EL VATICANO

EN LA POLÍTICA MUNDIAL

 

por Avro Manhattan, Copyright 1949 por Gaer Associations, Inc.   
 
(Primero publicado en Inglaterra por C.A. Watts & Co., Limited, Londres)
 

Traducido al español por A.R.Y. y J.J.Y.

Esta traducción se encuentra registrada, (©), y no puede ser almacenada en BBS u otros sitios de Internet. Este texto no puede ser vendido ni puesto solo o con otro material en ningún formato electrónico o impreso en papel para la venta, pero puede ser distribuido gratis por correo electrónico o impreso. Debe dejarse intacto su contenido sin que nada sea removido o cambiado, incluyendo estas aclaraciones. http://www.oocities.org/ar/antorchabiblica

 

CONTENIDO  
Prólogo por Guy Emery Shipler   
 
Prefacio   
 
1. El Vaticano en el Mundo Moderno   
 
2. El Estado Vaticano   
 
3. El Poder Vaticano   
 
4. Totalitarismo Espiritual en el Vaticano   
 
5. Las Órdenes Religiosas   
 
6. El Vaticano en un Mundo Convulsionado   
 
7. La Política del Vaticano entre las Dos Guerras Mundiales   
 
8. España, la Iglesia Católica y la Guerra Civil   
 
9. Italia, el Vaticano y el Fascismo   
 
10. Alemania, el Vaticano y Hitler   
 
11. El Vaticano y la Segunda Guerra Mundial   
 
12. Austria y el Vaticano   
 
13. Checoslovaquia y el Vaticano   
 
14. Polonia y el Vaticano   
 
15. Bélgica y el Vaticano   
 
16. Francia y el Vaticano   
 
17. Rusia y el Vaticano   
 
18. El Vaticano y los Estados Unidos   
 
19. El Vaticano, América Latina, Japón, y China   
 
20. Conclusión   
 
 
PRÓLOGO

La importancia de este libro no puede exagerarse. Propiamente entendido, ofrece una guía y una clave a la situación política dolorosamente confusa que envuelve el mundo. Ningún evento político o circunstancia pueden evaluarse sin el conocimiento de la parte del Vaticano en él. Y no existe situación política mundial significativa  en la que el Vaticano no desempeñe un rol explícita o implícitamente importante. Como Glenn L. Archer, Director Ejecutivo de Protestantes y Otros Norteamericanos Unidos para la Separación de la Iglesia y el Estado, lo formula, "este libro enfrenta los problemas sociales y políticos más vitales de nuestro día. El autor presenta con claridad singular y sin prejuicios los conflictos entre la Iglesia Romana y las libertades de la democracia". Este libro también es valioso porque trae a la luz hechos históricos hasta ahora desconocidos, muchos de ellos publicados aquí por primera vez. El autor lidió con grandes dificultades intentando condensar en los límites de un solo volumen la gran masa de material disponible. Por esa razón tuvo que omitir muchas valiosas discusiones. Y algunas fueron omitidas porque los casos a tratar permanecían todavía irresolutos. Ésa es la razón de que ninguna mención será encontrada del caso del Arzobispo Stepinac de Yugoslavia, y hay sólo una breve mención del caso del Cardenal Mindszenty de Hungría -casos que en el momento en que este libro fue publicado estaban en la agenda de investigación de las Naciones Unidas. Pero se presenta  evidencia suficiente en otros casos para permitir al lector evaluar eventos actuales y situaciones similares. ---------Guy Emery Shipler, junio de 1949  
 
 

PREFACIO A LA EDICIÓN AMERICANA  

En las últimas décadas, en medio de los estruendos y las ruinas de las dos Guerras Mundiales, Estados Unidos de América ha emergido superior y dinámico en el escenario de la política global.  
 
De un extremo al otro de la gran masa de tierra de Eurasia, Rusia -el baluarte del Comunismo, igualmente dinámica en su lucha por construir una nueva estructura política- está esperando desafiantemente el derrumbe del viejo modelo de sociedad, segura de que el tiempo está de su lado.  
 
Al mismo tiempo, la Iglesia Católica, aparentemente preocupada solamente con sus tareas religiosas, está febrilmente comprometida en una carrera por la última conquista espiritual del mundo.  
 
Pero mientras que los empeños de los E.E.U.U. y de la U.R.S.S., se siguen con aprehensión creciente, aquellos del Vaticano raramente son escrutados. Sin embargo, ni un solo evento de importancia que haya contribuido al actual caótico estado de situación ha ocurrido sin que el  Vaticano tomara una parte activa en él.  
 
La población católica del mundo -400 millones- es más numerosa que la de los Estados Unidos y la de la Rusia soviética reunidas. Cuando se recuerda que las actividades coordinadas de esta gigantesca masa espiritual dependen de los labios de un solo hombre, la apatía del norteamericano no católico debe transformarse rápidamente en una aguda atención. Su interés, además, debe aumentar cuando él se hace consciente de que los Estados Unidos están íntimamente implicados en el logro tanto de las metas inmediatas del Vaticano como de sus objetivos finales.  
 
Estas metas son:  
 
1. La aniquilación del Comunismo y de la  Rusia soviética.  
 
2. La conquista espiritual de los E.E.U.U.  
 
3. La Catolización final del mundo.  
 
¿Parecen fantásticas estas metas?  
 
Desafortunadamente ellas no son ni especulación ni sueños salvajes y ociosos. Ellas son tanto indiscutible  como indisolublemente una parte de la historia contemporánea como el surgimiento de Hitler, la derrota de Japón, la fisión del átomo, la existencia del Comunismo. De hecho la alternativa ineludible con la cual la humanidad hoy se confronta no es si éste será el Siglo norteamericano o el Siglo ruso, sino si éste no podrá después de todo llegar a ser el Siglo católico.  
 
Ciertamente, entonces, la naturaleza, los objetivos y las operaciones de la Iglesia católica merecen algún escrutinio. El ciudadano norteamericano, perturbado por el pasado, desconcertado por el presente y cada vez más ansioso por el futuro, haría bien en ponderar los empeños del Vaticano en la contemporánea política norteamericana y mundial. Su destino así como el destino de los Estados Unidos, y de hecho de la humanidad, ha sido y continuará siendo afectado profundamente por las actividades de una institución que, aunque una iglesia, es no obstante un tan poderoso  poder político como la nación más poderosa en el planeta.  
 
------------Avro Manhattan Londres, 1949,  
 
 
[Compartiendo enteramente todo lo hasta aquí expresado, queremos hacer una aclaración. El autor a la vez que ser un excelente historiador, manifesta una cierta simpatía por el socialismo, y centrándose en las actividades del Vaticano no describe en detalle los graves abusos y la violencia del comunismo, (por ejemplo durante la dictadura de Stalin), mientras se enfrentaba con sus enemigos fascistas igualmente o más brutales. No obstante esta observación, no se afecta en nada la objetividad y exactitud en la descripción de los hechos centrados en las actividades del Vaticano y creemos que este libro será muy valioso para cualquiera que esté estudiando la historia, la enorme influencia y el poder político del Catolicismo Romano. Los traductores.]

CAPÍTULO 1: EL VATICANO EN EL MUNDO MODERNO  

Escribir sobre la influencia ejercida por la religión en general, y por el Cristianismo en particular, en los asuntos de un siglo preocupado con gigantescos problemas éticos, sociales, económicos, y políticos, podría parecer en principio una pérdida de tiempo. Porque la religión, aunque todavía profundamente arraigada en el mundo moderno, no es más un factor que pueda competir seriamente con las fuerzas más poderosas de naturaleza económica y social por las que nuestra civilización contemporánea se convulsiona.  
 
La religión ha perdido, y continúa perdiendo, terreno por todas partes. El individuo, así como la sociedad, están mucho más preocupados con los sueldos semanales, la explotación de las materias primas, el presupuesto financiero, el desempleo, la carrera hacia el perfeccionamiento de las mejores herramientas de destrucción y en atrapar las fuerzas cósmicas, y miles de otros problemas de una naturaleza práctica.  
 
Sin embargo, asumir como generalmente es el caso, que la religión está hoy relegada al segundo plano desde dónde no puede decirse seriamente que extienda su influencia al curso de los eventos políticos tanto en la esfera doméstica como en la internacional, sería mantener una ilusión que no corresponde a la realidad.  
 
Especialmente esto es así en el caso de una clase particular de la Cristiandad -a saber "el Catolicismo". Porque el Catolicismo, no obstante su pérdida enorme en números e influencia, está más vivo y agresivo que nunca, y ejerce una influencia mayor de lo que al principio parece posible en los eventos nacionales e internacionales que culminaron en las Primera y Segunda Guerras Mundiales.  
 
Esto se sostiene, no solamente en aserciones teóricas, sino en la cruda realidad. Otras religiones o denominaciones religiosas continúan ejerciendo una influencia mayor o menor en la sociedad moderna, pero su habilidad para amoldar el curso de los eventos no puede compararse de forma alguna con aquella de la Iglesia católica.  
 
Esto es debido a varios factores peculiares de la Iglesia católica de los cuales los más característicos son los siguientes:  
 
1. (a) La fuerza numérica del Catolicismo, sus miembros nominales, unos años después de la Segunda Guerra Mundial, aproximadamente 400,000,000.  
 
(b) El hecho de que el grueso del volumen de católicos viva en los continentes principales -por ejemplo, Europa y las Américas.  
 
(c) El hecho de que la Iglesia católica tenga católicos en cada rincón del mundo.  
 
2. El espíritu que mueve a la Iglesia Católica y que le hace actuar con la firme convicción de que su misión fundamental es convertir la totalidad de la humanidad, no al Cristianismo, sino al Catolicismo.  
 
3. El hecho de que la Iglesia Católica, a diferencia del Protestantismo o cualquier otra religión, tenga una organización religiosa formidable que se extiende sobre el planeta entero. A la cabeza de esta organización está el Papa cuya tarea es mantener y proclamar la inmutabilidad de ciertos principios espirituales sobe los cuales se fundamenta el Catolicismo. Sus esfuerzos se dirigen al adelanto de los intereses de la Iglesia católica en el mundo.  
 
El esfuerzo acumulativo de estos factores es la creación de un compacto bloque religioso-espiritual que es el poder más eficaz y militante de su tipo en el mundo moderno.  
 
La Iglesia católica, más que cualquier otra denominación religiosa, no puede autoconfinarse a una esfera meramente religiosa. Por el hecho de que ella cree que su misión es la de mantener y extender el dominio espiritual del Catolicismo eso le lleva inmediatamente al contacto -y muy a menudo al conflicto- con campos adyacentes a la religión. Los principios religiosos no sólo consisten en formulas teológicas y espirituales, sino invariablemente en elementos morales y éticos, y a menudo en elementos sociales. Como ellos no pueden ser diseccionados nítidamente, y como  es imposible etiquetar cada uno separadamente según su naturaleza religiosa, moral, ética, o social, es sumamente difícil separarlos. Siempre que los dogmas religiosos son favorablemente o adversamente afectados, los principios morales, éticos, y sociales están automáticamente involucrados.  
 
Como los principios religiosos afectan los principios éticos y sociales, el paso de éstos a la esfera económica, y finalmente a la esfera política, es muy corta. En muchos casos esta secuencia es inevitable, e incluso cuando se cree aconsejable mantener los problemas religiosos dentro del campo completamente religioso, esto es en realidad una imposibilidad, debido a esta naturaleza múltiple de los principios espirituales. La consecuencia práctica de esto es que, siempre que una Iglesia dada proclame, condene, o favorezca un cierto principio espiritual, su condenación o  apoyo repercute en los campos semi-religiosos e incluso no-religiosos; por consiguiente la Iglesia, voluntariamente o no, influye en problemas que no son su preocupación directa.  
 
En el caso particular de la Iglesia católica, esto se lleva a un extremo, por la simple razón de que el Catolicismo es más rígido que cualquier otra religión en cuanto al campo espiritual. A esto se agrega el hecho de que un buen católico debe obediencia ciega a su Iglesia y debe poner el interés de su Iglesia antes que cualquier materia social o política. Ya que este cuerpo que comprende millones de tales católicos, viviendo por todo el mundo, escucha atentamente las palabras del Papa, es fácil ver el largo alcance del poder que la Iglesia católica puede ejercer en esferas no-religiosas.  
 
[N. de T.: A continuación se dan una serie de ejemplos de la injerencia de la Iglesia Católica en ciertos aspectos de la sociedad moderna, como en el tema del divorcio o el Socialismo. El autor no emite un juicio ni a favor ni en contra en estas cuestiones limitándose a describir los hechos. Más allá de que los cristianos no aprobamos el divorcio u otras cuestiones, podemos notar el carácter absolutista de la Iglesia Católica, que ha intentado imponer sus principios a cualquier precio a sociedades y personas evidentemente no cristianas.] Para dar una ilustración: la Iglesia católica, en su calidad de institución religiosa, afirma que cuando un hombre y una mujer están unidos por el sacramento del matrimonio, ningún poder en la tierra puede desatar el vínculo entre ellos. La sociedad moderna, por otro lado, que admite que un matrimonio podría ser un fracaso, ha creado un conjunto de principios éticos y legales según los cuales esa unión puede romperse. Como la Iglesia católica considera que eso es erróneo, se empeña en luchar contra tales principios por todos los medios en su poder. No sólo condena esto por ser incorrecto, se esfuerza en combatir tales principios por todos los medios en su poder. No sólo los condena en el campo religioso-moral, sino que ordena a todos los católicos rechazar y combatir los principios y la práctica del divorcio. Así, cuando un católico se vuelve un miembro del cuerpo legislativo de un país dado donde un proyecto de ley que legaliza el divorcio se presenta para su discusión, él debe poner su deber religioso primero y debe luchar y debe votar contra semejante ley. De esta manera el problema religioso del divorcio se vuelve no sólo una cuestión de principios morales y éticos, sino también un problema social de gran importancia.  
 
Otro ejemplo típico es que, mientras la sociedad moderna y la ética moderna han aceptado la teoría y el uso de anticonceptivos, éstos se condenan por la Iglesia Católica que afirma que la única función de la unión de los sexos es la procreación. Esto lo afirma sin tener en cuenta factores sociales o económicos, tales como si los niños así nacidos tendrán alimento suficiente para comer, si ellos recibirán educación adecuada, etcétera. El resultado acumulativo de este mandato religioso es que millones de matrimonios, para obedecer la ley de su Iglesia, procrean sin tener en cuenta su propia condición socioeconómica ni la de su país, así produciendo o agravando serios problemas de naturaleza demográfica, económica, o política.

La Iglesia afirma que tiene el derecho a enseñar principios morales así como religiosos. Declara, por ejemplo, que el derecho de la propiedad privada es inviolable lo cual está contra los principios de un gran movimiento de carácter social, económico, y político conocido bajo el término general de "Socialismo". Como el Socialismo, en sus diversos tipos y formas, es un movimiento puramente social y político, que intenta imponer sus principios sobre la vida económica, social, y política de la sociedad, se sigue que está obligado a padecer la hostilidad de la Iglesia Católica. Tal hostilidad automáticamente lleva a la Iglesia a las arenas sociales y políticas. Los católicos, debido a que deben obedecer ciegamente a su Iglesia, deben combatir la teoría y la práctica del Socialismo; y esto lo hacen en su calidad de ciudadanos, de Miembros del Parlamento, o como individuos en las filas de algún poderoso partido político.

Hay innumerables ejemplos de esta clase, por lo cual es evidente que la Iglesia Católica no puede evitar interferir en asuntos sociales y políticos. El resultado práctico de esta interferencia de los dogmas religiosos y morales en campos no-religiosos es que la Iglesia Católica está interviniendo continuamente, de una manera u otra, en la vida social y política de la sociedad en general y de ciertos países e individuos en particular. Esta interferencia puede ser de una naturaleza moderada o violenta, dependiendo de la reacción de las esferas no-religiosas ante la voz de la Iglesia.

Así sucede que los países católicos, donde la legislación del Estado se ha trazado según los principios de la Iglesia Católica, se encuentran en armonía con la condenación o el apoyo de la Iglesia Católica sobre cualquier asunto. Por ejemplo, un Gobierno católico introducirá leyes prohibiendo el divorcio, penalizando el uso de anticonceptivos, y desterrando todas las actividades que propagan la idea de que la propiedad privada es mala y debe ser suprimida. El resultado será que en un país así en el Parlamento se aprobarán estas leyes contra el divorcio, se cerrarán comercios que vendan anticonceptivos, y se encarcelará a cualquier individuo y se prohibirá cualquier movimiento activamente hostil a la idea de la propiedad privada.

Pero cuando, en lugar de un Gobierno católico obediente, la Iglesia Católica es confrontada por un Parlamento indiferente, o incluso hostil, entonces el conflicto es inevitable. El Estado y la Iglesia se manifiestan mutuamente. El conflicto puede acabar en estancamiento, o puede alcanzarse un acuerdo, o la lucha puede tomar la forma de implacable y abierta hostilidad. El Estado aprobará tal legislación como lo considere necesario, sin tener en cuenta a la Iglesia. Puede permitir el divorcio, y puede reconocer el derecho de un partido político determinado para emprender la lucha contra la propiedad privada. La Iglesia replica luego pidiendo a su clero que predique contra tales leyes -y aconsejando a todos los católicos que se opongan a ellas y al Gobierno que las aprobó. Todos los periódicos poseídos por católicos toman una posición contra el Gobierno, y miembros católicos individuales del Gobierno votan contra cualquier legislación que choque con los principios de la Iglesia; mientras las organizaciones religiosas, sociales, y políticas formadas por católicos boicotean tales leyes. Un partido político, posiblemente un partido católico, es creado, cuya tarea es lograr un Gobierno en armonía con la Iglesia y combatir a aquellos partidos que predican doctrinas contrarias a las del Catolicismo. Una amarga lucha política es iniciada.

A estas alturas debe recordarse que los católicos que se oponen a su Gobierno o a otros partidos políticos están guiados (a) por los rígidos y dogmáticos principios del Catolicismo, y (b) por el Líder Supremo de la Iglesia católica -esto es, el Papa.

Los católicos sostienen que el Papa nunca interfiere en política. Más adelante mostraremos que él a veces interfiere directamente; pero aun cuando esto no fuese así, es obvio que él interfiere indirectamente en política cada vez que ordena que los católicos combatan cierta legislación o una doctrina social, o a algún partido político que, en su opinión, está en conflicto con el Catolicismo. Para citar un ejemplo clásico: cuando León XIII escribió su Rerum Novarum, aunque no interfirió directamente con la política de su tiempo, él entró enérgicamente en la arena política condenando explícitamente las doctrinas sociales y políticas del Socialismo -y aconsejando a los católicos organizarse bajo los sindicatos católicos y crear partidos políticos católicos.

Este poder de la Iglesia Católica para interferir en las esferas sociales y políticas se vuelve infinitamente más peligroso por el hecho de que no se limita a algún determinado país: alcanza a todos los países en los que hay católicos. Así no hay continente donde el Papa no pueda influenciar, en un mayor o menor grado, la vida social y política de la comunidad.

Es evidente por esto que la Iglesia Católica puede ejercer una influencia indirecta así como directa, no sólo en los problemas internos de un país, sino también en la esfera internacional. Creando o apoyando ciertos partidos políticos y combatiendo otros, la Iglesia puede volverse un poder político de primera magnitud en algún país determinado. Este atributo es reforzado por el hecho de que la Iglesia Católica puede actuar como un poder político -también en problemas internacionales. Puede, por ejemplo, influir a ciertos países católicos y Gobiernos católicos para que apoyen o se opongan en asuntos de carácter internacional, o puede indicar sus deseos a asambleas internacionales -como la Sociedad de Naciones. Así, entre las dos guerras mundiales, hizo obvio un deseo de que la Rusia soviética no fuese admitida en la Sociedad, y durante la Guerra abisinia reclamó que se levantaran las sanciones contra la Italia fascista.

¿Qué proporción de las poblaciones católicas sigue a la Iglesia Católica en cuestiones sociales y políticas? Esta pregunta surge en vista de los enormes ataques de escepticismo entre las masas, y de la creciente hostilidad mostrada por un gran sector de la sociedad moderna a la interferencia directa e indirecta de la Iglesia en problemas políticos.

En países nominalmente católicos (Francia, Italia, España, Polonia), a pesar de la generalizada indiferencia de la población, la Iglesia Católica todavía ejerce una muy profunda influencia, haciéndose eficaz por los esfuerzos de una celosa minoría. Se ha estimado que un país nominalmente católico está dividido en las siguiente proporciones: un quinto católicos activamente anticlericales, un quinto católicos celosos, y los tres quintos restantes ni activamente hostiles ni a favor de la Iglesia Católica, sino que en ciertas ocasiones volcándose a favor del primero o del segundo grupo. Aun sobre la base de éstas proporciones, el Papa tendría un formidable ejército de católicos activos luchando su batalla en las esferas sociales y políticas; y esto en cada país nominalmente católico en Europa y en las Américas. En países protestantes, donde los católicos son una minoría, la proporción de la población católica activa es normalmente mucho más alta que en los países católicos. Cuando estos activos millones se mueven juntos para lograr el mismo objetivo -a saber, fomentar el poder de la Iglesia Católica en la sociedad- siendo dirigidos bajo una sola dirección, haciéndoseles actuar según un bien definido plan, y entrando en la arena política en las esferas internas y externas, no se necesita gran imaginación para captar la magnitud de la influencia que ellos pueden ejercer.

La mente maestra que dirige los movimientos de estos diversos partidos y organizaciones católicos en los campos de la lucha social y política regional, nacional, e internacional reside naturalmente en el centro del Catolicismo -a saber, el Vaticano. Para ejercer de la mejor manera su doble actividad (religiosa y política), la Iglesia Católica tiene dos facetas: primero, la institución religiosa, la Iglesia Católica misma; segundo, el poder político, el Vaticano. Aunque ellas tratan separadamente, siempre que sea conveniente, con problemas tocantes a la religión y la política, las dos son en realidad una. A la cabeza de ambas se halla el Papa, que es el supremo líder religioso de la Iglesia Católica como un poder puramente espiritual, así como la cabeza suprema del Vaticano en su calidad de centro diplomático-político mundial y de Estado soberano independiente.

Según las circunstancias, el Papa, para promover el poder de la Iglesia Católica, encara un problema como un líder puramente religioso o como la cabeza de un centro diplomático-político, o como ambos. El rol de la Iglesia Católica como un poder político se vuelve prominente cuando el Papa tiene que tratar con movimientos sociales y políticos o con Estados con los cuales quiere negociar o hacer una alianza a fin de combatir a un enemigo común.

A veces se vuelve necesario para la Iglesia Católica aliarse con fuerzas que no sólo son no-religiosas o no-católicas, sino que incluso son hostiles a la religión. Esto ocurre cuando la Iglesia Católica, siendo confrontada por enemigos que no puede vencer por sí sola, se ve obligada a encontrar aliados que también desean la destrucción de tales enemigos. Así, por ejemplo, después de la Primera Guerra Mundial, cuando parecía como que el Bolchevismo conquistaría Europa, surgieron movimientos políticos en diversos países con la intención de frenarlo. Estos encontraron un aliado inmediato y dipuesto en la Iglesia Católica, cuyas fulminaciones contra las doctrinas Socialistas estaban volviéndose cada vez más virulentas con el aumento del peligro. Algunos de estos movimientos eran conocidos por los nombres de Fascismo, Nazismo, Falangismo, etcétera. El Papa hizo efectivas estas alianzas empleando la influencia de la Iglesia Católica como una institución religiosa, y del Vaticano como un centro diplomático-político. En el primer caso se dijo al fiel que era su deber apoyar a tal o cual político, o partido que, aunque no siendo católico, no obstante estaba decidido a destruir a los enemigos mortales de la Iglesia Católica. En el segundo caso se efectuaron negociaciones a través de sus nuncios, cardenales, y las jerarquías locales. Sobre todo se daban órdenes a los líderes de organizaciones socio-políticas católicas o a partidos católicos para que apoyaran al aliado escogido por el Vaticano. En ciertos casos, incluso, se les pidió que se disolvieran a fin de dar paso a un partido no-católico que tenía mejores oportunidades de provocar la destrucción de un movimiento político determinado hostil a la Iglesia Católica. Tendremos ocasión de examinar sorprendentes ejemplos de esto más adelante en el libro.

Para llevar a cabo estas actividades en los campos religiosos y no-religiosos el Papa tiene a su disposición una inmensa maquinaria por la cual puede gobernar la Iglesia Católica en todo el mundo. La función principal de esta maquinaria es no sólo servir el propósito de la Iglesia como una institución religiosa, sino también como un centro diplomático-político. Para las cuestiones sociales y políticas la Iglesia Católica tiene una segunda vasta organización que, aunque separada de la primera, no obstante está interrelacionada con ésta. Aunque cada maquinaria tiene una esfera específica en la cual actúa, ambas son movilizadas a fin de lograr el mismo objetivo: el mantenimiento y adelanto del dominio de la Iglesia Católica en el mundo. Como una es dependiente de la otra, y como ambas muy a menudo son empleadas al mismo tiempo, sería útil examinar, no sólo la tarea específica de cada una, sino también los objetivos que ellas buscan alcanzar, sus métodos de trabajo, y, sobre todo, el espíritu con el que se las hace funcionar.

Antes de seguir adelante, demos un vistazo a la sede oficial de la Iglesia católica -a saber, el Estado Vaticano.

Capítulo 2

 

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