Pedro Campos |
Qué
es socialismo
Pedro Campos Santos.
Si de Economía
Política se trata y no de quimeras, el socialismo es el
nuevo régimen económico-social de producción basado en nuevas
relaciones de producción distintas y superiores a las
existentes en el capitalismo: el cooperativismo y la autogestión.
Las crisis económicas en el capitalismo y en el socialismo de
Estado, causas, manifestaciones, consecuencias y soluciones. El
socialismo.
A la debacle del
“socialismo real”, a fines del siglo pasado, siguió una
indudable crisis del pensamiento socialista y del movimiento
obrero y revolucionario mundial. En la gran mayoría de los
partidos comunistas y en la izquierda en general cundió
la desesperanza. ¿Había sido aquello Socialismo? ¿Qué era
entonces Socialismo? El neoliberalismo se aprovechó de la
coyuntura para “decretar el fin de la historia” y arrancar a
la clase trabajadora muchas de las concesiones que había
logrado en más de un siglo de luchas por el derecho a huelga,
el salario mínimo, la jornada de ocho horas, y otras. El
imperialismo yanqui se creyó omnipotente.
La izquierda
internacional no tardó en empezar a recuperarse de la sacudida
y aparecieron los movimientos antiglobalización, alter
mundistas, contra el ALCA, por el respeto a los derechos humanos
de los pueblos y las minorías, las etnias, los ambientalistas,
y otros muchos. Como siempre, la acción, la realidad del
movimiento, se fue delante del pensamiento, como el hecho
precede al derecho, la práctica a la teoría, y el ser a la
conciencia social.
Los pensadores
-la intelectualidad de la izquierda- luego de un impasse
inicial, indagaron sobre las causas de la caída del socialismo,
que otros anteriormente ya habían previsto, y comenzaron
a proyectar nuevos “modelos” socialistas. Una buena
parte de sus análisis sustenta el desastre en las fallas del
sistema político, la mala dirección del Partido y otras por el
estilo y, no pocas proyecciones, partiendo de tales
evaluaciones, siguen, más de una década después, haciendo énfasis
en la necesidad de luchar por un “socialismo más humano, más
participativo, y más democrático”, sin abordar el
meollo del problema.
Las
contradicciones principales del “socialismo real”
deben buscarse en las relaciones de producción
No parece todavía
generalizado en la izquierda un consenso que identifique el
derrumbe de aquel “socialismo” partiendo de un análisis de
su Economía Política. Si para buscar las profundas
causas de las crisis capitalistas, debemos remitirnos a las
relaciones económico-sociales que contraen los hombres en el
proceso de producción, lo mismo debemos hacer, si queremos
encontrar las verdaderas razones sistémicas que condujeron al
desmoronamiento del “socialismo real”.
Intentar pues,
encontrar las causas principales de aquel desastre en el sistema
político de “democracia socialista” con sus muchos
defectos y violaciones, es tanto como pretender localizar las raíces
de las crisis capitalistas en sus formas de gobierno y
correspondientes desperfectos.
Cuando se instauró
la NEP (Nueva Política Económica) en 1921 en Rusia, en el
socialismo se introdujo el capitalismo de Estado, el cual
traspasó luego al socialismo de Estado el trabajo asalariado y
sus demás vicios naturales como el burocratismo y la corrupción.
A partir de entonces, las relaciones de producción en el
“socialismo real” se caracterizaban esencialmente por la
propiedad del Estado sobre los medios de producción, la
planificación centralizada y el trabajo asalariado, en forma
parecida al capitalismo, con la diferencia de que en el
capitalismo los medios de producción (capital constante) eran
aportados por el dueño capitalista y acá eran proporcionados
por el Estado. En ambos casos, los trabajadores tributaban la
fuerza de trabajo, que era pagada y mal pagada como una mercancía
más, destinada a producir la plusvalía en el capitalismo, plus
trabajo en el “socialismo”: el excedente.
Si “la
condición de la existencia del capital es el trabajo asalariado”
como se expresa en el Manifiesto del Partido Comunista (1), la
abolición del capital implica la eliminación de la condición
de su existencia: el trabajo asalariado. Esta
perogrullada fue livianamente borrada de la terminología
y la ideología revolucionarias por los que luego pretendieron
identificar el capitalismo de Estado con el socialismo.
En verdad, tal
“socialismo” que siguió basándose en el trabajo asalariado
no era más que una especie de capitalismo de Estado -sin dueños
capitalistas particulares- pero abigarrado, toda vez que el
capitalismo tiene como finalidad a la ganancia, mientras que
esta versión “socialista” de capitalismo estatal se
proponía la satisfacción de las necesidades crecientes
de la población, a realizar en la esfera de la distribución,
en forma similar al Estado de Bienestar, por medio de la
buena y sabia voluntad del aparato estatal que “representaba
los intereses de todo el pueblo”. Pero lo que califica a un
sistema no son sus fines enunciados, sino sus formas y medios
para conseguirlos.
Un problema histórico,
antiguo de la filosofía, vuelve a la palestra: la
correspondencia entre medios y fines. No es posible
cualquier fin con cualquier medio. Los fines no justifican los
medios, como afirmaba Maquiavelo, sino que los determinan.
Consecuentemente la construcción de una nueva sociedad, tiene
que ser realizada por nuevos medios, los que deben corresponder
a sus fines. El trabajo asalariado que es el medio de la
explotación capitalista, no puede ser, por tanto, el
medio para conseguir la sociedad sin explotadores ni explotados.
Así, las
raíces de las crisis del capitalismo, como las correspondientes
al socialismo estatal yacen en el régimen de explotación de la
fuerza de trabajo asalariada y la forma de propiedad, que a su
vez son las que determinan las maneras en que se distribuye el
excedente, todo lo cual permite que unos se apropien y dispongan
de la riqueza que otros producen.
Si las
contradicciones fundamentales del sistema capitalista son las
que se muestran entre el trabajo y el capital, y entre la
producción cada vez más social y la apropiación cada vez más
privada, las contradicciones fundamentales del socialismo de
Estado, por basarse en el mismo sistema de explotación
asalariada de la fuerza de trabajo (esencia de las relaciones de
producción capitalistas) tienen –pues- orígenes similares,
solo que, ahora las contradicciones son entre el trabajo y
el capital estatal, y entre la producción social y la apropiación
cada vez más concentrada en manos del aparato del Estado,
razones por las cuales, sus manifestaciones sí que no son
iguales.
A las
contradicciones clásicas del capitalismo, el socialismo de
Estado, basado en la propiedad estatal y el trabajo asalariado,
agregó otra crucial: la incompatibilidad entre los fines que se
persiguen y los medios para conseguirlos.
Manifestaciones
y consecuencias de esas contradicciones: las crisis en el
capitalismo moderno y en el “socialismo de Estado”
neo-capitalista.
El capitalista
como término medio social general, paga al obrero por su
fuerza de trabajo, pues necesita su reproducción para poder
seguir obteniendo la ganancia -la plusvalía- que extrae del
trabajo asalariado, su razón de ser, y solo puede subsistir
repitiendo sucesivamente sus condiciones de existencia,
invirtiendo nuevamente y cada vez más; pero como explica
Marx en la Ley de la tendencia decreciente de la cuota de
ganancia (2), ésta va disminuyendo en razón inversa al
aumento relativo de los medios de producción y las materias
primas, capital constante, que necesita crecer incesantemente, y
mucho más que el capital variable, la fuerza de trabajo, por el
nivel de desarrollo tecnológico y la necesidad de mantener la
competitividad.
El ciclo de
reproducción del capital, lo obliga sistemáticamente a
disminuir relativamente la inversión en el capital variable
–la fuerza de trabajo- y es así como se materializa en el
proceso de producción, el enfrentamiento entre el capital y el
trabajo, pues el capitalista se ve obligado a sacrificar
proporcionalmente a los productores en beneficio de su capital,
para mantener sus ganancias.
Por efecto de la
diferencia relativa cada vez mayor entre el capital constante y
el capital variable surgen y se desarrollan las crisis de
superproducción, las financieras, las de los mercados y otras
por el estilo, las cuales no son más que manifestaciones de la
agudización de las contradicciones irreconciliables en esa
relación entre el capital y el trabajo, en la organización de
la explotación asalariada, en la forma cada vez más
privada de la apropiación del excedente cuando la participación
en la producción es más extendida, más social.
El aumento sistemático
de los precios, que el capitalista evalúa sobre todo como
consecuencia de la Ley de oferta y demanda en la esfera del
consumo, en verdad tiene su base en el sostenido aumento del
costo de producción a consecuencia del inevitable incremento de
la inversión en capital constante que demanda la esencia
reproductiva del sistema.
Esas crisis, ya más
constantes que agudas, son las que llevan a reajustes y
regulaciones en la mano de obra, los despidos masivos, el
desempleo y el subempleo, las reducciones salariales, las
desapariciones de plantas enteras de producción, y otros,
mecanismos todos para tratar de evitar pérdidas, mantener los
precios y sobre todo sus ganancias a costa de la plusvalía.
El imperialismo,
trata de atenuar los efectos de sus crisis disminuyendo su
inversión en capital variable (fuerza de trabajo) y también,
procurando nuevos mercados y fuentes baratas de materias primas
y mano de obra que conducen al reparto del mundo y las guerras
de rapiña imperialistas; introduciendo el mayor
planeamiento posible de la producción con sus estudios de
mercado, y finalmente, acudiendo a la parcelación del capital
-para poder ejercer un mejor control- y a la autogestión
administrativa, en la cual, como se explica en trabajo anterior
del autor (3) el capitalista moderno llega a dar alguna
participación a los trabajadores en la propiedad por medio de
la venta de algunas acciones y por esta vía en el excedente.
Todas estas acciones alivian las crisis pero no las eliminan, en
tanto persistan sus principales contradicciones.
El
neoliberalismo, perfil con que se ha mostrado últimamente el
sistema capitalista en su fase imperialista, tratando de
mantener y aumentar sus ganancias y buscando al mismo tiempo
evitar sus inevitables crisis de siempre, ha acudido a reajustes
estructurales, la desregulación financiera y de los mercados,
la focalización de la seguridad social, las privatizaciones, y
la eliminación de los contratos colectivos e indefinidos de
trabajo, y otras tantas formas de lo mismo, que nunca resolverán
el fondo de sus problemas.
De hecho, las
crisis no se muestran iguales, pues si en el capitalismo son de
superproducción, en el socialismo de Estado se manifestaron
como déficit de producción.
Marx, en la Crítica
al Programa de Gotha (4) expresa: “El socialismo vulgar (y
por intermedio suyo una parte de la democracia) ha aprendido de
los economistas burgueses a considerar y a tratar la distribución
como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a
exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente
en torno a la distribución. Una vez que está dilucidada
la verdadera relación de las cosas, ¿porqué volver marcha atrás?
“
El socialismo de
Estado neo-capitalista, retomó aquella vulgarización del
socialismo e intentó erróneamente la justicia social
igualitaria en la esfera de la distribución y el consumo y no
en las relaciones de producción. Asumió el socialismo como una
mejor distribución. Por eso y por necesitar de un enorme
aparato burocrático para controlar sus recursos, el socialismo
estatal precisa de un volumen de financiamiento que solo puede
obtener de pagar salarios no directamente relacionados con los
resultados de la producción, y por tanto, como media general
social no paga con arreglo al trabajo, sino muy por debajo.
En consecuencia,
el socialismo estatal tiende a una mayor explotación de los que
trabajan, de la fuerza de trabajo (capital variable) para poder
intentar su “vulgar socialismo distributivo”, beneficiar a
los que menos producen y mantener los altos salarios, costos y
prebendas de su aparato burocrático, en lo que diluye la alta
cuota de ganancia que consigue súper explotando el trabajo
productivo.
El Socialismo de
Estado mostraba así su innata incongruencia entre las
relaciones de producción esencialmente capitalistas que
mantuvo, y su enunciada finalidad de satisfacer las necesidades
crecientes de la población. Algunas propuestas reformistas en
el socialismo de Estado, salpicadas de medidas neo keynesianas,
planteaban superar esta contradicción del sistema mejorando los
salarios de los trabajadores, aumentado su paga, remunerando las
horas extras, focalizando –igual que el neoliberalismo- la
seguridad social, estimulando el ahorro, aumentando las fuentes
de trabajo y otras que atenuaban pero no resolvían el problema
de fondo en las relaciones de producción y que, de
aplicarse consecuentemente, según el criterio “de cada cual
según su capacidad, a cada cual según su trabajo”, solo podían
hacerse a costa de la “justicia social que se propone en la
esfera de la distribución”.
La contradicción
entre ese principio de la distribución socialista, heredado del
capitalismo, y la intención de realizar la justicia social en
la esfera de la distribución, es otra evidencia más de la
incongruencia entre los fines y los medios del socialismo
estatal, toda vez que el cumplimiento de tal principio dejaría
al Estado sin los recursos suficientes para sostener su aparato
burocrático, realizar su reproducción ampliada y hacer
su bondadosa política distributiva. Queda así al descubierto
la necesidad de un cambio en los medios, en la forma de
organizar la producción, específicamente en el trabajo
asalariado y la forma de propiedad.
El no pago
adecuado de la fuerza de trabajo, por el socialismo estatal
trajo afectaciones a la reproducción de la clase
trabajadora, que se vio obligada a buscar salidas a su situación
fuera del trabajo productivo para el Estado ya sea en la
corrupción, el trabajo ilegal informal o en la emigración; la
producción perdía así el estimulo principal que ofrecía el
sistema para los trabajadores: su reproducción como clase
trabajadora y la satisfacción de sus necesidades, con lo cual
decaía el interés de los creadores de las riquezas por
la producción sistémica y las consiguientes disminuciones
relativas en la productividad y en medios producción y de
consumo que provocaban los inevitables déficit de ofertas de
mercancías. El socialismo de Estado trató de suplir entonces
su falta de estímulo material apelando a la solidaridad social,
con arengas, premios y compulsiones “morales” y otras formas
extraeconómicas.
Las causas de sus
desastres siempre eran buscadas fuera del sistema y lo mismo se
culpaba a la naturaleza por las malas cosechas, que a los
vaivenes del mercado internacional, o a las necesidades de la
defensa, la seguridad y otras, todas con ocasionales reales
-pero no determinantes- incidencias. Cuando no había manera de
culpar a estos elementos externos, casi siempre la culpa recaía
en los funcionarios “mal preparados” o los trabajadores que
“todavía no tenían conciencia para sí y necesitaban ser
educados política y económicamente”.
Para realizar su
ciclo de reproducción, que también demanda grandes inversiones
en capital constante como vía para tratar de aumentar la
productividad y la producción y mantener la competitividad en
el mercado mundial capitalista, el socialismo de Estado, también
se ve obligado a sacrificar, y cada vez más y en forma peor a
los trabajadores productivos que debían crear riquezas para
toda aquella distribución voluntarista, para la reproducción
ampliada del sistema y las políticas internacionales.
Como consecuencia
de la aplicación de este ciclo que afecta sobre todo a
los trabajadores productivos, irremediablemente se manifestaba
la constante y creciente tendencia hacia la disminución de la
productividad, el estancamiento económico, la inflación
y la escasez constante de recursos para la adquisición
de productos tanto del sector I -medios de producción-, como
del sector II -medios de consumo-.
Una de las
“salidas” que buscaba siempre el socialismo de Estado -que
monopolizaba los mercados de ambos sectores- para garantizar su
reproducción, era acudiendo a más restricciones en el sector
II que, a su vez, llevaba al aumento de los precios por la ley
de oferta y demanda, lo cual por término medio afectaba más a
los salarios de los productores directos que a los receptores
indirectos de beneficios (subsidios y prebendas) generales del
sistema que van por fuera del salario.
Otras de sus
“soluciones” clásicas era acudir a los créditos para
adquirir medios de consumo, deudas luego impagables por
improductivas y a las inversiones directas de capital
extranjero, que por su naturaleza arrastran todos sus vicios y
entran en contradicción con las regulaciones salariales y de
todo tipo impuestas por el capital estatal, por lo cual terminan
imponiéndose económicamente si se le permite el libre
desarrollo –caso chino-, o complicando las relaciones
sociales para finalmente retirarse si encuentra muchas
dificultades para su reproducción.
De otra parte,
los bajos salarios reales que precisa el socialismo estatal
neo-capitalista, como condición de su reproducción, incentivan
indirectamente el desplazamiento de muchos trabajadores
calificados y eficientes al trabajo individual, la producción
mercantil simple, que “increíblemente” se vuelve aquí más
rentable y productiva, por el simple efecto del auto respeto a
su reproducción, ocurriendo un proceso inverso al que se da en
el capitalismo que tiende a absorber de manera natural a la
pequeña producción. Esto explicaría la forma violenta en que
el neo-capitalismo “socialista” de Estado reaccionaba contra
la pequeña burguesía, expropiándola, tratando de imponerle
todo tipo de trabas y acusándola de generar “capitalismo”,
cuando en verdad se trata de aliados naturales de los
trabajadores.
La fuerza de
trabajo en ese socialismo de Estado era, por tanto, más
explotada y, por consiguiente, la contradicción entre el Estado
todo poseedor y el trabajo peor pagado, se hacía más
insostenible para los que producían directamente bienes o
servicios, lo que explicaría tanto la disposición mayoritaria
de sus productores -especialmente los más preparados- a pasar
al capitalismo clásico, como la mayor inestabilidad y
debilidad -en todos los órdenes- del socialismo de Estado.
Esas eran las
razones por las cuales, los obreros del socialismo de Estado
europeo, cuando se comparaban con los obreros del capitalismo
europeo, notaban que sus niveles de vida y consumo eran muy
inferiores. Y no estamos evaluando el consumismo inherente a las
clases explotadores, que nunca ha tenido nada que ver con el
consumo de la clase trabajadora para su reproducción.
Esta mayor
explotación relativa de la fuerza de trabajo productiva, tuvo
consecuencias doblemente contraproducentes, pues ocurrió que la
distribución del excedente resultante, era realizada además,
en función de intereses objetivamente predeterminados por la
separación real que existía entre los medios de producción y
los productores, y la consecuente existencia de un aparato
burocrático hiperbolizado, que haciendo las veces de dueño,
se veía obligado a cuidar y responder por sus bienes y su
propia reproducción como ente social, razón que lo llevaba,
cada vez más, a separarse de los intereses del pueblo y los
trabajadores. Este controvertido gasto burocrático afectaba a
su vez la reproducción ampliada del capital estatal.
Tal aparatazo,
por muy buenas intenciones que poseyera, situado fuera del
control real de la sociedad -sólo posible de realizar por
medio de la socialización de la propiedad y la apropiación en
beneficio de los colectivos obreros y sociales- tendió por
naturaleza, en razón de su posición respecto a los medios de
producción, al burocratismo y a la corrupción en grados
extremos.
La legalidad,
las libertades, la democracia y los derechos que se
suponían al Socialismo, eran violados como consecuencias de
aquel régimen de explotación encubierto y de las
necesidades lógicas de control del aparato burocrático para
mantener su dominio en aquella sociedad. El Estado, cuando debió
caminar hacia su extinción, disminuyendo sus funciones de
control social y económico en beneficio de los colectivos
sociales y de trabajadores, en cambio tendió a su
fortalecimiento y al desarrollo de nuevos sistemas y métodos de
controles cada vez más sofisticados y centralizados. En la práctica
aquel socialismo estatal, particularmente en la URSS, generó
formas en el comportamiento social de su burocracia, más
parecidas a las de los señores feudales que a las de los
propios capitalistas, como aquella de la nomenclatura cuyos
miembros -una especie moderna de apátridas atenienses- eran los
únicos que podían ocupar responsabilidades públicas.
Un factor
adicional que comprometió la inversión en el socialismo de
Estado, fue la carrera armamentista y el mantenimiento de un ejército
de enormes proporciones, que en el capitalismo es un escape para
la inversión de capitales ociosos y la creación de
fuentes de trabajo a costa del presupuesto-parásito del Estado
(5), pero para el Socialismo de Estado era un consumidor
improductivo de recursos, técnicas de alta tecnología y
finanzas que recaía directamente sobre los hombros y estómagos
de los trabajadores.
Si en el sistema
capitalista de producción, la tan cacareada “democracia
representativa”, no es más que una dictadura del capital
sobre el trabajo, en aquel socialismo de Estado, la dicotomía
engendrada y desarrollada entre el Estado todo poseedor y el
pueblo trabajador, convertía en realidad a la “democracia
socialista”, en la dictadura del aparato del Estado
neocapitalista sobre el trabajo, igualmente.
Como resultado,
las contradicciones propias del capitalismo traspasadas al
neo-capitalismo estatal creído socialismo, en lugar de ser
resueltas, fueron agudizadas aun más, aunque sus
manifestaciones, y consecuencias fueran distintas.
Entonces vino,
necesariamente, a hacer acto de presencia la ley general del
desarrollo de la historia humana, descubierta por Marx y
descrita brillantemente en su Prólogo a la Contribución de la
Crítica de la Economía Política, según la cual: “En la
producción social de su vida, los hombres contraen
determinadas relaciones que son necesarias e independientes de
su voluntad, que corresponden a una determinada fase de
desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de
estas relaciones de producción forma la estructura económica
de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la
superestructura jurídica y política y a la que corresponden
determinadas formas de conciencia social. El modo de producción
de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política
y espiritual en general. No es la conciencia del hombre lo
que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es
lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase
de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad
entran en contradicción con las relaciones de producción
existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de
esto con las relaciones de producción dentro de las cuales se
han desenvuelto hasta allí. De forma de desarrollo de las
fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas
suyas. Y se abre así una época de revolución
social.” (6)
Aquel intento
socialista, devenido capitalismo total de Estado, mezcla de
viejos métodos -“las armas melladas del capitalismo”, según
el Che, entre las que se destaca como principal el trabajo
asalariado- para nuevos propósitos, fue superado por el
agotamiento político de las masas trabajadoras, aprovechado por
los nuevos capitalistas creados por aquel mismo Estado, que
buscaban un mejor despliegue de las fuerzas productivas
contenidos en aquella sociedad y todavía
organizadas sobre la base del trabajo asalariado. Las relaciones
de producción capitalistas, fueron así depuradas de las
reminiscencias feudales que surgieron con el socialismo de
Estado.
La solución
de las contradicciones en el capitalismo y en el socialismo de
Estado. El Socialismo.
Ya en trabajo
anterior citado, explicaba que la nueva forma de producción
socialista había sido descubierta por Marx, en el régimen de
trabajo de las cooperativas nacidas en el propio seno del
capitalismo. Este sistema de producción elimina las
contradicciones entre el capital y el trabajo y entre la
producción social y la apropiación privada, en tanto que
los propios trabajadores asociados, dueños colectivos de sus
medios de producción, se auto sirven (la palabra explotan ya no
cabe) de su fuerza de trabajo; administran democráticamente su
gestión productiva y controlan y distribuyen el excedente.
Si de Economía
Política estamos tratando y no de quimeras y utopías, el
socialismo es por tanto el nuevo régimen económico-social de
producción basado en el cooperativismo y la autogestión,
llamado a sustituir al sistema de explotación
capitalista, cimentado en el trabajo asalariado y la propiedad
capitalista, privada o estatal. Este nuevo régimen, que ya no
tendrá como propósito la producción de mercancías para
obtener la ganancia, la plusvalía, en su desarrollo conducirá
al comunismo, y la lógica de su Economía Política será
distinta a la de la producción mercantil.
Los caracteres
colectivistas, democráticos y libertarios que respectivamente
portan las formas de propiedad, gestión, y distribución de las
relaciones cooperativistas y autogestionarias, serán los que se
proyectarán en las instituciones políticas, sociales,
judiciales e ideológicas de la superestructura de la
nueva sociedad; tanto como los caracteres privados,
antidemocráticos y autoritarios inherentes a la propiedad, la
gestión, y la distribución de las relaciones de producción
capitalistas, se manifiestan en las instituciones políticas,
sociales, jurídicas e ideológicas de su superestructura.
Guardando dichos
caracteres, ya las formas y maneras específicas que asuman las
organizaciones e instituciones políticas, sociales, jurídicas
y otras de la conciencia social, así como los demás aspectos
de la superestructura tendrán expresiones tan variadas como
diversos son la idiosincrasia, la cultura, la historia y el
desarrollo económico de cada país; tal y como ocurrió en el
capitalismo, que teniendo la misma forma de explotación en
todas partes, sus maneras y entramados políticos y
superestructurales fueron y son, muy diversos, pero manteniendo
la esencia, el sello de sus caracteres sistémicos.
En consecuencia,
pretender un “modelo” de estructura organizativa,
estatal, política, jurídica o sociocultural, o un
conjunto de normas que rijan la nueva superestructura
socialista, sería tanto como intentar negar la rica diversidad
de la humanidad. Algunos insisten en definir que serán
sociedades humanísticas, libertarias, democráticas,
inclusivas, etc., lo cual parecería una redundancia, toda vez
que tales cualidades íntegramente -que siempre fueron propósitos
del pensamiento revolucionario de todos los tiempos, convertidos
en letra muerta en todos los regímenes prehistóricos de
la humanidad- solo pueden manifestarse como fines y medios
al mismo tiempo, a través del desarrollo y avance de la
nueva sociedad basada en esas nuevas relaciones socialistas de
producción que, como hemos visto, hasta ahora no han sido
predominantes en ninguna sociedad.
C. Marx, en el
Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los
Trabajadores, señala: “Pero estaba reservado a la Economía
política del trabajo alcanzar un triunfo más completo todavía
sobre la Economía política de la propiedad. Nos
referimos al movimiento cooperativo, y sobre todo a las fábricas
cooperativas, creadas sin apoyo alguno, por iniciativa de
algunos obreros audaces.
Es imposible
exagerar la importancia de estos grandes experimentos sociales,
que han mostrado con hechos, no con simples argumentos, que la
producción en gran escala y al nivel de las exigencias de la
ciencia moderna, puede prescindir de la clase de los patronos,
que utiliza el trabajo de la clase obrera; han mostrado
también que no es necesario a la producción que los
instrumentos de trabajo estén monopolizados como instrumentos
de dominación y de explotación contra el trabajador mismo; y
han mostrado, por fin, que lo mismo que el trabajo esclavo, lo
mismo que el trabajo siervo, el trabajo asalariado no es sino
una forma transitoria inferior, destinada a desaparecer ante el
trabajo asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo y
alegría.” (7)
Este sistema,
sustentado en la autogestión obrera, que Marx y Engels
identificaron en múltiples ocasiones como la nueva forma de
trabajo llamada a sustituir el régimen asalariado, fue también
la que señaló Lenin en 1923, como la vía para avanzar en el
socialismo, en su último e importantísimo trabajo teórico
relativo a la construcción socialista: “Sobre la Cooperación”
(8).
Si en 1864, hace
casi siglo y medio, ya Marx reconocía que no eran
necesarios los capitalitas ni el trabajo asalariado para la
producción en gran escala, y lo mismo expresaba Lenin en 1923
en aquella Rusia atrasada y destruida, no parece
sostenible hoy el argumento de que el capitalismo (de Estado o
el que sea) sigue siendo necesario para desarrollar las fuerzas
productivas, toda vez que salvo las sociedades tribales
selváticas que todavía quedan en África y en algunas zonas
americanas y asiáticas, en el resto del mundo existen, por lo
menos, niveles medios de capitalismo. Tales presunciones
parecerían más bien justificar ínfulas hegemónicas de
individuos o grupos, cuando no visiones consumistas del nuevo régimen.
Tan cierto es que
la autogestión obrera es el camino a la solución de las
contradicciones del capitalismo, que muchas empresas
capitalistas modernas emplean parcialmente el sistema
autogestionario surgido en el cooperativismo, para evitar
el paro obrero, procurar una mayor participación de los
trabajadores en la gestión empresarial y, por esa vía, tratar
de preservar el sistema capitalista, lo cual fue tratado en artículo
ya citado.
Si las
contradicciones fundamentales del sistema capitalista, se
resolverán a través del trabajo asociado cooperativo -la
Autogestión Empresarial Obrera y Social- y ya vimos que las
contradicciones del socialismo de Estado neo-capitalista son
esencialmente las mismas, no así sus manifestaciones, la lógica
indicaría que la solución de sus contradicciones podría
ser, de suyo, igual también, a partir de la autogestión
obrera. Sin embargo, la práctica ha traído otros resultados.
Allí -caso típico
URSS- donde el desarrollo del capitalismo estatal
“socialista” se hizo absoluto, total, y degeneró a
formas semi-feudales, evolucionó hacia el capitalismo clásico
que significaba un paso de avance, por cuanto comportaba una
liberación de las fuerzas productivas que el Socialismo de
Estado neocapitalista constreñía. Cuando, como en China, el
capitalismo de Estado evolucionó a su forma clásica con
participación también de capitalistas individuales, la
tendencia ha sido a la paulatina absorción del capitalismo
estatal por el capitalismo nacional e internacional. Está por
demostrar aún que el capitalismo de Estado, sea capaz de
conducir al socialismo, lo cual, de acuerdo con la experiencia
práctica hasta el momento, podría ser posible antes de que
degenere a formas semi-feudales o sea devorado por el
capitalismo nacional y extranjero.
Hay una
diferencia muy clara entre la experiencia rusa y la china, de
capitalismo de Estado: En la URSS el capitalismo de Estado
“socialista” tuvo que fracasar para que se implantara el
capitalismo clásico, en China lo implantó el propio socialismo
estatal.
Se trata de que
acabemos de entender que nunca en el socialismo anterior,
llegaron a predominar las relaciones socialistas de producción
basadas en el cooperativismo y la autogestión obrera y que se
quedó estancado en el neo-capitalismo de Estado. Nunca se creó
la base económica socialista. Esto fue así porque las
Revoluciones políticas en Rusia y China que comenzaron las
Revoluciones sociales con la expropiación a los
expropiadores, no las culminaron al quedarse varadas en la
concentración de la propiedad en el Estado y continuar
aplicando el régimen de explotación asalariado, por lo
cual no cambió la esencia de las relaciones de producción, no
cambió la base de la sociedad al no socializar la propiedad y
la apropiación. Aquel engendro resultante fue después erróneamente
identificado, divulgado y aceptado como “socialismo”, no
obstante las diferencias en los niveles de desarrollo, las
idiosincrasias y las culturas de ambos países.
El mantenimiento
y fortalecimiento del capitalismo estatal en el
“socialismo”, fue el que impregnó a aquellos Estados
“socialista”, a sus gobiernos y demás instituciones de sus
superestructuras de sus enajenantes formas antidemocráticas,
autoritarias y explotadoras.
Estas
experiencias corroboraron una vez más en la Historia que las
revoluciones políticas para hacerse irreversibles, deben
cumplir ineludiblemente su ciclo social, pues de lo contrario se
quedan en los marcos de la superestructura, que siempre tenderá
a responder a la base -fuerzas productivas y relaciones de
producción- sustento de la reversibilidad. Es imposible un
nuevo modo de producción sin su nueva base. Son imposibles los
paradigmas socialistas, sin las correspondientes relaciones de
producción en su base económica.
El capitalismo de
Estado, importado al socialismo con la NEP, fue concebido
inicialmente solo como una necesidad temporal para sacar a Rusia
del desastre de la guerra, la intervención extranjera y el
comunismo de guerra, pero tanto se desarrolló y creció en
lugar de las relaciones socialistas de producción -el
cooperativismo y la autogestión- que las desplazó hasta llegar
a imponerse casi totalmente. He ahí el germen de la debacle.
Luego de la
muerte de Lenin, la concepción marxista y leninista,
sobre el carácter cooperativista de las nuevas relaciones de
producción socialistas, fue secuestrada y suplantada por la
noción del neo-capitalismo de Estado ya analizada. Hubo
cooperativas, sí, pero solo en la agricultura y limitadas
en todo sentido, y se intentaron formas en línea con la
autogestión, pero siempre obstaculizadas por el centralismo
burocrático.
El único país
europeo que avanzó a cambios importante en las relaciones de
producción, en la base de la sociedad fue Yugoslavia, cuyo
proceso autogestionario fracasó porque se violaron los
principios mismos de la Autogestión Empresarial Obrera y
Social, especialmente la democracia de la gestión y el carácter
social de la autogestión, violaciones que estimularon las
contracciones étnicas, regionales y religiosas de aquel Estado
multinacional.
La Liga de los
Comunistas de Yugoslavos (LCY) que primero apoyó la plena
autogestión a nivel empresarial, no supo contrarrestar sus
fuerzas centrífugas naturales con la autogestión social
socialista (el cooperativismo visto como sistema social
integral) capaz de promover precisamente la fuerza centrípeta
que garantiza la unidad del conjunto. La LCY trató luego de
remediar la situación imponiendo una mayor centralización que,
en lugar de detener la desintegración, la aceleró y estimuló
aun más las agudas contradicciones subyacentes en aquella
complicada sociedad.
Esta experiencia
es muy importante en tanto que ha permitido darle base científica
a la noción de la autogestión social enunciada por los
clásicos, como una combinación de la autogestión empresarial
con la social.
El otro factor
que torpedeó y ayudo a hundir la autogestión yugoslava fue el
estrangulamiento a dos manos que escenificaron el
Estalinismo y el Imperialismo. El primero aisló económica y
políticamente a Yugoslavia del existente campo socialista,
empujándolo al comercio y los créditos de Occidente, de lo
cual el Imperialismo se aprovechaba para penetrar sus
capitales y exacerbar las contradicciones internas que
enfrentaba el novel sistema yugoslavo.
La experiencia
del socialismo europeo, especialmente de la URSS que
tomamos como modelo de análisis, demostró que la Revolución
social no puede detenerse en ninguna fase y que mientras mayor
sea la consolidación del capitalismo de Estado en el
socialismo, mayores serán las dificultades que encuentre el
avance hacia las formas socialistas de producción. Tal descarrío,
resultó en un régimen mucho más contradictorio que el propio
capitalismo, como ya vimos, y provocó también formas más
antagónicas en la superestructura, como el totalitarismo, el
abuso de poder, la superexplotación, el burocratismo aberrante,
la represión, la corrupción generalizada y otras, razones por
las cuales estaba destinado a desaparecer mucho más rápido que
el propio sistema capitalista y derivar al capitalismo clásico.
El momento de
reorientar el camino hacia relaciones socialistas basadas en el
cooperativismo y la autogestión, en el caso de Rusia, lo señaló
Lenin en 1923, un año antes de su muerte, en su crucial obra ya
citada Sobre la Cooperación, pero para desgracia de Rusia y el
socialismo mundial, el Partido Comunista dirigido por Stalin
siguió el camino del fortalecimiento del capitalismo de Estado.
Cuando vino la
debacle, el capitalismo clásico fue la opción a mano para
aquellos pueblos, pero no porque fuera mejor que el socialismo
que nunca existió, que nunca se probó, sino porque
representaba algunas ventajas respecto al neo-capitalismo de
Estado creído socialista, como ya se ha explicado.
Aquellos trabajadores, agobiados por decenios de explotación y
opresión política en nombre del “comunismo”, encontraron
muchas dificultades para emprender el verdadero camino
socialista pues no tenían el control necesario sobre el Estado
ni sobre los medios de producción que, en su caso, intentó
la perestroika en la URSS, pero que fue incapaz de concretar.
Esta es una lección muy importante de aquella historia.
Fueron las
contradicciones señaladas, las causantes sistémicas
principales del desmoronamiento más, que las abundantes
desviaciones políticas resultantes de aquellas, como la mala
dirección, las “insuficiencias democráticas”, y
otras razones, todas presentes, pero ninguna determinante. Toda
esta sería una breve pero plausible explicación, desde el
punto de vista de la economía política marxista, al desastre
del “socialismo real” que, por mucho que quisiera ignorar
las leyes de la producción capitalista, por basarse en la
explotación del trabajo asalariado, se mantenía
inevitablemente atado a ellas.
Si aquel desvarío
basado en el control total del Estado sobre el capital, llevó
al desastre a la Europa que pretendió el socialismo, en
China el predominio mayoritario del control extranjero y
privado sobre el capital, en relación con la parte que controla
el Estado y donde el cooperativismo existe solo comunalmente en
alguna regiones y es muy débil, está conduciendo a una
forma más clásica de capitalismo de Estado, pero capitalismo
al fin, donde además de éste, existen otros capitalistas
privados nacionales y extranjeros que ya van siendo
predominantes y se sirven de aquel y la larga tenderán,
naturalmente, a devorarlo con la privatización creciente. “El
desarrollo” que se aprecia en China, no es por tanto, el
desarrollo del socialismo, sino el desarrollo del capital
extranjero, privado y estatal, por ese orden, a costa de la
explotación de los trabajadores y el pueblo chinos.
La reacción
internacional ha presentado aquel desastre de los años 90
como consecuencia de la rebeldía obrera y popular contra el
socialismo, para tratar de denigrarlo, cuando en verdad fue
contra la desviación del socialismo y la más grande evidencia,
en la segunda mitad del Siglo XX, de rechazo popular a la
explotación y la conculcación de los derechos ciudadanos en
que había degenerado aquel intento socialista devenido
neo-capitalismo estatal.
Aunque el
Imperialismo no lo entienda, no pueda entenderlo, ni tampoco
muchos luchadores sociales que veneraron de lejos aquel
”socialismo” y, equivocadamente, crean que la caída del
capitalismo de Estado “socialista” degenerado
semi feudal sirvió para fortalecer el viejo régimen burgués,
en verdad tal desastre fue más bien el anuncio del derrumbe
total del sistema capitalista, casi cesariano en aquellos países,
una clarinada, intangible testimonio de que la clase trabajadora
moderna y los pueblos se cansaron de soportar la explotación
y la falta de libertades, no importa su origen.
Como dijera el
Presidente cubano Fidel Castro durante su reciente visita a
Argentina, por el camino que va, al Imperialismo no debe
quedarle más de medio siglo de vida. Quizás, pueda durar algún
otro tiempo, su agonía, en la medida en que asuma la autogestión
administrativa, una imitación parcial de la autogestión
obrera, como vía para atenuar la contradicción entre el
capital y el trabajo, que ciertamente solo resolverá la
revolución que socialice los medios de producción y la
apropiación.
Evidentes
demostraciones de que vivimos la centuria final del sistema
capitalista, las encontramos en la incapacidad de los partidos
burgueses de la mayoría de los países del antiguo socialismo
de Estado para estabilizar su pleno control y al propio régimen
capitalista, la derrota político-militar norteamericana que se
vislumbra ya en Irak, la agudización de todas las
contradicciones del imperialismo que genera el incontrolable
consumo de energía y sus consecuentes altos precios, el revés
israelí en el Líbano, el desmarque de la política
norteamericana en el Medio Oriente asumido por muchos de sus
aliados, el rechazo al ALCA y al neoliberalismo en América
Latina, el surgimiento de regímenes populares pro-socialistas
en Venezuela y Bolivia que a su vez potencian el socialismo en
Cuba, la aparición de gobiernos democráticos de izquierda
antiimperialistas en varios países latinoamericanos y los
crecientes movimientos masivos por reivindicaciones sociales y
políticas en Estados Unidos, Francia, México, Ecuador y
otros.
El propio avance
acelerado del capitalismo en Rusia y China, a consecuencia
del boom petrolero y de la explotación masiva de la mano de
obra barata china por el capital internacional respectivamente,
solo puede conducir en el mediano plazo a una mayor
agudización de las contradicciones propias del sistema en su
fase imperialista, lo cual se manifestará en nuevas y más
constantes y agudas crisis económicas de superproducción y
luchas por el control de los mercados y de las fuentes de
materias primas.
Politólogos de
la izquierda moderna escriben sobre la necesidad de un “nuevo
socialismo”, la conveniencia de reformularlo y repensarlo, en
la búsqueda de un socialismo “moderno”, del Siglo XXI, el
del “futuro”, el “deseable” o el “posible”, buscándole
mejores atributos a la forma de distribución, a sus
instituciones democráticas y representativas, a sus leyes “más
humanas”, a sus “libertades de creación, expresión y
manifestación”, fenómenos todos de la superestructura, que
en realidad se verificarán más por la práctica del
perfeccionamiento de la nueva sociedad sobre su propia marcha,
que por las construcciones ideales de mentes bienintencionadas
o de las mejores plumas humanísticas. Algunos intelectuales han
llegado a elucubrar sus “construcciones
socialistas” fuera del marxismo, en banal ejercicio sibilino.
Muchas de estas
“variantes” que concentran su atención en las bondades que
debe presentar el “nuevo socialismo”, sobre todo en la
esfera distributiva y sus alicientes libertarios, olvidan,
desconocen –tal vez-, que las formas de expresión jurídica,
política y social, están indisolublemente ligadas y
determinadas por las relaciones de producción y propiedad que
junto al desarrollo de las fuerzas productivas, constituyen la
base sobre la cual se erige todo el andamiaje de la
superestructura social y, particularmente, la distribución del
excedente.
Las relaciones de
producción en las que se basará el nuevo régimen, la
Autogestión Empresarial Obrera y Social, el cooperativismo,
anularán las irreconciliables contradicciones del capitalismo,
porque los propios dueños colectivos y asociados de los
medios de producción auto “explotarán” democráticamente
su fuerza de trabajo y distribuirán el excedente, sistema de
trabajo que sustituirá al “trabajo asalariado forma
transitoria inferior, destinada a desaparecer ante el trabajo
asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo y alegría.”
El objetivo del
nuevo sistema no será ya la producción de mercancías, para
obtener ganancias a través de la plusvalía, nacida del trabajo
asalariado y realizada en el mercado. La lógica de la nueva
organización productiva socialista, a la que se llegará a través
de un proceso y no de golpe, se distanciará
paulatinamente de la anterior, en la medida en que el
intercambio de mercancías vaya siendo sustituido por el
intercambio de equivalentes.
De manera que:
ley del valor, trabajo abstracto, valor de uso y valor de
cambio, mercancía, mercado, plusvalía, ley de oferta y
demanda, ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia
y demás leyes y categorías de la economía mercantil, seguirán
funcionando por tiempo indeterminado, mientras las relaciones de
producción socialistas llegan a ser predominantes, pero se irán
modificando hasta desaparecer en el traspaso del umbral del
comunismo, que basará su sistema productivo en otros medios y
fines, a los que corresponderán otras leyes y categorías.
Como el
socialismo se irá consolidando paulatinamente por países y a
escala internacional en la medida en que vayan predominando las
relaciones socialista de producción (léase cooperativismo y
autogestión), no parece probable ni científico definir desde
ahora, cuándo sería posible considerar que se haya terminado
de construir la primera fase socialista de la nueva sociedad,
fenómeno que, de acuerdo con el análisis de los anteriores regímenes
de producción, debería más bien ser considerado como un
proceso en desarrollo, sin pretender tabiques infranqueables.
Una honesta
distribución democrática del excedente, una verdadera igualdad
que permita similares accesos a la cultura, la salud, la educación,
el deporte, la recreación, y a una seguridad social efectiva;
una auténtica igualdad ante la ley de las mujeres, las etnias,
los religiosos y los discriminados por cualquier razón; una
fidedigna democracia participativa que brinde a todos por igual
posibilidades de ser electos para responsabilidades sociales;
una real libertad de creación y expresión humanas solo son
posibles en una sociedad de hombres libres, que no estén
obligados a vender a nadie su fuerza de trabajo para vivir y
resolver sus necesidades.
Tal sociedad irá
apareciendo en la medida en que los medios de producción vayan
siendo francamente socializados y primordialmente pertenezcan en
propiedad o usufructo a los colectivos de trabajadores
asociados, quienes se auto sirvan de su fuerza de trabajo
y no ningún capitalista, sea individual o estatal.
Ciertamente, la
nueva sociedad socialista sigue siendo hoy una intención. Lo
ocurrido hasta ahora más bien serviría para explicar lo que no
es socialismo, como muy acertadamente describe el Profesor
Michael A. Lebowitz, en su reciente artículo ¿Qué es el
socialismo?, casi de mismo nombre que éste (9). De manera que
intentar teorizar sobre la Economía Política de la nueva
sociedad, debe partir de las proyecciones que nos legaron los clásicos
y precisamente de esas fallidas experiencias y de las que se
mantienen en la contienda, todo lo cual permite solo
ascendientes generales, a mi juicio.
Ese nuevo sistema
socialista que armonizará los intereses de la sociedad
con los de las regiones, los de los colectivos de trabajadores,
los de los trabajadores mismos y con los de la naturaleza, es el
único que puede salvar a la humanidad y a nuestro planeta
de perecer a causa de la insaciable voracidad del
imperialismo.
Los grandes
problemas globales que enfrenta la humanidad, los múltiples
problemas medioambientales, las enfermedades, la paulatina
escasez de recursos no renovables, el hambre crónica de pueblos
enteros, las migraciones incontrolables, la sustentabilidad, los
choques de culturas y religiones, el terrorismo internacional y
de Estado, el narcotráfico, las amenazas de guerras infernales,
el armamentismo nuclear y de otras armas de exterminio masivo,
un verdadero nuevo orden económico internacional, y las crisis
de todo tipo, irán encontrando soluciones estables en la medida
en que vaya avanzando, internacionalmente, el nuevo régimen
económico-social socialista sobre las bases democráticas
libertarias y colectivas que proporcionan la Autogestión
Empresarial Obrera y Social.
Todas esas
pandemias persistirán mientras existan el imperialismo y el régimen
capitalista, cuya naturaleza sistémica, los engendra,
reproduce, facilita o simplemente ignora. Pretender su solución
a partir de la buena voluntad de los grandes y pequeños
poderosos para que cambien sus políticas, ha sido una de las
tantas quimeras del complejo Siglo XX, y de las elites del
Socialismo de Estado.
La fuerza de los
trabajadores y los desposeídos, está en su número: usémosla.
La unidad internacional de todos los trabajadores, en todos los
países, su frente común contra el capital internacional, debe
ser retomada. Impulsemos por todas las vías posibles,
principalmente en el seno de los países capitalistas
desarrollados, en sus masas de trabajadores la conciencia de que
el régimen de explotación capitalista y especialmente sus
grandes magnates, son los responsables directos o indirectos de
todo el desastre que ya vive una parte de la humanidad y hacia
el cual avanza el mundo. Ese régimen es el que hay que superar.
La forma de iniciar y lograr el cambio ya es cuestión de las
circunstancias históricas concretas de cada país, de sus
trabajadores, de sus respectivos pueblos.
Simplemente hay
que rescatar a Marx. La lucha por el “nuevo”
socialismo autogestionario, colectivista democrático y
libertario, en el seno del Imperialismo, en las modernas
sociedades capitalitas, es la clave para la solución de los
grandes problemas de la humanidad. La globalización que no es
otra cosa que la internacionalización y la concentración cada
vez mayor del capital prevista por los fundados del Socialismo
Científico (identificativo que algunos prefieren no usar)
posibilita como nunca antes la unidad de las luchas contra el
imperialismo entre los distintos destacamentos nacionales de la
clase obrera moderna, los movimientos sociales y alter
mundistas y las reivindicaciones de los países en
desarrollo y más atrasados, teniendo como fin común la lucha
por la autogestión social.
Solo una sociedad
capaz de estructurarse sobre la base del predominio de las
nuevas relaciones de producción, entendidas como el
cooperativismo y la autogestión social, posibilitará la
realización de todas las aspiraciones democráticas,
libertarias, humanas y socialistas que las mentes progresistas
de todos los hombres, en todas las épocas, han desarrollado
como arquetipos de la humanidad y posibilitará superar todas
las grandes contradicciones y retos que actualmente enfrenta la
humanidad, derivados del capitalismo en su fase final.
Conseguir ese
socialismo añorado por muchos, esos paradigmas sociales, pasa
por la lucha consecuente, en todos los países, de todo el
movimiento obrero, revolucionario y progresista, por el
establecimiento paulatino del nuevo régimen social basado
en el predominio de las relaciones socialistas de producción:
la autogestión empresarial obrera y social.
Entonces, será
el Socialismo y comenzará la verdadera historia humana.
Publicado en Kaosenlared el 29 de
septiembre del 2006
http://www.kaosenlared.net
/noticia.php?id_noticia=24223
Bibliografía.
1) C.Marx y F.
Engels, El Manifiesto del Partido Comunista. OE. en tres tomos.
T-I. Editorial Progreso. Moscú 1973
2) C. Marx. El
Capital. T-III, Sección Tercera. Ley de la tendencia
decreciente de la cuota de ganancia. Editorial de Ciencias
Sociales. La Habana, 1973
3) La forma genérica
de la producción socialista es la Autogestión Empresarial
Obrera. Debe extenderse socialmente. Publicado en las revistas
digitales Rebelión, Insurgente, Aporrea, Kaosenlared, Analitica.com,
y Lafogata el 29 de Agosto de 2006
4) C. Marx. Crítica
al Programa de Gotha, O.E, en tres Tomos,
T-III, Editorial Progreso, Moscú 1974
5) A reservas de
que los presupuestos actuales del imperialismo, merecen un análisis
especial aparte, como quiera que se les mire, constituyen una
institución parásita que se alimenta de los contribuyentes
para beneficio general principal del sistema capitalista
moderno. Nota del autor.
6) C. Marx. Prólogo
de la Contribución a la Crítica de la Economía Política. C.
Max y F. Engels OE. en tres tomos. T-I. Editorial Progreso. Moscú
1973.
7) C. Marx.
Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de los
Trabajadores. OE. en tres tomos. T-II. Editorial Progreso. Moscú
1973
8) V.I. Lenin.
Sobre la Cooperación. OC. T- XXXIII. Editora Política.
La Habana.1964
9) Michael A.
Lebowitz. ¿Qué es el socialismo? Publicado en La Haine el
11.08.06
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