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PRÓLOGO
Rafael Guerra Alemán
En un descuidado paseo por lo que queda de nuestra antañona ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, en la esquina de las calles Muro con Remedios, perteneciente a la casa que en su día fue de Doña Úrsula Quintana Llarena, obra del insigne arquitecto y pintor Manuel Ponce de León, un "Proyecto de Fantasía" como el la definió, me detuve ante el paramento de su fachada y en su descuidada pared a falta de ser pintada, los desconchones traslucen
letras de un anuncio publicitario de la época, en color añil, de lo que fue una tienda de ultramarinos, por cierto tiendas cuyo nombre me hace ahora evocar tantas vivencias de la infancia y su nombre tan en desuso me evoca a un mundo mas allá al nuestro con historias de mar, aventuras, acompañado de aromas variopintos de sus artículos expuestos en los anaqueles. Leo: La Florida, Depósito de la fábrica Romeo y
Julieta de la Habana.
Por un segundo pensé en los momentos de escasez en productos, incluso, de primera
necesidad. Recordé el tan buscado azúcar y la deliciosa conserva de guayaba. No hablemos del ron elaborado con los cañamieles que desde aquí salieron para las Antillas y que sería el germen de nuestra coyuntural ruina posterior.
Tiempos de escasez, decía, en que los mismos sacos de azúcar en las laboriosas e ingeniosas manos de nuestras madres se
convertirían en pantaloncitos para la abundante chiquillería de las familias más menesterosas, mayoría en la posguerra de nuestro país.
Nuestros padres y abuelos nos contaban mil historias de una isla más grande que la nuestra, donde fueron nuestros parientes en busca de un ansiado futuro mejor que la
realidad entonces presente.
¿Quién no recuerda de aquélla casa o aquélla industria adquirida por fulanito con las
perras que se trajo de Cuba? La imagen del indiano con el diente de oro y el reloj de campana bajo el brazo es el icono de aquel momento. Me refiero al Watterbury -tan abundante en las
casas sobre la cómoda, hoy pieza buscada por los coleccionistas-, reloj fabricado en Chicago y que desde Cuba venía a Canarias con el retorno de la emigración.
De las historias de las andanzas de los canarios en Cuba, recuerdo que solo se contaba el lado bueno de esa vida, los tristes o
desagradables debieron omitirse, porque al menos yo, no me acuerdo de ninguno; si acaso y de pasada se mencionaba "que se pasaban
penalidades", pero esas penalidades, creo que se referían a los comienzos de la andadura en esa tierra, después...
Hoy podemos decir que las citadas penalidades era la nota común en la emigración nuestra. Parece como si el ser humano, por sistema tratase de apartar lo malo y mantener en la mente lo placentero.
Dejando atrás la recoleta Alameda de Colón y en el otro extremo de la ciudad, en plena playa de las Canteras, tenemos una muestra más de la realidad de nuestra emigración a Cuba. Los vecinos de la Puntilla lo llaman el Morro de la Habana; en una hornacina la Virgen parece, aún, proteger a los desheredados que agudizando el ingenio por la falta de recursos, embarcaban clandestinamente para subir luego al buque salido del Puerto de La Luz en su vuelta a la Isleta. Y es que dentro del mundo de la emigración hay clases.
La presencia canaria en Cuba es variada y encarna todas las posibilidades que el nivel económico, la fortuna o el infortunio puede
deparar.
Esa presencia ya data desde los días del Almirante de la Mar Oceana, cuando traslada animales, semillas, plantas y algún que otro aborigen que conforman desde ese momento la primera página de lo que en la andadura de los tiempos sería la presencia canaria en Cuba. Esa presencia va desde la simple acequia que regará las fértiles tierras al modo y manera que le enseñaron los antiguos canarios lo que aquí sería nuestra etnografía.
El emigrante no era un ser anónimo, sin color, sin identidad, camino a lo desconocido; era un ser humano con un oficio, por muy humilde que hoy nos parezca, a desarrollar en otra latitud: canteros, tejedores, curtidores, carpinteros y un largo etcétera.
Lo anterior significa un impacto antrópico en la nueva realidad y en su adaptación al
medio con un compromiso hacia su nuevo hogar: Mi patria es donde pongo mi sombrero.
Como la vida es variopinta, la realidad, asimismo lo es. Si la causa del abandono de su casa, familia, tierras, amigos y cosas es la misma ayer y hoy, no lo es lo mismo la
consecución de lo que hoy llamamos el éxito.
Mirando hacia atrás podemos afirmar la dispar suerte que alcanzaron los canarios en su nueva realidad. Podemos abrir un abanico de posibilidades que van desde los que escalaron puestos de alta responsabilidad tanto en el gobierno como en la vida militar o civil sin
desdeñar el ámbito cultural, económico o clerical, para alcanzar los más bajos, es decir, populares y los más denigrantes...
El emigrante canario se integra en una nueva realidad, abarcando todas las posibles clases sociales, dejando su impronta en la parcela de su ámbito de actuación.
Y en esa realidad se encuentra con el mulato, ese "encuentro" es el de dos africanos en otro continente ya que en África no fue posible el acercamiento dado que la raza blanca y la negra se daban la espalda. En Cuba es
inevitable la relación que en nuestro contexto no ha sido posible hasta ahora. Allá se estrechan, e incluso, se abrazan.
Sería prolijo, en este breve prólogo, enumerar la ingente tarea y el palmarés de la labor isleña en Cuba; para ello tenemos el presente
libro en el que el autor nos abre una ventana por donde nos entra el céfiro fresco de la historia relatada con un afán didáctico que hace de esta obra algo imprescindible para conocer y sentir la raíz canaria en la perla del caribe.
Es una obra para ser contada, incluso en familia, entre padres e hijos, en esos ratos
perdidos y agradables en el hogar; de hogares en los que existen, aún, actores de esa emigración o sus descendientes que van a leer lo que ellos mismos sintieron y vieron. El autor no puede soslayar la llamada de la sangre, conservada y atesorada en las familias canarias lejos de su terruño. No es un inconveniente determinante, al final la isla tira...
El autor articula esta obra en su saga familiar que conformaron como otras tantas, la
urdimbre de la emigración canaria y la nueva sociedad cubana.
La precisión de datos bien estructurados se dulcifica con el sesgo humano que es el
trasfondo permanente de este manual. Con destreza utiliza el tiempo haciendo un recorrido con saltos, donde el lector queda invitado con
sutileza a participar y dirimir.
El autor nos personaliza en rostro humano la realidad variopinta, haciendo justicia al gran Protágoras cuando afirmaba en la época clásica "que el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no son en cuanto no son".
Como antes insinué, junto a la esperanza de un futuro mejor y más digno, un poco de gofio y pescado para matar "el hilorio", les
acompañaba el bagaje cultural del momento en que les tocó vivir, pobre por cierto, pero fue el que aportaron al nuevo mundo y el que
sembraron dando fruto. Este fruto es expuesto por el autor con detalle que nos hace conocer, sentir y valorar a nuestra emigración como una
secuencia más no de la historia de Cuba, sino la de Canarias. Es una parte de la historia nuestra en un nuevo escenario del que no podemos cometer el error de desconocerlo u olvidarlo por estar fuera y lejos de Canarias.
Don Roberto Domínguez Lima se ha impuesto la tarea de subsanar este "olvido" y lo hace con creces dándole un rostro humano, familiar, el de su familia, su gente.
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Personajes reales que
inspiraron parte del argumento del libro
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Ver también
"NUESTROS
ABUELOS CANARIOS"
Primer libro publicado por DEPACA
Roberto
Domínguez Lima
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