INTRODUCCION
En 1769, en Ajaccio, ciudad francesa desde hacía un
año, nace un niño que será llamado Napoleón.
El sentido de este nombre -"el que todo lo intenta"- no pudo ser más exacto y,
para todo una vida, tan profético.
Ya sea en las etapas de su ascensión o de su decadencia; en las manifestaciones de su
carácter impetuoso asociado a un temperamento volcánico; en su agudo sentido teatral y
de la oportunidad; en sus ignorancias y su maquiavelismo; en su asombro e ilimitado
orgullo y, por fin, en la declinación cruel que afecta su tremenda vanidad, increíble
compañera de una mente excepcional, Napoleón es, sin duda, el "más grande de los
"condottieri" de la era de la manufactura y, desde cierto punto de vista, el
último gigante en su género".
El año 1795 señala el comienzo de su carrera meteórica; hasta entonces, casi un
desconocido para el público, bastó que aniquilara una revuelta realista para que las
recompensas llovieran sobre él; militar victorioso en Europa y en Oriente, Primer Cónsul
vitalicio en 1802, en 1804 es proclamado Emperador de los franceses.
Fue la espada que la clase media necesitó para llevar a puerto la Revolución Francesa de
1789, pero fue también el hombre que algún modo, falseó el espíritu de esa Revolución
a la que nunca comprendió del todo y de la que mucho se sirvió.
Personalidad controvertida, su vida suscita aún la polémica entre partidarios y enemigos
irreconciliables. Cabría preguntarse con el fin de llegar a un balance menos subjetivo,
si Napoleón logró hacer irreversible el ordenamiento social de 1789; si su talento
militar difundió la revolución por toda Europa; si el ímpetu del pensamiento de la
emancipación burguesa, después de haberla implantado en Francia le allanó el camino
más allá de sus fronteras; si abatió cercos y barreras, que ni siquiera su derrota pudo
reconstituir; si su arte de guerra contribuyó siempre a crear y a acelerar desarrollos
irrepetibles; si obligó a sus enemigos a servirse de sus mismas conquistas para afirmarse
contra él, infiel administrador de la herencia de la Revolución.
Porque la leyenda creada por él mismo poco antes de morir en la isla de Santa Elena, en
1821, "he salvado la Revolución...tal es la causa por la cual muero mártir",
todavía espera su confirmación o su rechazo.
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