LA CIVILIZACION CAROLINGIA
La controversia entre los historiadores respecto a lo que
se podría llamar la civilización carolingia en el campo artístico y literario está
aún lejos de terminar. Se ha usado por mucho tiempo el término "renacimiento";
otros, sin embargo hablan nada más que de transición.
Es verdad que los siglos VII y VIII han representado un
largo período de decadencia cultural; sólo se conserva la tradición artesanos en el
campo de la metalurgia, de la orfebrería, de la arquitectura monumental; pero, las
escuelas no existen más o son poquísimas e imperfectas. La cultura antigua tiene
todavía, sin embargo, algún adepto en Italia, en España, en Irlanda o en Inglaterra y
fue en estos países donde Carlos supo encontrar los maestros y los consejeros que
necesitaba para conducir a buen fin la gran obra de regeneración cultural y espiritual.
Paulino de Aquileia, Pedro de Pisa, Pablo Diácono fueron los maestros italianos de este
autodidacta, a veces un poco pedante pero siempre activo. Por otra parte, no quería ser
el único beneficiado y así estimuló la difusión de la cultura entre los laicos de
buena cuna y entre los eclesiásticos, considerándolo un deber del soberano:
"Estamos ocupados, dice en uno de sus capitulares, en restaurar con celo diligente
los forjadores del conocimiento que por negligencia de nuestros antepasados, han estado
hasta ahora totalmente abandonados: incitamos a los hombres a seguir nuestro propio
ejemplo, y por cuanto está en nuestro poder, a aprender y practicar las artes
liberales". "Porque es nuestro deber asegurar el progreso de nuestra
iglesia"... "yo os exhorto pues, a proseguir el estudio de las letras con el fin
de que podáis más fácil y concretamente penetrar los misterios de la divinas
Escrituras". Con este fin y como modelo, creó la Academia del Palacio o
"Escuela palatina", donde personas ya instruídas podían perfeccionarse en
contacto con sabios renombrados, llamados por Carlomagno a su lado. El primero entre ellos
es el inglés Alcuino, nombrado por Carlos, abad de San Martín de Tours, que fue una
mente más enciclopédica que creadora, pero que legó a su época el saber y la doctrina
del pasado. Desde el año 781 hasta su muerte, acaecida en el 804, fue el consejero
escuchado y el amigo de Carlomagno y de las personas cultas del ambiente del palacio.
Más conservadores que divulgadores, -ni santos, ni
grandes espíritus- estos sabios tuvieron también el mérito no pequeño de haber
impedido que el legado cultural, -amenazado- desapareciese irremediablemente.
Entre tanto, el ejemplo, tal como deseaba Carlomagno, estimuló a los sabios de los
grandes centros eclesiásticos y particularmente a los monasterios de Corbie, San Gallo,
San Germain de los Prados; modestos son los aportes originales, pero el fermento
espiritual creado en esa forma, da vida a un clima intelectual que ha permitido a algunos
historiadores hablar de "renacimiento".
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