Napoleón Bonaparte

 

EL PEQUEÑO CORSO DE LACIOS CABELLOS

No fue una de las últimas causas de la caída de Robespierre en 1794, el hecho de que el estado de emergencia haya creado una tensión insoportable en la nación francesa, precisamente después que los sucesos de la dictadura jacobina habían dejado entrever la perspectiva de poner término a la revolución y lograr el establecimiento de un nuevo orden de cosas.

Pero ocurrió exactamente lo contrario.

Es cierto que tanto Rusia como España habían salido de la guerra sin rencores, y que Holanda se había convertido en Estado satélite. Pero el más oscuro de los interrogantes era quién debía mandar en la República del "año III". El sector popular urbano fue el primero en rendirse. Con la eliminación de la Vital pequeña burguesía montañesa,** le faltó su natural aliado en el juego de las fuerzas de clase para la constitución del nuevo régimen. Los sansculottes, aislados y sin esperanzas después del doble alzamiento de Germinal y Pradial, en la primavera de 1795, perdieron toda significación, y la generación de los que habían tomado la Bastilla y las Tullerías desapareció definitivamente de escena.

El golpe experimentado por la izquierda privó a la burguesía termidoriana*** de sus reservas estratégicas. Tanto a los monárquicos constitucionales como a los viejos realistas, se contraponían las habituales intrigas parlamentarias de los aspirantes a los cargos. La desilusión buscó varios caminos de salida; la conspiración de un Graco Babeuf para movilizar nuevamente a la plebe militante con un lejano objetivo de sentido comunista, no fue sino la ilusión de un puñado de profetas, y sin embargo, logró ser un poderoso imán en el que se polarizaron las esperanzas de los demócratas derrotados y en cuanto tal, un peligro para un establecimiento aún no consolidado.

Proporciones mucho más vastas asumió la tendencia opuesta, dirigida a un "buen" tiempo antiguo, imaginado a posteriori, y "bueno" solamente para una élite. El cansancio que sigue al delirio patriótico cuando se acentúa el contraste entre imaginación y realidad cotidiana, la ostentación descarada de la riqueza por parte de una nueva élite (compradores de bienes nacionales, proveedores del ejército, especuladores), en medio de la inflación y del hambre parecieron desacreditar a la revolución en su conjunto y dar razón a los pesimistas. Desde el verano de 1795, las células políticas de los artesanos y pequeños comerciantes de París, las secciones, se volcaron hacia la derecha.

El día 13 de Vendimiario, en respuesta a la Constitución que culminó las tareas de Convención decrépita, se descargó la tensión mediante una insurrección manejada por la demagogia contrarrevolucionaria. En esta coyuntura, el Centro no podía contar más que con los militares "jacobinos". Un brigadier, de nombre Bonaparte -exhumado para la ocasión- acometió la tarea con valentía: con una fría sonrisa aniquiló la subversión y allanó el camino del poder al Directorio de cinco miembros, y en éste, a su protector Barras.

Las recompensas se van acumulando: comandante del ejército interior, clausura, en cumplimiento de instrucciones, el club Panthéon; antes de que se produzca el arresto del "tribuno del pueblo", Buonarroti y de los otros "iguales", sube todavía unos y cuantos peldaños. El "bufoncito" se casa con la amante de Barras, el "más dulce culito del mundo", o sea la viuda Josefina Beauharnais, y en seguida parte para asumir el comando supremo del ejército de Italia.

Cuando el público coronaba de laurel las cabezas de sus predilectos Hoche, Jourdan y Marceau, el guerrero nacional Bonaparte era casi desconocido: un semi-extranjero de desagradable acento. Sin embargo, había algo que jugaba a favor de este desocupado outsider. Había nacido en Ajaccio el 15 de agosto de 1769, pocos meses después de la victoria francesa sobre Pascual Paoli, tan molesta para la República de Génova que ésta, dudando de poder someterla, había cedido la isla de Córcega al rey Luis XV. El abogado Carlos Bonaparte, perteneciente a una familia de la pequeña nobleza toscana, mezclada con los personajes insulares, había compartido la pesarosa campaña con su mujer Leticia Ramolino; pero el graduado de la Universidad de Pisa, lleno de hijos, a raíz de la escasez de sus medios económicos, no tardó en poner buena cara al más fuerte. Su lealtad fue recompensada con la gratuidad de los estudios para sus dos hijos mayores.

Napoleón es un niño difícil; "cabeza de hierro" que medita en la soledad de la gruta de Casone, o acaso un simple niño caprichoso. Sólo al llegar a los diez años aprende -como puede- la lengua francesa en Autun, antes de frecuentar la academia militar de Brienne y más tarde la Escuela Militar de París: un muchachito de piernas cortas, obstinado en su incomunicación y en su soledad, taciturno, introvertido y ambicioso.

Físicamente delicado, pero puntilloso y por instinto de conservación, mordazmente agresivo contra los individuos físicamente más fuertes que él. Alumno de capacidad mediana, sorprende de tanto en tanto a sus maestros en aritmética, geografía e historia. Los deberes escritos desde el punto de vista estilístico, son incorrectos pero originales. Su hobby predilecto son los juegos tácticos.

A los dieciséis años es abanderado, es decir, subteniente en el regimiento de artillería La Fère. Entrenamiento en guarniciones provinciales: principalmente Auxone y Valence. Es pobre, "amante tímido", devorador de libros: Plutarco, Voltaire, Rousseau, escritos militares y un cúmulo impresionante de obras que constituyen el alimento de los autodidactas. Sueña lanzarse fuera de la estrecha realidad en la aventura de una vida desacostumbrada; poco propenso a las ideologías, las medita, pero no se compromete a mejorar el mundo: es un agnóstico superficialmente sentimental, que no gusta de las sutilezas ni de los abandonos místicos. Su razón mediterránea sofoca los excesos de la fantasía y durante toda la vida perdurará en él la conciencia de su antiguo espíritu latino.

Francia le interesa poco. Su pequeño mundo es la familia, de la cual, tras la muerte del padre (1875), cree tener que asumir la responsabilidad, adelantándose al "primogénito" José: espíritu de clan del que sus mediocres hermanos se servirán más allá de toda medida.

La volcánica explosión de 1789 inflama moderadamente a Napoleón. En la masa sin uniforme nunca vio otra cosa que material rústico, lo que indica que no comprendió cabalmente el espíritu de la revolución. Por otra parte, no tiene motivo para lamentar el paraíso de los parásitos, la "dulce vida". Viviendo entre el privilegio y la clase media de comerciantes, en una región donde el sentido patriarcal estaba por encima de las barreras de clase y situación, donde la extrema riqueza era mucho más rara que la extrema miseria, donde no había verdaderas ciudades, ni relaciones estrechas con la monarquía y el feudalismo, lo plausible del modo de proceder del Tercer Estado lo convenció. La supresión de los trastos fuera de uso y la dinámica que rompía una existencia monótona, permitían al joven lanzarse a alta mar, a velas desplegadas, con sólo izar la bandera tricolor al tope de su palo mayor.

Entrevé una ocasión para la libertad de Córcega y obtiene una licencia para precipitarse en la refriega. No mira, sin embargo, el debilitamiento de Francia mediante una guerra civil, pues quiere, a través de la revolución, sublevar a la isla derrotada y hacerla partícipe del movimiento renovador. Para él resulta, no la separación sino la integración. De esta manera, a la par de Saliceti, apoya la línea francesa como patriota corso; acción difícil puesto que la mayoría reaccionaria es de ideas contrarias. En 1791 ingresa en el club jacobino de Valence, y va y viene cinco veces entre la isla y el continente, a pesar que las frecuentes ausencias obstaculizan sus progresos en la carrera. El 20 de junio y el 10 de agosto de 1792 aparece como espectador casual de las jornadas de París. Tanto Luis XVI -"¡qué imbécil!"-, como las masas populares ("....él sabría exterminarlas rápidamente a tiros de cañón ....") lo dejan indiferente. Sin embargo, no lamenta el cariz que toman los acontecimientos.

Mientras tanto estalla la guerra, y Napoleón es capitán. En febrero de 1793 toma parte en un audaz golpe contra Cerdeña y rompe definitivamente con Paoli. En efecto, mientras en París desaparecen de escena los girondinos,**** Pascual rompe abiertamente con la República. Los Bonaparte pasan a la oposición, son derrotados y abandonan para siempre su pequeña patria.

Napoleón se introduce en el pensamiento francés, reconoce la consecuente energía de la Montaña y escribe, informado por su espíritu, La cena de Beaucaire. Tolón representa su banco de prueba: el 17 de diciembre de 1793 las baterías del teniente coronel destruyen las alturas que dominan la rada. La escuadra inglesa se retira y dos días después el "federalismo" se rinde.

Bonaparte contribuye así a escribir la última página de la guerra civil, y se hace amigo de Agustín Robespierre, ganándose el favor de Barras. Pero el 9 Termidor interrumpe la carrera del general; considerado apéndice del Incorruptible, es arrestado y liberado pocas semanas después, si bien es considerado sospechoso y finalmente licenciado. Quisiérase decretar su retiro o relegarlo a Turquía: pero muy pronto la necesidad del "general Vendimiario" provoca un cambio de ruta.

"Hábil táctico, matemático excepcional, republicano": así concibe Jacques Roux la figura ideal del "condottiero". Pero Bonaparte se demostró capaz (después de haber borrado la "U" de su nombre) en un frente en el que todo parecía echado a perder, de mucho más -y muy distinto. En las llanuras cubiertas de sangre de Lombardía, ese "hombre pequeño, seco, oscuro y delgado" se transformó en el dios de las batallas.

Si Barras había contemporizado entre Babeuf y Bonaparte para instalar un estricto "justo medio", establecido después de una difícil gestión, y obtener el monopolio de un seguro beneficio, ahora en 1796 las luchas de posición y las oscilaciones de los propietarios de la orilla derecha y los de la izquierda del Sena palidecen frente al torbellino envolvente del "teatro de guerra secundario". La explosión de Bonaparte, cuyo talento se quiere derivar de su abuela Angela Pedra Santa, ¿se limitará al campo militar o representará un obstáculo para la libertad popular? ¿Será él, ese César contra cuya ascensión Robespierre y Marat habían puesto en guardia a los revolucionarios?

** Tendencia de la izquierda jacobina que representa a la burguesía media y a las clases populares y cuyo máximo dirigente político fue Robespierre.
*** Sector que el 9 Termidor derriba a Robespierre tras agitados debates en la Convención.
**** Tendencia de la derecha jacobina, legalista y vinculada a la burguesía moderada.

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