CARLOMAGNO Y EL DOGMA
Para que su obra sea perdurable y fecunda, Carlos
necesita un clero virtuoso y también instruido, y para ello distribuye entre el clero
franco manuales elementales. Sueña con aumentar posteriormente la actividad de los
"scriptoria" (escribientes), para proveer a toda la Iglesia franca de misales y
rituales, los libros que necesita cotidianamente.
Por iniciativa suya, se ha mezclado en controversias teológicas: la iconoclasta, la del
adocionismo español, la del "Filoque", debates que se prolongarán del año 791
al 810. No se trata de una fantasía pasajera; le preocupa esta competencia habitual que
considera general e inapelable. Dándose cuenta de la transformación que se va realizando
en el mundo, no quiere que las discusiones teológicas y los concilios sean abandonados a
la Iglesia de Oriente. Enseña a los teólogos de Occidente que ellos deben dar su
opinión y contribuir a la formación de un cristianismo latino. ¿De dónde extrae Carlos
tanta autoridad doctrinal? Nadie se la discute y aun el Papa, cuando lo enfrenta, no
presenta, ante esas injerencias, objeciones de principio. El emperador vela sobre la fe,
como sobre la Iglesia y los huérfanos: ello es para él un objeto de administración más
que de revelación, es algo que ha recibido en custodia: la religión se refiere, más que
al fervor del alma, a una práctica exterior de acuerdo a una ley, es decir, es una
institución visible organizada como sociedad temporal.
Levantando sus teólogos contra la Iglesia bizantino, reuniéndolos en cortes, -verdaderos
concilios ecuménicos de Occidente-, haciendo circular las ideas en el interior de una
sociedad de mentalidades carolingias, sean de origen anglosajón, italiano, español o
franco, volviendo consciente al Occidente latino de su unidad de propósitos, de cultura y
de método, Carlomagno ha bosquejado de este modo un imperio espiritual sometido a una
autoridad magistral. Imperio animado además por un verdadero imperialismo doctrinario:
Carlos obliga a España a aceptar su teología. El "Imperio cristiano" nació de
estas coincidencias.
La Iglesia parece perder su potencial místico en beneficio del Imperio y le transfiere a
éste sus atributos invisibles. Es el Imperio, el que aparece en la literatura de una
época en que no existen tratados eclesiásticos, como el verdadero Cuerpo místico, el
Reino mesiánico del rey David. La grandeza de Carlos consiste en haber creído en una
moral política y en haber pensado que la política no era, después de todo, más que un
capítulo de la moral. Moral que resulta, es cierto, más similar a la del Antiguo
Testamento que a la del nuevo y que en adelante dará vida a una sociedad más próxima al
judaísmo que al cristianismo, pero singularmente superior a las contemporáneas de
Bizancio y del Islam.
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