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Lista de capítulos 155 |
155
Es increíble, (de un pantalón puede salir cualquier cosa, pelusas,
relojes, recortes, aspirinas carcomidas, en una de esas metés la mano
para sacar el pañuelo y por la cola sacas una rata muerta, son cosas
perfectamente posibles. Mientras iba a buscar a Etienne, todavía
perjudicado por el sueño del pan y otro recuerdo de sueño que de golpe
se le presentaba como se presenta un accidente callejero, de golpe zás,
nada que hacerle, Oliveira había metido la mano en el bolsillo de su
pantalón de pana marrón, justo en la esquina del boulevard Raspail y
Montparnasse, medio mirando al mismo tiempo el sapo gigantesco retorcido
en su robe de chambre, Balzac Rodin o Rodin Balzac, mezcla inextricable de
dos relámpagos en su broncosa helicoide, y la mano había salido con un
recorte de farmacias de turno en Buenos Aires y otro que resultó una
lista de anuncios de videntes y cartománticas. Era divertido enterarse de
que la señora Colomier, vidente húngara (que a lo mejor era una de las
madres de Gregorovius) vivía en la rue des Abbesses y que poseí a secrets
des bohèmes pour d’affections perdues. De ahí se podía pasar
gallardamente a la gran promesa: Désenvoûtements, tras de lo cual
la referencia a la voyance sur photo parecia ligeramente irrisoria.
A Etienne, orientalista amateur, le hubiera interesado saber que el
profesor Mihn vs offre le vérit. Talisman de l’Arbre Sacré
de l’Inde. Broch.
c. I. NF timb. B.P.27, Cannes. Cómo
no asombrarse de la existencia de Mme. Sanson, Médium-Tarots, prédict.
étonnantes, 23 rue Hermel (sobre todo porque Hermel, que a lo mejor
había sido un zoólogo, tenía nombre de alquimista), y descubrir con
orgullo sudamericano la rotunda proclama de Anita, cartes, dates précises,
de Joana-Jopez (sic), secrets indiens, tarots espagnols, y de
Mme. Juanita, voyante par domino, coguillage, fleur. Había que ir
sin falta con la Maga a ver a Mme. Juanita. Coquillage, fleur! Pero no con
la Maga, ya no. A ler Maga le hubiera gustado conocer el destino por las
flores. Seule
MARZAK prouve
retour affection. ¿Pero qué
necesidad de probar nada? eso se sabe en seguida. Mejor el tono científico
de Jane de Nys, reprend ses VISIONS exactes sur photogr.
cheveux, écrit. Tour
magnétiste intégral. A la
altura del cementerio de Montparnasse, después de hacer una bolita,
Oliveira calculó atentamente y mandó a las adivinas a juntarse con
Baudelaire del otro lado de la tapia, con Devéria, con Aloysius Bertrand,
con gentes dignas de que las videntes les miraran las manos, que Mme. Frédérika,
la uoyante de l’élite parisienne et internationale, célèbre par
ses prédictions dans la presse et la radio mondiales, de retour de
Cannes. Che, y con Barbey d’Aurevilly, que las hubiera hecho quemar
a todas si hubiera podido, y también, claro que sí, también Maupassant,
ojalá que la bolita de papel hubiera caído sobre la tumba de Maupassant
o de Aloysius Bertrand, pero eran cosas que no podían saberse desde
afuera. A
Etienne le parecía estúpido que Oliveira fuera a jorobarlo a esa hora de
la mañana, aunque lo mismo lo esperó con tres cuadros nuevos que tenía
ganas de mostrarle, pero Oliveira dijo inmediatamente que lo mejor era que
aprovecharan el sol fabuloso que colgaba sobre el boulevard de
Montparnasse, y que bajaran hasta el hospital Necker para visitar al
viejito. Etienne juró en voz baja y cerró el taller. La portera, que los
quería mucho, les dijo que los dos tenían cara de desenterrados, de
hombres del espacio, y por esto último descubrieron que madame Bobet leía
science-fiction y les pareció enorme. Al llegar al Chien
qui fume se tomaron dos vinos blancos, discutiendo los sueños y la
pintura como posibles recursos contra la OTAN —y otros incordios del
momento. A Etienne no le parecía excesivamente raro que Oliveira fuese a
visitar a un tipo que no conocía, estuvieron de acuerdo en que resultaba
más cómodo, etcétera. En el mostrador una señora hacía una vehemente
descripción del atardecer en Nantes, donde según dijo vivía su hija.
Etienne y Oliveira escuchaban atentamente palabras tales como sol, brisa,
césped, luna, urracas, paz, la renga, Dios, seis mil quinientos francos,
la niebla, rododendros, vejez, tu tía, celeste, ojalá no se olvide,
macetas. Después admiraron la noble placa: DANS CET HÔPITAL, LAENNEC
DECOUVRIT L’AUSCULTATION, y los dos pensaron (y se lo dijeron) que la
auscultación debía ser una especie de serpiente o salamandra escondidísima
en el hospital Necker, perseguida vaya a saber por qué extraños
corredores y sótanos hasta rendirse jadeante al joven sabio. Oliveira
hizo averiguaciones, y los encaminaron hacia la sala Chauffard, segundo
piso a la derecha. —A
lo mejor no viene nadie a verlo —dijo Oliveira—. Y mirá si no es
coincidencia que se llame Morelli. —Anda
a saber si no se ha muerto —dijo Etienne, mirando la fuente con peces
rojos del patio abierto. —Me
lo hubieran dicho. El tipo me miró, nomás. No quise preguntarle si nadie
había venido antes. —Lo
mismo pueden visitarlo sin pasar por la oficina de guardia. Etcétera.
Hay momentos en que por asco, por miedo o porque hay que subir dos pisos y
huele a fenol, el diálogo se vuelve prolijísimo, como cuando hay que
consolar a alguien al que se la ha muerto un hijo y se inventan las
conversaciones más estúpidas, sentado junto a la madre se le abotona la
bata que estaba un poco suelta, y se dice: «Ahí está, no tenés que
tomar frío.» La madre suspira: «Gracias.» Uno dice: «Parece que no,
pero en esta época empieza a refrescar temprano.» La madre dice: «Sí,
es verdad.» Uno dice: «¿No querrías una pañoleta?» No. Capítulo
abrigo exterior, terminado. Se ataca el capítulo abrigo interior: «Te
voy a hacer un té.» Pero no, no tiene ganas. «Sí, tenés que tomar
algo. No es posible que pasen tantas horas sin que tomés nada.» Ella no
sabe qué hora es. «Más de las ocho. Desde las cuatro y media no tomas
nada. Y esta mañana apenas quisiste probar bocado. Tenés que comer algo,
aunque sea una tostada con dulce.» No tiene ganas. «Hacelo por mí, ya
vas a ver que todo es empezar.» Un suspiro, ni sí ni no. «Ves, claro
que tenés ganas. Yo te voy a hacer el té ahora mismo.» Si eso falla,
quedan los asientos. «Estás tan incómoda ahí, te vas a acalambrar.»
No, está bien. «Pero no, si debés tener la espalda envarada, toda la
tarde en ese sillón tan duro. Mejor te acostás un rato.» Ah, no, eso
no. Misteriosamente, la cama es como una traición. «Pero sí, a lo mejor
te dormís un rato.» Doble traición. «Te hace falta, ya vas a ver que
descansas. Yo me quedo con vos.» No, está muy bien así. «Bueno, pero
entonces te traigo una almohada para la espalda.» Bueno. «Se te van a
hinchar las piernas, te voy a poner un taburete para que tengas los pies más
altos.» Gracias. «Y dentro de un rato, a la cama. Me lo vas a prometer.»
Suspiro. «Si, sí, nada de hacerse la mimosa. Sí te lo dijera el doctor,
tendrías que obedecer.» En fin, «Hay que dormir, querida.» Variantes
ad libitum. —Perchance
to dream murmuró Etienne,
que había rumiado las variantes a razón de una por peldaño. —Le
debíamos haber comprado una botella de coñac —dijo Oliveira—. Vos
que tenés plata. —Si
no lo conocemos. Y a lo mejor está realmente muerto. Mirá esa pelirroja,
yo me dejaría masajear con un gusto. A veces tengo fantasías de
enfermedad y enfermeras. ¿Vos no? —A
los quince años, che. Algo terrible. Eros armado de una inyección
intramuscular a modo de flecha, chicas maravillosas que me lavaban de
arriba abajo, yo me iba muriendo en sus brazos. —Masturbador,
en una palabra. —¿Y
qué? ¿Por qué tener vergüenza de masturbarse? Un arte menor al lado
del otro, pero de todos modos con su divina proporción, sus unidades de
tiempo, acción y lugar, y demás retóricas. A los nueve años yo me
masturbaba debajo de un ombú, era realmente patriótico. —¿Un
ombú? —Como
una especie de baobab —dijo Oliveira— pero te voy a confiar un
secreto, si jurás no decírselo a ningún otro francés. El ombú no es
un árbol: es un yuyo. —Ah,
bueno, entonces no era tan grave. —¿Cómo
se masturban los chicos franceses, che? —No
me acuerdo. —Te
acordás perfectamente. Nosotros allá tenemos sistemas formidables.
Martillito, paragüita... ¿Captás? No puedo oír ciertos tangos sin
acordarme cómo los tocaba mi tía, che. —No
veo la relación —dijo Etienne. —Porque
no ves el piano. Había un hueco entre el piano y la pared, y yo me escondía
ahí para hacerme la paja. Mi tía tocaba Milonguita o Flores negras, algo
tan triste, me ayudaba en mis sueños de muerte y sacrificio. La primera
vez que salpiqué el parquet fue horrible, pensé que la mancha no iba a
salir. Ni siquiera tenía un pañuelo. Me saqué rápido una media y froté
como un loco. Mi tía tocaba La Payanca, si querés te lo silbo, es
de una tristeza... —No
se silba en el hospital. Pero la tristeza se te siente lo mismo. Estás
hecho un asco, Horacio. —Yo
me las busco, ñato. A rey muerto rey puesto. Si te crees que por una
mujer... Ombú o mujer, todos son yuyos en el fondo, che. —Barato
—dijo Etienne—. Demasiado barato. Mal cine, diálogos pagados por centímetro,
ya se sabe lo que es eso. Segundo piso, stop. Madame... —Par
là —dijo la enfermera. —Todavía no hemos encontrado la
auscultación —le informó Oliveira. —No
sea estúpido —dijo la enfermera. —Aprendé —dijo Etienne—.
Mucho soñar con un pan que se queja, mucho joder a todo el mundo, y después
ni siquiera te salen los chistes. ¿Por qué no te vas al campo un tiempo?
De verdad tenés una cara para Soutine, hermano. —En
el fondo —dijo Oliveira— a vos lo que te revienta es que te haya ido a
sacar de entre tus pajas cromáticas, tu cincuenta puntos cotidiano, y que
la solidaridad te obligue a vagar conmigo por París al otro día del
entierro. Amigo triste, hay que distraerlo. Amigo telefonea, hay que
resignarse. Amigo habla de hospital, y bueno, vamos. —Para
decirte la verdad —dijo Etienne— cada vez se me importa menos de vos.
Con quien yo debería estar paseando es con la pobre Lucía. Esa sí lo
necesita. —Error
—dijo Oliveira, sentándose en un banco—. La Maga tiene a Ossip, tiene
distracciones, Hugo Wolf, esas cosas. En el fondo la Maga tiene una vida
personal, aunque me haya llevado tiempo darme cuenta. En cambio yo estoy
vacío, una libertad enorme para soñar y andar por ahí, todos los
juguetes rotos, ningún problema. Dame fuego. —No
se puede fumar en el hospital. —We
are the makers o f manners, che. Es
muy bueno para la auscultación. —La sala Chauffard está ahí
—dijo Etienne—. No nos vamos a quedar todo el día en este banco. —Esperá
que termine el pitillo.
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