LA CONDUCCION DE LA GUERRA
El carácter previsor de Carlomagno regula todo, el orden
y la disciplina, el acantonamiento y la siesta durante el mediodía, el comportamiento:
"Que ninguno invite a otro a beber en presencia del enemigo."
"Todos los que sean encontrados en estado de
ebriedad, soportarán tal interdicción que no se les consentirá beber más que agua
hasta que hayan reconocido que han procedido mal." Con su perseverancia, su buen
sentido, su preocupación, Carlos es el alma de su ejército, del que tiene personalmente
el comando supremo.
Cuando no guía él mismo a sus tropas, permanece en las
cercanías del teatro de operaciones. Arriesga su vida apartándose del grueso del
ejército y dando pruebas de resistencia, elige un grupo de hombres que sabe lo
secundarán en fulminantes ataques. Lo que asombra a los contemporáneos es la rapidez con
que se trasladan sus tropas. Con ese fin, él se informa de todo: la dirección de un
curso de agua, la mejor época para atravesar un paso de montaña, los inmensos bosques de
entonces casi desprovistos de senderos, el clima, el tiempo de las cosechas. En esa
época, las fuentes de información eran únicamente verbales, por lo tanto, dudosas; pero
incluso en esto, Carlomagno, revela su gran elasticidad mental al modificar, sin
obstinación, sus planes cuando se ven obstaculizados por las inundaciones, las epidemias
y el temor de un futuro incierto. Para asegurar la consolidación del resultado de sus
victorias, recurre a la técnica de sus ingenieros, con los que construye fortificaciones
en distintos lugares. Sabe rodearse de gente de probada bravura y reconocida capacidad:
éstos serán, durante el período que dure la guerra, los comandantes de unidad u
oficiales a quienes se encomiende una determinada empresa y también los lugartenientes
encargados permanentemente del cuidado de un territorio. La leyenda como la historia, nos
ha legado sus nombres junto al de Carlos: Rolando, Guillermo de Tolosa, Erico, Geroldo. En
algunos casos Carlomagno condujo la guerra valiéndose también de la diplomacia,
confiando misiones especiales al abad Fontenelle -Gervoldo-, al Obispo de Treviri
-Amalario-, o el conde palatino Elmengaud.
Así, portadores de dones e instrucciones escritas y sin que la fuerza fuera el único
argumento, eran encargados de negociar armisticios, treguas, defecciones, sumisiones,
alianzas; todo ello acompañado de un intercambio de juramentos a los que Carlos era muy
afecto.
Otros métodos, muy eficaces, le fueron habituales: utilizar rehenes, luego de cada
guerra, aseguraba la buena fe de las poblaciones y la sumisión de los vecinos. Todos
fueron medios honestos y leales, si bien los últimos sólo relativamente, pero se
aplicaron cuando las circunstancias así lo exigieron y sabemos que eso fue frecuente en
la guerra contra los sajones. Carlomagno no titubeó entonces en recurrir a argumentos
más brutales, devastando campos, incendiando factorías, destruyendo todo con el hierro y
el fuego.
Arriba