma observación se aplica
a los comentarios del Dr. Lange, quien supone que esta venida se cumplió
parcialmente con la resurrección de Cristo. Esta exégesis
de Lange es una ilustración tan curiosa de los expedientes a los
que se ven obligados a recurrir los defensores de una teoría de
interpretación de doble sentido, que merece citarse. "En nuestra
opinión", dice, "es necesario distinguir entre el advenimiento de
Cristo en la gloria de su reino dentro del círculo de sus discípulos,
y ese mismo suceso aplicado al mundo en general y para juicio. Esto último
es lo que generalmente se entiende por el segundo advenimiento: el primero
tuvo lugar cuando el Salvador resucitó de los muertos y se apareció
en medio de sus discípulos. De aquí que el significado de
las palabras de Jesús sea: se acerca el momento en que vuestros
corazones descansarán en la manifestación de mi gloria; ni
será la suerte de todos los que están aquí morir durante
el intervalo. El Señor podría haber dicho que sólo
dos de los de ese círculo morirían hasta entonces, es decir,
Él mismo y Judas. Pero, en su sabiduría, escogió la
expresión: "Algunos de los que están aquí no gustarán
de la muerte", para darles exactamente la medida de esperanza y ansiosa
expectación que necesitaban". (12)
Baste decir que tal interpretación de las palabras
de nuestro Salvador jamás podría haber pasado por la mente
de los que las escucharon. Es tan inverosímil, intrincada, y artificial,
que queda desacreditada por su misma ingenuidad. Pero la interpretación
tampoco satisface las exigencias del idioma. ¿Cómo podría
la resurrección de Cristo ser llamada su venida en la gloria de
su Padre, con los santos ángeles, en Su reino, y para juicio? ¿O
cómo podemos suponer que Cristo, hablando de un suceso que habría
de tener lugar más o menos en veinte meses, diría: "De cierto
os digo: Algunos de los que están aquí no gustarán
la muerte hasta que vean el reino de Dios?" La forma misma de la expresión
muestra que el suceso del que se habla no podría ser dentro del
espacio de unos pocos meses, ni siquiera dentro de algunos años:
es un modo de hablar, que indica que no todos los presentes vivirían
para presenciar el suceso del que se habla; que no muchos lo harían;
pero que algunos sí. Es exactamente el modo de hablar que
encajaría en un intervalo de treinta o cuarenta años, cuando
la mayoría de las personas entonces presentes habrían fallecido,
pero algunos sobrevivirían y presenciarían el suceso de referencia.
Más razonablemente, Alford y Stier entienden el
pasaje como que se refiere a "la destrucción de Jerusalén
y a la plena manifestación del reino de Cristo mediante la aniquilación
del estado judío", aunque ambos desconciertan y confunden su interpretación
con la hipótesis de una oculta y ulterior alusión a otra
"venida final", de la cual la destrucción de Jerusalén habría
de ser "tipo y señal". De esto, sin embargo, no se da ningún
atisbo ni por Cristo mismo ni por los evangelistas. La verdad es que no
puede negarse que nuestro Señor a veces usaba lenguaje ambiguo.
A los judíos les dijo: "Destruid este templo, y en tres días
lo levantaré" (Juan 2:19), pero el evangelista tiene cuidado de
añadir: "Pero él hablaba del templo de su cuerpo". Así
que cuando Jesús habló de "ríos de agua viva que correrán
del interior del creyente", Juan añade una nota explicativa: "Esto
dijo del espíritu", etc. (Juan 7:36). Nuevamente, cuando el Señor
alude a la manera de su propia muerte, diciendo: "Y yo, si fuere levantado
de la tierra", el evangelista añade: "Y decía esto, dando
a entender de qué muerte iba a morir" (Juan 12:33). Por lo tanto,
es razonable suponer que, si los evangelistas hubiesen conocido un significado
más profundo y oculto de las predicciones de Cristo, habrían
dado alguna indicación de ello; pero no dicen nada que nos lleve
a inferir que su significado aparente no es su sentido pleno y verdadero.
No hay, en verdad, ninguna ambigüedad en cuanto a la venida
a la que se alude en el pasaje bajo consideración en este momento.
No es una de varias posibles venidas, sino el único, el único
y supremo acontecimiento, tan frecuentemente predicho por nuestro Señor,
tan constantemente esperado por sus discípulos. Es su venida en
gloria; su venida en juicio; su venida en su reino; la venida del reino
de Dios. No es un proceso, sino un acto. No es lo mismo que "la destrucción
de Jerusalén" - ese es otro suceso relacionado y contemporáneo;
pero los dos no deben ser confundidos el uno con el otro. El Nuevo Testamento
conoce de sólo una parusía, una venida en gloria del Señor
Jesucristo. Es un completo abuso del idioma hablar de varios sentidos en
los cuales puede ocurrir la venida de Cristo -- como en su propia resurrección;
en el día de Pentecostés; en la destrucción de Jerusalén;
en la muerte de un creyente; y en varias épocas providenciales.
Esta no es la costumbre en el Nuevo Testamento, ni es lenguaje exacto bajo
ningún punto de vista. Por sí solo, este pasaje contiene
tantas importantes verdades con respecto a la parusía, que puede
decirse que cubre todo el tema; y, correctamente usado, se descubrirá
que es la clave para la verdadera interpretación de la doctrina
del Nuevo Testamento sobre este tema.
Concluimos entonces:
1. Que la venida de la que se habla aquí es la parusía, la segunda venida del Señor Jesucristo.
2. Que el modo de su venida habría de ser glorioso
- "en su gloria", "en la gloria de su Paadre", "con los santos ángeles".
3. Que el propósito de su venida era juzgar a aquella
"generación perversa y adúltera" (Marcos 8:38) y "dar a cada
uno según sus obras".
4. Que su venida sería la consumación del
"reino de Dios"; el final de la época; "la venida del reino de Dios
con poder".
5. Que nuestro Salvador había declarado expresamente
que esta venida estaba cerca. Lange observa correctamente que las
palabras están "colocadas enfáticamente al principio de la
oración; no es un simple futuro, sino que significan: El acontecimiento
es inminente que Él vendrá; está a punto de venir".
(14)
6. Que algunos de los que oyeron a nuestro Salvador hacer
esta predicción habrían de vivir para presenciar el acontecimiento
del cual hablaba, es decir, su venida en gloria.
Por lo tanto, se deduce que Él mismo declaró
que la parusía, o la gloriosa venida de Cristo, ocurriría
dentro de los límites de la generación que entonces existía,
una conclusión que encontraremos abundantemente justificada en la
secuela.
LA VENIDA
DEL HIJO DEL HOMBRE,
SEGURA Y PRONTA
Parábola de la viuda importuna
Lucas 18:1-8: "También les refirió
una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar,
diciendo:
Había en una ciudad un juez, que
ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también
en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo:
Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún
tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni
temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda
me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo,
me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el
juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos,
que claman a él día y noche? ¿Se tardará en
responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando
venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?"
El carácter intensamente práctico y de actualidad,
si podemos llamarlo así, de los discursos de nuestro Señor,
es una característica de sus enseñanzas que, aunque pasada
por alto a menudo, requiere que no se le pierda de vista. Él hablaba
a su propio pueblo, en su propio tiempo. Era el mensajero de Dios para
Israel; y, aunque es muy cierto que sus palabras son para todos los hombres
en todo tiempo, se aplicaban principal y directamente a su propia generación.
Por no prestar atención a este hecho, a muchos expositores se les
ha escapado por completo la intención de la parábola delante
de nosotros. En sus manos, se convierte en una predicción vaga e
indefinida de una vindicación de los justos, en algún período
más o menos remoto, pero sin ninguna aplicación especial
al pueblo y al tiempo de nuestro Señor mismo. Seguramente, lo que
sea esta parábola para nosotros o para las edades futuras, tenía
una aplicación estrecha y directa para los discípulos a los
cuales se les dirigió originalmente. El Señor estaba a punto
de dejar a sus discípulos "como ovejas en medio de lobos"; habrían
de ser perseguidos y afligidos, y odiados por todos los hombres, por amor
a su Maestro; y podría muy bien ocurrir que el valor les faltara,
y que sus corazones desmayaran. En esta parábola, el Salvador les
anima a "orar siempre, y no desmayar", mediante el ejemplo de lo que puede
hacer la oración perseverante, aún con los hombres. Si la
importunidad de una pobre viuda podía constreñir a un juez
sin principios para que le hiciera justicia, cuánto más no
sería conmovido Dios, el Juez justo, por las oraciones de sus propios
hijos para que se les repararan sus agravios. Sin alegorizar todos los
detalles de la parábola, como hacen algunos expositores, es suficiente
subrayar su gran moraleja. Es ésta. Los perseguidos hijos de Dios
serían vengados con seguridad y prontitud. Dios les vindicaría,
y pronto. Pero, ¿cuándo? El punto en el tiempo no
ha sido dejado indefinido. Es "cuando venga el Hijo del hombre". La parusía
habría de ser la hora de reparación y liberación del
sufriente pueblo de Dios.
La reflexión de nuestro Señor al final del
versículo ocho merece particular atención. "Pero cuando venga
el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" En este punto,
debemos regresar a los hechos ya mencionados con respecto al ministerio
de Juan el Bautista. Hemos visto cuán oscuro y ominoso era el punto
de vista del profeta que predicaba arrepentimiento a Israel. Era el precursor
del "día grande y terrible de Jehová"; era el segundo Elías
enviado para proclamar la venida de aquél que "heriría la
tierra con maldición". La reflexión de nuestro Señor
indica que él preveía que el arrepentimiento, lo único
que podría evitar el desastre de la nación, no sería
buscado. No habría fe en Dios, ni en sus promesas, ni en sus amenazas.
Por lo tanto, el día del Señor sería el "día
de retribución" (Lucas 21:22).
Doddridge ha captado bien el alcance de esta parábola,
y parafrasea el versículo de apertura como sigue: "Así disertaba
nuestro Señor con sus discípulos acerca de la inminente destrucción
de Jerusalén por los romanos; y para animarles en vista de las calamidades
que entretanto podrían esperar de sus incrédulos compatriotas
o de otros, les dijo una parábola para inculcarles esta gran verdad,
que, por angustiosas que fuesen las circunstancias, debían orar
siempre con fe y perseverancia, y no desmayar bajo las pruebas". (15)
La siguiente es su paráfrasis del versículo
8: "Sí, os digo que Él ciertamente les vindicará;
y cuando lo haga, lo hará rápidamente; y esta generación
de hombres lo verá y lo sentirá con terror. Sin embargo,
cuando el Hijo del hombre, habiendo entrado en posesión de su reino
glorioso, venga para aparecer con este importante propósito, ¿encontrará
fe en la tierra?" (16)
LA
RECOMPENSA DE LOS DISCÍPULOS
EN LA ERA VENIDERA, ES DECIR,
LA PARUSÍA
Mat. 19:27-30
"Entonces
respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo,
y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?
Y Jesús les dijo:
De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre
se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido
también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las
doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos,
o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre,
recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna". |
Mar. 10:28-31
"Entonces Pedro comenzó a
decirle: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido.
Respondió Jesús y
dijo: De cierto os digo que no hay ninguno
que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer,
o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba
cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas,
madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la
vida eterna".
|
Luc. 18:28-30
"Entonces Pedro dijo: "He aquí,
nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido.
Y él les dijo:
De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos,
o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más
en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna". |
¿A qué período hemos de asignar el
acontecimiento o estado que nuestro Señor llama aquí "la
regeneración"? Evidentemente, es contemporáneo con "el Hijo
del Hombre sentado en el trono de gloria"; ni puede haber ninguna duda
de que las dos frases, tanto "El Hijo del hombre viniendo en su reino",
como "El Hijo del hombre sentado en el trono de su gloria" se refieren
a la misma cosa y al mismo tiempo. Es decir, es a la parusía a la
que apuntan ambos sucesos.
Tenemos otra nota de tiempo, y otro punto de coincidencia
entre la "regeneración" y la parusía, en la referencia que
nuestro Señor hace a "la edad venidera o el siglo venidero" como
el período en que sus fieles discípulos habrían de
recibir su recompensa (Mar. 10:30; Luc. 18:30). Pero, como ya hemos visto,
"el siglo venidero" habría de suceder a la época actual,
es decir, el período de la dispensación judía, cuyo
fin nuestro Señor había declarado que estaba a las puertas.
Concluimos, por lo tanto, que la "regeneración", "el siglo venidero",
y "la parusía" son virtualmente sinónimos, o, en todo caso,
contemporáneos. Se afirma claramente que la venida del Hijo del
hombre en su reino, o en su gloria, sería una venida para juzgar
- "para pagar a cada uno según suus obras" (Mateo 16:27); y el sentarse
en el trono de su gloria, en la regeneración, es evidentemente sentarse
para juzgar. En este juicio, los apóstoles habrían de tener
el honor de ser asesores con el Señor, según su declaración
(Lucas 22:29-30). "Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó
a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino,
y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel". Pero
nuestro Señor afirma expresamente que esta gloriosa venida para
juzgar ocurriría dentro de los límites de la generación
que vivía en ese entonces: "Hay algunos de los que están
aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al
Hijo del Hombre viniendo en su reino" (Mat. 16:28). No era, por lo tanto,
ninguna esperanza largo tiempo diferida o distante la que Jesús
ofrecía a sus discípulos. No era una expectativa que todavía
se ve en la distancia en la borrosa perspectiva de un futuro indefinido.
Pedro y los otros discípulos eran plenamente conscientes de que
"el reino de los cielos" estaba cerca. Lo habían aprendido de su
primer maestro en el desierto; acerca de ello habían sido tranquilizados
por su Señor y Maestro; habían ido por Galilea proclamando
la verdad a sus compatriotas. Por lo tanto, cuando el Señor pometió
que en la era venidera sus discípulos se sentarían en tronos,
¿es concebible que quisiera que edades tras edades, siglos tras
siglos, y hasta milenios tras milenios debían transcurrir lentamente
antes de que ellos pudieran cosechar los prometidos honores? ¿Están
la herencia de la "vida eterna" y el "sentarse en doce tronos" todavía
entre "las cosas esperadas pero no vistas" por los discípulos? Ciertamente
una hipótesis tal se refuta a sí misma. La promesa les habría
sonado a burla a los discípulos si se les hubiese dicho que el cumplimiento
iba a tardar tanto. Por otra parte, si concebimos la "regeneración"
como contemporánea con la parusía, y la parusía con
la terminación de la era judía y la destrucción de
la ciudad y del templo de Jerusalén, tenemos un punto definido en
el tiempo, no muy distante, sino casi al alcance de la vista de los hombres
que vivían, cuando ocurrirían el predicho juicio de los enemigos
de Cristo y la gloriosa recompensa de sus amigos.
Notas:
1. Reden Jesu, in loc.
2. Jewish War, bk v.c.x sec.5. Traducción de Traill.
3. Ibid. G. Xiii. sec. 6.
4. Ibid. bk.vii. c. viii. sec. I.
5. sec. Reden Jesu; Mat. 12:43-45.
6. Testamento Griego. in loc.
7. Life of Christ, sec. 245.
8. Synonyms of the New Test. vol. i. a. 70; Bib. Cab. N. iii.
9. Hay una verdadera dificultad en este pasaje, que no debería
ser pasada por alto. Parece inexplicable que nuestro Señor, en una
ocasión como ésta, cuando envió a los doce en una
misión corta, aparentemente dentro de un distrito limitado, del
cual habrían de regresar en corto tiempo, les hablase de su venida
como alcanzándoles antes de que concluyeran su tarea. Parece apenas
apropiado para ese período en particular, y que corresponde más
a un encargo subsiguiente, es decir, el que está registrado en el
discurso del Monte de los Olivos (Mat. 26; Marcos 13; Lucas 21). En realidad,
una comparación de estos pasajes hará mucho para satisfacer
a cualquier mente sincera de que el párrafo entero (Mat. 10:16-23)
ha sido traspuesto de su conexión original e insertado en la primera
misión que nuestro Señor encomendó a sus discípulos.
Encontramos las mismas palabras relativas a la persecución de los
apóstoles, que serían entregados a los concilios, azotados
en las sinagogas, llevados ante gobernadores y reyes, etc., que están
registrados en el capítulo décimo de Mateo, asignado por
Marcos y Lucas a un período subsiguiente, es decir, el discurso
del Monte de los Olivos. No hay ninguna evidencia de que los discípulos
sufrieran semejante tratamiento durante su primera gira evangelística.
Hay, por lo tanto, una evidencia tan fuerte como lo permite el caso, de
que el vers. 23 y su contexto pertenecen al discurso del Monte de los Olivos.
Esto eliminaría la dificultad que el pasaje presenta en la relación
que aquí encontramos, y daría coherencia y consistencia al
lenguaje que, tal como está, no es fácil descubrir. Es un
hecho aceptado que ni siquiera los evangelios sinópticos relatan
todos los acontecimientos en el mismo orden preciso; por lo tanto, tiene
que haber mayor exactitud cronológica en uno que en otro. Stier
dice: "Mateo es descuidado en la cronología de los detalles" (Reden
Jesu, vol. iii, p. US). Neander, hablando de esta misma comisión,
dice: "Es evidente que Mateo conecta muchas cosas con las instrucciones
dadas a los apóstoles en vista de su primer viaje, que cronológicamente
corresponde a más tarde". (Life of Christ, _ 174, nota b); y nuevamente,
hablando de la comisión encomendada a los setenta, como aparece
registrada en Lucas, dice: "Según Lucas, toda la característica
coherencia de todo lo que habló Cristo, con las circunstancias (tan
superiores a la disposición de Mateo)", etc. (Life of Christ, _204,
nota 1). El Dr. Blaike observa: "Se entiende generalmente que Mateo dispuso
su narración más por temas y lugares que cronológicamente"
(Bible History, p. 372).
Por lo tanto, parece haber abundante justificación para asignar
la importante predicción contenida en Mat. 10:23 al discurso pronunciado
en el Monte de los Olivos.
10. Véase la nota en Harmony of the Four Gospels.
11. The Training of the Twelve, p. 117.
12. Lange, Comm. on St. Mat. in loc.
13. Alford, Greek Test. in loc.
14. Véase Lange in loc.
15. Family Expos. on Luke 18:1-8
16. Doddridge tiene la siguiente nota sobre "¿Hallará
fe en la tierra?" "Es evidente que la palabra a menudo significa, no la
tierra en general, sino algún territorio en particular o
país, como en Hechos 7:3, 4, 11, y en otros innumerables lugares.
Y el contexto aquí lo limita al significado menos extenso. Es evidente
que los creyentes hebreos estaban en mayor peligro de cansarse de las persecuciones
y las angustias. Comp. con Heb. 3:12-14; 10:23-39; 12:1-4; Sant. i:1-4;
2:6".
La interpretación proporcionada por el prudente Campbell añade
confirmación, si es que se necesita, a este punto de vista sobre
el pasaje. "Hay una estrecha relación en todo lo que nuestro Señor
dice sobre cualquier tema de conversación, que rara vez escapa a
un lector atento. Si aquí, como es muy probable, se refiere a la
destrucción inminente sobre la nación judía como juicio
del cielo por su rebelión contra Dios al rechazar y asesinar al
Mesías, y al perseguir a sus seguidores, (el griego) debe entenderse
que significa "esta creencia", o la creencia en una verdad particular que
Él
había estado inculcando, a saber, que Dios a su debido tiempo vengaría
a sus elegidos, y castigaría señaladamente a sus opresores;
y (el griego) debe significar "el territorio", a saber, Judea. Las palabras
pueden traducirse de un modo o del otro -- la tierra como planeta o el
territorio; pero es evidente que éste último les da un significado
más definido, y les une más estrechamente con las que ls
preceden. (Campbell sobre los Evangelios, vol. ii, p. 384). La enseñanza
de esta instructiva parábola no está agotada en manera alguna;
y encontraremos que arroja luz inesperada sobre un pasaje muy oscuro, en
una futura etapa de esta investigación. Mientras tanto, podemos
referirnos a 2 Tesa. 1:4-10, que proporciona un notable comentario sobre
la parábola entera, y muestra la conexión entre la parusía
y la venganza de los elegidos.
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