Alla Nazimova: "El áspid lésbico de Stanislavsky"

Por Rampova

En Yalta (Rusia), el 4 de Junio de 1879, venía al mundo Miriam Edez Adelaide Leventon, que años más tarde sería una de las más grandes de la escena, con el nombre de Alla Nazimova, nombre rusificado por el antisemitismo que recorría su país y porque asociaba la religión judía a un padre de clase alta, que maltrataba despóticamente a su mujer y a su hija menor, a la que despreciaba porque era gorda y de aspecto viril. A los tres años, desatendiéndose de Alla y sus dos hermanos, los entrega a una familia que luego parte a Suiza, por lo que la menor empieza a desempeñar duras tareas y aprende el francés y el alemán. Uno de los hijos de esa nueva familia la violó sistemáticamente, en presencia de otros compañeros de viaje, mientras otro de los hijos le enseñó el pentagrama musical y a usar correctamente el violín.

Pasados unos años, su padre los reclamó y al ver las habilidades musicales de Alla, se la llevó a vivir con su nueva mujer, que la odiaba por su aspecto de marimacho, enviando a sus dos hermanos a un internado. Toma clases de violín y piano en el Imperial Conservatorio y su padre la siguió maltratando hasta su muerte... de sífilis. Ella nunca supo que la herencia, bastante boyante para la época, la dilapidaron sus hermanos, partiendo ella de cero, hacia una residencia en Moscú, matriculándose en la Escuela de Arte Dramático.

Su poco agraciado aspecto, añadido a los grandes resentimientos anti-judíos, hizo que la apoderaran "el barril", "el oso"... por lo que luchó a vida o muerte por transformar esa oronda escarola en un estilizado lirio, o utilizando la terminología musical que ella dominaba, el patito feo les devolvía sus encarnizadas burlas al transformarse en el más deslumbrante cisne del lago de Tchaikovsky.

Aprendió a irradiar fascinación de dentro hacia afuera, consiguiendo que su rostro se transfigurara en una esfinge viva y cuando su largo cuello serpenteaba en armonía coreográfica, sus ojos violeta eran como carbones encendidos que quemaban a toda persona aprehendida y hechizada. Tras cuatro años de estudios con Nemirovitch-Danchenko, interpretando a Chéjov, Tolstoi y Shakespeare, el gran maestro Constantin Sergeyevich, Stavnislasky, cuyo método revolucionó las artes escénicas, la tomó como pupila, puliéndola como un diamante en bruto. Pero para sobrevivir y pagarse las clases, tuvo que ejercer la prostitución. El antisemitismo la relegó a pequeños papeles en la nueva compañía de Stanislavsky, a pesar de que era muy superior al resto de actrices... y de actores, pues también hizo papeles masculinos. El mismo Stanislavsky era sabedor de que Alla Nazimova sólo necesitaba alzar su cimbreante y reptiliano cuello como un elegante áspid o una majestuosa cobra, para embrujar a todo el público; sabedora de la a agonizante fascinación que causaba a sus presas, rematándolas con un arabesco cervical, aprendido en los ballets rusos, que le permitía besar el suelo desde la espalda, bajando la cabeza lenta e hipnóticamente hasta conseguirlo.

La adolescente Alla, que una noche "callejeaba" para sobrevivir y otras actuaba como antídoto para el veneno del teatro, se dio cuenta que había otros mundos, como una fría tarde moscovita en que se percató cómo varias mujeres lanzaban octavillas ilegales en fábricas y talleres, con consignas tan revolucionarias para la época como "la mujer y el sufragio universal: conseguir que la mujer tenga los mismos derechos que el hombre". Asistió tímidamente a varios mítines que dieron mujeres años después legendarias, como Minna Gorbunova, economista y escritora; Elizaveta Fiódorovna, que con el "alias" de Ines Armand fue destacada dirigente del movimiento feminista y posterior miembro privilegiado, desde 1904, del Partido Socialdemócrata Ruso; Emma Goldman, brillante periodista y oradora feminista y una anarquista de vanguardia, con la que intimaría, años después, en Nueva York; o Nadia Krúpskaya, pedagoga y auténtica autora de perlas que años después se "anexionó" su compañero Lenin, como esta: "En Rusia no existe nada tan vil, infame y canallesco como la falta de derechos o la desigualdad jurídica de la mujer, supervivencia indignante de la servidumbre y de la Edad Media, el fusilamiento de sus libertades en todos los países del globo, sin excepción".

Rusia estaba cambiando. Mientras la prensa de habla inglesa escribía desde la repulsión y el horror sobre Oscar Wilde, durante su juicio y posterior condena en 1895, la mayoría de los escritores rusos, incluido Vasili Rozánov, como muy bien señala Simon Karlinsky, veían en este juicio la persecución de un hombre genial por parte de las hipócritas autoridades británicas.

Como asegura el autor citado (Karlinsky), tras la revolución rusa de 1905, desapareció la censura, adelantándose Rusia varios lustros a la República de Weimar, en cuestión de libertades sexuales y varias décadas respecto a países occidentales. Así, Mijail Kuzmín publicó en 1906 sus "roman á thése" autobiográfico, revelando todo tipo de amantes: fornidos o afeminados, imberbes asiáticos y cosacos de brutal mostacho. O "Alas", una elocuente defensa del homoerotismo que gozó de un enorme éxito popular, con varias reimpresiones. Por esa época escribían sobre el amor uranita (según Platon la musa Urania, amante ocasional de Afrodita, protegía el amor de dos hombres) Viacheslav Ivánov; Lidia Zinóvieva-Annibal (especializada en el amor sáfico) y autora del libro de cuentos "El zoológico trágico", en el que en forma de fábula, los animales hembras se emparejan y se enfrentan al dominio del macho; la novelista Evdokia Nagródskaia y unos años más tarde, la famosa Sofia Parnok... Sin olvidar a la gran poeta y escritora Marina Tsvietáieva, que escribió sobre todas ellas, empezando por Polixena, poeta menor del movimiento simbolista, que siempre iba acompañada de su amante y compañera de toda la vida. Al resto de mujeres, Marina las mencionaría más tarde en "Carta a una Amazona", su ensayo de 1933, sobre el amor lésbico. También conoció a Anatoli Steiger, descendiente de suizos rusificados, que componía versos delicados y aforísticos que obsesivamente trataban de la desesperanzada pasión de un hombre sensible y vulnerable por otro (guapo, brutal e inalcanzable). Fue el que enseñó a tocar el violín a Alla y hermano del que la violó, el tiempo y el espacio impidió que Marina y Alla se conocieran. Marina, tras un exilio largo y doloroso en Berlín, Praga y París, volvió a la Unión Soviética, donde fue marginada, aislada, perseguida y sin trabajo, por lo que se ahorcó en 1940.

Por esa época, inconsciente de que el lesbianismo no era un castigo divino, se inventó varios maridos, entre ellos un tal Sergei Nasimoff, para justificar su nuevo y nada judío apellido. A partir de aquí se declararía atea, aunque educada en la niñez en el cristianismo ortodoxo ruso, negando sus orígenes judíos.

Siendo la protagonista de una obra teatral, prohibida por la Rusia revolucionaria de 1905, van de gira por Berlín y al llegar a Londres la Nazimova seduce a la "créme de la créme" del teatro británico. Se estaba convirtiendo en un mito de grandeza actoral, de aureola fantasmagórica, revestida de noche y de humo, se la veía en todas las partes y no estaba en ninguna, como una diosa pagana.

Frente a aquella multitud de, preferentemente, damas sufragistas, de extracto social alto, que no entendían ni una sola palabra rusa, Alla sintió todo el peso de la soledad y se agrandó. Su rostro había adquirido un tono purpúreo, que acentuaba el brillo de su óvalo endiosado, interpretando a Orleneff a través de mil registros, masculinos y femeninos y de una nube de lágrimas, que le permitía ver elevarse, lentamente, a toda la multitud que abarrotaba el teatro. Cada jornada le resultaba corta y la vivía como si todo no fuese más que un sueño cuyo recuerdo debiera borrar el viento que por la noche soplaba sobre el Mar Negro.

Fascinadas por la beldad eslava, un grupo de actrices británicas hicieron una función benéfica para pagar el viaje a todo el grupo hacia Estados Unidos. Allí les esperaba Emma Smith, seudónimo tras el que se ocultaba Emma Goldman, anarquista y rusojudía como Nazimova, que haría labores de traductora, relaciones públicas y recaudadora del vil metal para mantenimiento de toda una "troupe", alojándoles en tiendas de campaña en un campamento alquilado y reconstruyendo un establo lleno de ratas, cercano al Bowery, en un teatro. Emma estaba entusiasmada y tenía grandes contactos en los periódicos neoyorquinos, convenciendo a muchos periodistas que se dejaran caer en ese infierno; incluso grandes actrices de Broadway y una legión de sufragistas consiguieron, vertiginosamente, convertir a Alla Nazimova en una grande entre las grandes. Tendría que aprender inglés. . . la muchedumbre americana le desagradaba; su cruel incultura, solo podía ser comparada a su idiotez; era una multitud envasada al vacío; carecía de aquella espontaneidad desconcertante de la población moscovita o de aquel colorido que daba a las fiestas de Crimea un esplendor tornasolado.

La Nazimova, al igual que Emma, pero con matices, de ideología izquierdista, supo enseguida que los U. S. A. eran del tipo de país hiper-hipócrita, que necesita mil veces al día hablar de libertades inexistentes, porque son arrancadas como capullos antes de su conversión en flores libertarias. Pronto supo que su sexualidad sería allí una síntesis de peste y vampisismo; no necesitaba un armario, sino un féretro que no fuera hallado por los guardianes de la moral. Emma Goldman los llevó de gira por Boston y por Chicago, presentando a Alla a las feministas de mayor renombre, radicales y con dinero, que hicieran causa común con la más insólita y genial de las actrices conocidas hasta entonces. Y como la mujer no había conquistado el sufragio universal, todavía, crearon un sindicato financiero que pusiera a sus pies los mejores teatros y los más diversos personajes, cualquiera de las hermanas, de Chéjov, Nora o Hedda Gabler, de Ibsen, Lady Macbeth o Cleopatra, de Shakespeare. El número de amistades feministas influyentes fue aumentando, desde sopranos a editorialistas, dos primas de Theodore Roosvelt, las más importantes periodistas, actrices y empresarias del nuevo medio, llamado nickelodeon (cines de cinco centavos).

A principios de 1907 y en el Princess Theatre, dio vida a Nora en "Casa de muñecas", de Ibsen, denso y profundo drama fin de siglo, en el que la protagonista femenina rompe los convencionalismos de la época, enfrentándose a un matrimonio que es la antesala de la cárcel, partiendo hacia una nueva vida en la que la libertad es la primordial conquista de la mujer. El teatro se vino abajo, entre atronadores aplausos y estruendosos vítores a una forma revolucionaria y nueva de interpretar. La sombra de Stanislavsky era embrujadoramente alargada.

Fue alternando diversas interpretaciones con infinitos registros, alabados por todos los críticos del país, inundando sus camerinos con toda la gama floral, desde orquídeas hasta violetas (la contraseña sáfica), desde lirios hasta camelias, que enviaban rendidos admiradores, tanto masculinos como femeninas. Nazimova interpretó toda la obra de Ibsen y de Chéjov, alternándola con una comedia trepidante, de sibilino y sofisticado contenido feminista, "Bella Donna", un gran éxito de crítica y público, en el que interpretaba a una parodiante Nora, de "Casa de muñecas", solo que en lugar de romper su matrimonio para liberarse, decide envenenar al marido. Por primera vez expuso al público americano lo aprendido en Rusia: "arqueaba el cuello, ondulaba mi espalda como una S, llevaba un vestido colgante, alzaba las cejas y me agarraba las caderas hasta alcanzar el suelo", recordaba la diva.

Las mujeres de vanguardia adoraban el serpenteante chic de Alla, a la que acosaban y ella las recibía divina y promiscuamente, descorazonando a Emma Goldman que, aunque libertaria, era muy posesiva. Tras varios años de amor, devoción y admiración mutua, el amor que sintió por Emma feneció sin quedar más que un puñado de sal arrojada a las cicatrices del dolor en el lugar donde antes danzaban gigantescos maremotos de pasiones arrastradas. Aquella mañana cuya espesa bruma rezumaba desde los muelles de Nueva York como la luz de una luciérnaga agonizante. . . . . aquella dolorosa mañana de Nueva York sabía a detritus.

Alla Nazimova fue sin duda la abiertamente lesbiana fundadora de la escena estadounidense, 12 años antes de que se construyera Hollywood, pero tras la primera guerra mundial las cosas empezaron a enturviarse. No florecía el feminismo liberador, sino todo lo contrario, florecían por doquier mujeres machistas, en plena vigilancia contra el vicio y la depravación, encabezando Ligas de Decencia, Ligas Anti-alcohólicas (consiguieron imponer la lamentablemente famosa Ley Seca, favoreciendo el gangsterismo), Ligas de Escándalo Público, que afectaban especialmente a Gays y Lesbianas, por lo que se tuvieron que proteger con los llamados matrimonios "lavanda". Las doradas pestilencias yanquis. . . .

Al llegar el crepúsculo subían a los "rascacielos incívicos", como los calificaba Alla, murmullos y rumores uniformes que roían, amenazadores, las relaciones sáficas y uranitas, teniéndose que crear matrimonios de conveniencia, para que la nueva inquisición no les condenara al fuego eterno; matrimonio blanco(entre un gay y una lesbiana) o matrimonio lavanda (lo mismo, pero con derecho a roce si entraba una tercera, cuarta o un batallón de personas en liza).

Pero había quien, ante el miedo a la represión y al castigo, a la humillación pública que eso suponía, se crecía, como una morbidez añadida, como un aliciente más, como fue el caso de Isadora Duncan que, tras venir jubilosa de la Unión Soviética, al ver a la Nazimova moviéndose en el escenario como un felino depredador, utilizando técnicas de danza por ella desconocidas, fue rauda al camerino y con total sumisión, arrodillada, le espetó: "condúceme al desprecio, el subyugamiento y la esclavitud; vilipéndiame, condéname al ostracismo, repúdiame". Alla la abofeteó varias veces, recriminándole lo que ella entendía un estado degradante, remarcándole: "yo sólo repudio a los hombres". No se tiene constancia de que volvieran a verse, pero Mercedes de Acosta, que también fue amante de Nazimova, Eleanora Duse, Garbo y Dietrich, entre otras perlas del amor oscuro, si tuvo una noche de amor febril, de vino y rosas con la Duncan.

Por esa época viajaba de costa a costa, haciendo apología del pacifismo con un drama llamado "Esposas de guerra", porque ella pensaba que su país, envuelto en una vorágine revolucionaria y de guerra civil, decretaba las primeras leyes de objeción de conciencia y en un opúsculo del periodo de la guerra civil, la feminista y escritora Alexandra Kollontaj decretaba el fin de la familia. "La familia ya no es necesaria -decía. No es necesaria al estado porque la economía doméstica estrangula la libertad de la mujer, alejándola innecesariamente de su independencia económica, en trabajos productivos y creativos más útiles. No es necesaria tampoco a los miembros de la familia porque su otra misión, la educación de los hijos, pasa gradualmente a manos de la sociedad ". Se conquistó el derecho al divorcio, al aborto y los brotes revolucionarios propiciaron la despenalización de la homosexualidad y la creación de infinidad de gacetas literarias, en las que se trataba abiertamente de ese "asunto" que llevó a Oscar Wilde al oprobio y al ocaso. Alla Nazimova vio su carrera frenada, al hablar abiertamente de estos temas que resultaban chirriantes y espinosos en los magnates de los medios de comunicación, incluido el teatro. Su nombre iba peligrosamente de boca en boca, asociado a bolchevismo y relaciones" contra-natura". Su gran amiga Elizabeth Marbury, "Bessie para las amigas", de aspecto a lo Calamity Jane, con ásperos botines de cordones y el pelo rapado (lo que en el círculo de intelectuales "entendidas" llamaban un gran virago"), pero tenia fuertes y poderosas conexiones con los políticos demócratas, además de ser una excelente "manager" de gente tan importante como Oscar Wilde, H. G. Wells, Somerset Maugham y otras lumbreras, logró reencauzar la carrera teatral de Nazimova, con nuevas y rendidas admiradoras como Anne Morgan, hija del magnate de la banca y Anne Vanderbilt, multimillonaria excéntrica y mecenas de chicas con talento.

Pero Alla se creía inmune a todo y a todos. En una gala benéfica para damnificados de la guerra, en el Madison Square Garden, junto con otros actores, poetas y bailarines, ella, vestida de cosaco, interpretó "Rusia", con un sable en una mano y con la bandera rusa, despojada de la corona imperial en otra, fusionando la danza clásica, con las étnicas cosacas y tártaras, produciendo que la joven escritora Mercedes de Acosta perdiera el conocimiento, en el patio de butacas, ante el éxtasis de tan sublime y etérea visión Mercedes de Acosta era una joven intelectual neoyorquina, emparentada con la familia de la Duquesa de Alba, que tenía cierta semblanza con Narciso, en su porte y en su aspecto. ¡ Y aquella insolencia de ir al camerino en busca de la diva! ¡Y aquella majestuosidad que se transparentaba en su crisálida juventud! Mercedes tenía iguales músculos finos y ágiles que Alla, duros como el metal; sus gráciles cuerpos, con abdominales de un frescor de piedra, se recortaban bajo una lámpara de oro cuya llama hacía peligrar la oscuridad del camerino. De golpe, Nazimova tuvo un pronto eslavo, se quedó lívida, sus ojos reflejaron tal expresión de crueldad que Mercedes tuvo la seguridad de que iba a levantarse para insultarla, cosa que no le desagradaba del todo. ¡ Ver a Nazimova perder su sangre fría era un espectáculo que Mercedes hubiese orgasmeado!. Su amistad quedó sellada hasta la muerte de Alla.

El cine la tentó y Lewis J. Selznick le ofreció 30.000 dólares por treinta días de rodaje, adaptando "Esposas de guerra" al celuloide, que reportó la friolera de 300.000 dólares de beneficios al productor, pero por su prosélito antibelicista no pudo ser estrenada en Europa, que en esos momentos trágicos asociaban el pacifismo a la cobardía y a la homosexualidad. El público, que en palabras de Diana Mc lellan, veneraba "su hermosa voz de arpa" tuvo que conformarse con una Nazimova muda y gesticulante, en demasía.

Volvió al teatro con una obra de H. Austin Adams, sobre incesto, suicidio e intolerancia, "Ception Shoals", que fue un éxito maximalista, con una joven actriz, que sería su pareja sentimental durante mucho tiempo y de nombre Eva Le Gallienne. Impuso al insulso galán Charles Bryant, homosexual discreto y armarizado con el que Alla ya había planificado un "matrimonio blanco", en caso de que, tras la postguerra, el amor violeta se tornara de negro riguroso. La Nazimova filmó varias películas en la Costa Este, para la Metro, siempre con su galán Charles Bryant, e impuso como guionista a June Mathis, sáfica como ella y que sirvió de tapadera al primer matrimonio de Rodolfo Valentino, con la actriz Jean Acker.

En 1918 la Metro se trasladó al Oeste con el equipo de Nazimova. La rusa compró una gran mansión, de origen español, que ella misma mandó decorar, reconvirtiendo la gran piscina en una réplica del Mar Negro. 14. 000 metros cuadrados, en un camino de tierra, que años después sería el celebérrimo Sunset Boulevard y que ella bautizó con el suntuoso nombre de "El jardín de Alla". Allí se bebía vodka (ilegal, por la Ley Seca, vigente desde febrero de 1919) y la eslava invitaba a unos cigarrillos árabes, que todo el mundo sospechaba que estaban mezclados con hojas de cocaína. Por allí conoció a Theodore Kossloff, que antes trabajó en la Escuela Imperial de Ballet de Moscú y en los Ballets Russes de Diaghilev, y pasó a formar parte, como una alumna más, en esa nueva escuela de danza de Los Angeles.

Nazimova llegó a vampirizar a unos y a otras, llegando a dominar las técnicas de montaje, luminotecnia, con decadentes y vanguardistas filtros para la época y la aplicación de todas las disciplinas, danza, pantomima y el método actoral de Stanislavsky para la obra maestra que se avecinaba. Porque ahí, en los ballets de Kossloff, destacaba una excelente bailarina, Natacha Rambova, cuyo verdadero nombre era Winifred Kimball, nacida en Salt Lake (Utah), el 19 de Enero 1897, hija de un multimillonario minero, que había recibido una educación exquisita, encaminada a las Bellas Artes, la danza, la decoración, el estilismo. . . . . . poseía una singular belleza. La fría mirada surgía de una profundidad de agua negra. La hechura rectilínea de la nariz atenuaba lo que la sonrisa tenia de cruel. Por momentos, Alla se sintió presa de aquella mirada y de aquella maquiavélica sonrisa, con la desagradable impresión de hallarse absolutamente sometida a la voluntad de tan esotérica mujer.

continuar