LOS FRANCOS Y LA SANTA SEDE
Como su padre Pepino, Carlos se alía con Roma y pone el
poder franco al servicio de la Santa Sede. Al asumir esta herencia, da una característica
decisiva al medioevo, al Estado pontificio y a la historia de Italia. Dirige a la Iglesia
hacia una nueva práctica de Estado, con fines, medios, causas temporales, y esta alianza
la conduce personalmente con el espíritu de una recíproca colaboración y de un legado
espiritual.
En cuanto al Papa, a pesar de la vecindad un poco inquietante de un aliado tan poderoso,
le debe la consolidación del Estado pontificio, hasta entonces pequeño y frágil, y el
refuerzo del proyecto para alcanzar un verdadero poder temporal que promueva una política
italiana.
Hacia la mitad del siglo VIII, la Iglesia franca había comenzado su reforma,
prefiguración de la reforma gregoriana, una y otra preocupadas por apartar a la Iglesia
de la influencia de los laicos. Carlomagno prosigue en la línea de esta primera reforma.
Genio organizador, espíritu metódico, lucha contra la anarquía que la época merovingia
ha creado. Tiene el afán del poder, de la ley escrita, el gusto por el control ejercido
por él o trasmitidos a los "missi" que le dan cuenta de los acontecimientos.
Gracias a esto, el nivel moral del clero franco se elevó; la elección de obispos fue
excelente, los estatutos sinodales en numerosas diócesis contribuyeron a encauzar
nuevamente la vida sacerdotal y cristiana. Esta obra fue proseguida por la sola voluntad
de Carlos y con ella adquirirá la Iglesia un nuevo aspecto. Desde entonces conservará la
marca decisiva impresa por Carlos, o sea la iglesia galicana y no romana, sin concilios
reformadores, pero sí con reformas promovidas por capitulares, emanadas del poder civil.
Se aconseja con obispos, pero no con monjes (excepto Alcuino). Carlos aparece en sus
capitulares como el único juez de las reglas promovidas y de la oportunidad en que lo
fueron.
Arriba