Año Nuevo
(Esta Hora
Santa podría servir
especialmente para comenzar el Año Nuevo, según el verdadero
espíritu del Sagrado Corazón de Jesús, y para consagrárselo a su gloria. Este
mismo método podría también ser muy útil en determinadas ocasiones, en ciertas
horas decisivas y solemnes “del año o de la vida”, como, por ejemplo, en
vísperas de contraer matrimonio o como preparación inmediata para ingresar al
convento, al abrazar la vida religiosa. Podría, asimismo, ser de gran provecho
“durante los ejercicios de un retiro”, para iniciar en ellos una etapa de vida
espiritual nueva y más intensa).
He
aquí que se levanta con la aurora del Año Nuevo el verdadero Sol de paz, de
esperanza y de amor: el Corazón Divino de Jesús, sol de una nueva vida para su
gloria y nuestra dicha... ¡Gloria a Él en las alturas, gloria a Él y sólo a Él
aquí en la tierra!...
“Adveniat,
adveniat, adveniat regnum tuum!... ¡Venga
a nos tu reino de paz, de amor y de justicia!”...
Es
preciso que el año que comienza marque una nueva etapa de triunfo en el avance
victorioso, social e íntimo del Corazón de Jesús...
Y
ahora pongámonos en su presencia soberana mediante un acto de fe y de profunda
adoración... A dos pasos de nosotros está el Maestro muy amado... Su Corazón
nos llama, nos aguarda... quiere hablarnos con santa intimidad... Escuchemos
aquella voz cuyas armonías deliciosas inundan de júbilo la eternidad del
cielo...
(Que
haya gran recogimiento, pues el Señor no habla a corazones disipados,
distraídos).
Jesús.
“Pax vobis!”.
¡Que mi paz sea con vosotros todos, hijitos míos! Os la traigo grande y hermosa
para vuestras almas que sufren, que luchan..., para todos los de buena voluntad...
“Pax vobis!”. Sí, os
la traigo Yo mismo para vuestros hogares enlutados por el dolor, heridos por
las desgracias, patrimonio obligado de este valle de lágrimas...
“Pax vobis!...”. Os
la traigo para la sociedad doliente en cuyo seno vivís, pues bien sé Yo cuánta
necesidad tiene de renovarse en el espíritu de mi Evangelio, de ser en espíritu
y en obras la heredad de mi Corazón sacrosanto... Os la traigo para vuestra
patria. ¡Oh!, pedidme que ésta llegue a ser para Mí,
la Jerusalén de mis amores, la Jerusalén del Domingo de Ramos...
“Pax vobis!...”. Os
traigo mi paz profunda, celestial y victoriosa, para la Iglesia siempre
combatida... Rogad por Ella, pedid, hijitos míos, que llene los graneros de mi
Padre celestial con una cosecha rica y escogida de almas, de familias...
Venid,
amigos del alma, acercaos; no temáis como los apóstoles: acercaos más, mucho
más...: buscad la dichosa intimidad del Corazón de vuestro Rey, de vuestro
Hermano, de vuestro Amigo...: no temáis... Yo soy vuestro Jesús. Sí, acercaos
con tal intimidad que toquéis las llagas de mis pies y de mis manos...;
acercaos y penetrad en la llaga del Costado... ¡Oh!,
poned en ella con confianza la mano querida, y más: entrad profundamente en
ella con el alma y quedad ahí; abismaos para siempre en esta herida, morada
vuestra en el tiempo y en la eternidad... Yo no he cambiado, hijitos míos no:
soy el mismo dulce Jesús, bueno, misericordioso, nacido de la Virgen María,
vuestra Madre... Soy realmente hijo suyo...; somos, pues, hermanos muy queridos:
no me temáis.
Y
ahora, sin recelos y con un corazón abierto, dócil, agradecido, aceptad en la
alborada de este Año Nuevo, como obsequio y prenda de mi amor, como lección de
mi sabiduría, un pensamiento grave, una reflexión austera y dulce a la vez y que
os pido coloquéis como fundamento sobrenatural del camino que se inicia hoy...
Para
recoger con fruto, consoladores míos, esta enseñanza que condensa todo mi
Evangelio, para que sea realmente provechosa para este año y para la vida,
vaciad ante todo el corazón, aligerad el alma de todo lo terreno y saboread en
seguida la lección que quiero daros, en un gran recogimiento de espíritu...
Oídme:
Almas
amadísimas, hijos de mi Sagrado Corazón, meditad esta palabra, os la propone
vuestro Dios: “Un año transcurrido quiere decir un año menos en la vida del
tiempo, y un año más cerca del abismo de vuestra eternidad...”.
¡Oh, meditad durante esta Hora Santa en la vanidad de todo,
absolutamente de todo lo que no sea la permanente realidad que soy Yo,
Jesús!...
(Muy lento y
entrecortado)
Todo pasa y muere, menos Yo.
Caducidad
de la juventud, flor que vive un día y... muere.
Caducidad
de la ambición, humo que se esfuma y... pasa.
Caducidad
de la alegría humana, fulgor que brilla y desaparece como un relámpago.
Caducidad
de la fortuna dorada y versátil que se nos escapa.
Caducidad
de una situación brillante, que cambia de improviso y que se quiebra.
Caducidad
de los placeres, embriaguez que mata, desasosiega y huye.
Caducidad
de toda armonía terrena, de toda belleza creada, que engaña y perece.
Caducidad
del amor humano, que cambia, hiere y después olvida.
Caducidad
de la sabiduría del siglo, que lo falsifica todo y se convierte en tinieblas.
Vanidad
de vanidades, y todo vanidad, excepto la realidad, que
soy Yo, vuestro Jesús.
Y
si dudarais, poned, hijos míos, un oído atento a aquella voz misteriosa de los
siglos que yacen sepultados en su historia de glorias y mentiras... ¿Dónde
están?... ¡Fueron sólo ayer, y ya no son!...
Su
voz elocuentísima no es sino el eco de la mía...
Con
ellos, Yo os digo: Vanidad de vanidades todo lo terreno..., todo lo que no sea
la realidad verdadera, que soy Yo, vuestro Jesús.
Millares
y millones de hombres jóvenes, valientes, arrebatados vertiginosamente del
escenario de la vida por la tempestad de fuego de mil guerras fratricidas, os
gritan y previenen, con la elocuencia de sus cenizas aventadas, que no os fiéis
de la tierra... En ella todo es vanidad...
Sí,
todo lo que no es la divina Realidad, que soy Yo, vuestro Jesús.
Y
como esos ejércitos de soldados, aquel otro ejército más numeroso todavía de
los heridos en el alma; aquellos mutilados del corazón, que son las viudas y
los huérfanos, los desamparados y los sepultados vivos bajo los escombros de
sus esperanzas e ideales...; la caravana inmensa de las almas hechas jirones,
de los corazones náufragos del hogar y de la sociedad... Todos, ¡oh!, todos ellos, con un gemido desgarrador y que no
engaña, os gritan a porfía: ¡Vanidad de vanidades todo lo caduco y todo lo
terreno, todo lo que no es la divina Realidad, que soy Yo, vuestro Jesús!...
(Breve pausa)
Con
todo, no quiero veros amargados con exceso, hijos míos, y menos aún no querría,
¡oh, no!, veros desanimados... Porque si es verdad
que el mundo no es sino vanidad, sabedlo, meditadlo: Yo he vencido al mundo con
la suprema y dichosa Realidad de mi Persona y de mi Amor.
Valor,
pues, y adelante, adoradores míos, levantad muy en alto los corazones y el
pensamiento, pues aquí mismo, en medio de este hacinamiento de ruinas, Yo soy,
para vosotros todos, la Realidad eterna de las almas que me adoran y me aman.
Sí, la única Realidad inmutable, divina, inmortal, soy Yo... Y Yo he querido
que esta Realidad lo supla todo..., ¡que Dios os baste!
Creedlo
así, amigos de mi Sagrado Corazón, convenceos de ello en esta Hora
Santa... El mundo, por desgracia, no razona así: Yo no le basto. De ahí
que siendo Rey y Señor, se me posponga... ¡Cuán rara vez soy Yo el Amo, el
primero en el corazón y en el hogar...!
No
así vosotros, hijitos míos...; y puesto que para vosotros soy la Realidad, que
lo llena todo y que lo suple todo, quiero que me lo digáis aquí ante mi altar
con palabras del alma.
Amigos
fidelísimos del Corazón de vuestro Salvador, meditad constantemente en la
vanidad efímera de la juventud, primavera que dura apenas una mañana de sol, y
que en seguida muere... Pero como compensación divina, inmensa, ¿qué esperáis,
y qué pedís?...
(Todos)
La realidad suprema que eres Tú, Jesús.
Consoladores
de mi Divino Corazón, meditad constantemente en la vanidad de la ambición falaz
y traicionera que embriaga, hiere y desaparece luego... Pero como compensación
divina, inmensa, ¿qué esperáis y qué pedís?...
La realidad suprema que eres Tú, Jesús.
Apóstoles
de mi adorable Corazón, meditad constantemente en la vanidad de los goces
terrenales, que, como el lampo de luz o como el rocío, duran un instante y se
desvanecen... Pero como compensación divina, inmensa, ¿qué esperáis y qué
pedís?...
La realidad suprema que eres Tú, Jesús.
Confidentes
de mi Divino Corazón, meditad constantemente en la vanidad de la fortuna que
pervierte tantas almas y que se escapa para no volver... Pero como compensación
divina, inmensa, ¿qué esperáis y qué pedís?...
La realidad suprema que eres Tú, Jesús.
Discípulos
muy amados de mi Sagrado Corazón, meditad constantemente en la vanidad de los
placeres sensibles que halagan un instante, que producen embriaguez de muerte y
pierden pronto su dulzura... Pero como compensación divina, inmensa, ¿qué
esperáis y qué pedís?...
La realidad suprema que eres Tú, Jesús.
Adoradores
fervorosos de mi amante Corazón, meditad constantemente en la vanidad de la
belleza creada y transitoria que enamora tan fácilmente como desaparece y
muere... Pero en compensación divina, inmensa, ¿qué esperáis y qué pedís?...
La realidad suprema que eres Tú, Jesús.
Reparadores
de mi entristecido Corazón, meditad constantemente en la vanidad tan funesta
del amor terreno, que, siendo por naturaleza tornadizo e inconstante, hiere
como una racha y huye como la brisa... Pero como compensación divina, inmensa,
¿qué esperáis y qué pedís?...
La realidad suprema que eres Tú, Jesús.
Hijos
predilectos de mi Divino Corazón, meditad constantemente en la vanidad de la
sabiduría humana, que con toques de luz ficticia, siembra tantos errores, luz
siniestra que estalla frecuentemente en huracán... Pero en compensación divina,
inmensa, ¿qué esperáis y qué pedís?...
La realidad suprema que eres Tú, Jesús.
¡Oh, sí, Tú, Señor y sólo Tú, la dichosa, la inmutable y
eterna Realidad!...
Con
ella, es decir, contigo, la vida, ya de por sí tan vacía de toda paz, tan pobre
de verdadera belleza, nos será soportable, llevadera, no obstante las tumbas,
las ruinas y los abrojos sembrados a lo largo del camino... ¡Ah, pero siempre
contigo, Señor Jesús!
Este
año que hoy comienza no nos inquieta, Maestro, a pesar de las mil vicisitudes
azarosas que trae consigo; ¡pero... teniéndote a nuestro lado a Ti, Jesús!
Bien
sabemos, Señor, que no podemos pretender el vivir en un paraíso terrenal, marchito,
perdido para siempre...; ¡pero qué importa, ni nos hace falta, ya que en tu
Corazón, Amor de los amores, lo hemos recuperado con usura!... ¡Oh, si, Tu Corazón lo vivifica, lo ilumina, lo dignifica
todo, Señor, y esto para la eternidad!...
(Pidamos
con fervor y humildad de corazón la luz que nos haga comprender y apreciar la
gracia que el cielo nos otorga con el nuevo año. Pero pidamos, sobre todo, la
gracia de saberlo aprovechar debidamente para gloria del Divino Corazón y por
los intereses eternos del alma).
(Pausa)
Las almas.
La Hora Santa, Jesús adorable, la
pediste Tú mismo, como la hora de las divinas confidencias con tu Corazón
adorable... ¡Déjanos, pues, en consecuencia, abrirte el alma; déjanos
contártelo todo, Señor, pues sentimos la necesidad imperiosa de vaciar nuestras
almas en la tuya, aquí, a tus pies, ante el Sagrario!...
Bien
pueden, Jesús, los vanidosos, los sensuales, los mundanos y los frívolos seguir
soñando sobre las ruinas lamentables de sus quimeras insensatas... Entre tanto,
nosotros, pobrecitos y a la vez más ricos que ellos, porque más favorecidos por
tu gracia, tan gratuita como espléndida, queremos protestarte que, dejando el
mundo de lado, Tú sólo nos satisfaces y nos bastas... Y alentados por el don de
tu Corazón adorable, nos proponemos resueltamente comenzar una vida nueva con
este Año Nuevo, viviendo más y más desengañados y desprendidos de los falsos
bienes y de los placeres engañosos de la tierra... Por esto, Jesús, desde esta
alborada, al iniciar un año que nos avecina a tu eternidad, nos arrojamos entre
tus brazos y, con fe del alma, te protestamos que, de aquí en adelante, no
queremos otro bien que Tú mismo Jesús...
¡Oh, ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año
Nuevo, y al recibirte te prometemos que, en la enfermedad o en la salud,
aceptaremos tu Corazón, Señor Jesús!
(Todos)
Aceptamos tu Corazón, Señor Jesús.
¡Oh,
ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año Nuevo, y al recibirte te
prometemos que, en la pobreza o en la abundancia, bendeciremos sólo tu Corazón,
Señor Jesús
Bendeciremos sólo tu Corazón, Señor Jesús.
¡Oh, ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año
Nuevo, y al recibirte te prometemos que, en la tristeza o en la alegría,
buscaremos sólo tu Corazón, Señor Jesús!
Encontraremos sólo tu Corazón, Señor Jesús.
¡Oh, ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año
Nuevo, y al recibirte te prometemos que, en la prosperidad como en la Cruz,
adoraremos sólo tu Corazón, Señor Jesús!
Adoraremos sólo tu Corazón, Señor Jesús.
¡Oh, ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año
Nuevo, y al recibirte te prometemos que, en la vida como en la muerte,
aclamaremos sólo tu Corazón, Señor Jesús!
(Tres veces)
Aclamaremos
sólo tu Corazón, Señor Jesús.
Jamás
se acude en vano a Aquel que es la Bondad increada... Ved, a dos pasos está ya
Jesús...; lo llamamos, y helo aquí anhelando desbordar la vida de su Corazón
adorable en los nuestros... ¡Recojamos con santa avidez sus palabras!
(Que
haya un gran silencio: el silencio de las almas...).
Jesús.
¿Con qué podré pagaros, amigos muy amados, fidelísimos, el bálsamo que vuestro
amor ha sabido poner en mis heridas?... ¡Gracias! ¡Mi corazón os bendice!
¿Sabéis apreciar esta palabra?... ¿Sabéis quién es Aquel que os la dirige?... ¡Ah,
soy Yo mismo; Yo, vuestro Dios y vuestro Rey, vuestro Padre y vuestro Amigo;
soy Yo, Jesús, que os habla!... ¡Ved cómo me acerco a vosotros!... Sí, mi
corazón adorable es el sol de ventura que para vosotros se levanta sobre la
colina de este altar, trayéndoos sus luces y sus
ardores como presente de Año Nuevo!...
Ved, me llego a vosotros, derrochando mercedes; vengo en busca
vuestra para colmaros, para enriqueceros, si posible fuese, hasta empobrecer.
Yo mismo, depositando en vosotros todos mis tesoros...
Me acerco a vuestras almas, como una nube cargada con un diluvio
de gracias que quisiera derramar a profusión y sin medida sobre vosotros y
vuestros hogares, a fin de que este año que comienza sea un año de bendiciones
y de gracia... Pero para ello espero una palabra todavía de vuestra parte...
¡Abrid, ¿queréis?, abrid de par en par el Tabernáculo de mi Sagrado Corazón y
pedid sin temor de importunar, pedid confiados! ¿Qué gracia solicitáis que Yo
os conceda, qué favor esperáis del tesoro de mis misericordias infinitas?
(Todos)
Para
nosotros, tu adorable Corazón.
Para
Ti, Jesús, inmensa gloria.
No
dudo, hijitos, de la sinceridad del corazón; pero esta generosidad os la dicta
tal vez el entusiasmo que os infunde mi Sagrario... Mas cuando os alejéis de aquí,
una vez a distancia y en plena lucha contra el mundo frívolo, ¿me diréis
entonces otro tanto?... Ah, sobre todo para esa hora de refriega, ¿qué fuerza
divina de victoria reclamáis?... ¡Habladme todos!
Para
nosotros, tu adorable Corazón.
Para
Ti, Jesús, inmensa gloria.
Pero
si el mundo se empeña en alejaros de mi pecho, en arrebataros de mis brazos...
Y
si en su tiranía osara exigiros que escojáis definitivamente entre sus placeres
vanos y mi Ley, decidme, amigos, ¿qué tesoro escogeríais?...
Para
nosotros, tu adorable Corazón.
Para
Ti, Jesús, inmensa gloria.
Mas
suponed que el mundo no ceje, que la lucha recrudezca y que por causa de
vuestra fidelidad tengáis que sufrir cruces y baldones... ¿con qué grito del
alma llamaríais entonces en socorro vuestro?...
Para
nosotros, tu adorable Corazón.
Para
Ti, Jesús, inmensa gloria.
¡Oh, qué hermosura cristiana, qué nobleza divina la
vuestra!... Pero decidme con toda intimidad: esos sentimientos, ¿animan también
a los vuestros?... En el hogar querido, ¿piensan y hablan todos así?... Si así
no fuera reclamad para ellos mi gracia: ¿qué pedís para ellos en testimonio de
mi amor?...
Para
nosotros, tu adorable Corazón.
Para
Ti, Jesús, inmensa gloria.
¿Por
qué esa tristeza, hijitos míos? ¡Qué! ¿Tal vez tenéis en el hogar algún enfermo
del alma a quien amáis mucho, pero que no me ama a Mí?... ¡Pobrecito! Yo quiero
salvarlo, él no pide, pero vosotros pedís por él. ¿Qué fortuna queréis para el
hogar?...
Para
nosotros, tu adorable Corazón.
Para
Ti, Jesús, inmensa gloria.
Creed
en mi amor y Yo los salvaré en recompensa a vuestra fe y a la plegaria de esta Hora
Santa, deliciosa... ¡Ah! Pero pensad también en vosotros: día llegará, y
tal vez muy pronto, en que la muerte golpeará a vuestras puertas... Para entonces,
para esa hora suprema de justicia, ¿qué galardón esperáis de mi
sentencia?... Reclamadlo ahora mismo:
¿qué esperáis de mi misericordia?...
Para
nosotros, tu adorable Corazón.
Para
Ti, Jesús, inmensa gloria.
(Aquí
puede entonarse un cántico al Sagrado Corazón).
(Entre
tanto que los Príncipes de la Corte celestial ofrecen al Rey de los Reyes
presentes dignos del Paraíso, Jesús, enamorado de los humanos, pensando en sus
pequeñuelos, toma el camino de la tierra y sale a nuestro encuentro, colmadas
sus manos divinas con presentes de Cielo... Nos trae, especialmente, tres
inmensos y riquísimos tesoros, ofrenda valiosa de su amable Corazón. ¿Querríais
meditar unos instantes en el valor inestimable de esos tesoros?... Hagámoslo
considerando brevemente tres cuadros, tres escenas del Evangelio. ¡Oremos
meditando! ¡Meditemos amando!).
I. Don de Luz. ¿Recordáis
lo que decía el ciego? “¡Señor, haz que vea!”. Mucho más ciego que este
desdichado Nicodemo, ciego del alma, calla y teme... ¡Oh,
con qué fulgor victorioso debieron brillar los ojos de Jesús, mirando con
dulzura a Nicodemo en la primera entrevista misteriosa! ¿Imagináis la turbación
que la proximidad estrecha y las palabras del Maestro divino provocarían en el
alma tímida de ese ciego, temeroso de sanar?... Pero, ¡cuán fuerte, cuán
irresistible debió ser la atracción del imán, de los ojos y del Corazón de
Jesús! Cada palabra suya era una saeta de luz que lo traspasaba,
conquistándolo... Con infinita suavidad, el Sol divino avanza, penetra en los
abismos de esta alma recta... Pero a pesar de su rectitud, de su buena
voluntad, hubo ciertamente un primer momento de sorpresa, de resistencia
secreta, de lucha... ¡Era tan fuerte en ella el respeto humano!
El
Maestro condesciende: su Corazón es suavísimo... se concierta una
entrevista...; pero ésta será de noche... Ya están faz a faz, solos, Jesús y
Nicodemo. Al separarse, el Salvador debe haber dicho a Nicodemo: “¡Ya sabes que
te amo...; iré pues, a tu propia casa!” Y en una segunda entrevista, lucharon
frente a frente las tinieblas y la luz... Las palabras de Jesús despiden
fulgores, soles de claridad que brotan de su pecho, pasando por sus labios... Y
poco a poco, esas claridades penetran y luego disipan las nubes de tinieblas...
Lenta,
pero profundamente, traspasan esa alma del Rabino, derriten sus hielos,
calcinan la roca... ¡Ved: el Sol, Jesús, ha triunfado; Nicodemo, vencido, le
adora! ¡Qué enseñanza!... En la medida en que el famoso Rabbi, Nicodemo, se
olvida y se desprende de sus prejuicios, de sus propias ideas y pasiones...; en
la medida en que muere a sí mismo, una luz, una inmensa luz invade todo su
ser...
Cuando
Nicodemo apaga sus luces, el Señor prende la suya. Esa será también nuestra
propia historia.
No
seremos los verdaderos hijos de la luz sino en la medida en que sepamos
desprendernos, desasirnos de nosotros por una perfecta inmolación de espíritu.
La luz no llega al fondo de un alma sino por la cruz de Jesús. Pero, ¡gracias
también a nuestras propias cruces!... Se repite, pues, con ligeras variantes,
la historia de Saulo en el camino de Damasco: la misericordia del Señor nos
sorprende en el camino de tinieblas, nos asalta, nos echa por tierra, nos
obliga a morder el polvo... Sólo entonces, humillados y en la Cruz, somos
capaces de oír y de comprender en el fondo de nuestras almas estas palabras de
luz inefable: “¡Yo soy Jesús de Nazaret!”.
¡Oh,
si entre estos amigos del Señor hubiera alguno que le tema demasiado, que por
esto vacila en acercarse, que se acerque sin recelos, que busque la vecindad, ¿qué
digo?, la intimidad del Maestro!... ¡Ah, sobre todo, que no resista al
llamamiento amoroso que le hace Jesús en esta Hora Santa... Que si teniendo las dulces
exigencias de su Amor, tomara la fuga, el camino extraviado de Damasco, el Amor
de los amores saldrá a su encuentro, lo herirá en el corazón, y por esta herida
de amor penetrará la luz!
¡Oh, mil veces felices aquellos a quienes fustiga e hiere
Jesús; felices las almas a quienes el Señor hace llorar! Por estas lágrimas les
revelará un día el esplendor de su Belleza soberana.
Eterna
y divina historia: esta lluvia de lágrimas, lluvia saludable, purifica e
ilumina el cielo de las almas, arranca la venda de escamas que, nublando los
ojos, nos impedía ver a las claras a Jesús... Entonces sí que el alma que ha
llorado se encontrará frente a frente de Jesús, y éste le dirá: “¡Mírame, soy
Yo la luz!... ¡Sígueme y no andarás en tinieblas!...”.
(Breve silencio)
(Todos Tres veces)
¡Señor,
haz que yo vea!
(Tres veces)
¡Señor,
Dios de luz, haz que te vea!
(Tres veces)
En
mi cruz y por mis penas quiero verte, Jesús...
II. Don de Misericordia.
Para mejor apreciar este don, el de más aplicación práctica de nuestra vida,
hagamos una glosa de la bellísima parábola del Buen Samaritano, aplicándola a
la economía del Corazón de Jesús con relación a las almas... ¡Esta historia es
tan realmente la nuestra!...
(Con unción)
En
un recodo del camino yace por tierra, herido, despojado, un pobrecito...
Viajeros sin entrañas van y vienen; pero todos pasan indiferentes, desdeñosos,
a su lado: se justifican de dicha indiferencia declarándose a sí mismos
irresponsables de la desgracia de ese hombre... Lo miran sin detenerse... y
continúan sin inmutarse, tranquilos, su camino... Puesto que el desgraciado
yace por tierra y está herido, culpa suya debe ser, parecen decirse
interiormente todos, a medida que desfilan... Y si es culpable, que debe serlo,
¡pues que expíe su pecado!... ¡Tal es la justicia que pretende hacer el mundo!
Pero
he aquí que por fin alguien se detiene: ¿Quién será?... Una luz suavísima
parece irradiar de Él, y le precede... Ved: ya está junto al herido... ¡Qué
belleza de majestad dulcísima, conquistadora, envuelve toda su persona!... ¡Oh, qué compasión tan honda revela su mirada y qué bondad
indecible, arrobadora, relampaguea en su rostro, de hermosura más que
humana!... Al verle se diría que es un hombre que va a estallar en sollozos... ¡Oh, se diría más bien un Dios de
una ternura, más que inmensa, infinita!... ¡Quién puede ser sino... Jesús!... ¡Oh, sí, es Él!... Se llama a
Sí mismo el Hombre-Dios de todos los dolores, y nosotros le llamamos el
Hombre-Dios de todas las misericordias... Aparece como Señor de la majestad en
el camino de sus ángeles..., y se presenta como el Señor de todas las ternuras
en el camino de los mortales, de los hombres, sus hermanos...
Contempladlo;
se inclina hacia el herido...; se arrodilla a su lado mismo... Ved; le da a
beber como refrigerio sus preciosas lágrimas, y lo envuelve en los pliegues de
su propia túnica... ¡Ah, ese Señor no es bueno, no; Él es la Bondad
encarnada!...
Observadlo
todavía; lo ha tomado entre sus brazos; lo estrecha con deliquios de ternura,
y, rico y dichoso con el tesoro del desdichado herido, corre..., vuela...
¡Pero, entre tanto, abrazándolo, comienza a reanimarlo, a darle nueva vida al
calor de su amante Corazón!...
¿Y
qué hará en seguida?... ¿Conducirlo tal vez a una hospedería?... ¡Ah, no!... Lo
lleva a su propia casa: le da su hogar... Una vez en ella, no llama a gente
mercenaria que lo cuide, ni se atreve, en su inmenso amor, a confiarlo a sus
propios ángeles... ¡Llama a María, la Reina, y lo deposita suavemente entre sus
brazos maternales, pidiéndole, rogándole que cuide al hijo herido, como le
cuidó a Él mismo en la cuna de Belén... y en la cima del Calvario!... Pero al
entregarlo así a su Divina Madre, Jesús no se aleja; queda inspirando desvelos
y ternuras al lado de la Reina del Amor Hermoso; no da tregua a su Corazón de
Salvador, que desvela noche y día sobre el dichoso desdichado... ¡Observad con
qué misericordia, ayudando a la celestial Enfermera, venda Él mismo con sus
manos creadoras las heridas: ved cómo pone en ellas el vino y el aceite de su
sangre y el bálsamo exquisito de sus besos!... ¡Ved cómo lo lava y purifica en
la piscina de su adorable Corazón!...
¡Y
una vez convaleciente, le da ropaje de príncipe! Y cuando sana, lo retiene en
su palacio, lo sienta en su mesa... ¡Más, mucho más todavía; lo trata como
amigo íntimo, como hijo mimado, y un día lo declara y constituye su heredero!...
¿No
es verdad que ésta es vuestra historia?... ¡Oh, cuán
cierto es que no hay sino un sólo Jesús, uno solo; pero Él nos basta! Por esto,
cediendo al impulso de nuestra inmensa gratitud, cantemos y alabemos la
compasión y la misericordia infinita del Corazón del Salvador...
(Poned el alma entera en cada palabra...)
Las almas.
¡Oh, Jesús adorable, Rey,
Hermano y Amigo, creemos, ¡oh, sí!, que Tú bajaste
del cielo para traernos la vida y para dárnosla superabundante... Creemos que
viniste en busca de los enfermos gravísimos y sin remedio, de aquellos que ya
parecían como náufragos abandonados... Sí, viniste para ellos sobre todo, para
sanarlos, y, una vez curados y embellecidos por tu gracia, para devolverlos al
Padre que te los confió. ¡Ay, con sentimientos de humildad y de arrepentimiento
debemos y queremos reconocer, Maestro adorable, que hemos sido nosotros las
ovejas extraviadas, el hijo pródigo, la dracma perdida, la caña rajada, la
mecha humeante, el acreedor rebelde, el servidor culpable y la roca empedernida
que rechazó la simiente, regada con tu sangre!...
De
rodillas, pues, y llorando nuestras culpas, te decimos:
¡Perdón,
Jesús, Salvador!... ¡Perdón, Jesús, oh, Buen Pastor!
¡Perdón, oh, Padre de misericordia infinita por el
sinnúmero de infidelidades de nuestra vida pasada!... ¡Perdón!
Hemos
pecado, Señor, abusando del tesoro inagotable de tu paciencia y bondades...
¡Perdón!... Y para pagar ahora mismo la compasión y caridad con que nos has
tratado sin merecerlo, querríamos arrebatarte esa misma misericordia, haciendo
violencia a tu dulce Corazón en favor de tantos otros que no te conocen y te
ultrajan... ¡Acuérdate, Jesús, que Tú mismo nos los diste como hermanos
nuestros!... Míralos compasivo, Maestro, en lucha desesperada y sin fruto,
entre los abrojos del mundo y sus pecados...
¡Escúchanos,
pues, benigno, oh, amable Salvador!...
¡Ten
piedad, Señor, de aquellos niños pequeñitos todavía, pero cuya inocencia ha
perecido ya, agostada en un hogar sin fe y de desventura!... ¡Por la Reina del
Amor Hermoso, ten piedad de todos ellos!... ¡Corazón de Cristo-Rey: sé Jesús
para ellos todos!
(Todos)
Sé
Jesús para ellos todos.
¡Ten
piedad, Señor, de tantos jóvenes que, en plena lozanía, son ya ramas
desgajadas, muertas del árbol de la vida de tu Divino Corazón!... ¡Mira
compasivo a tantos que se revuelcan en el lodazal de sensualismo y de pecado,
sin jamás volver a Ti una mirada suplicante!... ¡Por la Reina del Amor Hermoso,
ten piedad de todos ellos!... ¡Corazón de Cristo-Hermano: sé Jesús para ellos
todos!
Sé
Jesús para ellos todos.
¡Ten
piedad, Señor, para tantos hogares infelices que luchan, cantan y lloran, sin
las luces ni los consuelos de la fe, sin la gracia y fortaleza de tu santo
amor!... ¡Por la reina del Amor Hermoso, ten piedad de todos ellos!... ¡Corazón
de Cristo-Amigo: sé Jesús para ellos todos!
Sé
Jesús para ellos todos.
Ten
piedad, Señor, de la caravana incontable de ciegos voluntarios... y también de
tantos otros que jamás tuvieron, ni en el hogar ni en la escuela, la gracia
inestimable de oírte, de conocerte... No olvides a tantos que te conocen apenas
de nombre..., a gran distancia, y que no saben, ¡pobrecitos!, cuán dulce y
bueno eres siempre Tú... ¡Por la Reina del Amor Hermoso, ten piedad de todos
ellos!... ¡Corazón de Cristo-Salvador: sé Jesús para ellos todos!
Sé
Jesús para ellos todos.
Ten
piedad, Señor, de los agonizantes, y muy especial de aquellos que no han sido
perversos, sino débiles e ignorantes... Inclínate, en particular, hacia
aquellos que tuvieron caridad con los pobres y los dolientes; ¡oh!, hazles Tú
mismo caridad... ¡Por la Reina del Amor Hermoso, ten piedad de todos ellos!
¡Corazón de Cristo agonizante: sé Jesús para ellos todos!
Sé
Jesús para ellos todos.
(Pedid
por la conversión de vuestros seres queridos).
III.
El Don del Sagrado Corazón.
Como si los inapreciables dones de luz y de misericordia no bastaran para
probarnos su liberalidad, he aquí que Jesús se propone resumir todas sus
larguezas en el don inefable, sublime de su Sagrado Corazón. Para explicarnos
tanta belleza, acudamos una vez más al Evangelio, ya que la sabiduría como la
elocuencia humana quedan cortas y en extremo pobres
para darnos una lección cumplida.
Contemplemos
aquella escena cuya soberana hermosura conmovió a los ángeles testigos de ella,
en la última Cena.
Jesús
acaba de instituir la divina Eucaristía... Una sombra de infinita tristeza...
casi de agonía, nubla su fisonomía adorable...: es que ve ahí a Judas; el
ingrato tiene ya en su poder la suma que ha recibido para entregar a su Señor.
Diríase
que Juan, el predilecto, lo ha adivinado todo, leyendo ya esta historia de
perfidia en los ojos de su Amigo Divino... Y como quien se ofrece para pagar
con creces, para reparar esa infamia, ved cómo se acerca, cómo se estrecha a
Jesús... Y más; con una confianza espontánea y sencilla descansó amorosamente
su cabeza sobre el Corazón de Jesús...
¡Ah,
y ciertamente Jesús, complacido y consolado, recompensó esa intimidad
reclinando su adorable Corazón en el de Juan, su apóstol... y su amigo!... ¡En
ese momento de gloria se lo confió, sin duda, se lo dio por entero... y desde
entonces, Jesús y Juan se unieron con vínculo eterno... más allá de la vida y
más allá de la muerte!...
¿Creéis
que Juan tenía derecho a tanto privilegio?... Verdad es que era puro y casto de
espíritu y de corazón, pero... apenas si entonces había comenzado a amar. No
había tenido aún, por cierto, ni tiempo ni oportunidad de probar a su Maestro
con obras de martirio cuánto le amaba... ¡Ah, pero Jesús, dueño de su propio Corazón,
tiene el derecho soberano de adelantarse, de amar Él primero... de dar
gratuitamente más amor!...
En
realidad, éste es un misterio tal que nos abisma y confunde... ¡Es preciso ser
Jesús para amar de esta suerte, para ofrecer gratuitamente un don semejante...
y que sólo Él nos puede hacer!...
Mas,
si desalentados os dijerais que tanto favor fue la recompensa a la inocencia de
Juan, que las almas de lirio, como la del apóstol predilecto, son contadas... y
que no pudiendo presentar ni su pureza, ni su generosidad, debierais renunciar
al don del Corazón de Jesús...; ¡Oh!, retractad este
pensamiento y poned los ojos jubilosos y asombrados en otro cuadro, que
completa el primero, que lo realza...
¡Jesús agoniza en el Calvario!... ¡A sus
pies, cerca de Juan... más cerca aún de la Reina Inmaculada, está... Magdalena!... ¡A un lado, la inocencia conservada, y del otro, la
inocencia recobrada!... ¡Y ambos, Juan y Magdalena, por testigo la Reina
Inmaculada, reciben igualmente, en testamento supremo, el Corazón de Jesús!
¿Quién
de los dos recibió la mejor, la óptima parte?... ¿Quién?... Nadie lo sabe,
nadie lo sabrá acá abajo sino Jesús... ¿Y por qué no serían ambos iguales en
fortuna?... ¿Por qué?... ¡En todo caso, ese silencio elocuentísimo no es sino
el llamamiento constante, reiterado que, con ligeras variantes, con tonalidades
distintas, llama a unos y a otros, a inocentes y a penitentes, y los urge para
que en caravana inmensa, incontable, avancen resuelta y confiadamente por el
camino del Calvario, hacia el Tabor de gloria eterna!...
¡Oh!, terminemos por esto la Hora Santa
dando rienda suelta a nuestro júbilo, a nuestra confianza y gratitud... ¡Que
nuestra última plegaria tenga la cadencia de un verdadero himno, cántico de
alabanza, de acción de gracias y de amor, al Corazón de Jesús Sacramentado!
¡Nos
has bendecido, Jesús amado, como no bendijiste jamás a tu paso las flores de
los campos y los lirios de los valles de tu Patria, y en pago hemos sido
nosotros las zarzas y las espinas de tu corona! Pero no te canses de nosotros;
acuérdate que eres Jesús para estos pobres desterrados.
¡Nos
has bendecido, Jesús amado, como no bendijiste jamás las mieses, las viñas y
los jardines de Samaria y Galilea, y nosotros te hemos pagado siendo tantas
veces la cizaña culpable de tu Iglesia; pero... no te canses de nosotros:
acuérdate que eres Jesús para estos desterrados!
¡Oh, Jesús amado, tu Corazón nos ha bendecido como no
bendijiste jamás las aves del cielo ni los rebaños de Belén y Nazaret... y
nosotros te hemos pagado huyendo de tu redil y temiendo la blandura de tu
cayado amorosísimo... ; pero... no te canses de nosotros; acuérdate que eres
Jesús para estos pobres desterrados!
¡Oh!, en este día venturoso, déjanos porque hemos sido
ingratos contigo, Jesús Sacramentado, déjanos ofrecerte un himno de alabanza en
el tono inspirado del Profeta-Rey; en su lira te cantamos con la Madre del Amor
Hermoso.
Espíritus
angélicos y santos de la Corte celestial, bendecid al Señor en la misericordia
infinita con que nos ha colmado. ¡Hosanna al Creador, convertido en creatura y Hostia por amor!
(Todos)
¡Hosanna al Divino Prisionero del amor!
Sol,
luna y estrellas, desplegad vuestro manto de luz sobre este Tabernáculo, mil
veces más santo que el de Jerusalén, lleno de la majestad de su dulzura...
bendecid al Señor en la misericordia infinita con que nos ha colmado. ¡Hosanna
al Creador, convertido en criatura y Hostia por amor!
¡Hosanna
al Divino Prisionero del amor!
Fulgor
de la alborada, rocío de la mañana, lampos de luz muriente del crepúsculo,
glorificad la majestad del silencio del Rey y del Sagrario... bendecid al Señor
en la misericordia infinita con que nos ha colmado. ¡Hosanna al Creador,
convertido en criatura y Hostia por amor!
¡Hosanna
al Divino Prisionero del amor!
Océano
apacible, océano rugiente en tempestad; profundidades vivientes del abismo,
proclamad la omnipotencia del Cautivo de este altar; bendecid al Señor en la
misericordia infinita con que nos ha colmado. ¡Hosanna al Creador, convertido
en criatura y Hostia por amor!
¡Hosanna al Divino Prisionero del amor!
Brisas
perfumadas, tempestades devastadoras, flores de la hondonada, torrentes y
cascadas, cantad la hermosura soberana de Jesús Sacramentado. ¡Hosanna al
Creador, convertido en criatura y Hostia por amor!
¡Hosanna
al Divino Prisionero del amor!
Nieves
eternas, selvas, volcanes y mieses, colinas y valles, ensalzad la magnificencia
del Dios aniquilado del altar...; bendecid al Señor en la misericordia infinita
con que nos ha colmado. ¡Hosanna al Creador, convertido en criatura y Hostia
por amor!
¡Hosanna
al Divino Prisionero del amor!
Creación
toda entera, ven, acude presurosa en nuestro auxilio; ven a suplir nuestra
impotencia; los humanos no sabemos cantar, bendecir ni agradecer; ven y con
cantares de naturaleza ahoga el grito de blasfemia, repara el sopor, la
indiferencia del hombre ingrato, colmado, con la misericordia infinita de Jesús
Eucaristía. ¡Hosanna al Creador convertido en criatura y Hostia por amor!
¡Hosanna
al Divino Prisionero del amor!
¡En
reparación de tantos como le olvidan, amemos más, amemos con amor más fuerte
que la muerte!...
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Una
Salve invocando a la Reina del Amor Hermoso.
(Padrenuestro
y Avemaría por las intenciones particulares de los
presentes.
Padrenuestro
y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro
y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón
mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora
Santa y la Cruzada de la
Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).
(Cinco veces)
¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu
reino!