Félix Sautié |
MORAL BÁSICA FUNDAMENTO DE TODA ÉTICA. LA ÉTICA DEL SERVICIO. PARA SER MAESTRO HAY QUE APRENDER PRIMERO A SER DISCÍPULO.
(XIIl)
Ética Política, Cristiana y Revolucionaria.
En el Evangelio de Juan, que es el Evangelio místico por excelencia y el Evangelio de los grandes misterios, se recoge una narración de la Última Cena de Jesús con sus discípulos pletórica de signos y detalles simbólicos de gran valor para todos los que tomamos muy en consideración el mensaje de la Buena Nueva que vino a traernos Jesús en su encarnación terrenal. La muy especial pedagogía cristológica correspondiente a una persona de excepcional valores humanos y divinos, conjunción única de quien en definitiva es el Hijo Unigénito de Dios, está manifestada no solo con sus palabras colmadas de parábolas, anécdotas, anuncios y reflexiones de inestimable valor en el tiempo, sino también por los signos, los pequeños gestos y las acciones que realizaba día a día en presencia de sus discípulos y de las grandes multitudes que acudían a oírlo, así como de los especiales encuentros sostenidos con diversas personas muy características de su época.
Precisamente en la Última Cena, que fue el último encuentro tranquilo del Maestro antes de su crucifixión, cada palabra, cada gesto y cada acción encierran muchos de los principales conceptos que conforman el legado imperecedero que dejara sin excepción alguna a los humanos de todos los tiempos, al decir bíblico. Son múltiples y no los podemos analizar de una vez, pero hay uno muy importante al que quiero referirme en este capítulo para continuar con la exposición de los principios esenciales de una Moral Básica que fundamente a la Ética Política, Cristiana y Revolucionaria que les estoy explicando en esta serie de trabajos.
En esta oportunidad voy a escribir sobre la Ética del Servicio de la cual además emana el principio básico de cualquier discipulado y maestría que pretendan alcanzarse y formarse a la luz del Evangelio. El objetivo central y la tarea esencial del Maestro es servir, pero a la vez ese maestro para haber llegado a su maestría tuvo primero que aprender a ser discípulo y a escuchar a quienes son capaces de enseñar algo, que en nuestro concepto cristiano, en última instancia no resultan ser solo las personas eruditas, algunas de las cuales incluso no poseen las cualidades necesarias para ejercer como maestro, sino que también consideramos que de cualquier ser humano incluyendo muy especialmente a los más humildes y desvalidos, podemos aprender mucho. En este orden de pensamiento se encuentra contenida una de las más sublimes enseñanzas de Jesús durante la Última Cena con sus discípulos que será el objeto central de este capítulo.
En Cuba uno de los grandes educadores cubanos de todos los tiempos, quien fue además un cristiano de profundas raíces, Don José de la Luz y Caballero, nos dejó como legado al respecto de estos temas, un criterio muy preciso, que él mismo puso en práctica durante toda su vida en el sentido, de que según su consideración instruir puede hacerlo cualquiera que se prepare para ello, pero que educar solo lo podrá hacer quien definitiva sea un Evangelio vivo en el desenvolvimiento de su vida. Este concepto lo llevó Luz Caballero como práctica esencial de su labor, que fue inspiración para las generaciones de patriotas que fraguaron con sus luchas y vidas ejemplares a la Nación Cubana, con José Martí como ejemplo supremo.
Hace algunos meses participé en una serie de conferencias que dictó en La Habana Fray Timothy Radcliffe o.p., quien fuera Maestro de la Orden de Predicadores (dominicos) de 1992 al 2003. De estos encuentros con Fray Timothy salí muy impresionado, al punto de que hube de publicar varias crónicas sobre su contenido, y entre las múltiples enseñanzas que sembró entre nosotros, hay algo de lo que dijo que viene muy al caso con el tema de este capítulo y que cito de acuerdo con la anotación que tomé entonces: “ Somos todos discípulos de los otros que quizás no tienen creencias”. Quisiera detenerme un poco en este concepto, pues Fray Timothy quien precisamente también explicó en La Habana un tema sobre las enseñanzas y signos de Jesús en la Última Cena con sus discípulos, con estas palabras nos expresó un concepto dirigido a vencer la soberbia intelectual de quienes se consideran maestros sin verse antes como discípulos permanentes, sobre la base de lo mucho que a todos nos queda por aprender a pesar de lo que hayamos podido estudiar. Además Fray Timothy nos llamó a no enquistarnos en nosotros mismos, sobre valorando lo que hayamos logrado y encerrándonos dentro de elites intelectuales y ni siquiera las que pudieran conformarse dentro de una misma fe. El concepto de Fray Timothy fue muy claro: mirar hacia los demás, hacia nuestros prójimos y apreciar todo lo que podemos aprender de ellos, de sus vidas, de sus experiencias y de las sabidurías contenidas dentro de la humanidad en su conjunto, sin hacer distinciones específicas sobre su fe ya que según nos planteó el buen fraile, también de los que no tienen creencias tenemos mucho que aprender. En esta mismo orden de pensamiento, nos llamó el padre Radcliffe a dar la mejor interpretación de lo que el otro dice y hace, porque según nos dijo al respecto: “Es muy importante que tengamos confianza que la verdad triunfará”, teniendo muy en cuenta también que: “El miedo solo se vencerá con el convencimiento de que la verdad al final de todo se hará evidente.”. Estas son ideas previas que necesariamente nos hacen desembocar en la concepción del Servicio a que estamos convocados, porque si la función principal del maestro es servir, entonces los discípulos lo más importante que aprenderán de su maestro, es la disposición al servicio permanente que coadyuvará necesariamente a una impronta que nos incline hacia los demás.
En su concepto sobre la Última Cena de Jesús con sus discípulos Fray Timothy nos dijo que precisamente fue “el choque de dos tipos de poder, el de las señales de la esperanza y el poder de la fuerza bruta.”, porque en su criterio cualquier historia anterior sobre el Mesías se derrumbó esa noche de Jueves Santo, cuando después de la Cena Jesús fue entregado por la traición de Judas al poder bruto que habría de crucificarlo. Pero entonces de acuerdo con las palabras del Padre Radcliffe que también anoté en mi cuaderno de notas, sucedió que “Cuando el futuro había desaparecido, tomó el pan lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Este es mi cuerpo entregado por vosotros”. Y es ahí donde Fray Timothy nos expresa que: “Nuestra esperanza se basa en el momento en que la esperanza parecía desaparecer”. Esto es muy importante porque nos expresa la atmósfera del ambiente en que Jesús explicó a sus discípulos que el principal papel del maestro es servir y fue precisamente en los momentos en que iba a ser entregado por uno ellos en manos de sus enemigos que se proponían darle muerte. En un momento verdaderamente crítico, como fue aquel, Jesús estaba pensando en el servicio a los demás, más allá de la preocupación por su propia suerte. Ejemplo sublime de entrega y desinterés total, en el que el maestro toma en sus manos una toalla y un recipiente para ponerse a lavar los pies de sus discípulos; ya que como se sabe, los judíos tenían una tradición muy acendrada de lavarse los pies cuando entraban a una casa. Jesús hizo una combinación del respeto por la tradición de los ancestros con lo nuevo que vino a predicar. Renovar sobre la base de lo anterior positivo.
De aquí la importancia que tiene la Última Cena y el testamento de frases, conceptos, pequeños gestos y símbolos que Jesús nos legó en esa oportunidad. En este orden de cosas voy a centrar mi atención en el profundo significado que tuvo el lavatorio de pies por parte del maestro a sus discípulos y el intercambio sostenido por Jesús con Pedro, cuando éste impulsivo como de costumbre, se negó a que el Maestro le lavara sus pies: “<<Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: Lo comprenderás más tarde>>. Le dice Pedro: <<No me lavarás los pies jamás.>> Jesús le respondió:<<Si no te lavo, no tienes parte conmigo>>…..<…>Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa y les dijo:<< ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.” (Juan 13, 6 al 8; 13,12 al 15. Biblia de Jerusalén).
Jesús optó por la mejor fórmula posible para explicar un concepto tan complejo para su época, pues entonces como aún ahora para muchas personas, sectores y latitudes, la idea de que quien fuera superior debía servir a los demás no se correspondía con la estructura y el funcionamiento de la sociedad. Era un concepto muy revolucionario e innovador que resentía las esencias mismas de toda la organización social. Pedro no pudo entenderlo en aquel momento, incluso en definitiva lo aceptó porque Jesús entonces le respondió con fuerza y autoridad y le advirtió que si no dejaba que le lavara los pies no podría ser su discípulo. Solo después de la Resurrección triunfante, por la cual Jesús emergió como el vencedor de la muerte y con la aparición del Espíritu de Dios en forma de llamas de fuego sobre las cabezas de los apóstoles y discípulos, fue que ellos entendieron que su papel era servir a los demás porque recibieron la fortaleza espiritual que necesitaban para salir del cenáculo en que se reunían después de la crucifixión de Jesús, para volcarse hacia los demás en el anuncio de la Buena Nueva del Evangelio. Entonces decidieron tomar también su cruz y seguir tras el ejemplo de Jesús, su único y verdadero maestro para servir a los demás. Este es el núcleo básico del principio del Servicio que conforma una moral y una ética volcada hacia los demás.
De nuevo es preciso volver sobre lo que en Mateo 25, 40, en done plantea Jesús a los justos durante el momento del Juicio Universal que se narra en esa perícopa: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hicisteis.” Explicando de esta forma una de las frases que antecede al contenido de lo que quiso exponerles con aquel pasaje de anticipación sobre el fin del universo y de la vida, que describe el acceso definitivo a todas las utopías posibles para el cristiano dentro de la Nueva Jerusalén, en donde se encuentra la Casa que no se acaba que es fin y principio de todo el peregrinaje terrenal: “Venid benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. (Mateo 25,34 B. J.)
Este es un concepto teológico de gran profundidad que da base y fundamento a la Moral de la Ética y del Amor que San Pablo expresa en su Primera Epístola a los Corintios: “Efectivamente, siendo libre de todos, me hecho esclavo de todos para ganar a los que más pueda…Que nadie procure su propio interés sino el de los demás…me esfuerzo para agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de todos, para que se salven…(1Cor 9,19, 24. B. J). Es un llamado claro para volcarse al servicio del prójimo que más adelante en la propia Encíclica Pablo desarrolla exhaustivamente de manera inequívoca definiendo la vocación del cristiano en el mundo y cito en extenso:
“Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles
si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo
que retiñe. Aunque tenga el don de la profecía, y conozca todos
los misterios y toda la ciencia; aunque tenga plenitud de fe
como para trasladar montañas, sino tengo caridad, nada soy.
Aunque reparta todos mis bienes, y entregue mi cuerpo a las
llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha.
La caridad es paciente, es amable, no es envidiosa, no es
jactanciosa, no se engríe, es decorosa, no busca su interés, no
se Irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia;
se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo
espera. Todo lo soporta.
La Caridad no acabará nunca…. (Cor 13, 1 al 8. B. J.)
Por otra parte, regresando de nuevo al momento de la Última Cena, encontramos que Jesús vuelve sobre Pedro a quien había seleccionado como vicario suyo en la tierra y lo recrimina en su orgullo como reacción al planteamiento de su Apóstol que le dice; “Yo daré mi vida por ti. Le responde Jesús:<< ¿Qué darás tu vida por mí? En verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces. >> (Juan 13, 37-38. B. J.). Eso fue muy importante dentro de la pedagogía de Jesús para que en definitiva comprendieran todos y muy especialmente quien había elegido como la piedra sobre la cual erigiría su Iglesia, que no podían encumbrarse detrás de nada que pudiera hacerlos considerarse como justos, libres de toda culpa y distintos a los demás. Esta idea fue esencial en su planteamiento de que el Maestro era ante todo un simple servidor de los demás y no algo distinto ni encumbrado.
Desde el punto de vista ético el concepto de sirviente que se corresponde con la obra del Maestro y con la de quien se considere más responsable, caracteriza toda la dinámica de su peregrinaje terrenal y del legado que deja a sus discípulos con el mandato explícito les plantea cuando dijo: “Yendo proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis…” (Mateo 10, 7-8. B J.)
Por otra parte cuando Juan el Bautista desde la prisión manda a sus discípulos que le pregunten a Jesús si él era el Mesías, la respuesta de Jesús fue clara en los signos de su vocación de servicio a los demás, pues les dijo: “Id y contad a Juan lo que oís y lo que veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva…” (Mateo 11, 4-5 B. J.). Jesús, pudiéndolo haberlo hecho y máxime con Juan el Bautista no se identifica diciendo que sí que él es el Mesías, sino que le muestra a los discípulos de Juan lo que está haciendo en servicio a los demás y le plantea que vayan y se lo cuenten. Más explícito no puede ser su criterio.
Con mayor claridad aún en sobre su misión de servicio a los demás se expresa cuando dice: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso.” (Mateo 11, 28 .B. J.) . Y cuando se refiriéndose a los Jefes de las naciones dijo a sus discípulos: “<<Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir y dar su vida como rescate por muchos. >>” (Mateo 20, 25 al 28. B. J.)
Podrían buscarse algunos argumentos más como aquella frase de Jesús de que por sus frutos los conoceréis, pero considero que con lo que les he expuesto hay suficiente para argumentar que dentro de lo que es la Ética Política, Cristiana y Revolucionaria el servicio y las disposición para servir a los demás es un principio irrenunciable que habrá de caracterizar la actuación humana y más aún la de los líderes.
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