MORALIZACION DEL INTERCAMBIO
Pero monedas, pesas y medidas, todo responde, no a las
exigencias de un programa de economía, sino más bien a las exigencias de la moral
cristiana. Esta moral y sus pretensiones hacen tomar a Carlomagno, con todo rigor, medidas
contra el préstamo a interés, como indica con insistencia y precisión en los
capitulares de los años 789, 806 y 809: "Se debe considerar como usura la acción de
recibir más de lo que se ha dado..."
"Aquel que presta cualquier cosa tiene una ganancia y esta ganancia es justa, si no
reclama más de lo que ha prestado", reclamo oportuno en un año de carestía. Otra
vez llega a proclamar: "Nosotros deseamos que ninguno exija más intereses en ningún
caso. Quien lo haga deberá pagar la multa debida por la violación del bando."
En una época en que no existía gran comercio, ni una actividad industrial sostenida con
aportes de capital, donde los únicos préstamos conocidos eran los de consumo -concedidos
con tasas excesivas-, los pobres eran las verdaderas víctimas. En el mismo aspecto y con
el mismo espíritu de moral y caridad, Carlomagno se dedicó a la estabilización de los
artículos fijando el nivel máximo para aquellos de primera necesidad -alimenticios
especialmente- vendidos en los mercados locales. Éstos, regulados por mercuriales **, eran numerosos, no sólo en las ciudades, sino incluso en
las aldeas y hasta en los dominios se vendían productos locales y aun mercancías
provenientes de regiones lejanas. Para estas últimas, las tasas del transporte, peajes,
impuestos, derechos de aduana, eran particularmente gravosos bajo los merovingios.
Carlomagno modera la fiscalización de los agentes que explotaban los vendedores y
reglamenta la recaudación de derechos.
En otro capitular se percibe la preocupación por las transacciones dudosas, al exigir
testimonios de la estipulación de los contratos o prohibir algunas operaciones por la
noche y hacer obligatoria la publicidad de las adquisiciones. Reglamentó el comercio de
los esclavos -que no era prohibido por la Iglesia- acordó mayor consideración hacia los
seres humanos, al pretender la presencia del obispo local o de su representante en las
transacciones, y prohibió las ventas fuera de las fronteras. Carlos, lo hemos visto ya,
no pensaba reformar la organización social; se contentó con moralizar la economía y con
transcribir en órdenes precisas las enseñanzas de sus consejeros eclesiásticos. No es
necesario deducir de esto que le haya faltado visión y que haya cerrado las puertas al
posible desarrollo de la economía.
Teniendo más bien en cuenta las dimensiones tan vastas del Imperio a raíz de las
conquistas, nos encontramos frente a un continente -la Europa cristiana-occidental- que no
abandona su interés por los asuntos mediterráneos, como lo testimonian las medidas
tomadas contra la piratería mora. Los mercados orientales no están cerrados; son bien
conocidas las relaciones amistosas entre Carlomagno y Harun al Rashid. La persistencia de
las relaciones económicas con el Oriente es un hecho y lo demuestra el comercio de las
especies, de los tejidos de seda, de los trabajos carolingios en marfil; si bien es verdad
que Carlomagno, preocupado por la vigilancia de sus fronteras orientales, fue reticente en
mantener relaciones con el mundo musulmán.
A pesar de que en cierto momento tuvo la intención de reconstruir una flota
mediterránea, Carlos siempre prefirió las comunicaciones terrestres y encontró más
seguros los itinerarios alpinos que las rutas marítimas. Empero, fue realista; envió
embajadores a Córdoba, como a Bagdad, se interesó por las relaciones comerciales de sus
estados con la Gran Bretaña; creyó que su presencia era útil en todas partes y se puede
hablar de un verdadero saneamiento económico para agregar a su activo. Tal saneamiento
fracasó en parte, pero ¿se le puede culpar por un futuro que se configura bajo el signo
de las invasiones normandas y húngaras y además de la anarquía feudal? No podemos negar
que en el fondo de todas sus preocupaciones y de todas sus medidas hay un ordenamiento
sobre la base de la moral cristiana, en el cual los asuntos militares no están ausentes y
en el que la economía excluye intencionalmente el mercantilismo. Experiencia original,
por ser realizada en un vasto imperio que en parte podía bastarse a sí mismo y porque,
además, rechazó la noción de lucro. Queda aún por hacer notar que se poseía una
economía pobre en recursos y esencialmente agrícola.

** Listas de precios registrados
oficialmente.
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