Félix Sautié |
MORAL BÁSICA FUNDAMENTO DE TODA ÉTICA. LA ÉTICA DEL TRABAJO CREADOR, (XII)
Ética Política, Cristiana y Revolucionaria.
“Mi Padre trabaja hasta ahora y yo también trabajo” (Juan 5, 17), con esta frase concisa e incluso lapidaria Jesús respondió enérgicamente a los judíos que lo replicaban y conspiraban para matarlo porque las cosas que decía y que hacía estaban rompiendo los esquemas sobre los cuales se encumbraban por encima de la población las capas sacerdotales de los fariseos, los escribas y los levitas fundamentados sobre la base de un férreo control del pueblo que era ejercido mediante las leyes y prohibiciones establecidas que hacían las veces de cadenas invisibles que ataban a todos dentro del estado de Israel sobre la base de una Teocracia muy cuestionable que Jesús se encargó de denunciar durante su predicación en la tierra.
La moral y la ética derivadas de este estado de cosas, eran profundamente dualistas y de vitrina, porque se realzaban las apariencias externas del cumplimiento de la letra sin ir al fondo de las esencias básicas. Así tenemos por ejemplo que al considerarse el mar un ámbito impuro desde el cual podrían venir demonios encarnados en las más diversas criaturas marítimas, los pescadores eran clasificados en una escala social muy baja y despreciada, aunque los que así pensaban incluso las castas dominantes como las de los fariseos y los escribas por tan solo mencionar a dos sectores de los más encumbrados dentro de su concepción teocrática del estado, se comían los peces que los pescadores pescaban. Todo era una sociedad virtual creada por estos sectores dominantes en función de sus propios intereses.
Por eso se escandalizaban porque Jesús andaba rodeado de pescadores, no maltrataba ni rechazaba a las prostitutas, a los enfermos crónicos, a los publicanos, ni a los samaritanos, así como que no se ocultó para destacar a las mujeres en su función tan importante dentro de la naturaleza. Jesús no se escondía para hacer patente esta verdadera y nueva visión sobre la vida y la realidad. Incluso increpó fuertemente a quienes lo criticaban por andar acompañado de estas capas sociales desacreditadas por los poderosos del momento. Hay un pasaje al respecto que nos narran Mateo y Lucas, que según la versión de Mateo, nos expresa de forma muy clara lo que Jesús pensaba al respecto:
“Y sucedió que estando él a la mesa en la casa, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos:<< ¿Por qué con los publicanos y pecadores?>>. Mas él al oírlo, dijo:<<No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a los justos, si no a los pecadores.”
(Mateo 9, 10 -13)
Muchas fueron las veces que Jesús se enfrentó a los escribas y fariseos que lo cuestionaban de una forma esquemática y fundamentalista por ejercer la caridad de curar en el día sábado. En los capítulos anteriores he citado en varias ocasiones algunos de estos pasajes. La esencia del asunto es que los seres humanos no podemos ser considerados criaturas dependientes en grado absoluto de la creación y de su Creador sin la posibilidad del libre albedrío porque eso nos reduciría al papel de ser simples marionetas dependientes de la mano de un dios juguetón y la existencia misma sería solo un juego siniestro del cual no podríamos salirnos. Si los seres humanos además quedamos sin la posibilidad de actuar por nosotros mismos en nuestra vida terrenal, atrapados en las manos de quienes ejercen los poderes temporales, también nos convertiríamos en seres siempre dependientes de quienes nos sojuzgan. Es el trabajo, la posibilidad de ejercerlo y de sostenernos por nosotros mismos, lo que nos hace personas más libres y capaces de sostenerse por sí mismas. Este es un valor esencial del trabajo que realza nuestra condición humana y lo que en la actualidad se ha dado en llamar la autoestima.
En este orden de pensamiento quiero citar en extenso un concepto básico sobre la vida de Jesús de Nazaret en el mundo, que expresa Don Benjamín Forcano en su obra “El Evangelio como Horizonte” a la que venido refiriéndome en algunos de los capítulos anteriores, cito textual:
“…es cierto que Jesús llevó un modo de vida especial y lo manifestó claramente al relacionarse con Dios, con el mundo, con la sociedad, con cada uno de los hombres. Ese estilo de vida está transido de novedad, de libertad, de justicia, de sinceridad, de compromiso, de amor. Ese estilo de vida le llevó a cuestionar otros estilos vigentes en su tiempo, le llevó a ser importante y a romper la neutralidad en torno a su persona. Ese estilo apunta a cuestiones radicales del hombre, presenta sin equívocos lo que el hombre puede y debe ser, cuáles son sus verdaderos valores, los criterios con que debe juzgar y actuar y, consiguientemente, de dónde viene la felicidad y cómo llegar a ella..<…>Lo que el hombre tiene que hacer para ser feliz está claro en lo que Jesús hace y enseña, en su vida y en su doctrina…<…>Y, por supuesto, los criterios que brotan de la vida y de la enseñanza de Jesús son incompatibles con los que brotan en una sociedad de consumo. La sociedad de consumo ofrece placer, pero no felicidad, mantiene al hombre en la ilusión permanente de una felicidad que no llega, lo escinde y lo frustra, pero acaba las más de las veces, adocenándolo y domesticándolo es decir, modelándolo a imagen de sus criterios y objetivos.
El cristiano de verdad comenzará por ser un hombre de verdad y, entonces, dentro de la sociedad de consumo, será un hombre crítico y constructivo, innovador, garante de un nuevo modelo de humanidad y felicidad. Pero, simultáneamente, le tocará sufrir lo que al mismo Jesús: el rechazo y la crucifixión.
De este modo, la felicidad propuesta por la moral de Jesús es una felicidad nueva, liberadora, que será acogida por quienes sueñen con mejorar este mundo y llevarlo a una mayor autenticidad y no por quienes pretendan seguir alimentando su psuedo-felicidad con el subdesarrollo y dominio de los demás.” (El Evangelio como Horizonte, Tomo I, Editorial Nueva Utopía. Madrid 1999, página 52). En relación con este párrafo debo llamar la atención que Don Benjamín usa el concepto hombre como un término genérico para referirse al ser humano ya sea hombre o mujer específicamente, de acuerdo con el lenguaje característico de la vieja escuela de la Iglesia Católica en que fuimos formados muchos de nosotros.
La idea y el concepto que se plantea por Forcano para mí está más que claro: en la moral de Jesús, lo que define son los hechos y las acciones. En múltiples oportunidades y con diversas formas de plantearlo, durante todo el Evangelio, Jesús nos llama a seguirlo, a hacer lo que el mismo hace, a tomar nuestra cruz e ir en pos de la Buena Nueva que es el Reino de los Cielos, utopía de todas las utopías por la que los seres humanos deberíamos luchar para alcanzarla como cocreadores que somos junto al Padre Celestial. Trabajar por la Nueva Jerusalén en la tierra es el llamado implícito y explícito que contiene el mensaje evangélico. Nuestra moral y su consecuente ética derivada no constituyen una moral y una ética de parásitos sino de trabajadores por la justicia social, la equidad distributiva y la paz en el mundo que nos ha tocado vivir.
La mies es mucha y los obreros son pocos dijo Jesús, cuando recorría las ciudades y al deas de Palestina
“enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor” y fue entonces que expresó este concepto sobre el constante trabajo a favor de la humanidad y de la vida (Mateo 9, 35-37). Este pasaje nos plantea todo un símbolo de la labor de Jesús y de su llamada a trabajar siempre. Si leemos con detenimiento el Evangelio en su conjunto, podremos comprobar que el lenguaje de Jesús, fue un lenguaje de un convencido de la verdadera trascendencia que tiene el trabajo sobre los seres humanos. El ambiente de que se rodea Jesús, es un ambiente siempre pletórico de pescadores, sembradores, pastores, labradores, viñadores incluso administradores, soldados y centuriones que cumplen con sus deberes y con sus faenas, además de funcionarios, cobradores de impuestos etc. en el que cada cual hacía su trabajo, con mayor o menor dedicación, similar a lo que sucede en la vida cotidiana en que estamos inmersos. Todos en medio de una diversidad máxima hacían alguna función laboral concreta, dentro del más amplio espectro social, tal y como es la realidad en que hoy estamos insertados. El Evangelio nos presenta un mundo real de movimiento y de trabajo permanente, en el que se manifiesta en toda su crudeza la opción entre el bien y el mal. Jesús en ningún momento transige con el mal y su prédica manifiesta un llamado a la conciencia para enfrentar el mal y para la lucha persistente y el trabajo creador. Su moral y la ética que le corresponde en consecuencia, es una moral de trabajo, así como una ética laboral que rechaza toda posibilidad de parasitismo social. Jesús nos plantea como ideal que deberíamos alcanzar, una sociedad de todos trabajadores, todos llenos de amor y todos solidarios volcados hacia los demás.
Las concepciones de los escribas y fariseos que cuestionaban a Jesús y que encarnaban las esencias básicas de los poderosos de ayer, que hoy están muy al uso también, potencian además un cierto desdén hacia el trabajo manual y una determinada exaltación de quienes son capaces de salirse de la práctica del trabajo consecuente cotidiano, los que son presentados como los triunfadores y los que merecen la admiración de todos, así como en algunos casos también la pleitesía y hasta la sumisión. La sociedad neoliberal y consumista que puja por establecerse como la única posible a escala planetaria, es exponente de estas concepciones que además justifican el parasitismo y el derecho a la explotación de los demás por parte de ciertos sectores privilegiados que detentan la propiedad de los medios de producción, de los medios de distribución, así como de los instrumentos financieros y se hacen dueños del poder sobre la base de un único pensamiento que parte del control de los mecanismos propios de la Globalización que los avances científicos y técnicos han ido posibilitando. En estas circunstancias, en vez de ser utilizados estos mecanismos para el bien de toda la humanidad y para crear una sociedad planetaria de todos unidos y todos hermanos, se usan para controlar esta globalización anunciada por los profetas y soñadores como la utopía de un futuro mundo mejor y la convierten en una coyunda de dominación sobre las grandes mayorías poblacionales del presente y del futuro que tenemos por delante.
Es muy importante, desde un primer momento de la exposición de una moral básica que de fundamento a toda ética y muy especialmente a una Ética Política, Cristiana y Revolucionaria, poner en primer plano la función del trabajo en la vida social de los seres humanos. En el siglo XIX Federico Engels en su escrito “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre” con el que entre otras cuestiones importantes se propuso fundamentar su concepto ateo de la Filosofía, independientemente de lo cuestionable que pudiera ser desde el punto de vista de la espiritualidad de la vida esa tesis materialista específica, hay que reconocerle que puso en evidencia algo que en la realidad se ha venido comportando de esa forma en que lo analizó y es que el trabajo y el uso de herramientas y de concepciones que poco a poco se han ido haciendo cada vez más avanzadas desde el punto de vista científico del análisis de la naturaleza, del movimiento y de la vida misma, han sido un factor determinante, para el desarrollo humano en lo individual y en lo social en su conjunto.
La importancia decisiva como tal del trabajo creador cotidiano, es además recogida y exaltada en los viejos escritos de la historia de los pueblos, incluyendo la Historia Sagrada del pueblo de Israel que se expresa en lo esencial en lo que los cristianos denominamos precisamente el Antiguo Testamento, sobre el cual se erige nuestro Nuevo Testamento o Evangelio que recoge la Buena Nueva que vino Jesús, el hijo unigénito del Dios mismo, a anunciarnos a todos los seres humanos. Debe tenerse muy en cuenta que el Antiguo Testamento es un libro sagrado para las tres grandes religiones monoteístas de la humanidad: la judía, la cristiana y la islámica, ya solo por ese hecho es merecedor de una máxima consideración.
No es solo en el Evangelio de Jesús de Nazaret nacido en el seno de una familia obrera de la época, cuyo padre adoptivo y terrenal era José el carpintero quien desde muy joven enseñó a su excepcional hijo de naturaleza divina a trabajar su propio oficio, que Jesús ejerció con toda dignidad y dedicación durante los años que los estudiosos de la Biblia denominamos como de su vida oculta, sino que ya desde las Escrituras Sagradas de los hebreos, comenzando por el Génesis se ha venido exaltando la importancia que para los seres humanos tiene el trabajo creador, que de acuerdo con su concepción teológica intrínseca no es otra cosa que una manifestación maravillosa de lo que en la creación del mundo y los seres humanos resulta ser una acción en virtud de la imagen y semejanza de Dios que nos caracteriza a todos, porque Dios es un trabajador innato.
Comienza el Génesis relatando la creación misma de la vida y de la naturaleza en general. Cito textual lo que expresa como conclusión de esta jornada de 7 días ( son días bíblicos que desde el punto de vista teológico se corresponden con etapas y no necesariamente con el concepto del día de 24 horas del cual partimos en nuestro mundo de hoy) teniendo además muy en cuenta el lenguaje y la reiteración que es característico de la Biblia y de sus diversas traducciones:
“Concluyéronse, pues, el cielo y la tierra y todo su aparato, y dio por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó porque en él cesó Dios de toda la obra creadora que había hecho.” (Génesis 2, 1-3). Pero algo hay más preciso aún en lo referido a nosotros que nos expresa el Génesis:
“Tomó pues, Yahvé Dios al hombre y lo dejó en el Jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase.” (Génesis 2, 15). Más adelante después de que el hombre hubo cometido el pecado original de soberbia de querer ser como Dios, dice el texto que Yahvé le expresa
“con fatiga sacarás de él (se refiere al suelo) el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo pues de el fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás.”(Génesis 3, 17-20)
Posteriormente a partir de la división social del trabajo y del encumbramiento que se produce por parte de las clases dominantes que con el devenir del tiempo fueron poco a poco apoderándose de la plusvalía que producen los trabajadores, ocurre que el trabajo pasa a ser cosa de los esclavos y de las grandes mayorías explotadas que son las que lo construyen y posibilitan todo sobre la tierra. Es entonces que el trabajo pasa a ser una actividad que no se considera propia de los encumbrados que al decir de Marx se convierten en los lobos del hombre. En época de Jesús se manifestó aún entre sus coterráneos este desdén, cuando al oírlo predicar en la sinagoga manifestando una profunda sabiduría, algunos se preguntaron:
“¿De dónde viene a este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero?”
(Mateo 13, 54-55) Había en esa pregunta un implícito desprecio por el trabajo manual. Varias veces Jesús fue señalado por su raíz obrera y por ser él mismo un trabajador incansable.
En consecuencia, en el texto evangélico encontramos una frontera muy definida claramente entre los poderosos que vivían de los demás y los que trabajadores que producían todo lo necesario para la subsistencia del género humano. La opción de Jesús fue precisa y directa, siempre a favor del trabajo y de los que trabajaban. Su llamado permanente fue el de actuar, predicar y trabajar por el establecimiento del Reino que vino a anunciar que no es un reino temporal de este mundo sino el infinito Reino de los Cielos que también se denomina la Nueva Jerusalén, la Casa que no se acaba; en donde junto al Padre habitan todas las Utopías. Nuestra ética pues es la ética del trabajo creador.
Para finalizar quiero citar, con mucho cuidado de respetar su muy significativa y simbólica expresión y grafía, el poema en que el Obispo Pedro Casaldáliga se define a sí mismo como un trabajador incansable por el Reino de Dios.
Con un callo por anillo,
monseñor cortaba arroz,
¿Monseñor <<martillo
y hoz?
Me llamarán subversivo,
Y yo les diré: lo soy.
Por mi pueblo en marcha, vivo.
Con mi pueblo en marcha voy.
Tengo fe de guerrillero
y amor de Revolución.
Y entre Evangelio y canción
sufro y digo lo que quiero.
Si escandalizo, primero
quemé el propio corazón
al fuego de esta Pasión,
cruz de Su mismo Madero.
Incito a la subversión
contra el Poder y el Dinero.
Quiero subvertir la Ley
Que pervierte al pueblo en grey
y al Gobierno en carnicero.
(Mi pastor se hizo Cordero.
Servidor se hizo mi Rey.)
Creo en la Internacional
de las frentes levantadas,
de la voz de igual a igual
y las manos enlazadas.
Y llamo al orden de mal,
y al Progreso de mentira.
Tengo menos paz que ira.
Tengo más amor que paz.
…Creo en la hoz y el haz
de estas espigas caídas:
una muerte y tantas vidas!
¡Creo en esta hoz que avanza
-bajo el sol sin disfraz
y en la común Esperanza-
tan encurvada y tenaz!
El próximo capítulo estará dedicado a la ética del servicio que será un complemento de lo que hoy les he expuesto sobre el trabajo creador.
(SEMANARIO UNICORNIO, PERIÓDICO POR ESTO!, MÉRIDA, YUCATÁN, MÉXICO, PUBLICADO EL DOMINGO 2 DE SEPTIEMBRE DEL 2007)
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