Napoleón Bonaparte

 

LA REVOLUCIÓN CAMBIA SUS BANDERAS

Napoleón había vencido en su primer "round" imperial, derrotado separadamente a las tres potencias continentales y despedazado dos coaliciones. José era rey de Nápoles, Luis rey de Holanda y Jerónimo el "alegre rey" de Westfalia. Elisa "gobernaba" Florencia, Paulina a Luca, el hijastro Beauharnais era virrey de Milán. El tío Fesch fue ungido cardenal y si en Toscana un Bonaparte rehusaba por humildad cambiar la parroquia de campaña por la silla episcopal, no había que culparlo sino a sí mismo.

El árbitro del mundo se hace más gordo y más flojo. Tanto en la misa como en la ópera no puede dominar de tanto en tanto un sueñecito. Lo atormentan descomposturas de estómago y frecuentes resfriados. Tiene algunos asuntos amorosos en los que por lo menos, una vez quizás, su corazón tomó parte con interés. Ya no hay nada beethoveniano en el rostro aceitunado, endurecido y lampiño. Su firma se reduce a una única "N" ondulada y firme, índice de una imperturbable desenvoltura. Su tiranía, a veces mezquina, no es sin embargo malvada, y huye de la megalomanía del dictador. Faltan empero al Emperador concepciones de verdadero estadista. Que la mayor parte de sus acciones tenga éxito ya no significa mucho, y su "gran propósito" no es otra cosa que una embriagante improvisación. Llegado a tanta altura, se le va la mano. No es la insaciabilidad lo que lo arrastra cada vez más hacia adelante: depende de las consecuencias de la cabalgada más allá del lago Costanza. No es él quien crea las situaciones: éstas son las que le obligan a forzarlas.

Desarraiga la feudalidad, y por dondequiera le lleven sus banderas, derrota dinastías donde y como le guste. Se siente como el ejecutor, el realizador -y el beneficiario- de una transformación: y no olvida sus orígenes, aunque procura ocultarlos. La entrada en el club de los Exclusivos lleva consigo una fatal regresión, refuerza su desprecio por los intereses y los sentimientos de todos los pueblos. Su arte militar permanece atado a la estrategia aniquiladora, y desde el punto de vista táctico, a la concentración móvil de la artillería. Disponiendo ampliamente de cuadros bien adiestrados, tiende al hundimiento del centro en el campo de batalla, y renunciando a las sutilezas apunta a una patada definitiva. Consciente de la debilidad de la caballería, mejora la remonta y el adiestramiento. En cambio, la técnica de las armas ha quedado atrasada en los cañones Gribeauval y en los fusiles de la época de la revolución. El Emperador demuestra también incomprensión ante los sensacionales viajes inaugurales de Fulton en submarino y en buque a vapor, y lo despide a su patria americana: no perfecciona el telégrafo óptimo de Chappe ni utiliza el globo.

El bloqueo continental protege el desarrollo de las industrias. ¿Acaso toma en serio el dicho de Cambon de que la superioridad de los ingleses consiste en que trabajan con las máquinas, mientras que los franceses "hacían todas las cosas a mano"? Chaptal y Berthollet tratan de llevar a cabo la transformación. Para el desarrollo del modo de producción capitalista sirven las exposiciones industriales y un ministerio especial para el comercio y la manufactura: buenas perspectivas para los Périer, Oberkampf, de Wendel, para el telar de Jacquard y para la fábrica de azúcar de remolacha de Passy. Para conformar a los franceses, Napoleón debía otorgar muchas más preferencias, en cuanto que la guerra económica les infligía no menos daños a ellos que a los ingleses. "Primero que todo, mis campesinos", significaba descargar el peso sobre Italia y Alemania. El Emperador ordenó a sus hermanos salvaguardar desde sus tronos el interés de Francia, y les impuso tributos y reclutas.

¿Fue un gran beneficio que el único emporio principal del comercio británico -que entraba en Francia por caminos secretos a través de España- fuera clausurado, el 30 de noviembre de 1807 con la conquista de Lisboa? O más bien ¿tenía ya Napoleón el pensamiento secreto de utilizar el derecho de tránsito a través de Portugal y eliminar a los Borbones también en Madrid, aunque éstos hubieran apoyado con despreciable servilismo primero a la República y después a él mismo? Un conflicto dinástico entre Carlos IV y el príncipe heredero Fernando permitió al emperador, en mayo de 1808, inducir a ambos a encontrarse en Bayona y renunciar al trono, designando rey a José (sustituído en Nápoles por el cuñado Murat). Pero ocurrió un hecho imprevisto: España no aceptó a los "Josefinos". El 6 de junio, reunida en Sevilla, una junta declaró la guerra a Francia y puso en difícil situación al disperso cuerpo francés. El 22 de julio Dumont se rindió en Bailén y el 30 de agosto hizo lo propio Junot en Cintra, con los ingleses desembarcados a las órdenes de Wellesley (Pukka Sahib). Napoleón interpretó mal el alcance mundial del hecho. ¿Qué importancia podían tener esos guerrilleros o ese cuerpo de expedición para un Imperio, que desde los Pirineos hasta el mar Ochotsk sólo conocía súbditos o aliados y que recientemente, en el Congreso de Erfurt, había desplegado su impresionante esplendor? Talma recitaba "frente a una platea de reyes" que contaban poco más que los reyes de las cartas. Napoleón se hizo convalidar por Alejandro la conquista de España, como contrapartida de Suecia. Con Goethe se entendía magníficamente: "He aquí un hombre". El consejero de Weimar llevó con orgullo la orden del Emperador. Sin embargo, no todos los alemanes, como Hegel, estaban de acuerdo con su gran genio en el juicio del Resumen del mundo. Enérgicos reformadores prusianos, como el barón von Stein, los militares Scharnhorst y Gneisenau, los kantianos de Königsberg, habían sacado provecho de la derrota. El romanticismo comenzó a tender en política una red hostil al Emperador y el antiguo jacobino Fichte dirigió inflamados Discursos a la nación alemana, mientras en Italia nacía clandestinamente la sociedad secreta de los carbonarios, desde que, en 1806, las bandas de fra`Diavolo se habían sublevado en Calabria, bajo el signo de la cruz, contra los franceses.

Napoleón adormeció las dudas nacientes con medios convencionales: el 5 de noviembre se trasladó a España y el 4 de diciembre estaba en Madrid. ¿Qué significado podía tener una capital ocupada, en una guerra popular que soldados y guerrilleros proseguían con valentía indomable? El retrato de Palafox, defensor de Zaragoza, adornaba las paredes de las habitaciones de muchos patriotas de Europa.

La guerra, que se había estancado, tendrá consecuencias de gran alcance: la separación de las colonias y el nacimiento de América Latina. Los alemanes, sin embargo, fueron los primeros en mostrar signos de inquietud. El Emperador reaccionó "administrativamente", y obligó a Guillermo Federico III a despedir a Stein. Él mismo alejó, pero no mucho, al campeón del doble juego, esas "calzas de seda rellenas de mierda" de Talleyrand. Pero no pudo impedir el rearme de Austria: tuvo que ponerse en marcha, mientras a derecha e izquierda del camino brillaban las llamas de la revuelta.

La campaña de 1809 demuestra la creciente precipitación de Napoleón. Después de haber eludido, con una maniobra, al enemigo en Ratisbona, llegó a Viena sin dificultades; pero al forzar el paso del Danubio antes de haber podido trasbordar los cañones pesados, fue derrotado en Aspern y en Essling el 21 y 22 de mayo. Pocas semanas después se tomaba la revancha en Wagram, por más que su aureola experimentara daño: ¡Júpiter vulnerable en su propia persona!.

Alemania no era España: las insurrecciones se quebrantaban y Austria, con la paz de Schönbrunn tuvo que renunciar a Iliria y a Cracovia. Wellesley, vencedor en Talavera y actual Lord Wellington, es rechazado a sus posiciones de partida, en Portugal. Mientras Inglaterra se agobiaba bajo el peso que debía soportar casi sola, Napoleón "embellecía" la carta geográfica de Europa. Los años de 1810 a 1811 parecen, por lo tanto, los del apogeo del Imperio. Sin muchos discursos se había anexado la Toscana y el Estado de la Iglesia; en 1810 había quitado a su insubordinado hermano el territorio de Holanda, "terreno aluvional de los ríos franceses", tal como rezaba su geografía de buen tirano. La costa alemana del Mar del Norte fue incorporado con el agregado de Lubeck, ventana sobre él Báltico. Los pueblos forzadamente franceses no se atrevían a oponer resistencia, pero también en Francia, Napoleón, con la extensión de los "confines naturales", se había hecho de muy pocos amigos. Se estaba acostumbrando a los éxitos "baratos", que ya no reportaban ventaja alguna. Agréguese la angustia de quienes seguían marchando sobre la cresta de un continente unido tan sólo con la fuerza, angustia de precipitarse junto con Francia al abismo, si "él" moría sin herederos reconocidos. Los Borbones de "izquierda" buscaban un camino de salida, la separación de Josefina de la que no había tenido hijos -y el emparentamiento con una de las grandes cortes-, por más que halagasen al hombre nuevo, correspondían a sus cálculos.

Mientras el zar vacilaba en comprometerse en un vínculo familiar, el ministro Metternich vio la buena ocasión para los más míseros Habsburgo de ascender, a través del lecho matrimonial de Napoleón, al concierto de las grandes potencias, y el 2 de abril de 1810 le fue concedida como esposa, María Luisa.

¡Una biznieta de "Madame Veto" en el trono de Francia! Los parisienses comentaron: "El general Vendimiario dio preferencia a una cortesana seis años más vieja que él, pero el Emperador de cuarenta años prefirió una virgen de dieciocho!" El motivo no era éste, pero el esposo demostró buen gusto y acaso le gustaba demasiado también su segunda esposa. Abandonó a María Walewska que lo quería de verdad y era madre de su segundo hijo ilegítimo. De todos modos, el 26 de marzo de 1811 vino al mundo un grácil "rey de Roma". Es todavía difícil echar agua al vino dinástico. Cuando el zorro Fouché decía, aludiendo al Emperador, que el suplicio de Luis XVI había sido el primer servicio prestado por él a Su Majestad, había en sus palabras un tanto de verdad. Había pasado poco tiempo del despido del último mohicano jacobino y ya Napoleón hablaba del Capeto como de "mi pobre tío". El Avance de la aristocracia de la restauración en una corte "depurada" por la princesa, privó al Emperador del favor de gran parte de la opinión pública; mientras, los dados estaban echados ...

La plaga española no concluía. Massena, que había rechazado a Wellington más allá de las trincheras de Torres Vedras, quedó bloqueado y tuvo que retirarse en marzo de 1811 sin haber obtenido nada. No podía acercarse ni a la regencia adversaria de Cádiz, ni a los inaccesibles refugios de la guerrilla en las montañas. Los puertos de tres mares eran accesibles a la ayuda inglesa. La luchó hermanó a los nobles, al clero y a los campesinos con los liberales de las Cortes, que contraponían a los franceses las voces de orden de su propia revolución, identificando idealmente la expulsión de los mismos con el renacimiento de España. ¿Qué podían hacer contra su frente unitario las buenas leyes de los afrancesados contra la Inquisición, el caciquismo y la Mesta? y ¿qué decir del rancio iluminismo burocratizado, importado por el enemigo de la patria y tutelado por sus esbirros? El pueblo era incitado a escupir contra Napoleón "Voltaire, Rousseau, Mirabeau", pero lo que importaba era esto: que, aun bajo dirección reaccionaria, luchaba por su liberación, mientras que Napoleón suprimía las últimas migajas de la herencia revolucionaria por él custodiada, permitiendo a sus adversarios servirse legítimamente de sus principios contra, la tiranía y la opresión nacional.

La situación española era precursora de un acontecimiento mucho más sensacional, consecuencia de la ruptura entre Napoleón y el zar.

Se había detenido en las orillas del Neva, porque presentía la calamidad de una campaña en Rusia. Permitió conquistas en Finlandia, Cáucaso y -más condicionalmente- en los principados danubianos. Al príncipe de Oldenburgo, primo desposeído del zar, le ofreció una compensación. Naturalmente no pudo menos que reservar para sí los Estrechos (demasiado imprudente al no ceder a Inglaterra su defensa) y sacrificar, en caso de necesidad, el gran ducado de Varsovia.

Rusia atenuó el rigor del bloqueo continental contrariamente a los compromisos asumidos en Tilsit y Erfurt. No solamente porque el comercio con Inglaterra -que ya no podía dictar condiciones- se había hecho provechoso; para Petersburgo se trataba de conservar la recuperada libertad de decisión entre la mayor potencia terrestre y la mayor potencia marítima. La unión con Francia había fructificado algo; en 1811 hacía prever sólo mayores resentimientos. Alejandro no quería la guerra, pero podía empujar al adversario a ella. El haber asumido esta responsabilidad puede considerarse como su riesgo histórico.

Napoleón pensó mantenerse, incluso hasta en cuestiones de detalle. El self-made-man no creía poder pemitírselo: consentir el primer chantaje significaba provocar consecuencias incalculables. ¿Valía la pena? Aun considerando posible una guerra trienal, se hacía mecánicamente estas cuentas: ¿quién resistiría a los 600.000 hombres del "gran ejército"?

Después de haber decidido en ese sentido, actuó rápidamente, como era su costumbre. El 8 de febrero de 1812 lanzó la orden para el alistamiento: el 24 impuso un tratado militar a Prusia y el 14 de marzo a Austria. Durante toda la primavera, la mescolanza étnica de sus divisiones -en su mayoría "pueblos auxiliares" no franceses- se propagó hacia Oriente. El 23 de junio cruzaba el Niemen.

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