CARLOMAGNO Y LA IGLESIA. LA HERENCIA ANGLOSAJONA
La Iglesia, el cristianismo, serán los determinantes de
las acciones de Carlomagno. Bien que pueda parecer sorprendente después de lo que hemos
dicho antes de la importancia limitada de su relaciones con Inglaterra, es de este país
-de la Iglesia anglosajona- que Carlomagno adquiere lo mejor de su cristianismo. En
efecto, al final del siglo VII y en la iniciación del siglo VIII, África y la España
cristianas se eclipsan, la Iglesia de Galia está en decadencia, lo mejor de la Iglesia se
ha refugiado en Inglaterra. Un monacato vigoroso, una cultura auténtica, un clero fiel y
dócil a la autoridad romana, una Iglesia que, debido a su lazo con Roma, tiene el sentido
de la organización y de la centralización. Un perfecto acuerdo de la Iglesia con el
soberano, un espíritu misionero que empuja a los monjes bretones a la evangelización y a
trasmitir sus hábitos al continente: todo ello constituye una Iglesia digna de ser
imitada.
Grande fue el papel que en ella desempeñó Bonifacio, quien, con una visión original de
la unidad del mundo cristiano, tendió a la solidaridad fraterna de las distintas
iglesias, prontas a intercambiar mutuos servicios. Es él quien proclamó constantemente
el respeto a la Santa Sede y a su disciplina, como fuente permanente de orientación y
normas soberanas. Bonifacio, que colabora con el poder civil al que considera divino;
Bonifacio, que hace de los monasterios benedictinos, centros misioneros, que interpretan
la regla de San Benito en el sentido de un monacato apostólico; Bonifacio, finalmente, el
hombre de cultura sacra y profana, que hace de este modo más rico y vivo el cristianismo
para que no sea solamente un sistema de instituciones o un organismo de salvación eterna.
Carlomagno surge, por lo tanto, como heredero de Bonifacio, que debió haber tenido una
actuación notable en la corte de Pepino o en los concilios reformadores.
Otro bretón, otro benedictino, Alcuino, del que conocemos el papel que tuvo en la corte,
fue, al lado de Carlomagno, no sólo quien dirigió sus estudios, sino incluso quien
moldeó su conciencia política y fue además, durante más de veinte años, su constante
amigo. A él, pues, el rey debe todo: su cultura, su pedagogía, su devoción a San Pedro,
su concepción del poder real y, sin duda alguna, la concepción del Imperio.
Arriba